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martes, 11 de enero de 2022

¿Qué es la vida?

Julián tiene un prontuario de estudios y trabajos tan largo como cola de serpiente, lo presume notablemente en cada una de las redes sociales donde sus fotografías en Miami están de portada y las de su querida Lima junto a una colección de amigos abrazados para la inmortal imagen decoran el perfil como fondo de pantalla. Parece que las sonrisas flotaran y los rostros cambiantes al paso del tiempo de la gente que se encuentra de lado realizan una interminable fila en los comentarios de abajo que empezaron con algarabía y al cabo de los años mutaron en angustia siempre en la misma foto.

De curioso estoy en su Facebook, me pregunto y anhelo a un Dios que desconozco; pero dictan cánones que afirma destinos, que no tuviera hijos a la espera de su llegada inacabable. Ha terminado, el hombre de la sonrisa ancha con el torso descubierto a pesar de la barriga amplia, donde acabó Jobs, Ana Cristina, Marco, mi vecino y Teresa, mi abuela, en aquel olvidado cementerio tras una enfermedad o un arrebato de la vida en un acto suicida que solo quienes gobiernan su círculo más cercano conocen.

En una revisión de clic para abajo me percato que la gerencia de un conglomerado lo había citado para el cargo y recuerdo que en una conversación con mi tía la oí decir que existen edades para los trabajos y que el mundo te consume a medida que avanzas; tras la trágica muerte de este hombre a quien por fortuitos caminos encontré en fiestas y reuniones, estrechamos saludos lejanos y tal vez impactamos bebidas, me doy cuenta de lo terriblemente equivocada que se encontraba mi pariente, ya que una pregunta, ¿Qué es la vida? Ha desilusionado a su mundo. Él, ha muerto y; aunque parezca irrisorio o frívolo, no va a volver a tocar la silla de su oficina, tampoco irá al piso grandilocuente y sofisticado que le tenían preparado, no estará más en las reuniones de fin de año, no lo volveré a ver nunca en una calle de Barranco coincidiendo un viernes a la noche.

Espero, -aunque todavía no me doy cuenta- que no tuviera hijos porque la tragedia podría ser doble o triple. ¡Diría que infinita! Y una madre soltera entristecida tendría un sendero nublado y oscuro y quien sabe que llegara a ocurrir; evidentemente, presiento que nunca las tragedias duran la eternidad; pero, realmente, ¿Qué sabemos de tragedias personales?, ¿Por qué tendría yo que afirmar que esa mujer desamparada se volvería valerosa y sacaría adelante a sus pequeños?, ¿y si solo se deprime y hunde? Espero que no; pero tampoco lo niego, pues, no sabemos lo que ocurre en otros mundos y soltamos frases optimistas para creernos fuertes cuando no sabemos lo que otros sienten. Somos empáticos, sí; pero no estamos en esa órbita.

Me pregunto, ¿A veces de qué sirve tanto artículo material si en un santiamén se termina la vida?, ¿Dónde se irán a guardar las fotos en Miami?, ¿Cuánto tiempo nos recordarán los amigos que sonríen en una reunión? Yo entre ellos, el de la izquierda, con camisa blanca y corbata suelta.

¿De qué vale tanto esfuerzo por alcanzar las más extraordinarias metas laborales y afianzar esa gerencia a los treinta y tantos que podría dejar perplejo hasta el último vestigio del apellido de una generación? E, inevitablemente; de forma, de repente, sensata y natural, colocarla en las redes como aquellas personas que asignan su profesión a perfiles banales de Instagram. Yo también lo hago, y me pregunto, ¿de qué sirve? Si, posiblemente, algún Dios no lo quiera, mañana salgo a caminar y arremeta contra mí un irresponsable y borracho chofer, a quien, le otorgan doscientos años de prisión y según los medios televisivos, mi abogado, mi familia y los lectores, se hizo justicia. Pero; ¿y dónde estoy yo?, ¿Adónde voy a parir?, ¿Dónde me levanto? Es curioso, ¿sabes? Pensar en que voy a ser destrozado en cuerpo y ‘reaparecer’ en una plataforma dimensional donde me voy a encontrar con Julián y el resto de muertos de todos los años de una larguísima vida que tiene más de 4 millones de años de existencia únicamente humana. Resulta, patético. Pues, es más fácil y directo decir que moriré y aunque me recuerden por buen tipo, a los años, el mismo mundo me consumirá. Y entonces, mi tía tendrá razón: El mundo te consume. No porque tienes treinta y no logras la gerencia; no porque tienes treinta y no tienes una pareja estable; no porque tienes treinta y no tienes un auto; simplemente porque estamos todos condenados a la mismísima muerte y ninguno de los millones de dólares (o los soles o pesos) en la cuenta de ahorros nos ayudará a salir de ese inevitable destino porque el único ser que no es corrupto es la muerte.

