Mi nuevo libro

Mi nuevo libro
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martes, 30 de junio de 2015

Frase 16

- Extraño esa inocente pregunta después del primer beso.
¿Qué somos? Y curiosamente me devuelve la interrogante: ¿Qué quieres que seamos?, entonces le sujeto la mano y después de sonreír pregunto mirándola a los ojos, ¿Quieres ser mi enamorada? Acepta gustosa y retomamos el beso. 
Lo tierno irradia en que desde ese instante empezamos a caminar cogidos de la mano.
Y ese es un lindo inicio.

-Pueden comprar el libro en Zeta Bookstore de Miraflores - Av. Comandante Espinar 219. Espero que les guste y lo recomienden-.



domingo, 28 de junio de 2015

A realizar los sueños

- Me cuesta creer que exista gente que abandona sus sueños. Yo no podría vivir realizando algo que no me gusta. No soy un gran escritor y eso me alegra porque trabajo por ser mejor, por incrementar mi conocimiento y relatar buenos cuentos, poder crear una excelente obra, no me tiro al abandono y me dedico a otros quehaceres.
Amo lo que hago y me hace feliz hacerlo diariamente, de repente no tengo un Best Sellers (aunque lo imagino todas las noches antes de dormir) y no me lleno de dinero vendiendo el libro ni hacen películas de mi obra o me otorgan galardones, condecoraciones, que se yo; pero disfruto de esto, es un camino jodido, pero es el camino que he elegido. Amo lo que hago porque me satisface a nivel personal, me expreso escribiendo y disfruto contar historias. Es lo que amo y reitero siempre que pienso realizarlo el resto de mi vida porque adoro vivir haciendo lo que me gusta.
Estoy seguro que voy a escribir bastantes libros y seguiré trabajando por ser mejor soñando que en algún momento todos mis sueños se van a ir completando a base de esfuerzo y pasión por esto que amo.





sábado, 27 de junio de 2015

Mujeres al natural

- Me gustan las mujeres al natural. 
Frente al espejo cepillándose los dientes, vestida con pantaloneta y bivirí, con el cabello sujetado y dejando caer la cola por uno de sus hombros. Me ve estático apoyado en el marco, anonadado por su belleza, se detiene manteniendo el cepillo dentro y los labios espumados con un aire humorístico que me roba una sonrisa y abre los brazos en señal de ¿Qué pasa? Eres hermosa, se lo hago saber y me alejo para esperarla sobre la cama.

