Mi nuevo libro

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domingo, 31 de marzo de 2019

Cosas de escritor

- Como escritor, disfruto hilvanar textos fusionando la realidad con la imaginación; pero creer que las personas que formaron parte de mi vida solo existen en mi literatura, es un grave error. 
Mírala. Preciosa desde todos los ángulos asaltando mi vida con esa sonrisa malévola y perfecta; maquinando cada movimiento en su mente siniestra sabiendo que esa explosión de risa me dejara inmóvil. Tal vez, producir nerviosismo total y acalorar mi cuerpo. 
Conoce perfectamente mi actual condición; pero quiere oírme decir: Ando soltero, trabajando en lo mío y disfrutando la vida.
Lo sabe; pero le gusta escucharlo para corroborar. Conoce mis mentiras, mis técnicas para despistar, mis palabras de diccionario, mis ademanes y esos toques galantes que realizo para acercarme; pero como le encanta que lo haga, como ese acercamiento para besarla, como ese ‘te voy a besar como la primera vez’ que suelto repentinamente para querer fomentar un impulso persuasivo. Soy un cretino, no compito contra esta dama que ha venido, disque, casualmente, a hacerme entender que tiene la capacidad de enamorarme cuando se le dé la maldita gana. Y si, lo logra, lo hace, me desarma, destruye, devora, encandila, mata y revive con un beso. No, no como la primera vez. Sino, como ella lo quiso: Como uno de una noche.
Y esto ocurre en la realidad porque no hubo tiempo de imaginarlo.

Raro

- Me llama un amigo diciendo: ¡Bryan, dijiste que te quedarías en tu casa! Y te estoy viendo en la barra del bar. Estoy en mi casa, echado en mi cama, le respondo y mando una foto mostrándole el tatuaje de mi trasero. Enseguida, ante mi asombro y para calmar mi risa, responde: Entonces porque te estoy a un paso de ti.
Por eso, tengan cuidado con lo que ingieren. Ese asunto de consumir drogas, otorga daños secundarios, pienso y cuando estoy a punto de dejar el celular para dedicarle atención a la película, me llega una imagen.
Un tipo idéntico a mí con una mujer, que, curiosamente, me resulta potencialmente conocida, está tomando un vaso de ron y haciéndole ademanes mientras le cuenta algo.
Qué extraño, eh.
Juro que estoy en mi casa viendo un film de JLaw y a punto de quedarme dormido para soñar con ella.
Qué altamente raro.

lunes, 25 de marzo de 2019

La llegada (a casa)

- Llego a casa, introduzco la llave muy despacio, giro el pomo sigilosamente, un crujido intenta evidenciarme; hago un alto, asomo una mirada sagaz para ver sombras en la oscuridad y empujo para abrir por completo.
De pronto, se encienden las luces. En frente, sentadas en el mueble principal se encuentran tres personas que comparten el mismo corazón.
Mi mascota, mi vieja y la pequeña princesa repartidas en tres tajadas del sillón guinda que compré para que leyéramos durante los primeros vestigios de la noche.
Mi madre pierde la carrera, no tiene tiempo ni siquiera de alistarse; la perrita avanza a cuatro patas con natural rapidez; pero la doncella, en un acto divertido y muy picón, le cierra el paso haciendo que se despiste e impacte contra el otro mueble como si fuese una esponja.
Sus pasitos de porcelana llegan a la meta. Estoy inclinado de tal forma que logra caber por completo en mis brazos. La oigo decir cuánto me quiere y ha extrañado en un palabreo que se confunde con las caricias que me otorga y le planto un beso con sabor a también te he extrañado, preciosa, en esas cálidas mejillas que acaricio cuando la veo dormir. Se mantiene impregnada en mi piel, me levanto llevándola por lo alto de la sala como todas esas mañanas, tardes y noches de los doce meses en los últimos años.
Claro que la mascota rasca las piernas en señal de atención, con una mano despeino su pelaje y le hago un sonido para que su cola siga moviéndose, todo esto lo observa mi vieja mostrando una sonrisa y después con una risa. Le pide calma al hijo perruno pero hace caso omiso, la pequeña doncella aprieta el cuello para no zafarse nunca y yo avanzo hacia el mueble para sentarme un rato a descansar luego de un largo trajín en bus y avión con la piel bronceada, una maleta gigante que por fin he dejado en el umbral y ganas tremendas de acostarme en una cama para prender la tele junto a mis amores y disfrutar del resto de la tarde en abundante ternura.
Pero antes, me riego en el mueble, la princesa comenta sus quehaceres en los días anteriores mientras juega con mi rostro, al fin la mascota ha caído en mis piernas y lame la cara. Ambas juegan conmigo demostrando su afecto, mi vieja observa y deja caer su mano en la rodilla como quien dice o piensa, dejaré que ellas te disfruten. Yo ya lo hice por miles de años. Se levanta con una sonrisa y pregunta si tengo hambre, elevo la mano en señal de acierto y avanza hacia la cocina, en el camino escucha ‘te traje algunos regalos’ y veo que sonríe mientras sigo atendiendo a dos seres llenos de amor en decibeles estratosféricos que no tienen deseos de dejarme.
Y aquello, me fascina.

