Mi nuevo libro

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miércoles, 30 de enero de 2019

Charla poética

- ¡Buenas noches, mis lectores y amigos! Los invito el sábado 16 de febrero a la 'Charla poética' que voy a entablar con el gran Edgar Santillan Tuesta y algunos otros poetas invitados. 
En lo personal voy a hablar sobre mis trabajos literarios, la actualidad de mis libros y sacar a relucir un libro de cuentos que va a estar a la venta a un precio de feria.
La idea es promover la lectura, la pasión por las letras y fomentar el amor en todas sus dimensiones. 
Los espero en la Biblioteca 'Oasis del saber' - SJM (frente a Metro de la Av. Pedro Miotta, cerca al Mall del Sur) con INGRESO LIBRE a partir de las 6.30pm.
Cualquier consulta o duda me escriben al whatsApp: 987774365
Va a estar genial y haremos transmisión en vivo ...





domingo, 13 de enero de 2019

Esa sombra

- Tengo tu nombre tatuado en las costillas y ni siquiera te he visto en sueños.
Nos quitaron la luz que quiso hacernos coincidir en este ahora, un Dios malévolo te alejó del camino que conduce a mis brazos y antes que pudieras emular un griterío como cantar de lira ya yacías en una dimensión extraña a la mía.
Te quise invitar a este mundo que he estado trabajando por años para verte a junto a mí, toda mi existencia tuvo un objetivo cuando te vi en sombras. Entendí que quien soy me condujo a ti y mi universo se arrodilló ante tu existencia.
Sé que usas el rostro que imagino, apelas al nombre que llevo impregnado en la piel; pero un corazón ha dejado de latir en tu interior. ¿Qué hacemos entonces? Dime, ¿Dónde coloco los sueños que aparecieron en la mente por instantes de luz? Destellos que iluminaron como faro en altamar a un personaje establecido en un mundo rutinario cuya finalidad al fin se encontró en la ilusión de tu brillo.
Anhelo tu aparición como continuación de lo que detuvieron la vida y sus designios, el dios cristiano y esos escribas llamados destino.
¡Quiero que se abran las extrañas del amor y lo mejor de la existencia recaiga en mí!
Quiero… Que volvamos a creer.
Pero clavado en la mente se encuentra un miedo profundo, aguijón punzante que mata a diario, que oscurece sonrisas y envenena mi rutina.
Te he perdido otra vez y a pesar que abre los brazos en pleno verano y le grite a los cielos ¿Por qué? No tendré de vuelta ese perfil abdominal que una vez amé.
Ya no tengo otros sueños, solo delirios imaginarios de tu presencia tangible deambulando en los avatares de mí día a día y un leve propósito por escribir hasta la muerte.
Me hubiera gustado, preciosa, vivir esos momentos y construir planetas cogiendo la pluma de tu mano; pero me arrebataron tu realidad, asaltaron los sueños y quitaron la única vitalidad que me aferra al mundo real, aquella sombra que vimos cogiendo nuestras manos amándonos más que nunca y por última vez.


Fin

A veces nos gana el tiempo

- Siempre trato de llegar puntual. Por ejemplo, estoy en obligatorias clases de inglés de verano, un acto necesario para lidiar con la realidad social lejos de mis bonitos delirios imaginarios. 
Por ende, me levanto a las siete de la mañana, prendo la tele y con el botón mágico del control le hablo: Documental sobre el universo. Enseguida, mientras veo el techo, escucho al conductor hablar sobre mundos paralelos. Soy fanático del conocimiento, adoro saber más. Al rato, me meto a la ducha. Un baño de agua tibia de unos quince minutos me devuelve. El café bien cargado y la vestimenta casual, estoy listo para salir. Pero, el documental no termina y no me gusta dejarlo a medias. El plan, o sea, mi plan, es ver un documental por día porque al momento de regresar debo escribir y hacerlo bien, porque decir que voy a escribir es que no voy a hacerlo, debo obligarme a escribir, debo detenerme frente a la maldita hoja en blanco y teclear, debo pensar en la historia y desarrollarla, no debo curiosear en redes ni ver porno, debo escribir a como dé lugar. Me obligo, me exprimo, me dejo llevar y lo libero todo. Contradictoriamente a lo mencionado, mi profesor de literatura, siempre dice: Tienes la capacidad para escribir con rapidez, sin presiones y fluidez repentina; pero no me considero alguien que escriba así, a veces me meto cabezazos contra el monitor para sacar el flujo de un relato.
Una amiga me escribe, te espero a las diez en la entrada. Le respondo, ya genial; pero llego treinta minutos tarde, ella se encuentra sentada y yo llegando con una sonrisota y la frescura de siempre. Estoy cerca del lugar; pero llego tarde, planto a la amiga y me causo gracia, porque hace minutos me dije: Voy a llegar temprano. E igual llego tarde, me distraigo en el espejo, con los textos, en el Facebook y hago cosas a última hora.
Son cosas que pasan.