miércoles, 24 de junio de 2015

Maratón

- Recorría el quinto de primaria en un colegio cerca a mi casa. Como todos los años escolares esperaba ansioso el medio año porque iniciaban las olimpiadas.
El profesor de E. Física y a la vez tutor del salón informó que realizarían una maratón, aparte de los típicos campeonatos de fulbito, básquet y demás.
Junto a mis amigos nos animamos a participar, no era obligatorio; aunque si corrías te ganabas un 20 en la libreta. Se anotaron todos, incluyendo a un amigo, quien pesaba más de cien kilos; pero anhelaba su 20 dibujado en la libreta.
Un grupo de seis nos anotamos también en fulbito y el resto en lo demás. Nunca me interesó participar en algo que no fuera fútbol; aunque respetaba los gustos de otros.
La maratón se desarrollaría el sábado, fue lunes cuando el profesor nos comentó sobre la competición y tuvimos que entrenar el resto de la semana, lo cual me pareció estupendo porque obviamos algunos cursos tediosos. La razón por la cual entrenamos era que competiríamos contra otros colegios y el director junto al tutor no querían pasar vergüenza; poco me importaba ese hecho, gustoso me perdía las clases por trotar y hacer ejercicios en la cancha.
El profesor de E. Física nos motivó durante la semana e hicimos distintos tipos de entrenamiento, inclusive, recorrimos el lugar por donde deberíamos correr, lo hicimos todos juntos y a la par; pero luego simulamos una maratón y yo fui el vencedor.
En ese entonces era veloz, mi juego se basada en la velocidad y el tiro fuerte; aunque nunca corrí una maratón podía correr bastante rápido sin cansarme ni detenerme, era el arma clave del salón y del colegio, no me lo dijo; pero sentía que depositaba su confía en mí.
Cuando nosotros terminábamos el entrenamiento previo a la maratón los otros salones también salían al pateo a practicar e imaginaba que los participantes de los distintos colegios realizarían la misma acción, claro que en su propia pista atlética. Además, seguramente estarían informados de cómo sería el recorrido.
El sábado al llegar al colegio encontré a un mar de personas aglomerarse en las afueras, era la primera vez que iba al colegio contento y encima, sábado por la mañana. Me pareció gracioso ver a mis amigos mostrar su mejor sonrisa, vestidos de corto y calentando. Me uní y seguimos con el estiramiento. El profesor se nos acercó rato después para recordarnos la ruta; pero ya teníamos un afiche que indicaba la misma. Entonces, resolvió motivarnos y aseverar que estaría contento si llegásemos en los primeros puestos.
Cuando se marchó vi entrar a varios alumnos de distintos colegios, lo noté por los buzos e imaginé que serían buenos competidores porque llevaban accesorios, tales como tomatodo, rodilleras y hasta una toalla colgando del hombro, parecían especialistas en carreras, inclusive, sus zapatillas no eran como las mías -que generalmente usaba para jugar pelota, gruesas y con cocos- sino que lucían brillosas y ligeras. Admito que nos sentimos intimidados, más cuando empezaron a prepararse y sus piques eran veloces.
Por otro lado, el director cogió el micrófono y desde el estrado se dirigió al público: Señores, vamos a dar inicio a la maratón.
Las madres de familia fueron quienes más gritaron, nosotros estábamos callados, tal vez, preocupados, mientras que el resto de alumnos, las chicas más que todo, gritaban eufóricas porque iniciara la carrera, se morían de ganas por alentar al colegio, al punto de corear algunas rimas. Se me hizo muy gracioso escucharlas.
Desde el estrado nuevamente se escuchó: Invito a los participantes a acercarse a la línea de partida y junto a mis compañeros caminamos hacia allá. Enseguida, lo hicieron los corredores de otros colegios.
A simple vista habré calculado a unas cuarenta o cincuenta personas dispuestas a dejarlo todo en la pista.
De nuevo el director se explayó: La regla es simple, quien llega primero gana. Rápidamente todos empezamos a reír, más que todo para relajarnos, no tanto por el estúpido chiste.
Habrá premio para el primer, segundo y tercer puesto, puntualizó al final.
Solicito a los padres de familia, profesores y curiosos que se alejen porque va a iniciar la maratón, dijo y empezamos a prepararnos.
