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miércoles, 22 de junio de 2016

¿Por qué intentas escapar?

- Sigo sin entenderlo, pienso mientras la observo desde mi posición, apoyado en el marco de la ventana de mi habitación, fumando un cigarrillo para calmar los nervios, intentando llenarme la mente de valentía y haciendo que los pedazos del corazón se unan de a poco.
No estoy seguro de lo que pueda doler más, la estúpida decisión de querer escapar o el porqué ando como idiota esperando que reaccione.
La amo; pero debería demostrar más que amo a mí. Quizá, deba decirle que se largue, deba indicarle el camino; sin embargo, me considero un ser valiente y siempre he luchado por lo que amo. Resulta irónico que lo que ame se quiera escapar de mí.
La veo sentada al filo de la cama, no sé en qué piensa ni que siente, hace poco le dije que no sentía nada, que podría ser como un enorme monumento de hielo. No me dijo nada, atinó a agachar la cabeza y callar.
Por momentos quiero que se vaya, quiero dejar de verla de ese modo tan patético, llorando por dentro -porque sé que le duele- pero no es capaz de rehacerlo, de reinventar ese dolor y transformarlo en valentía. Ya le dije que es una cobarde por querer huir de un amor increíble.
¿Quién anhela zafar de un amor honesto? Es la pregunta retórica y paradójica que me llena de coraje. Pero he terminado un par de cigarrillos y ya me siento mejor, aunque ese término sea absurdo.
Me acerco, estoy decidido como lo he estado hace poco, si me fui a la ventana es porque estuve dolido, porque me sentí vencido, porque su indiferencia para con todo lo que digo me afecta más de lo que pueda imaginar; pero no demuestro, jamás expreso mi dolor, nunca es mi derrota una imaginan concreta.
Es una completa ironía que el ser quien más te joda es quien más ames. Aquí estoy de nuevo, convenciéndola con argumentos sólidos y concisos, honestos y contundentes, que de repente nunca saqué de mi interior, que nunca dije, que ni siquiera sentí; pero que ahora, en este instante, logro enfatizar con convicción, con ganas y solvencia, seguro de todo lo que llego a decir porque en definitiva es todo lo que siento.
Ella me escucha, no se adonde mira; pero silencia.
Recuerdo que lo sabía, yo andaba cuidando de su malestar como un novio a quien nunca le gustó que lo etiquetaran de bueno. El actuar con atención es un acto de devoción.
En ese tramo, de repente en el momento que le servía el desayuno, ella organizaba una operación para zafar de mí, para escaparse a un lejano y tibio lugar, del que volvió hace mucho; pero que por razones que nunca entenderé, anhelaba volver.
Yo me daba cuenta en su concentración, en su mirada, en la dilatación de sus ojos, en la expresión de un rostro que ocultaba una desesperación inherente; pero que debía de ser actuada de modo sensato y maduro, no ser traspasada por la primera puerta que se aparece, que más bien formaba parte de un hoyo negro.
Ella quería marcharse desde que yo la recogí, desde que la abracé y le dije, bienvenida. Quería zafar de mí, de alguien quien cuidó y protegió por cariño y amor. Yo no podía entenderlo, mucho menos aceptarlo, solo quería no sentirme tan mal como lo hacía. Era como si todas sus palabras hubieran sido farsas, como si fueran patrañas de un corazón hipócrita. Yo no quería creerlo hasta que me lo dijo, no de una manera clara y honesta, sino porque no quise callar el descubrimiento. ¡El mapa que la dirigiría a su éxodo! El mapa que la conduciría a una vida llena de nada. No a un campo glorioso, sino a un infierno del que no aprendió a aceptar que no debía regresar.