Fin

viernes, 11 de enero de 2019

No tengamos un final 3/3

La veo con seriedad, sus ojos brillan, cautivan porque son preciosos y entonces le respondo: No deberías hacerlo.
Enmudece.
— ¿Por qué? — Es la inevitable pregunta.
—Porque deberíamos ir juntos— le digo con una sonrisa.
Su semblante cambia por completo, esboza una de esas sonrisas preciosas capaz de iluminar hasta la lejanía del mar.
Me entrega un abrazo poderoso, difícilmente comparado a los de oso; pero resulta enternecedor y calmante. Resuelve llenarme de besos en las mejillas, detenemos la mirada fija y nos plantamos un beso a quemarropa. Se siente emocionada como si hubiera logrado una gran hazaña, logro entender mientras que la beso que su objetivo era el hacerme entender las ficciones y filtrar la realidad para poder compartir un porvenir.
¿Tanto tiempo para lograrlo? ¿Qué ha sucedido durante ese periodo? Habrán muchas preguntas que ambos tendremos que responder; sin embargo, el asunto camina bien.
Nos levantamos de la banca, ella quiere caminar, cada vez que está feliz quiere hacerlo; yo también lo hago, caminar es un ejercicio que adoro y hacerlo charlando es mucho mejor.
Coge mi mano por inercia y sonríe. Es preciosa, no puedo negarlo, puede que me guste lo suficiente; aunque todavía no me encuentre realmente enamorado y aquello se construya otra vez paso a paso, es un gran escalón el sentir lo que siento.
—Podemos volver a intentarlo cuando me ponga bien— dice al tiempo que andamos.
Un recuerdo fugaz pasa por mi mente. Ella tomando muchas pastillas. Ella escondida en el baño. Ella escondiendo los medicamentos debajo de su almohada. Yo rogándole que se controle, que el embarazo no amerita medicinas de ese calibre. Ella ignorando mis palabras, yo tratando de hacerle entender que le haría mal al bebe. Ella obstinada, yo intentando salvar.
Los había sepultado en el tártaro de mi corazón, cuando nos separamos no quise volver a esos sucesos, no quería recordar ese rencor que le tuve tras la inevitable tragedia, no deseaba tener de vuelta a esos momentos.
Un recuerdo que quise olvidar.
Culpé a Dios por contagiarle ese pensar, la culpé por hacer una estupidez y a mí por no haber podido hacer algo más.
Por eso nos separamos, porque yo no podía creer que tanta mierda pudo haber sido real. A veces uno aísla lo peor para no tenerlo jamás, solo se queda con algún que otro suceso para el dolor de las madrugadas de domingo. Ahora todo se amontona, se renueva, sale a la luz y duele como fuerte punzada en el corazón.
Me detengo. Quiero verla a los ojos y decirle que tuvo la culpa; quiero abrir los brazos y mirar al cielo para putear a Dios. No puedo. Algo dentro me impide sentir más odio, por eso mi vida se volvió tan banal y después llegaron las alucinaciones. Verla en el juegos, en el parque, saliendo de la escuela, etcétera.
Todo fue parte de una tangente que inventé para no odiarla. De un mundo donde únicamente estuvimos ella y yo. Una pequeña y un padre. Nosotros como debió ser. Pero Dios lo arrebató. Pero ella lo sugestionó. Se me escapó de las manos y las ficciones de mis textos lo hicieron real, lo volvieron tangible, lo hicieron una locura en la que me encontraba feliz, satisfecho y realizado, porque era lo único y más preciado que deseaba para mi existencia.
Entonces comencé a pensar más en la bebe que en ella y su realidad, me convertí en un tipo que escribe miles de ficciones y las comparte solo para el espejo y después las viví como si fueran reales, ciertas, tangibles, lógicas y sensatas. Ella no estuvo de acuerdo con ello, luego entrando en razón lo conjugó mejor, se dio cuenta -o tal vez así lo creo- de su error y quiso remediar siguiendo aquí; pero yo ya estaba lejos de una realidad. Yo andaba en otro planeta junto a quien nunca existió; pero allí estaba, conmigo, en una continuación interdimensional de mi vida donde era feliz. O lo soy.
— ¿Qué tienes? — Pregunta de nuevo.
—No fue tu culpa, Ángela—.
Me abraza con fuerza.
—Los médicos dicen que en un tiempo podré estar mejor y tal vez, con tratamiento pueda hacerlo otra vez—.