Una vez listos oí decir por última vez: En sus marcas, listos, ¡Fuera! e inmediatamente salimos disparados.
Iba primero y no dejaba de correr, miraba ha atrás por segundos y los notaba lejanos, me llenaba de satisfacción y continuaba corriendo a toda velocidad.
Las primeras cinco cuadras eran todo de frente, sabía que al chocar pared debía voltear a la izquierda y al hacerlo sentía que poco a poco me iban alcanzando, de repente porque tardé en girar o me abrí mucho; sin embargo, seguía adelante, aunque ya no volteaba a mirar.
Corría sin detenerme y comenzaba a escuchar a mi corazón palpitar con rapidez. Mantenía equilibrada la respiración; pero por más que quería aumentar la intensidad e intentar hasta volar no podía. Poco a poco iba disminuyendo la velocidad y por más que no lo notaba, que no me daba cuenta, atrás me iban alcanzando y no se trataba de mis compañeros.
Doblé a la izquierda en la siguiente esquina y dije una maldición para mis adentros cuando de reojo noté a uno de esos sujetos de otro colegio asomarse, ya me estaba rozando cuando terminé por girar y elevé la velocidad para dejarlo; pero el tipo era rápido y lo tenía cada vez más cerca.
Volví a doblar a la izquierda como mandaba el rumbo y el segundo lugar giró a la derecha -ante mi completa sorpresa- y me pregunté, ¿Adónde rayos va? y en ese momento, el tercero, que era uno de mis compañeros, me dijo: Han cambiado la ruta, ahora es por aquí. Todo fue tan rápido que recordé no mirar con detenimiento el afiche y tampoco oír con atención al profesor, estaba complemente seguro que tenía la rumba en mente; pero en ese instante me cuestioné: ¿Por qué darían afiches si todos sabían la ruta? Tuve que sacar fuerzas de mis entrañas e incrementar la velocidad. Me hallaba tercero y quedaban algunas cuadras para la meta, las mismas que eran de forma horizontal. Corrí tan rápido como pude y sobrepasé a mi amigo; pero el otro se hallaba más adelante y por instantes creía que no lo lograría.
No tuve tiempo para seguir pensando en mi error, corrí y corrí tan rápido como pude y mientras lo hacía sentía que mis piernas pesaban, que el sudor que caía por mi frente irritaba el ojo y que el sol se volvía insoportable; mas no quise parar, continué y logré estar a un cuerpo de distancia. El chico trotaba, también se hallaba agotado y se creía confiado; pero cuando me vio quiso acelerar y yo también hice lo mismo y estuvimos a la par durante gran parte de ese último tramo y faltando pocos metros aceleré con entusiasmo y pude por fin sobrepasarlo sintiéndome satisfecho por cuestión de segundos porque el fulano avanzó y sorpresivamente se me cruzó, llegando a la meta antes que yo.
No todo quedó ahí. Por más cansado que me hallaba le reclamé, no se vale cruzar de ese modo en una competición de carrera.
No quiso responder y comencé a tildarlo de picón, entonces se calentó todavía más y llegamos hasta pecharnos; pero luego llegaron los demás y nos separaron.
El profesor de E. Física se acercó rato después y le pidió explicaciones al profesor del mismo curso del otro colegio, quien le aceptó que había hecho trampa; pero a la vez se excusó diciendo que era su último recurso. Para entonces no quería saber nada, había dado mi mayor esfuerzo para quedar segundo de esa manera.
Mis amigos me alentaron, también lo tildaron de picón e incluso, el profesor de E. Física, en un magnifico acto, me dijo que yo había sido el justo campeón. Me pareció genial que me dijera eso, a mis once años me sentí muy contento.
Después se aparecieron mis viejos y me dijeron prácticamente el mismo argumento; aunque mi Papá añadió que hubiera hecho lo mismo; pero le dije que no me la esperaba, que no creía que pudiera cruzarme de esa manera. Acotó que lo olvidara y de igual manera había logrado un buen puesto.
Lo curioso fue que el día de la premiación, el supuesto ganador no llegó y al momento de recibir mi premio me aplaudieron con entusiasmo. Fue emocionante; aunque admito que el premio (un vale por cincuenta soles de compras en un centro comercial) no era lo que esperaba, no para un niño de once años que únicamente anda pensando en jugar a la pelota.
Terminé dándoselo a mi vieja y me quedé con el recuerdo de los aplausos y la experiencia de mi primera maratón.