He reflexionado viendo el perfil de Julián, quien a mi edad, ha perecido y no intento saber las razones, ese morbo oscuro no va con mi ética, solamente observo sus reacciones tan naturales como hablar de deporte o música, subir imágenes graciosas, intercambiar comentarios con amigos y tener piropo con alguna chica.

De manera, de repente, impura, he querido buscar información sobre su pareja y me tranquiliza, entre comillas, que no tenga familia, porque esos hijos podrían quedarse nulos y a veces las tragedias de uno arrastran demasiado y peco de insensible diciendo que si murió al menos no tuvo que llevarse a más de uno consigo.

Todavía, mientras observo, me pregunto, ¿de qué se trata la vida?

No intento menospreciar los afanes vertiginosos de nadie. No confundan mis palabras con conformismos baratos, tampoco quiero hacerles perder dinero a los autores de autoayuda, simplemente pongo rienda suelta a mis manos que reflejan lo que tengo adentro.

A veces tanto esfuerzo por una meta tangible nos olvida de quienes somos, denoto un comentario en el que afirman que faltó a una celebración.

A veces de mucho de vivir en la oficina olvidamos un cumpleaños.

Yo, entiendo totalmente, los sueños de progresar y de avanzar, de crecer y de brillar; pero no ignoremos la rutina, esa maravilla que existe cada día, el amanecer o la noche, las risas o las fiestas, el amor y la amistad, las pasiones y los pasatiempos, a veces reflexiono, sobre todo en tiempos como estos, donde morir es tan normal como nacer sin histrionismos ni aforismos, porque la muerte ha asentado un reino en esta época y perdemos a muchos de la noche a la mañana y es entonces que me pregunto, ¿Qué es lo realmente importante? Matarme para lograr una meta laboral o vivir feliz sin tanto apremio. No, no intento decirte que te conformes, yo también quiero un auto de alta gama afuera de mi casa, un piso en Madrid y viajar a Egipto con mi esposa e hijos; pero no quiero olvidarme de los detalles por meterme de lleno en una meta tangible, es decir; quiero vivir las realidades más lindas y simples de la vida, esas de las cuales, no volveré a tener si Dios o Satán deciden llevarme a sus reinos.

A veces no te preguntas, ¿Qué me llevo al morir?, ¿Qué es la vida?, ¿Adónde me voy si muero?, ¿Volveré a ver a quienes dejé? Tantas dudas que no tendrán respuestas, por eso expreso mi epílogo a la reflexión:

 Vive.

Vive cada ratito con el amor de tu vida, la familia y los amigos.

No te malgastes logrando metas materiales, disfruta de lo que tienes, que quien goza de lo que tiene, no envidia nada.

Ama cada momento, el sol o la lluvia, el amanecer o la noche, la luz de la madrugada o la luna encendida, los rayos solares y la brisa del mar.

Ama a tus hijos, sus locuras, sus pasiones y sus arrebatos. Ama a tu familia, a pesar que nadie la eligió, son especiales.

Ama como nunca, sonríe por todo o por nada, las tristezas se arreglan, la bazofia de la vida se soluciona, el mundo puede estar de cabeza y la muerte reinar, pero mientras sonreímos es la muerte quien muere.

Seamos felices sin tanto y si alcanzamos sueños hay que disfrutarlos con quienes valen la pena.

Y nunca olvides que el tesoro más grande es el amor.