Mi nuevo libro

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viernes, 26 de junio de 2020

Vecino Vecinin


- Hoy salí temprano a comprar el pan para desayunar poco antes de entrar a mi clase virtual en donde no pongo cámara web porque suelo tener cara de pocos amigos durante la mañana, algo que la mascarilla, el gorrito y la sudadera logran disimilar con facilidad.
Si hay algo que me gusta de la pandemia (suene esto totalmente paradójico) es que ningún conocido se me acerca. Ni siquiera mi primo, con quien compartí el campo y la bebida, a quien solamente saludo de lejos respetando el distanciamiento social cuando por dentro estoy contento de tenerlo lejos porque el sujeto habla y nunca para y a uno no le gustan ese tipo de situaciones a las siete de la mañana. A partir del mediodía si puedo hablar con normalidad.
En el recorrido vi a mi queridísimo vecino de la derecha, un tipo cuyos gustos musicales van en contra de los principios básicos de la música, le gusta desde Walter y Yandol hasta Ozuna e incluso canta y vive las canciones de su amo y señor Maluma, a quien admira, tiene un afiche de él en su habitación y le promulga sus votos de amor. Además, sin tener un cuerpo alucinante con un six pack bien marcado, va al parque sin camiseta para regar las plantas. Algo que aprecio; pero siempre pienso: Debería usar una playera, pues el sujeto tiene una panza que fácilmente podría iniciar en el cuello y acabar en la cadera dificultando la visión de su miembro, al cual, seguramente no logra mirar desde que estaba en la escuela. No obstante, es un amante asiduo de los animales, adora a las palomas y las nutrias, le gusta ir de pesca y a veces me trae unos buenos bogas y truchas y aunque he llegado a detestarlo por su música, una vez vi leyendo un libro de German chupamedia, un youtuber de esos que abundan y no suman ni restan ni dan risa y empecé también a odiar sus gustos literarios. Bueno, no son literarios, sino de libros. Bueno, no son libros, sino de letras. Si es que se llaman letras.
Al verlo me percaté de una extraña situación. El vecino, a quien nunca hago referencia a su nombre, estaba ligando con una muchacha simpaticona. Era alta y sin tacones, llevaba jeans pegados, remera y el barbijo abajo para que pudieran hablar sin reproches. En algún pasaje de mi mirada vi que se dieron la mano e intercambiaron miraditas galantes. Fue entonces que, al momento en que los atravesé, oí a mi vecino con acento singular decir lo siguiente:
'No sé cuál sea el nuevo rostro de los calzones Calvin Klein que nunca compraré pero tú eres el único rostro en mi corazón'...
Entonces, inevitablemente, pensé: Es todo un poeta, digno de publicar en Wattpad. Allá donde las portadas parecen afiches de música chicha.
Y lejos de irme riendo, sentí la necesidad de una fémina en mi vida; pero ese asunto se me pasó cuando recogí el pan recién salido del horno.