Fin

domingo, 21 de junio de 2015

Frase 15

- ¿Puedes amar a alguien que no te ame como tú y solo te quería por amistad? ¡Por supuesto! Y siempre estás ahí para todo lo que desee; pero nunca te verá cómo ve a su esposo. A veces ofrece dolor; pero con el tiempo -pienso- que ese amor deberá transformarse en un sentimiento netamente de amistad, porque a la larga no te enamoras de alguien más por amar a alguien que no te ama. No te desenamores, transforma ese amor en amistad y enamórate de otra persona que si te pueda amar.

-Espero que puedan comprar el libro "Una noche, una musa y un teclado" de venta en Zeta Bookstore de Miraflores - Av. Comandante Espinar 219 o la sucursal de Plaza San Miguel :) ... 

Sábado de fútbol

- El momento en que te das cuenta que eres el más viejo -quería decir mayor; pero no iba a concordar bien- dentro del campo de juego y naturalmente diriges a los muchachos de tu equipo potenciándolos y celebras sus jugadas y anotaciones como si fueran tuyas.
Me sucede ahora que jugamos pelota los sábados por la tarde y tantas veces me encuentro sin mis compañeros de siempre (Carlos, Jeremy, Chemo, Idus) y debo acoplarme a cualquier equipo o elegir a algunos al azar; aunque he logrado consolidar un equipo -que por suerte raras veces fallan a la cita futbolera- y cuando lo hacen debo sacar del sombrero a algunos peloteros que encuentro por ahí para completar el team.
Sucedió ayer, esos peloteros con los que he reemplazado a Jeremy, Carlos, Chemo e Idus no asistieron al encuentro pelotero con absurdas excusas, una de ellas fue el resfriado y la otra una cita en el cine. Antes de continuar, se me vino un flashback y recuerdo que alguien me dijo una vez: El resfriado se cura jugando fútbol. Y otro tipo recontra pelotero me dijo: Nunca dejes el fútbol por una chica.
Cabe resaltar que ambas afirmaciones surgieron hace varios años cuando el practicar fútbol era la afición predilecta y lo que adorábamos realizar; entonces, era difícil dejarlo por más que saliera una cita con tal chica o estuvieras postrado en la cama con una terrible fiebre. Lamentablemente, ahora existen otras prioridades y el deporte de los sábados ha bajado varios escalones.
Volviendo al tema, no supe que hacer, el equipo contrario estaba completo y jamás jugaría al lado de ellos por eso tuve que idear la forma de hallar nuevos peloteros y la suerte apareció. Un par de tigrillos se hicieron presentes, recluté a mi hermano y me encargué de convencer a un portero, éramos un equipo débil, según dijeron al inicio; pero dimos pelea sacando a relucir un extraordinario cotejo futbolero.
Estuvimos a un gol de la victoria, quiero resaltar que me saqué la mierda dentro del campo, hice muy buenos goles, alenté y apoyé a mi equipo en todo momento y a pesar de la derrota no me sentí decepcionado, estuve feliz por el esfuerzo otorgado.
Quise escribir este breve relato sobre lo sucedido ayer por la noche porque me pareció tan apasionante que debió ser contado.
El fútbol de los sábados alguna vez va a caducar, los peloteros cada vez son menos; pero por suerte lleguen nuevos de vez en cuando; sin embargo, mi equipo de antaño no va a volver, están metidos en otras vivencias y los entiendo; pero tengo un equipo sólido que espero no vuelva a fallar; no obstante, si ocurre, voy a tener que sacar jugadores del sombrero.
Yo estoy seguro que seré de las últimas personas que se retire del fútbol de los sábados y me siento orgulloso de eso.
Lo que me apena es que ambos no solo éramos un equipo, también amigos. Ahora juegas y te vas apresurado. Cosas de la vida; pero el fútbol sigue.

Fin.