—Se honesta. ¿Lo quieres? —
Me mira. Todo cambia en un segundo.
—Descuida, no hay presiones— le digo con una sonrisa.
—Eso es genial, amor—.
Ese amor me resulta bonito, una palabra que no he usado en años, a las mujeres con quienes he estado las llamo por su nombre, pienso con una risa.
—Hagamos algo, viaja ahora y yo lo hago en unos días. Tal vez pasando bajada de reyes, ¿te parece? — Le digo con calma y rosando sus mejillas.
—Claro; pero, ¿te sientes bien? Quiero decir, de tu cabeza. De tus alucinaciones con ella. Me hubiera gustado; pero en ese entonces, yo, yo, realmente, yo, bueno, estaba, no sé, no sé qué pasaba conmigo—.
—Olvídalo. Y sí, estoy bien, acabo de entender que nada de eso es real, que todo es meramente una ficción, un invento literario del cual quiero ser parte porque lo he deseado con mucha fuerza, al punto que lo hice satélite de mi planeta; pero debo alejarme de ello y tocar la realidad para poder estar contigo—.
Sonríe.
—Acompáñame a mi casa y luego al aeropuerto— dice enseguida.
En cuestión de minutos estamos en un taxi rumbo al avión. Su vuelo es pronto, se encuentra ansiosa, yo estoy sonriente; aunque pensativo. Divago entre mis ficciones y la realidad, entre esos sucesos trágicos y los que están por venir, quiero dejar mi odio y empezar a amar; pero no puedo, realmente no puedo, sacar de mi mente esos grandiosos momentos que viví con ella a pesar que se tratasen solo de mera imaginación. Me hicieron y hacen feliz, ¿Qué es la vida si uno no es feliz? ¿Qué es la realidad si no está junto a tu felicidad? Si mi locura literaria por inventarla me hace feliz, yo quiero estar allí.
Sentados en espera todo parece ir rápido. Le regalo algunas sonrisas, recibo un par de besos y me abraza como si pudiera leerme la mente y supiera lo que hay dentro. Para mí ya todo está hecho, me siento diferente, como seguro de lo que quiero, antes no hubiera sentido esto, de repente por eso mi intención de llenar los días con camas ajenas. Las ficciones me ayudan. Claro, enloquecen; pero, ¿a quién daño? Si solo imagino y sonrío donde quiera que esté.
Ella quiere un mundo para ella, yo ya tengo mi mundo, ya tenemos nuestros planetas y nos separa un abismo, yo no quiero volver a ese pasado, tampoco tener recuerdos cuando la vea seguido, recordar me hace daño.
Ya no siento lo mismo, se acaba de ir el último vestigio de un amor, este es el fin.
Es curioso que sea yo quien tenga su catarsis. Dejo el rencor y mi odio total por abrir los brazos vivir mi realidad. Aunque no sea igual para otros, aunque me vean diferente, es mi realidad y la aprecio como tal.
Quiero una vida nueva, una oportunidad de andar con su imagen mental hasta el punto en que se borre, en que se nuble, en que se vaya y poder construir algo diferente, con alguien que no sepa sobre mí, con alguien que no quiera saber de mí. Alguien con quien no tenga recuerdos y cree otros en nuevo universo.
Todos tenemos un mundo, nosotros ya construimos otros después de destruir el que tuvimos.
Llaman a su vuelo. Se encuentra cerca para un abrazo de despedida, me ve a los ojos y lee lo que hay adentro.
‘Lo lamento, Ángela; pero no iré a Madrid’.
Sin embargo, no pronuncia palabra alguna. A veces es mejor así.
Un abrazo de despida y ella volando por los aires.
Mi catarsis total, la suya también y cada quien por su lado.
Yo vuelvo a casa, me encuentro con las ficciones, escribo sobre una tangente, un mundo que quise, situaciones que no pasan; pero ocurren, momentos que la mente los archiva como reales. Creo que existe, tal vez en alguna parte de otra dimensión y la atrapo en mi literatura.
Está aquí, conmigo y ya no siento rencor, tampoco ira ni me siento vacío.
La tengo ella y eso me completa.
Al final de la historia no fuimos como esa pareja de ancianos enamorados, hubo un momento bisagra en lo que vivimos que nos condujo a un final con forma de catarsis.
Creo que yo que terminamos por ser libres en otras realidades.
Nota final: Si la locura nos hace felices, seamos todos unos locos.