Fin

domingo, 24 de marzo de 2019

Un día cualquiera en este marzo

—Jennifer Lawrence, ¿quieres ser mi novia? —, — ¡Por supuesto! — Nos besamos de inmediato como dos seres desesperados por anclar en esta vida y dejar que todo el amor fluya en su camino.
— ¿Qué suena? — Pregunta confundida interrumpiendo al beso. ¿Es un temblor? Le temo a los temblores, añade enseguida recostándose en mis enormes brazos.
—Tranquila, yo te voy a cuidar, preciosa— le digo clavándole un beso en su cabellera rubia.
— ¡Temblor! ¡Temblor! — Grita el desquiciado vecino. Abro los ojos, veo el techo blanco de la habitación, siento un enorme fastidio en mi interior, me levanto de golpe de la cama, acerco a la ventana y grito: ¡Oye tigrillo! ¡Vas a crear la histeria colectiva! Y eso mata más personas que los sismos.
Más calmado vuelvo a la cama, me siento al filo y reflexiono sobre el sueño.
— ¿Por qué solo en sueños puedo tenerte? — Pregunto con voz de melancólica que llega a sonar ciertamente graciosa. Enseguida, me meto a la ducha.
El agua helada me despierta por completo, abro las cortinas tras vestirme dejando que el señor sol ingrese y enciendo el televisor para ver un documental de historia o astrología antes de salir rumbo a la maestría en la universidad.
No veo noticias. Las matanzas, estafas, robos y demás me tienen harto, prefiero vivir en una burbuja que andar irritado y estresado por lo que los presentadores comentan.
El mundo es casi una mierda, de eso estoy seguro; pero día a día intento pintarlo de color positivo con mis acciones. Debido a ello, le doy de comer al gato, lo llaman Gatosaurio, le doy de comer a Dolly, le digo mi amor, y después, preparo el café.
Tomando café veo un documentan de treinta minutos sobre planetas extrasolares, es muy interesante y didáctico. Tal vez, no nosotros; pero sí nuestros nietos o los nietos de ellos irán a colonizar otros mundos. Esto parece sacado de la ciencia ficción; pero lo mismo decían quienes leían a Julio Verne. Todo es inevitable.
Soy adicto al café, tengo un enorme pote de café directamente de Chanchamayo (la verdadera tierra del café) y puedo beberlo tantas veces quiera; pero le meto dos tazas para empezar el día con una actitud recontra desenfrenada. Tal vez sea por eso que escribo, leo, vuelvo a escribir, mando audios, camino veloz, hablo con todo el mundo y sigo haciendo lo mismo con fenomenal rapidez durante toda la mañana, pues, me mantengo terriblemente activo debido a mi bebida negra.
Acaba el documental, me siento con mayor conocimiento, adhiero más sabiduría a mi mente, pienso en, ¿con quién carajos voy a hablar de esto? Y luego, tras una risa y lamentando la muerte de mi camarada Hawking, me alisto para salir de casa.
De repente, un mensaje: Recoge a la pequeña hoy.
Motivo para sonreír.
Me peino frente al espejo, roseo perfume en la piel del cuello y tras volver a sonreírle al sujeto agradable del frente cojo mi maleta (que a veces suele llevar otra cosa que no sea un cuaderno) y cierro mi habitación para salir de casa sin despedirme de nadie; pues, esto de vivir solo a veces es una completa desolación. Sin embargo, adoro que sea así.