viernes, 19 de junio de 2015

Venganza Macabra

- Lo vi donde siempre, en la misma esquina y esta vez sin su jauría. Fumaba un porro y miraba a los lados muy ansioso, por si una presa asomase por la esquina a estas horas de la noche.
Conozco su forma de actuar, te sigue y coge del cuello acercando un cuchillo a la garganta, difícil resistir; después te maldice y te deja ir. Sin embargo, si eres mujer y tienes menos de quince como los que tenía mi adorada sobrina, te secuestra saliendo de la escuela especial en el turno tarde y te viola sin compasión. Yo estaba en altamar y sus padres viven en el extranjero, la vecina iba a recogerla; pero se olvidó por enfocarse en la telenovela.
Luego de violarla, la degolló y escondió el cadáver en un terreno lejano, envuelto en mantas y lleno de sangre.
Un par de semanas después, encontraron el cuerpo mutilado, la escena fue desastrosa y todas las pruebas señalaban a El Buitre como el culpable.
Creí que se pudriría en la cárcel; pero un padrino de alto rango lo sacó a los catorce meses. Maldita rata burocrática que indulta al asesino de la pobre niña que sufría de síndrome de Down.
No se le vio por largo tiempo; pero ya hace unas semanas ha regresado al barrio y realizado fechorías.
Salgo de casa vestido de negro, pantalón jeans, botines y capucha. Llevo conmigo un celular y al momento que paso por la acera contigua hago ademán de estar marcando un número. De reojo observo que se desplaza sigilosamente y se coloca detrás, a unos diez metros, arroja el porro y esconde las manos en el viejo jersey.
Atravieso un oscuro y ancho pasaje, existe un poste pero nunca alumbra. No lleva a nada, sirve para orinar y arrojar la basura en enormes baldes. El tipo seguro piensa que estoy jodido y escucho el acelero de su andar por el sonido de sus zapatos.
En ese instante me doy la vuelta y lo apunto con una Mágnum calibre 38 que compré desde que lo vi de nuevo por aquí y comencé a trabajar en mi plan.
El miserable se asombra, su pinta de achorado se desvanece y eleva los brazos cuando se lo ordeno.
Deja caer el cuchillo y continúa brazos arriba. Da la vuelta porque se lo pido. Está callado; pero no parece angustiado.
Lo empujo y le exijo que camine hacia el fondo.
Hace caso sin pronunciar palabra alguna.
Cuando tocamos pared le grito que se arrodille y coloque las manos sobre la nuca. El cabrón pregunta, ¿Quién eres? y ¿Qué quieres?
Lo derribo de un cachazo en la nuca.
Todo es desolado, nadie transita y tampoco observan. La calle esta dura y la gente suele dormir temprano, solo drogadictos y criminales suelen andar a esas horas. A veces algún que otro ingenuo o tal vez, trabajadores que llegan tarde.
Sabía que en algún momento lo vería solo y pondría mi empresa en marcha. Este fue el instante. Si la ley no lo hace, alguien debe hacerlo y si es venganza el motivo con más ganas todavía.
Regreso a casa y vuelvo conduciendo. Entro al angosto pasaje, bajo del auto y meto al pobre diablo en el maletero; su flácido cuerpo es sencillo de cargar. Tiene escaso cabello y la nariz horrible. Cierro y entro al carro.
Conduzco varios kilómetros y llego al arenal donde abusó de la niña.
Cuando abre los ojos me contempla al frente, está amarrado y amordazado, sentado sobre una silla y dentro de un pequeño cuarto que anteriormente el guardián utilizaba. Ya nadie cuida y a nadie le importa pasar por aquí.
A veces pienso ¿Por qué el guardián no estuvo allí cuando eso sucedió? Ahora interesa poco, yo lo he traído de vuelta.
Suda mientras intenta zafar. Está sentado y yo al frente sobre otra silla. Tengo el arma a un lado y su cuchillo en mi mano. Sigue moviéndose; pero es inútil, años de experiencia como pescador me han hecho un experto en nudos.
Se detiene, la baba le cae por el maxilar, me resulta asqueroso, sigue sudando y mantiene los ojos abiertos y el cabello sudoso, intenta decirme algo con su mirada y resuelvo quitarle le mordaza.
Maldice, grita y hasta suplica, todo en un instante. Me levanto y me acerco a la mesa, al lado del arma hay un diario, se lo muestro con furia.
— ¿Ves? ¿Ahora me recuerdas en el jurado?, le digo mientras hago que lea el titular—.
Asesinan a niña en un terrenal, dicta el periódico. El tipo recuerda y se acuerda de mí; pero no pronuncia palabra alguna.
De inmediato, vuelve a maldecir y exigir auxilio.
—Nadie te va a ayudar, cabrón, le repito—. —No debiste haber matado a esta pobre niña inocente, cobarde de mierda— agrego furioso.
Le acerco el cuchillo y se lo paso por el cuello. —¿Es eso lo que sienten tus victimas? Rechina los dientes, el sudor incrementa e intenta moverse; pero es estéril el intento.
—Lo siento, perdóname, dice de repente—. Suelto una risotada y me acerco inmediatamente para decirle: ¿Lo sientes?, ¿Pides perdón? Si Dios existiera, te hubiera perdonado; pero yo no pienso hacerlo.
Lo degollo sin piedad, siento el filo cortar la carne, la sangre salir y mojar el piso. El Buitre agoniza, sus pupilas se dilatan y de una patada en el pecho lo hago caer para atrás. Se le acaba la respiración, la sangre sale a montones, arrojo el cuchillo y me acerco a la mesa para regresar con un galón de gasolina, el mismo que expando por su inmune cuerpo. Enciendo un habano y le digo antes de arrojar el fósforo:
—¿Sabes que es lo malo de matarte? Es que solo puedo hacerlo una vez.