Fin

No tengamos un final 2/3

Llegamos al parque. La pareja de ancianos ya no se encuentra. A veces el mínimo detalle como sentarse sobre una banca durante largo periodo hace que uno se vuelva memorable. Contradictoriamente a mucho, hay gente que recuerda.
—De repente les salieron alas y se marcharon de aquí— dice Ángela con ternura.
Yo no creo en Dios, mucho menos en ángeles; pero sí en el amor y en todo lo que puede llegar a suceder por amor. Por ende, creo en los milagros que produce el amor y en consecuencia, puede que les crecieran alas y ambos estuvieran en alguna parte; pero no en el cielo.
—Ya recuerdo, no crees en Dios— añade al notar mi silencio.
—Me quedé pensando— le digo.
—Y no, no creo— acoto con seriedad. Entonces me siento, me sigue con la mirada y pregunta, ¿Por qué? Creí que solo se trataba de ira momentánea. De un armazón de coraje o un fuerte resentimiento.
La miro, su rostro denota tristeza, me hace creer que piensa que el no creer me hace un ser nostálgico. Pues, no lo soy, he sido muy feliz sin Dios.
—Tengo razones para no creer—.
—Conozco las razones—.
— ¿Por qué preguntas entonces? —
—Porque todos necesitamos una tregua. Merecemos la paz—.
— ¿Tú la hallaste? —
Mira hacia otro lado. Vuelve a verme.
—Sí. Me deshice de todo lo pasado, me bañé en agua cristalina y tras sumergirme salí siendo otra persona. Alguien con nuevas esperanzas y otros objetivos. Siempre quise lo mismo para ti—. Toca mi muslo cuando lo dice poniéndome completamente nervioso; pero no lo demuestro.
Las mujeres vienen y van, han salido de mi habitación, yo salido de hoteles baratos, entrando y sumergido en jacuzzis y nunca sentido algo de nervios. Ella deja su mano en mi rodilla y ya me estoy derritiendo.
—He estado haciendo lo que me gusta. Ya sabes, escribir todo el tiempo. Llenarme de conocimiento. Explorar nuevos horizontes. Conocer mucha gente y… estar involucrado en situaciones—.
—Únicamente con el propósito de escribir. ¿Alguna vez te han dicho que las personas no son personajes de tus historias? —.
—Lo saben y sin embargo, les fascina envolverse en mi rutina— sonrío cuando lo digo.
— ¿Te llena lo que haces? —
—Me satisface—.
Me mira con seriedad.
— ¿Eres feliz? —
—Por supuesto. Ser feliz es fácil. A veces la gente se complica la vida—.
— ¿Entonces por qué no lo veo en tus ojos? —
—No creo que sepas mirarme como antes—.
Recuerdo las veces que sus ojos verdes se detenían en mi mirada y podría encontrar el secreto más oculto.
— ¿Todavía te duele, verdad? —
— ¿Aún tienes todo muy adentro de ti, no? —
—Todo ese dolor y ni siquiera encontrar el antídoto para vencerlo. ¿Cómo has logrado vivir así? —
—Te miro y puedo hallar tragedias revoleteando en tu interior. Tienes el alma llena de odio hacia todo, incluyendo a Dios y seguramente a mí; pero manejas un semblante perfecto, ideal para la rutina, genuino para conocer mujeres y acostarte con ellas, concreto como una roca, indomable, capaz de nunca enamorarse o posiblemente nunca dejarse llevar. Todo ese dolor lo tienes oculto entre las miles de capas que protegen tu corazón y seguramente se te hace imposible liberarlo, ni siquiera con la literatura que es tu arma para expulsar. Yo te entiendo. Puedes contarme lo que sientes hoy que es nuestra despedida. Mañana o más tarde podrás sentirte en paz—.
Silencio.
—No sé a lo que te refieres— le digo haciéndome el desentendido.
— ¿Alguna vez alguien quiso saber más de ti? Por ejemplo, una chica que te gustaba mucho o alguien que se enamoró de tu escritura, porque es bonita y tu actitud cautiva, no lo puedo dudar, eso encanta. Seguro alguien quiso saber sobre ti, entonces pusiste todas las trabas posibles, sabías que no dejarías a nadie llegar al fondo de tu corazón; aunque le hiciste pensar que lo hizo. Muchas puertas, demasiadas llaves; pero ninguna acierta—.
Sonrío.
—Ahora estás hablando como la Ángela que me conoce— le digo.
— ¿Tuviste relaciones serias después de nosotros? —
—Efímeras—.
—Yo ninguna. Resolví liberarme de todo, absolutamente todo y empezar de nuevo en España. Por eso me voy, esta Lima no me hace bien y debo estar allá para sentir que comienzo en otro lado—.
— ¿Y por eso la despedida? ¿Es una especie de catarsis? —
—Es mi última catarsis. Así como tuviste tu última tarde con la eterna, yo quiero acabar esto y seguir con mi vida—.
—Entonces te entiendo por completo. Por eso, hablemos, desfoguemos lo que tenemos adentro y destrocemos los girasoles de este amorío que caduca ahora—.