Subo al auto, enciendo, sintonizo unas canciones geniales como ‘Vive la vida’ de Coldplay y empiezo la monumental travesía hacia la universidad no sin antes encontrarme con el chibolo de siempre que veo en la esquina esperando su movilidad escolar junto a su hermano y madre, el tipo todo el tiempo viste de buzo, sujeta una pelota pegada a su cuerpo y viste llamativas zapatillas deportivas, me recuerda a un sujeto que conocí hace unos veinte o más años, un tipo que amaba tanto el fútbol que incluso soñaba con jugarlo en una liga importante del planeta. Pienso que ese muchacho va a llegar lejos, a menos que decida meterse a estudiar Derecho y sea uno de esos cientos de miles abogados, de hecho, tengo como a cincuenta en mi WhatsApp, ni que decir de mis redes. En fin, espero que sea un buen 9.
El tráfico de Lima está hecho para darle trabajo de los psicólogos, psiquiatras o terapeutas masajistas. A veces pienso que debería vender el auto y comprarme una máquina que me teletransporte (y si aún no existe) tal vez tener un enorme drone que me lleve. Bueno, caeríamos juntos porque peso como 80 kilos.
Aunque, si llego a ser realista, tal vez prefiera el metro o el bus, así podría estresarme menos. Pues, pondría música o leería un buen libro mientras que el chofer y cobrador se agarran a gritos con los demás.
Una chica preciosa acaba de cruzar la pista en verde. Solo porque es bonita nadie le dice algo, yo quiero decirle: Muñeca, por favor, ¿puedes esperar a que sea verde? Pero seguramente me mostrará el dedo del centro bien abierto. A veces la gente anda enojada y apresurada por todo. A veces pienso que los trabajos valen más que la vida. La gente suele estar muy loca.
Canta Alejandro Sanz, curiosamente, ‘La fuerza del corazón’. Me relajo, me siento tranquilo, es como si toda una ola de buena vibra me asaltara de pronto, estoy tan calmado que olvido avanzar. Un tipo me toca el claxon como si estuviera colocando su ira en ese botón. Avanzo, se pone a mi lado y veo su rostro furioso vocalizando puteadas. No tengo ganas de responder, prefiero andar fresh y sin problemas. A veces pienso que la gente lanza su ira a todos porque estamos todos locos.
Al fin visualizo Plaza San Miguel, de hecho, uno de mis lugares favoritos, ¿he contado que tuve una novia que vivía por aquí y con quien solíamos pasear por los alrededores disfrutando de los días de semana con suma paz y tranquilidad? Era de las mejores novias que he tenido. A veces pienso en ella, en su forma de ser, en su forma de proceder, en su trabajo, en sus sueños, en cómo me quería, en cuanto me amaba, en todo lo que hacía porque estemos bien. En que fui un idiota. Y en fin.
Eran tiempos diferentes, yo era distinto, yo no era este de ahora, yo era alguien totalmente desigual; pero son otros cantares, ¿no? Hoy este texto es sobre mi mañana de un lunes cualquiera.
Llego a la universidad, estaciono como Racer X y me bajo con una pasividad increíble a pesar de estar a pocos minutos de comenzar la clase. Resuelvo comprar un café para llevar, otro, sí, otro, y camino a paso casi lento hacia el salón.
Abro la puerta pidiendo permiso y saludando a la maestra, las personas me miran entre sonrisas y murmuros como escolares, les devuelvo una sonrisa y me adentro.
Presto atención a todo lo que dice sin usar mis cuadernos. Generalmente los apuntes los desarrollo en la cabeza y alguna que otra idea pequeña la anoto. Apunto palabras, no argumentos.
De repente, una llamada. No contesto, obvio; pero enseguida recibo un mensaje: A las 12 vas a recoger a la bebe. Sonrío viendo el celular y cualquiera que me viera sabría o imaginaria que estoy mirando una charla con la novia o esposa; pero no es así, es mucho mejor que eso.
El tiempo que trascurre después es como si estuviera en una nube de conocimiento y pensando en los próximos sucesos maravillosos.