jueves, 4 de junio de 2020

Lo que dure el juego

- Año 1993. Junto a un primo desenchufábamos la Nintendo para sintonizar el único canal de deportes instaurado en la televisión cuadrada, sin control remoto y mucho menos cable, para ver el partido entre las selecciones de Francia y Bulgaria previo a la copa del mundo del año siguiente.
Al momento en que Carlos quitó la consola para guardarla en su caja y llevársela a su casa como parte de un acuerdo que hicimos al comprarla entre los dos, oí a mi madre dar un grito estremecedor diciendo: ‘Te llaman por teléfono, una chica pregunta por ti’. Me asomé a velocidad con el interés de siempre hacia las féminas, cogí el teléfono y me oculté detrás de un escaparate para que nadie oyera mi conversación.
Hola, soy Dania, ¿te acuerdas de mí?
Por motivos de fuerza mayor, ese año me habían cambiado de escuela trasladándome a una más cerca de casa para así tenerme vigilado. Eran tiempos en donde mi actitud era un tanto explosiva y desenfrenada; sin embargo, durante la llamada de Dania, me vi sometido a una importante parsimonia. De repente, por el sonido de su voz con acento, la cual me resultó melodiosa cuando estudiamos juntos en el anterior colegio durante seis meses y nos hicimos no solo amigos, sino compañeros especiales cuya atracción física y química genuina nos llevó a evitar la clase para aislarnos por los confines de los alrededores conociéndonos mejor entre besos y caricias.
Era algo que mis amigos de entonces no entendían; Carlos, entre ellos, que solicitaba mi tiempo para el Nintendo y la pelota, que también me gustaba; pero Dania requería de mi virilidad por pubertad precoz para saciar esas idas y venidas que a las mujeres se les hace más rápido sentir.
Nadie me entendía mejor que la mano derecha a las dos de la madrugada sin poder dormir por causa de esas imágenes mentales que revoloteaban en la cabeza.
Alejarme de Dania, de alguna manera u otra, me volvió un onanista nocturno, animal salvaje recaudador de ficciones mentales que trasladaba a los actos repulsivos por iglesias pero satisfactorios a esa edad moviendo la cama con mesura y durmiendo como angélico tiempo después.
Su llamada repentina interrumpiendo para bien un juego de Nintendo tan aburrido como la charla de Carlos acerca del nuevo Mario Bros 3 reanimaron mis ganas por tenerla con la falda cuadrada en mis piernas como aquellas veces en el jardín de un parque aledaño al colegio, en donde a besos intensos y manos inquietas nos empezamos a dar cuenta del deseo que nos congeniaba, el cual, más de una vez, nos condujo a un hotel barato a distancia importante del colegio, en donde un empleado incapaz (por suerte) nos hacía entrar a treinta soles la hora.
Allí saciábamos toda necesidad de nosotros, deseos que iban más allá de los simples besos y fronteras que las manos empezaron a romper para avivar las flamas que iniciaron en quincena de marzo, cuando volví al colegio y la vi sentada en la última hilera, piel mulata, piernas largas, sonrisa amplia pero difícil de mostrar, calidez con timidez y frescura y humor cuando nos hablamos por primeras veces. Toda la conjunción necesaria para gustarnos enseguida y todo el ornamento de deseos locuaces que no tuvieron calma en los jardines cercanos y es por eso que tuvimos que saciarnos en los hostales con luces de neón y empleados que dejaban entrar a escolares.
Nació en Cuba un mes antes que yo, sus padres llegaron a Lima para un comercio, no sé de qué, jamás especificamos, solo sé que dijo que estaba de visita, pues en un año o quizá antes, volvería a su Habana querida.
Valga la ironía, que al instante en que un vecino soplón nos delató por comernos a besos en el césped durante la hora de clase y con uniforme escolar, ambos padres nos sacaron del colegio. A mí me expulsaron debido a un par de acusaciones anteriores que no voy a mencionar y a ella porque su tiempo se acabó y debían retornar.
Solo nos divertimos tres veces en el hotel Houston tres estrellas donde un inepto de gorra que nunca te miraba a los ojos nos daba la llave a cambio del dinero en monedas. Nos quedábamos más de una hora, yo calculaba como suelo medir el tiempo: en canciones o partidos de fútbol. Adentro no había tele ni baño, una cama grande bastaba para saciar todo deseo libidinoso y las luces apagadas de un cuarto al final del pasadizo, en donde, nos volvíamos las fieras salvajes que éramos por dentro.
¡Dania! A los tiempos, compañera. ¿Cómo estás?
Estoy en Lima, mis padres volvieron por una semana. Nos vamos mañana, pero no quisiera irme sin verte un rato.
Acepté y acordamos el encuentro en cuestión de segundos porque el tiempo en línea era caro.
No pensé en mi escases de dinero, tampoco en Carlos, ni siquiera en mi madre, quien cocinaba con Camilo Sesto cantando mientras que mis hermanos jugaban a las peleas con figuras de acción de Batman y Las tortugas ninja. Lo único que tenía en mente era saciar esa imperiosa necesidad que tenía por tener a Dania… sobre mis hombros.
El partido comenzaba, Carlos me llamaba con un silbido para mirarlo juntos y comentar las hazañas de los jugadores porque ambos soñábamos con ser futbolistas. Mi vieja cocinaba y cantaba entretenida como de costumbre mientras que sigiloso me adentraba en su habitación, abría el closet que por suerte no hizo ningún chillido y accedía al cofre del tesoro en donde yacían un par de billetes, los cuales, tras hacerme la cruz para que alguien arriba me perdone, hurtaba mirando hacia los lados.