— ¿Por qué siento que todavía no se apaga en ti? —
Ahora comienza a mirar con mayor proyección. En siglos, nunca nadie ha podido verme así.
—Sin embargo, a la vez, ese chispazo de amor está atrapado por una oleada de dolor. Sácalo. Déjalo salir— dice con ímpetu.
La sigo mirando. A veces resuelvo callar.
—No tuvimos la culpa.
La veo con el ceño fruncido.
—Ninguno de nosotros tuvo la culpa de lo que pasó—.
—No hables de ello— le digo con seriedad.
—Lo he superado. He hablado con profesionales y hemos llegado a conclusiones, tú nunca has hecho algo por superarlo. Has vivido una fantasía, te escondes en el acto de escritor para crearla. Para darle vida. Para hacerte entender que existe. Me duele verte así, me mata que todavía sientas todo ello. Dime, ¿Por qué no la dejas ir? No fue nuestra culpa—.
— ¿Por qué ese afán imperioso de hacerme entender algo que no quiero aceptar? Escribo sobre ella, la meto en mis ficciones y cuento relatos basados en situaciones, ¿y qué? Si es una locura, es mi locura. Si estoy totalmente arraigado en ese recuerdo que nunca tuve pero quiero glorificar en literatura, es mi maldita razón de existir y a la vez mi vida la que se encuentra en el limbo de la realidad con la imaginación—.
Agacha la mirada.
— ¿Y si te dijera que estoy aquí para intentarlo otra vez? Pero de cero. Sin pasado, sin lo vivido, haciendo un filtro a la tragedia y sacando lo mejor. Pero para ello necesito de ti, no de tus ficciones, necesito que la saques de tu alma y vivas este hoy—.
Empiezo a reír.
Detengo la risa.
Cae una lágrima.
El corazón abre sus puertas y deja salir un sentir tembloroso y novato como si un nuevo ser estuviera ascendiendo desde las profundidades del océano.
—No puedo—.
—Ella significa todo para mí. Puede que sienta un amor extraño hacia ti, Ángela; pero no me pidas que exorcice mi amor por esa persona—.
—Que no existe—.
— ¿Por qué no existe? —
— ¡No la vez! La perdimos, entiende. Ella no pudo estar. Nunca tocó tierra, la quisimos; pero la vida detuvo su brillo. Debemos aceptarlo y seguir. Tú vives una fantasía, una continuación de algo que no sucedió. Yo no pude contra todo ello y por eso tuvimos que separarnos, ¿no te das cuenta? Desde esa vez en la que mencionaste su nombre en los columpios sube que algo pasaba en ti. Me dejaste de lado para dedicarle un tiempo a alguien que no está—.
—Pero la veo, la encuentro en situaciones rutinarias, ¿Cómo no puede existir? No voy a consultorios porque no necesito que nadie me diga lo contrario. No quiero sacar lo que realmente dices que ocurre, tampoco intentar entender algo que me causa dolor. Odio a Dios, es verdad. Odio a la vida y puede que a ti o ya no; pero estoy bien en un lugar donde lo antes dicho no existe y únicamente estamos ella y yo—.
Me llevo las manos al rostro.
Ella intenta consolar apoyándose en mí.
Nos damos un abrazo con frenesí.
Las lágrimas se confunden.
—Esta despedida no debe ser un adiós. Puede que tengamos una oportunidad en la realidad; yo cancele el vuelo, retome lo nuestro, seamos uno otra vez; pero debemos dejarlo todo atrás. Haz llenado tu vida de constantes vacíos para aliviar tu dolor y ahora es tiempo de abrir los ojos y hacerte entender que todavía podemos lograrlo—.
La miro, sus palabras se adentran en mi corazón, recogen la llave correcta y abren sus puertas.
Ya pudo mirar más allá. Es como un poder único, un don que se ganó a base de amor en sus mejores momentos y aunque después se vio escondido por las resonantes tragedias de la vida, lo vuelve a desarrollar a pesar de la dificultad y penetrar en mi alma sabiendo lo que siento.
No soy de muchas palabras, por eso solo la miro, esbozo una leve sonrisa, de esas que son empáticas, que entiende a claridad, que sabe descifrar y mi siguiente pregunta la alegra de forma extraña. Ha pasado de querer irse a querer quedarse, de no estar en cuatro o cinco años a querer permanecer el resto de un tiempo indeterminado, es curioso como el amor nos atrapa, tal vez seamos como esos viejos de antaño o quién sabe, de repente mejores.
— ¿Piensas cancelar el vuelo? —
—Por supuesto. Lo haría para quedarme contigo, lo haría para que pudiéramos concretar lo que dejamos. Solo debes ayudarme a ayudarte, dejar de pensar en ese pasado, no maltratar tu vida en situaciones triviales y estar a mi lado para avanzar juntos y quizá con el tiempo volver a intentarlo—.
La veo con seriedad, sus ojos brillan, cautivan porque son preciosos y entonces le respondo: No deberías hacerlo.
Enmudece.
***