Fin


Disfraz de ángel

- Estoy aquí de nuevo. Despedazado por el incansable paso de los años. Solitario como la luna en plena madrugada.
Ingreso subiendo la reja que cada vez resulta más difícil, el obstáculo deja yagas en rodillas y cicatrices en mis codos. Pero aquí estoy de nuevo, abriendo paso entre lápidas, arbustos y cimientos extraños, con la tenue luz de una vieja linterna hago camino para no caer en algún foso olvidado. Irónico resulta pensar que alguna vez quedaré atrapado en uno similar.
Sigo el sendero del pasto molido, del barro abundante y de insectos que destrozo con mis botas. La luz guía el camino, ya no se leen los nombres en las lápidas, algunos ya están más que olvidados; pero tú no, querida esposa, todavía no te vas porque te sigo yendo a ver; aunque el cierre de este lugar haya sido inminente me las ingenio para acudir cuando la vigilancia duerme.
Taciturno recorro el lugar una vez por semana, nadie me ve, nadie sabe que aquí estoy y nadie imagina que volveré. Se hace largo y agobiante encontrar tu tumba, por más que regreso siempre olvido el lugar. Es como si se moviera, como si se escondiera; pero también como si se ocultase o desapareciera.
Pero aquí estoy de nuevo, acercándome a tu reposo, al lugar donde duermes eternamente, donde el de arriba quiso mantenerte. Donde te mandaron para arrancarte de mí.
Es de madrugada, la niebla imposibilita la visión de mis ojos; pero la linterna alumbra un poco el porvenir y logro hallar el lugar luego de tanto recorrer, después de leer nombres olvidados, derribar escombros como piedras y arbustos y andar por caminos de barro e insectos escalofriantes.
Esto está olvidado por el pueblo, abandonado por los seres quienes familias habitan aquí y desolado como esta madrugada en la que vine a visitar a mi amada.
La tengo al frente, la niebla no me permite la visión y la linterna acaba de morir. Alguien toca mi hombro de repente y sudo al instante. No giro, cuentan mucho sobre este lugar, que no giro. Tampoco cierro los ojos, solo intento encender la linterna presionando de nuevo el interruptor; pero no prende y enfoco la mirada al frente. La niebla se disperse y la veo.
Aquí estoy de nuevo, es lo primero que aclamo. No pronuncia palabra alguna, es su rostro, es su cuerpo; pero flota y abre las manos en señal de bienvenida. Quiere abrazarme, quiere tenerme, anhela abrazarme y yo me acerco, lentamente, a converger con sus brazos.
Pero escucho mi nombre en plena penumbra. Alguien más fue capaz de entrar en tan desolado y peligroso lugar. Giro y lo contemplo, es un amigo cercano, alguien que me aconseja que no vuelva, alguien de confianza, alguien que grita asustado al ver al fantasma de mi amada tendido al frente, hermosa pero sin piernas, flotando en el aire como un ángel. Pero el tipo no la ve como tal, no ve su bello rostro, ve la maldad en su cara, no alas saliendo de su espalda, ve cuernos despiadados; no observa su aureola, mira fuego alrededor.
¡Demonio!, grita con furia y terror. Desaparece de mi vista el fantasma de mi esposa y se escucha un ruido desgarrador, el último grito mi amigo.
Vuelve a aparecer al frente, con una cándida sonrisa y ofreciéndome un abrazo, nunca antes ha sucedido y yo me siento contento de tenerla de nuevo; aunque me hayan querido hecho entender que es una trampa diabólica.
Me abraza y ya no me encuentro aquí. Y ya no sé donde estoy y ya no quiero volver. La tengo a mi lado y no me importa el lugar con más candente que esté. Ella está aquí y eso me hace sonreír.