Fin

lunes, 18 de marzo de 2019

Contigo

- Contigo se enciende la antorcha de la oscuridad.
Coincides con mi vida pero me avientas a la muerte en la tormenta de tu cuerpo.
Detienes el mundo en un beso y el tiempo en un abrazo.
Aniquilas complejos cuando sonríes y florece el piso con tu caminar.
Coges mi mano y me adentras en la naturaleza de tu cándida vida haciendo que me vuelva el núcleo de tu universo.
Vienes y vuelves todo lo que tocas en material literario.
Me haces poeta y en la eternidad de los textos se hallan tus virtudes.
¡Le robaste la luz a París!
Acusaron a Prometeo de robar el fuego cuando sé que lo adheriste a tu piel, por eso ardes como el sol en el Sahara.
Dos cometes chocaron para crear tus ojos y un manantial de Sudamérica se halló en tu boca.
Emerge medicina de tu aliento y haces florecer con tus caricias frutos como en el jardín de las Hespérides.
Vencería a Goliat, el Kraken o Mefisto por solo tenerte; navegaría con las tempestades que casi ahogan a Odiseo, por solo mirarte. Iría en busca del antídoto que enloqueció a Ponce de León para tan solo verte beberlo.
Le quitaría el imperio a Octavio y la corona en navidad a Carlomagno únicamente por acercarme a tu piel.
Tu aura protege este medio ambiente infernal y tu sola presencia entrega dicha inmaterial al vasto universo.
Cuando te veo soy como Magallanes contemplando el Amazonas. Contigo me pierdo en la China emulando a Marco Polo y te consigo lo exótico de lo profundo del Asia solo por cautivarte.
Para llegar a ti tuve que domar al centauro, cruzar Los Alpes como Aníbal y lograr eludir a las bulliciosas sirenas.
Diría que eres el espiral de mi vida; pero prefiero que seas mi Santo Grial y yo el templario que te rescata y cuida de los mortales traidores.
Moriría en Acre por ti y aunque no reviva al tercer día, te veré desde arriba.
Diría que eres la luz de luna de mi planeta; pero eres el núcleo solar de mi Vía Láctea.
Diría que eres mi inspiración constante; pero te llamo poesía en estado puro.
Y si todo lo antes dicho fuese poco, endulzas el café.
Fin

Desolación

- No hay ángeles en el cielo, hay sangre de tu vientre en el edredón.
No existen los Campos Elíseos, hay una sala de emergencias donde te espero.
Vivo de recuerdos borrosos acerca de sucesos que creí vivir. 
Me amarga saber que estoy volviéndolos a perder.
Y mientras tanto, en una camilla te encuentras andando. Aprieto tu mano y junto a médicos arribo contigo. Una oración sale de tu boca, las maldiciones de la mía. Sabemos que el clima es oscuro, pensamos en todo lo vivido hasta esa fatídica noche; yo no creo en seres celestiales que vienen a curar males mortales; pero tus ánimos dictan una esperanza abstracta para mí que enfatizas apretando mi mano y llorando poco antes de entrar al quirófano.
Si hay un Dios sobre las nubes, este nos abandona todo el tiempo para jugar a las cartas.
Pateo el tablero cuando no te veo, aprieto el puño tan fuerte para sentir crujir los huesos; odio a los seres luminosos que rigen el universo, detesto a los dioses en sus barcas celestiales y ruego clemencia como un inofensivo humano ante lo desconocido, ante lo inexistente, en busca de un antídoto para tanta angustia.
Nadie escucha. Nadie está aquí.
No hay esperanza, hay desolación en decibeles diabólicos.
No hay sueños, hay recuerdos que aparecen imaginarios.
Resguardo la mirada detrás de una palma y no existe palabreo humano que desate la calma. Y no hay clamor gentil que apacigüe el dolor de las entrañas.
Mandil blanco se acerca, comenta lo sucedido con fríos detalles, escabrosa facilidad para aniquilar los sueños de seguir viendo la danza perfecta de tu vientre al ritmo de un cantar y ese palabreo sublime de una madre enamorada que le hable a un ser interior con cántico clamor.
Ya no existen los sueños más poderosos que decíamos tener, que nos contábamos antes de dormir tras escuchar el sonido de un vientre elevado como montaña que resuena como grillo en la noche cada vez que tocamos con suavidad la delicadeza de su cima alucinando mutuamente que pronto veremos un pequeño andar cuyos pasos de porcelana se harán notar en la planicie de nuestra sala que será similar al universo ante su mirada.
Una puerta se abre, su luz se ha apagado. Espinas perforan su piel, se observan las líneas de su débil palpitar y un beso le clavo en la frente añorando que despierte en nuestra cama un día antes a esta maldita tragedia.