jueves, 3 de enero de 2019

No tengamos un final 1/3

- Me despierta el sonido del celular. No es la alarma, son pocos quienes se levantan temprano un primero de enero, yo jamás sería uno de ellos. Tampoco se trata de una cadena de mensajes de WhatsApp, es una llamada con contacto no registrado, son muchos números los que observo al coger el celular con actitud soñolienta. Pienso que se trata de un teléfono extranjero, aquello me despierta. Acabo de enviar mi manuscrito a una editorial en Madrid, si me está llamando el encargado de convocador escritores podría ser uno de esos días a los que se denomina inolvidables.
Contesto.
—Hola, buen día—.
—Hola—.
Aquí un ocurre un asunto muy curioso. En algún determinado momento cortas una relación, se despiden en insultos desaforados o lanzándose humillaciones de recuerdos pasados, alguna que otra circunstancia errónea que sale a la luz únicamente como ataque, defectos de toda índole se disparan con intenciones de matar y el deseo de no querer ver a esa persona ni en una pintura en una postal o en las malditas actualizaciones de Facebook se hacen ferozmente impunes.
Le siguen los estúpidos; aunque, en algunos casos, necesarios, arrebatos de cólera, en donde eliminas de Facebook, bloqueas de WhatsApp y niegas todo contacto con la persona.
Pero, tiempo después, una llamada post fiesta de año nuevo, te atraviesa todas las capas de coraje como hilo perforando una roca y llega a lo profundo de un corazón para únicamente darle un remezón. Esa voz lo produce.
Todo en cuestión de tres segundos.
— ¿Ángela? ¿Cómo estás? —
Dicen que los hombres tenemos dos grandes amores de la vida y una cantidad inexacta de historias que sirven para intentar olvidar esos amores o tener la experiencia suficiente para lidiar con esos amores.
Una hija.
Ángela.
—Bien, tranquila. Disculpa que te haya llamado tan temprano. Sé que debes tener resaca por la tremenda juerga que seguro te metiste; pero…—
Se escucha el sonido de mi risita tras su suposición exacta de los hechos.
—No puedo irme sin antes hablar contigo—.
Ahora comprendo que existen personas que trabajan los primero. En el aeropuerto, por ejemplo.
Me levanto de la cama, su frase final ha sucumbido mi ser más de lo que podría haberlo hecho el soberbio editor de una casa editorial en España.
Pienso, ¿Qué le digo?
Desde que cumplí los treinta cometo menos irresponsabilidades que antes, ahora pienso mucho antes de una postura o actitud, ya no soy un chiquillo cuyas consecuencias importan un bledo. Ahora todo es con consentimiento y sin joder a nadie.
—Claro, estoy de acuerdo con lo que dices. ¿Cómo hacemos? —.
—Mi vuelo es en la noche, ya tengo casi todo arreglado, solo debo guardar alguna que otra cosita en las maletas y podría verte en, ¿Dos horas? —
Los fantasmas de esa noche en las que nos dijimos hasta de lo que queríamos vernos muertos se esfumaron como insecticida ante el sonido de su cálida voz.
Me vi en el espejo, estaba hecho un desastre de persona con el cabello revuelto, las arrugas de los excesos haciéndose evidentes, los ojos caídos y seguramente con el aliento como dragón; pero no iba a justificar mi ausencia por meras inmadureces. Ella me vio en mis peores momentos, regado sobre una cama de hospital y totalmente borracho tirado en la arena de una playa lejana.
—Claro, Ángela. En dos horas estaría bien. ¿Dónde nos encontramos? —.
Podría haber dicho cualquier maldito Starbucks donde una enorme cantidad de sujetos cuya única intención es ir a sacarse fotos frente al ordenador y dibujando en Paint se sientan a beber café de doce soles.
Mencionar alguno de los tantos grotescos centros comerciales que andan repletos o resolver un sitio específico cuya finalidad sea la absorción de culpas rendidos sobre unas tablas ante la imagen de un Dios, disque, salvador.
Pero, Ángela, respondió.
—En el Parque Buganvillas—.
Solo existe un parque con ese nombre dentro de mi ciudad. No tiene una estructura majestuosa ni anda copado por parejas de enamorados, es un lugar
simple y sencillo a la espalda de un supermercado cerca a una estación de trenes ligeramente fácil de llegar con dos bancas (una siempre ocupada por una pareja de ancianos) y la otra libre para nosotros los martes por la tarde.
No crecen plantas sofisticadas; pero la arboleda le hace bien. El pasto está como para jugar pelota y existe un poste de luz en el centro con el que se alumbra toda su dimensión. Es un lugar minúsculo con gran afinidad para nosotros que lo descubrimos caminando como ratones en busca de un lugar donde descansar luego de tanto andar sin dirección con las conversaciones saliendo hasta por los poros. Al inicio de la acera que conduce a su centro, donde están las bancas casi en frente, se lee: Bienvenidos al Parque Buganvillas.
—Nunca hubo una última vez en ese lugar. Pienso que tal vez podríamos darle una ahora—.
Viajé a los sucesos en ese sitio, tuve besos y abrazos en la mente, sonrisas y risas desbordando a causa de la palabrería singular.
—Está bien. Entonces, en dos horas nos encontramos en el sitio de siempre—.
Suelta una pequeña risita.
— ¿Y eso? — Le digo con una voz ronca.
