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sábado, 18 de noviembre de 2023

Chatín

- Su hidalguía se mofaba de su anatomía. Era grande a pesar que encaja en un rincón. Solía estar tiernamente inquieto en una caricia sana y locuaz ante los némesis de la calle. Amó a alguien de excelso tamaño con su advenediza personalidad pudiendo robarse el cariño de una casa lejana. Relatan que los seres de luz reciben afecto a donde quiera que vayan alejados de una casa ingrata porque los corazones nobles corresponden a almas puras. Solía abrir el hocico para capturar atenciones en un enérgico movimiento de cola que culminaba en una mano sobre la nuca, la barriga o la mandíbula. El alimento lo acogía después, devoraba desesperado por obra de un hambre feroz, por causa de un estómago ligero, prócer de dueños nefastos que nunca supieron valorar su existencia, que no tuvieron ojos en el alma para mirar más allá de una cara extraña. Pues, caracterizarlo de lindo era difícil, razón por la cual, siempre se logró amar, es que el amor es oxígeno de seres brillantes que deambulan sin arribo, despejados de sus patrones, eximidos de un respeto, y cobijados por suerte en hogares donde sí aprecian su efímera existencia. En sitios cálidos donde se entiende sin ciencia, solo por bondad, que amar a un sabueso es el fruto de la nobleza, aquella que engendra el alma sin nombre, y el corazón sin culpa. Los animales nunca tienen la desdicha de tener paupérrimos hospederos que los presumen en collares y agobian en áticos. Cuando Dios creó al hombre y lo vio tan débil decidió dibujar al perro para acompañarlo.
Chatín, un nombre acorde a su cuerpo, más nunca a su ferocidad, llegó a casa un julio de lluvia torrencial huyendo de la trágica vida debajo de una mesa a oscuras en el fin de un sitio empobrecido de afecto. Al inicio, cayó cristalina su melena cobijado en el rincón del umbral a la espera de alguien capaz de abrirle la puerta para regocijarse en calor. Era tímido; todavía sin mostrar su verdadera nula cordura, entrando a casa para acomodarse al filo de un mueble gris que le propició un lugar donde no recibir las aguas del cielo. Tenía la cara esquiva, metódicamente extraña como si al dibujante de su anatomía se le hubiera escapado el lápiz, la piel blanca, jamás como la nieve, siempre con los estragos de la calle y su suciedad, tal cual, sus muelas perdidas abiertas para los bocados más particulares de la mesa, nunca indispuesto a comer, pues, él, era incluso capaz de devorar panes con mantequilla, pasando por camote, carnes y, por supuesto, pescado.
Fue adoptado a medias debido a su ímpetu por vivir en las afueras, esa naturaleza rara por abandonar cualquier casa para incursionar en las aventuras de la frenética calzada, dispuesto naturalmente a rebuscar en los escombros de la pálida sociedad algo que nadie ha logrado entender, hallando a su vez, a enemigos mortales por obra de su caliente temperamento.
Chatín solía deambular por un mercado cercano cada vez que escapaba de casa luego de devorar los alimentos necesarios para la incursión natural de su enigmático viaje a un destino incierto. Él quería, a como dé lugar, salir por los desconocidos recorridos del laberinto de afuera a pesar de las vicisitudes altamente peligrosas de un mundo inhábil para con el cuidado de los seres de cuatro patas. Anhelaba, sin el entendimiento de la restricción necesaria, ir en busca de una vida rítmica en parafernalia peleonera como si la contraparte a su aspecto dócil y tierno fuera el hecho de querer hallar líos, esquemas vagabundos y situaciones peligrosas que, a mi parecer, nunca comprendió lo difícil que eran. Pues… solo vivía.
En los compendios del mercado, tenía un archienemigo, un enorme sabueso de múltiples razas, vigilante del planetario de vegetales y frutas, destinado a morir entre tales laberintos, un cancerbero del mercado negro cuando la noche apremia, un perro con garras filosas, dientes gigantes, cuerpo musculoso y rabietas feroces, un ser que nunca conoció el amor, solo el desenfreno, el odio y el coraje, razón por la cual, jamás se le vio con una caricia, y debido a ello buscaba motivos para morder, tal vez, por ello, andaba anclado a una cadena tan gruesa como sus piernas siendo liberado únicamente cuando los comerciantes se iban y el local podría ser atracado; aunque nadie podría ser capaz de entrar a sabiendas que ese monstruo andaba suelto. Sin embargo, Chatín no le temía, jugaba a ser el héroe o el idiota, lidiando con su actitud viajera y ese afán de reyertas, poniéndose cuerpo a cuerpo ante el ser más terrible del sitio.
Los ladridos solían ser débiles, mordiscos ligeros, mirada penetrante, ¿Quién sabe cuál habrá sido la historia de aquellos dos enemigos mortales?
Que destinados a una batalla final estaban como si los matices de la vida misma se juntaran para atraparlos en un último combate, en un imperioso deseo, totalmente insano, de asesinarse.
Una vez comprendí que tanto desamor por parte de sus verdaderos dueños le dejaron un estigma de coraje en el interior, y por tal suceso en su corazón, creyó despertar de noche, partes que no mostraba en el hogar que lo adoptó. Él deseaba la lucha, la riña y la locura cuando el mundo dormía, cuando las calmas parecían perpetuas, cuando los alimentos se hallaban en la barriga y cuando la cama no era su sitio acostumbrado.
Creo que, Chatín tenía una duplicidad dentro de sí, el ser gracioso, divertido, dócil y tierno, y el ser laberintoso, desquiciado y frenético. Ambas dualidades, pronto, llegarían a un colapso.
Hubo un romance, se enfrentó a su inevitable compromiso con Dolly, con quien convivía como un matrimonio en el presente, entre lucha libre y complicidad, entre peleas por la comida, y juegos amatorios en las esquinas, entre poses para la fotografía y ladridos estruendosos, así como las parejas se aman en un eterno pasión – rencor que hemos normalizado en la sociedad ignorando que también se trata de animales.
La vez que se pegaron no estuve, dicen que fue a hurtadillas, jamás se corroboró el ligue ideal, Dolly nunca manifestó pruebas de embarazo y ante la supuesta disciplina de no tener más animales, le dieron un antídoto ante cintas. Al parecer, el romance sería puramente sexual, mas no con correspondencia en crías. Presumiblemente bien porque el mundo es una carta al azar cuando se trata de adoptar cachorros.
Además, el vertiginoso Chatín, tenía una cita final con el destino.
Cuando las vías del destino se encienden y las luces te señalan el recorrido, uno asienta y acepta su porvenir. La noche de un viernes trece, se oyeron voces en las afueras de la casa, un repertorio de gritos agónicos, lisuras y desespero llegaron en coro a mis oídos. No quise salir. Sabía que algo había ocurrido. Que la muerte al fin, nos tocaba el timbre.
La batalla final traslució por completo. Dos enemigos mortales compuestos por un mismo objetivo, matarse a sí mismos. Era imposible luchar contra la naturaleza, no tendría sentido pensar en evitarlo, hubiera sido aquel viernes o en unos años, habría ocurrido alguna vez. Se enroscaron en un poderoso desnivel emocional y de adrenalina, dicen que fue brutal, tanto que ni siquiera un autor de horror sería capaz de descifrar. Literal, se acribillaron.
El can murió en el sitio donde nunca salió. Chatín tuvo tiempo de caminar a paso cansino hacia el umbral donde durmió aquella noche de lluvia cuando por primera vez se asomó y se dejó caer escondiendo con su pelaje una herida de gravedad.
Es curioso pensar que nunca vimos el cadáver, no hubo misa y tampoco entierro; quizá, se desvaneció en destellos de luz, el polvo de estrellas o en brisas de primavera, en aquello en lo que se convierten los puros de alma.
Y, unos meses más adelante, como tantas otras veces sacándole la vuelta a su idiosincrática forma de ser, Dolly dio a luz, y una hija de nombre Sofi, carga con el aspecto como reflejo en un lago, del perro tildado Chatín, cuyo ladrido es el eco de cada alba.