Fin

Felizmente que

- Hay cosas que uno nunca olvida a pesar del tiempo de ruptura, tales como el número de celular o la dirección de su casa.
Me detuve en el 665 de la calle Los Alcanfores, hasta entonces no me había preguntado, ¿Qué demonios es un alcanfor? Tampoco lo hice en ese momento, lo haría después, sentado en una sala de emergencia esperando al doctor que esté dispuesto a atenderme en lugar de andar parloteando entre sonrisas con la enfermera.
Aquí es, pensé sin nervios, pues, los había dejado en la cama.
Resulta que al amanecer abrí los ojos con una sola idea en mente: Ir a buscarla.
Mientras la lluvia de la regadera acicalaba mi cuerpo tatuado la idea tomaba forma con decisión y convicción, pues, el mercenario corazón le sacó la vuelta a la mente, para palpitar por ella una vez más.
Salí de casa sabiendo que la encontraría regada en el mueble viendo la televisión o acostada sobre la cama leyendo alguno de esos libros que tanto le gustan. Anhelaba ver el mío en algún rincón del escaparate deduciendo que sabría que algunos cuentos reflejan quienes fuimos.
Yo estaba seguro de que la empresa de reconquista sería un éxito rotundo; pero no contaba con su actual mudanza. Pues, al llegar, el portero me dijo que la señorita Benavides Flores, se hallaba ubicada en el otro edificio, el cual, curiosamente y no lo pensé en ese entonces porque uno se nubla totalmente cuando anda enamorado, llevaba el número 666. Una particularidad única que estaba a punto de llevarme al desastre.
Claro que en ese momento no pensaba en ningún punto en contra. Yo sabía que ella todavía pensaba en mí porque suele mirar los estados de mi WhatsApp y le da like a algunas de mis publicaciones. El solo pensarlo me daba energía para seguir el camino, ahora, rumbo hacia el lugar contiguo.
Lo primero que hice fue dar un buen respiro y enseguida tocar el timbre. Saldría, me miraría, se sorprendería, daríamos un abrazo y todo terminaría en un beso apasionado que conduciría a la cama, derribaríamos los libros y haríamos el amor a placer sellando el retorno.
Todas esas seguridades tan grotescas y hasta un punto ciertamente arrogantes eran basadas en el hecho de haberme dado dos likes el día anterior y visto mis últimas publicaciones en el WhatsApp (incluyendo una foto donde salgo con el torso descubierto).
Ella salió.
Me recibió confundida y con una pregunta humorística: Flaco, yo no he pedido pizza esta mañana.
Cerró la puerta con brutalidad como se lo hacen al cartero.
Me sentí confundido. Y también un tanto idiota.
Volví a tocar.
Quiso cerrar; pero detuve la puerta. Fue extraño, yo nunca haría algo así; pero en ese tramo de tiempo, lo hice. La vi y se hallaba diferente, más calmada, como queriendo escuchar.
Le dije: ¿Podemos hablar? Al menos dame diez minutos.
Ella conoce mi palabreo, sabe que me gusta hablar. Conoce que soy escritor y que las palabras simplemente salen y salen y no dejan de salir; pero también sabe que si tienen respaldo, valen la pena. Y yo adoro el respaldo.
Hablé muchísimo y viéndola a los ojos, claro que las palabras salen y van a caer a sus extrañas acoplándose a ellas y todo ese asunto romántico que hoy descifro como si se tratase de la circulación sanguínea.
Sonrió. Y sabía que era el momento preciso para atacar. Y le di un beso. Lo aceptó, lo siguió, entramos, caímos sobre la cama y el maldito control remoto me dio un golpe en la espalda; pero me contuve, más ella no. Ella tenía algo que decir.
Al tiempo que se acomodaba el cabello mientras seguramente pensaba las palabras, yo miraba los alrededores en busca de los libros. No los encontraba y me preguntaba, ¿Dónde están los cientos de libros que tiene? Era raro, ella es una de las lectoras mas acérrimas que he conocido y fue más extraño ver en la tele un programa de talk show en lugar de uno cultural. En definitiva, lejos del físico, no se trataba de la misma mujer. Ella no haría bromas estúpidas y tampoco vería esa clase de programas.