Luego froto la garganta y añado: O sea, ¿y esa risita?
—Me gustó que lo mencionaras como ‘el sitio de siempre’—.
—Es así como lo llamo—.
—El sitio de siempre— repite.
Un silencio aparece en escena. Incómodo. Extraño. Raro.
¿Cómo puede ser posible la existencia de un silencio ante alguien con quien compartiste tantos años de tu vida? A veces la misma vida es ingrata.
—Y bueno, ¿has vuelto a visitarlo? — Pregunto para romper ese molde de hielo.
—No en cuatro años. Tengo que colgar. ¿Llegarás puntual o debo esperar? —
—He adherido la puntualidad como una de mis virtudes—.
Se oye una risita.
—Espero lo demuestres— dicta como una orden.
—Ahí te veo, Ángela—.
—Te veo—.
No sé qué pensar. Todo parece un sueño. Uno muy extraño por cierto.
No veo a Ángela hace más de cuatro años, me he encontrado con muchas personas en las calles; pero jamás con ella. Ni siquiera con su familia.
Desde que terminamos nos esparcimos por el mundo y no volvimos a saber de nosotros.
Reviso su perfil de Facebook al tiempo que deambulo por la habitación meditando acerca de lo ocurrido.
Es verdad, tengo dos horas para alistarme y salir rumbo al lugar de siempre; pero, ¿Por qué mientras veo sus fotografías navideñas siento esa cuestión particular en el pecho de querer, a como dé lugar, verme bien?
No es una devoción a un alter ego, es una cuestión interpersonal, es querer, sencillamente verme guapo para sus ojos. Me causa cierta gracia e incertidumbre mi repentina noción por asombrar a una mujer.
Durante la ducha pienso en ello. Antes hubiera hecho menos por impresionar a alguien. He sido una persona a quien no le interesa enamorar, tan solo he querido provocar los estímulos necesarios para terminar sobre una cama o escondidos en un baño.
Tras la llamada de Ángela, que parece como sacada de una fantasía nocturna, pienso en la forma de impresionar su vista esmeralda. Me angustia pensar que no pueda hacerla entender que me ha ido bien, ¿Por qué lo pienso? ¿Es que acaso creo que no estoy bien sin ella? Esa pregunta retorica es demasiado intensa y muy particular. ¡No es así! Elevo la voz, casi como un grito y la ducha que remoja la piel me devuelve a una paz interior.
Hay mujeres que te cambian la vida y el mundo, reflexiono. Salgo de la ducha y alisto las prendas.
Medito frente al espejo, no soy un tipo pretenciosamente agraciado, no han tallado mi rostro con mármol y no fue un pintor renacentista mi creador. Soy tan solo un sujeto común y corriente que pasa desapercibido; pero tiene una cosilla atrayente que basta para encamarme algunos fines de semana en busca de algo que termina con el orgasmo. Banal, tal vez; pero no aburrido.
Jeans y camiseta blanca, estoy listo.
Ya mi cabello está acomodado, estoy listo.
Me ha rasurado, estoy listo.
En la mañana el tiempo vuela. Así de rápido resta una hora para el encuentro. Resuelvo beber un café bien cargado para reanimar el cuerpo y estrenar mi nueva fragancia.
Es el primer día del año y ya tengo un encuentro casual y ocurrente con una mujer que no veo hace años, pienso, sonrío y acoto.
No. No es un encuentro casual. Tampoco ocurrente. Es el destino. Y esto, de alguna manera u otra, me resulta genial.
Le sonrío al espejo. Sé que puedo llegar en cuestión de minutos, no estoy lejos del lugar, aunque a pesar de ello no haya vuelto. Sin embargo, debo acelerar el paso, porque, ¿Quién trabaja un primero de enero? Claro, aparte de los sujetos en el aeropuerto.
Enciendo el Uber. Quiero ir cómodo. Ha salido el sol y no quiero que junto a lo nervioso que me estoy poniendo me infecten los rayos provocando sudoración.
¿Por qué estoy tan nervioso? ¡Relájate! Es solo una cita. Sales con cientos de mujeres y nunca te sientes así. Es solo una fémina en una cita con un tipo.
Me miento como un descarado. Mi seguridad ya salió corriendo.
Se desarmó en el instante en el que llamó.
Ángela no es una mujer cualquier, por eso me pone nervioso. Ella fue la persona que más tiempo rentó mi corazón. O tal vez, lo haya comprado. O quizá, sea la dueña original.
Respiro profundo. Se acerca el taxi.
Mirando el techo acomodado en el espaldar recuerdo algunos de nuestros grandes sucesos. Es una vaga coincidencia que hayamos terminado en enero.
Teníamos problemas y diferencias, ninguna pareja es perfecta; pero las resolvíamos y luego reíamos, hacíamos el amor y bebíamos vino. Esa pelea fatal fue un colapso, era como si la mismísima Muralla China se hubiera visto destruida, ¿acaso será posible volver a construirla? Así nos sentimos. Como si un gran monumento se viniera abajo.
De ello ahora son casi cinco años, gran tiempo, muchos momentos, miles de situaciones, varias personas, algunas parejas y demás. Ya no soy ese tipo. Y ella no es la misma persona. Que más da, de algo querrá hablarme. Tal vez un acuerdo entre ambos y listo, a seguir viviendo con las mentes inertes y los sucesos pasados enterrados. Nunca desterrados.
Eso me calma. Me da paz.
Saber que todo seguirá como está, me entrega lo que necesito o tal vez, lo que creo necesitar.
Demonios, ¿adónde se fue mi seguridad?
A veces una mujer rige tu mundo.
—Llegamos— dice el chofer.
He llegado más que puntual, estos quince minutos de anticipación ayudan a disipar los nervios.