Después di una ojeada al cuarto de mis hermanos, quienes jugaban ingenuamente a las peleas sin pensar ni imaginar lo que su hermano mayor por un año estaba a punto de hacer.
Le dije a mi vieja que saldría un rato a comprar. Accedió con que volviera para el almuerzo. Era el mediodía, acordé con Dania para dentro de una hora, imposible llegaría a comer pero acepté su petición.
Lo más difícil era deshacerme de Carlos, fanático del fútbol, amigo y primo, pero no compartía mi mentalidad por descubrir la flor y nata de las mujeres.
Salí por otra puerta sin que me viera. Según él, yo seguía al teléfono, para mi madre había ido al mercado y para mis hermanos estaba viendo el juego.
El barrio estaba desolado, el partido eran tan importante para los apasionados al deporte rey que nadie salió de su casa.
Recuerdo que junto a Carlos habíamos visto toda la eliminatoria para el mundial, hinchábamos por Bulgaria porque el 9 jugaba en el Barcelona y metía goles hasta con el trasero.
Yo andaba en un bus rumbo al colegio, era verano, no había clases, Dania me esperaba en la esquina con un atuendo distinto, casual y bonito, fue la primera vez que la vi con ropa de calle. Nos saludamos con un abrazo y un beso en la mejilla, la sujeté de la mano y caminamos hacia el hotel.
Era como si lo tuviéramos mentalizado, era una especie de obsesión mutua la que teníamos, un delirio en conjunto que debíamos de saciar de una vez antes que comience mi locura onanista a tiempo completo.
El chico nuevo del hotel no quiso dejarnos entrar por no tener documentos de identidad. Dania no hablaba, era una mujer de pocas palabras y muchas acciones, yo tuve que manejar la situación diciéndole: Mi documento está en espera. Solo tengo que ir a recogerlo, ¿vas a perder treinta soles por eso? El tipo no quiso. Insistí: Oye, te doy diez más. No accedió.
Miré a Dania y en voz baja la oí decir: Toma, dale esto.
Bien, tienes 18. Pueden entrar, dijo el muchacho.
Reservé mis pensamientos y confusiones para más tarde.
Recorrimos el pasadizo rumbo al cuarto 35 con besos desenfrenados como si tuviéramos hambre de nosotros. Los cabellos despeinados por las manos que sujetaban las nucas y los deseos haciendo hincapié en las partes íntimas.
Nos desnudamos al compás de los besos una vez que logramos entrar.
Caí sobre la cama con la bermuda abierta y ella se encargó de quitarla por completo usando sus dientes y mostrando una sonrisa en contraste a su piel.
¿De verdad tienes 18? Le dije por idiota.
Olvídate de eso, respondió callándome.
Zafé las zapatillas en un dos por tres poco antes de que calzara su boca en mi miembro tan erecto como obelisco y succionara su ser a un ritmo vertiginoso que podría hacerme perder la noción del tiempo y por ende causar la explosión de los nibelungos. Acto que no debía realizar tan pronto, según una revista, por eso pensé en otros factores para mesurar la excitación que venía sintiendo y ella sabiendo que yo estaba en éxtasis aprovechaba para seguir a ritmo veloz y lento para luego ofrecer tiernos besos en su cabeza. ¡Y sin avisar volvía a devorarlo en una seguidilla exquisita e indescifrable!
Se oía el partido desde una radio en la caseta del portero. Empataban las dos escuadras mientras que Dania se dejaba quitar la blusa y luego el pantalón para quedarse en bragas grises que la hacían lucir divina.
Pensaba en como las mujeres pueden moldear su figura a tan corta edad mientras divisaba sus senos para comerlos a besos y tallarlos con las manos ocasionando el fulgor de sus sentidos sobre todo con besos en el cuello.
Anotaron el primer gol del partido, Dania subía encima adueñándose de la situación, pues hace un rato susurró que tenía tiempo esperando este momento y yo le repetí entre balbuceos de caliente que también lo esperaba. Sus frenéticos movimientos me llevaron a algún sitio en el averno en donde me vi disfrutando de la candela y los demonios; cerraba y abría los ojos para mirarla en cueros mordiéndose los labios y con los cabellos oscuros como la noche recogidos en una mano. Ella gozaba y yo me mordía los labios mientras que el imbécil del empleado tocaba la puerta pidiendo silencio. Reímos por eso porque no nos percatamos de lo loco que estábamos al borde de romper la cama.
Se escuchó el empate de Bulgaria, lo celebré como si fuera mi país, le pareció extraño a la mulata de piernas gruesas y caderas instauradas arriba, quien no deseaba cambiar el formato del encuentro, le gustaba tanto quedarse arriba que hasta me dio calambre en ambas piernas.
Fue entonces que solicité ir arriba y la tuve con las piernas en los hombros un largo periodo, cuarenta y cinco minutos para ser claro, lo sé porque acabó el primer tiempo con mi calambre, descansamos un rato y subí hasta que Bulgaria hizo el gol que eliminó a Francia y lo llevó al mundial del 94.
Desde entonces suelo cuantificar el tiempo sexual con partidos de fútbol, es una tradición que con los años quedó olvidaba.
Ese gol a los 45 del segundo tiempo ocurrió un instante antes de mi estallido estelar a un lado de la cama para no tener graves consecuencias. No alcancé a sus senos y tuve que disculparme con las manos entre risas conjuntas.
Ni en doscientos partidos me sentí tan agotado. Tenía la lengua afuera y requería de un Gatorade. Compramos un par en la tienda en frente y caminamos una cuadra larga hasta separarnos en la esquina de un semáforo con un abrazo afectuoso y sonrisas amplias como si el lunes nos volviéramos a ver. Pero no ha vuelto a suceder.
Todos los gritos que pudieran ocurrir en casa ya estaban saltados.

Fin