Raro; pero cierto, dentro del contexto en el que cuento esto, me dejó de gustar, aunque ya me encontraba en una situación compleja, de hecho, muy, valga repetir la palabra, extraña.
Enseguida, antes de que pudiera decir algo, alguien tocó la puerta. Era lo que faltaba.
¡Es mi padre! ¡Rápido, metete debajo de la cama o en el closet! Arremetió.
Oye, pero, tu viejo es demasiado buena gente; además, yo le agrado y siempre hemos bebido vino juntos hablando de todo un poco. No va a decir algo viéndonos, al contrario, se va a alegrar, le dije con confusión.
Fue curioso como las palabras salieron tan veloces pareciendo impactar lentamente en sus oídos y los pasos que se hallaban cerca parecían todavía seguir cerca.
Me escondí en el closet, era pequeño; pero podía caber.
Dentro me hice una pregunta, ¿Qué demonios estoy haciendo aquí?
Y la respuesta se vio cuando vi que se arrancaba los cabellos luciendo su verdadera identidad, la de una mujer de pelos cortos y oscuros y quien sería su padre era un tipo gordo y alto, quien nunca antes había visto en mi vida.
Froté mis ojos creyendo que era un sueño y cuando volví a mirar me sentí atrapado en una pesadilla, encerrado en un closet mientras dos personas comenzaban a tener relaciones sexuales. Claro que esto parecería totalmente normal, en algunas ocasiones he visto a mis camaradas tener desfogues sexuales en lugares en los que he entrado por casualidad y visto, por ejemplo, un baño. Yo yendo a orinar, abro la puerta y contemplo una situación, lógicamente me mato de la risa y cierro con rapidez; pero esta vez era distinto, porque ella se colocaba una especie de cinturón con un miembro grande y negro de jebe y le daba al sujeto que repartía placer a carta cabal. Y entonces, su rostro, esa cara gorda y flácida, se me hizo conocida.
Soy de los tipos más fetichistas que existen; pero pensar en que ella, era mi ex novia y yo la amaba y fui a buscarla por esas razones y luego verme envuelto en un contexto toxico y nuevamente, repito, raro; me hacía sentir totalmente inconforme e incómodo. A años luz de sentir calentura. Y si fuera así, no lo diría.
Ellos se fueron a la ducha. Allí hicieron, creo, que lo mismo. Aproveché el tiempo para salir del lugar, caminé con rapidez hacia la puerta; pero estaba cerrada, en ese momento, presioné un objeto en el piso que hizo un gruñido y el tipo salió y me vio con ojos de furia para enseguida gritar: ¡Un ladrón!
Aquí y por última vez voy a usar la palabra: extraño. El tipo sacó un arma del baño, ¿Quién demonios tiene una escopeta en el baño?
El primer disparo dio en un cuadro donde llamativamente ella y yo estábamos en un monte de nevado, luego se preparó para lanzar otro; pero fui yo quien se lanzó desde varios pisos.
Abrí los ojos, estaba con hielo en la cabeza, las rodillas raspadas y viendo en Google: ¿Qué son los alcanfores? Miraba al médico que hablaba con la enfermera y en la mente decía: Oye cabrón, ¿me atiendes?
Él miraba, se acercaba y decía: Listo, te caíste de un edificio, solo debes de tomar paracetamol. Y se iba para seguir coqueteando.
Recuerdo haber salido del lugar y regresado a casa adolorido. Entrado a mi habitación y visto a mi ex novia, quien no estoy seguro si fue mi ex o no, regada en la cama y diciendo al verme: ¿No tienes ganas de hacer el amor?
Abrí los ojos.
Era un sueño, digo una pesadilla.
Empecé a reír.
Busqué su nombre en Facebook pero no lo encontré. Era una ex que nunca fue ex, alguien que jamás conocí.
A veces me sorprenden los sueños.
Se lo acabo de contar a mi psiquiatra y su respuesta fue aterradora: ¿Sabes? A veces los sueños sueltan secretos reprimidos.
He vuelto a abrir los ojos. Esta dentro de un sueño que me atrapó en otro sueño.
Son las seis y media, voy a escribir que no quiero dormir.
Que suerte que solo fue una pesadilla.
Fin.