El taxi me ha dejado en el supermercado, debo de darle la vuelta y llegar al parque. Avanzo a paso lento, pensando en muchas posibilidades, sintiendo las tenazas del sol e imaginando muchos sucesos.
No encuentro el parque. Juraría que está detrás del supermercado. En la App no sale ningún lugar con ese nombre, por eso el taxi me dejó en el comercial.
¿Habrá sido una maldita broma? Algún cretino hijo de la san flauta pudo emular la voz de Ángela y tramar esta locura. Ahora todo se puede, la tecnología avanza a pasos agigantados. Pudieron sacar su voz, hacer la llamada, joderme un rato y ‘plin’ hacerme caer en una trampa. Juro que mataré a quien lo hizo.
Quizá sea una alucinación. No, no, no estoy tan loco. Claro, a veces me pierdo en delirios; pero nunca iría tan lejos. ¿O sí?
¡Diablos! ¿Qué ocurrió con el parque?
— ¿Qué tanto reniegas? ¿Es que acaso he llegado tarde? Son casi dos horas desde que te llamé. Pareces un viejo verde—.
Volteo y la observo. Preciosa. No, bella. No, divina. ¡Todos los adjetivos juntos! El vuelo de los cabellos ondulados, el esmeralda intacto en la mirada, los labios carmesí y el resto de su cuerpo tallado por alguien capaz de moldear la perfección. No, nunca por Dios, quizá, por un ente aún mayor.
Las palabras desaparecen.
— ¿Todo bien? Lamento lo imprevisto de este encuentro. Solo quiero que sepas que he venido en son de paz—.
Su voz es la música de una sinfónica mundial, la sencillez del trato su mejor virtud. La miro de pies a cabeza con la rapidez de una flecha y respondo con una calma instaurada: Descuida, Ángela. Yo también estoy en son de paz y no estaba gritando por tu demora, es solo que no encuentro el parque.
Esboza una sonrisa. De esas lindas aunque sean en señal de burla.
— ¿Cuánto has tomado ayer? Y ¿con cuántas chicas has estado? No, eso no lo quiero saber. Pero seguro que te nublan mucho. Estamos en la cuadra 2.
El parque está en la 4. Y es tan pequeña que esas bobas aplicaciones no lo identifican—.
Miro de nuevo el tablero. Sonrió por mi idiotez. Si quiero conquistar a una mujer la primera impresión es primordial; pero ya tendría perdida media batalla.
Aunque con Ángela, ella sabe que soy pésimo para las avenidas, calles y jirones. Malísimo para la ubicación.
Una vez me perdí en un laberinto de colores, es una atracción lúdica de un parque familiar, siempre cuenta la misma historia cuando ocurre un evento similar.
— ¿Te acuerdas esa vez en el laberinto? ¿Quién se pierde en un laberinto para niños? Era demasiado sencillo salir de allí— menciona con una sonrisa.
—Los colores me confundieron. No encontraba la salida y comenzaba a desesperarme— le digo con humor.
Ella vuelve a sonreír.
—Bueno, ¿caminamos ese par de cuadras para llegar al sitio de siempre? —
—Claro— le digo.
Se hace extraño que caminemos a la par sin estar cogidos de la mano. Es raro verla con otros ojos. En cualquier otra circunstancia la plática hubiera terminado repentinamente. Pues, la detendría de golpe en cualquier cuadra y dado un beso apasionado como inicio de lo que nos espera. Habría, tal vez, un tiempo en el parque y luego directo a la cama. ¡A la cama! ¡Al edredón! ¡A las pieles! ¡A comernos a besos durante el resto del tiempo!
Pero caminamos. Lentamente. Sin vernos los rostros. Con el camino en frente, viendo la acera y los alrededores, no a nosotros.
—Y, entonces, ¿Cómo estás? — Le hago la pregunta del millón. La que reanuda la charla, descongela el hielo e introduce una llave en su vida.
—Bien, gracias, ¿Y tú?— Responde con apatía.
—De maravilla. Todo muy bien, ya sabes, dedicándome a lo mío. Viviendo y escribiendo. Escribiendo y viviendo. Vivir y escribir es mi día a día— respondo dándome cuenta que mi última frase fue algo estúpida. El sentir real es grandioso, pero la analogía algo corta, tal vez útil para un rap de medio pelo.
Ella sonríe.
Me mira por primera vez en minutos. Sus ojos verdes siguen preciosos; pero no logra hipnotizarme.
—Ángela, ¿a qué se debió tu llamada? — Le hago la pregunta vital. Pude haber esperado al parque, seguir hablando de vivir y escribir; pero quería hacerla de una vez porque me mata la intriga.
—Emulando tu frase, quiero que hagamos las paces— dice y su rima parece mucho más cómica y bonita que la mía.
Es entonces cuando arroja una sonrisa y todo se pinta color arco iris.
Pero, ¿Por qué sentirme tan bien con su mirada? ¿Acaso el sello final de un amor lleno de infinidad de situaciones versátiles me da esa calma? O ¿Es que sueño despierto con la utópica y quizá, loca, posibilidad de un reencuentro con sello de bienvenida más que de final?
Sonrío.
Han pasado casi cinco años. ¿Quién podría seguir amando?
Reflexiono.
Y llegamos al parque.
***

Frase 105

- Enamorado de una mujer que conoció en un sueño.
Un sueño del que aún no despierta.
O es posible que la realidad sea su continuación y ella solo esté como una proyección que solo sus ojos pueden contemplar.
¿Qué somos si nos dividen dimensiones?
¿Será posible amarnos así?
O tal vez deba decidir donde estar.
Pues, lo haría sin pensar.
Dejaría esta vida por ti.
Dejaría de ser real para existir en una fantasía.
Estaría dónde estás.