Cuando se fue hubieron personas allegadas que le hablaron sobre la pésima idea de haberse ido, que nadie podría ser capaz de arriesgar un amor por una nada, por un puñado de nefasto dólar, en un lugar tibio y desolado, frágil y sin recuerdos. Entonces, allá, entendió que debía regresar, previo a ello me llenó de argumentos gloriosos, de canticos divinos, de palabras salidas de la poesía del mismísimo Bécquer, las mismas que tragué para alimentar a mi alma y al corazón marchito. Pero luego quise nuevamente partir y esas palabras quedaron vacías. Se murieron junto a su inverosímil decisión basada en una absurda desesperación que nació de un deseo adquirido sin voluntad por culpa de alguien -que no conozco y no juzgo- pero que todos tildan de desgracia. Y fue allí cuando creí que todo ese amor que expresó, se trataba únicamente de una mentira tan grande como el mismo monte Everest.
Vuelvo a esa tarde, le converso de nuevo sobre mis planes, le pido y le ruego que se quede conmigo, que el futuro y el mismo Dios nos ha juntado para no despedirnos jamás, como lo dijo -y me mintió alguna vez- pero la siento más lejana que la otra vez a pesar que se encuentre a un paso de distancia.
¿Y por qué te marchas? ¿Y por qué te acobardas ahora? ¿Por qué no luchas por lo que dices amar? ¡Reacciona! Solo se vive una maldita vez y es tiempo que pienses en ti.
Mi expresión resulta enfática en cada una de las palabras. Resulta ser una bofetada de palabras. Un argumento sólido y honesto, sin precedentes en mi vida, salido del alma y dispuesto a hacerle remover el alma y el corazón.
No, no voy a decirle que tengo el corazón partido y el alma jodida, no, no voy a hacerle entender que me ha arruinado; porque de hacerlo podría debilitarme y debo estar con la convicción en alto, esta que sale del alma.
Me observa, sus ojos se ven llorosos como seguramente lo está su alma, pienso que debería reaccionar, que no se deje amilanar por la realidad que siempre suele ser diversa, que los cambios ocurren constantemente y que, ahora, podemos andar en una situación complicada; pero que mañana, si tenemos fe y pie de lucha, podemos ser honrosos de vivir momentos esplendidos.
Me ve nuevamente, ya no agacha la cabeza, de repente ha entendido el mensaje que fue directo al corazón y quizá, lo haya hecho reaccionar.
¿Lo lograremos? Pregunta. Quiero abrazarla, decirle con enfática seguridad que sí; pero a la vez la detesto y lo hago por haberme hecho llegar al límite, destrozado el corazón que la amó y todavía lo hace, por hacerle entender que ella y yo, es decir, nosotros, somos algo extraordinario estando juntos.
Silencio cuando no debería estar en silencio, es solo que el esfuerzo por haber hecho que reaccione me ha desganado por completo. Rápidamente, recuerdo la madrugada que nos vimos después de días, le dije que viniera a mi casa a conversar, le planteé los mismos argumentos y pude hallar un brillo de confianza en sus ojos. Nos abrazamos y demás, estuvo linda la noche hasta el amanecer.
Pero el día no fue igual, vino con la misma cantidad de inseguridades tanto emocionales como sentimentales y hasta de cualquier otro índole. Tuvimos que lidiar con ello durante esa tarde, ella se fue apagando con el paso de las palabras y los argumentos, se fue callando y yo siguiendo con el palabreo constante y seguro hasta lograr detenerme y alejarme, fue entonces que fui a la esquina, a la ventana y encendí un cigarrillo para pensar, meditar, calmar nervios y aumentar valentía.
¡Por supuesto! ¡Vamos a lograrlo! Digo con el último rastro de poder que llevo dentro. Me abraza y es su rostro quien llora.
¿Cómo me siento? Pues, debilitado; aunque las ganas y la vitalidad seguramente volverán. Es como haber ganado una guerra, pero perdido cientos de compañeros.
No puedo dejar de decir que me siento nostálgico, hubiera querido que naciera de ella el hecho de luchar; pero la hice reaccionar y ahora en adelante esta lucha es nuestra, entonces, seguramente nacerá en ella ese sacrificio y esa convicción para seguir con todo esto a lo que llamamos maravilloso.

Fin



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