martes, 5 de marzo de 2019

La llegada

- Llego a casa, introduzco la llave muy despacio, giro el pomo sigilosamente, un crujido intenta evidenciarme; hago un alto, asomo una mirada sagaz para ver sombras en la oscuridad y empujo para abrir por completo.
De pronto, se encienden las luces. En frente, sentadas en el mueble principal se encuentran tres personas que comparten el mismo corazón.
Mi mascota, mi vieja y la pequeña princesa repartidas en tres tajadas del sillón guinda que compré para que leyéramos durante los primeros vestigios de la noche.
Mi madre pierde la carrera, no tiene tiempo ni siquiera de alistarse; la perrita avanza a cuatro patas con natural rapidez; pero la doncella, en un acto divertido y muy picón, le cierra el paso haciendo que se despiste e impacte contra el otro mueble como si fuese una esponja.
Sus pasitos de porcelana llegan a la meta. Estoy inclinado de tal forma que logra caber por completo en mis brazos. La oigo decir cuánto me quiere y ha extrañado en un palabreo que se confunde con las caricias que me otorga y le planto un beso con sabor a también te he extrañado, preciosa, en esas cálidas mejillas que acaricio cuando la veo dormir. Se mantiene impregnada en mi piel, me levanto llevándola por lo alto de la sala como todas esas mañanas, tardes y noches de los doce meses en los últimos años.
Claro que la mascota rasca las piernas en señal de atención, con una mano despeino su pelaje y le hago un sonido para que su cola siga moviéndose, todo esto lo observa mi vieja mostrando una sonrisa y después con una risa. Le pide calma al hijo perruno pero hace caso omiso, la pequeña doncella aprieta el cuello para no zafarse nunca y yo avanzo hacia el mueble para sentarme un rato a descansar luego de un largo trajín en bus y avión con la piel bronceada, una maleta gigante que por fin he dejado en el umbral y ganas tremendas de acostarme en una cama para prender la tele junto a mis amores y disfrutar del resto de la tarde en abundante ternura.
Pero antes, me riego en el mueble, la princesa comenta sus quehaceres en los días anteriores mientras juega con mi rostro, al fin la mascota ha caído en mis piernas y lame la cara. Ambas juegan conmigo demostrando su afecto, mi vieja observa y deja caer su mano en la rodilla como quien dice o piensa, dejaré que ellas te disfruten. Yo ya lo hice por miles de años. Se levanta con una sonrisa y pregunta si tengo hambre, elevo la mano en señal de acierto y avanza hacia la cocina, en el camino escucha ‘te traje algunos regalos’ y veo que sonríe mientras sigo atendiendo a dos seres llenos de amor en decibeles estratosféricos que no tienen deseos dejarme.
Y aquello, me fascina.




Fin