Fin



viernes, 3 de noviembre de 2023

Santino: Primer año.

La luz de luna se halla en el iris de tu mirada,

Y los hilos de las capas doradas de dioses cuelgan de tus cabellos.

Es multicolor tu aura, y mágica como un cuento tu existencia prístina.

Asomas de repente por una vida mostrando el sendero con brillo

Y emerges un renovado amor dentro de un corazón aventurero

Que le puso fin a mil y un historias…

Para escribir la obra maestra junto a ti.

Todavía es imposible descifrar el soneto de tu risa,

Aunque poetas intentan escribir sobre tu sonrisa.

Y es estéril recordar cómo era la vida sin ti

Porque de repente los días se pintaron del color de un alba

Dentro de una eterna primavera

Y las noches se convirtieron en jornadas de inspiración perpetua.

Quiero decirte, hijo, que nunca voy a dejar de sujetar tu mano,

Y a pesar que el mundo sea un vidrio roto,

Te voy a mostrar los lados opuestos

¡Para que puedas anidar con alegría en esta vida!

Tus pasos de porcelana por la planicie de mi casa

Dejan huellas imborrables como playa en el cielo

Y la melodía de tu carcajada inocente

Es el fruto de cuanto amor he plasmado en ti.

Un día como hoy, hace un año atrás, viste la luz del atardecer

Y me enseñaste a amar sin distinción ni restricción.

¡Eres el humano más perfecto que existe!

Un escalón encima de cualquier ser llamado Dios.

Con el corazón sano como caudal de lago en un olimpo inventado

Con el alma pura como nube pintada por un infante

Con la mirada impuesta en el horizonte de la verdad.

Con el andar parsimonioso de quien tiene un destino escrito.

Con la fortuna de nacer en la cosecha ideal.

Con el ADN de tu padre impregnado.

Y con una carita feliz que me entrega años luz de vida.

Te amo, mi Santino, feliz primer año de vida.

Y que alguna vez, todos tus más locos y extravagantes sueños se hagan una realidad; 

aunque, mientras tanto, goza, ama y ríe que tu padre siempre estará aquí para elevarte.