Fin.

jueves, 18 de junio de 2015

Expresiones

- La caricia de la chica que mayormente suele comportarse como un tempano de hielo. El ramo de tulipanes junto a la caja de chocolates del típico romántico empedernido. La carta escrita a mano que dejó debajo de tu almohada en un descuido. Una mirada que podría enmudecer a cualquier palabra, reemplazándolas al mismo tiempo. El brillo en la sonrisa cuando, por ejemplo, te ve llegar. El momento en el restaurante, cenando y de repente vienen mariachis cantando. Cuando sales por tu ventana y te sorprende con un cartel enorme en donde escribe te amo y tu nombre. El corto verso de un tímido sujeto que se arma de valor para hacerte saber lo que siente. Quien te envía notas escritas a mano para que sepas que existe. La chica que a pesar de ser menor a tú te intenta hacer creer que te quiere o de repente, la dama quien a pesar de la edad sabe que te adora… Etcétera.
La similitud es que todos aman, todos sienten y de cualquier forma o manera, ellos se expresan; no importa como sean, como lo hagan, lo que intentan decir es lo mismo.

Ondulado

- Me encanta una mujer de cabello ondulado. Verlo caer por debajo de los hombros, el leve movimiento causado por el viento o apropósito, únicamente, para encantarme (dejarme babeando, literalmente). Observo el caer por las sienes, no más. 
Brilloso y sedoso me incita a acariciarlo; aunque no me lo permita. Lo haría mientras descansa en mi regazo y puedo sigilosamente apaciguarlo con mis manos, tan despacio que ni sentiría. Inhalo el aroma que brota y sonrío fascinado. 
Pero cuando utiliza esa maldita plancha y deshace cruelmente la magia, muestro el ceño fruncido, furioso lo exijo; pero me cuentan que son cambios válidos. 
¡Cambia de todo; pero nunca del ondulado, por favor! Y déjalo siempre suelto para maravillarme.

-Espero que puedan hallar el libro en Zeta Bookstore de Plaza San Miguel a solo 25 soles-.


Desagradable encuentro

- Salgo de casa rumbo al mercado a comprar una deliciosa y necesaria raspadilla. Llevo gafas oscuras para ocultar mis ojos rojos, camino pensando en qué escribir y reflexionando sobre algunos temas, para variar. Al llegar a la esquina observo adelante al sujeto más desagradable que te puedas imaginar. Chato, con un peinado extraño, barba a medio afeitar, sonrisa de llama, jeans en pleno verano y haciendo ademán de tocar la guitarra. Se alucina Kurt Cobain y estoy seguro que me ha visto desde que salí de mi casa.
Tengo resaca, no quiero aguantar a este idiota, pienso. Entonces, hago ademán de cruzar la pista pero me voy a la izquierda como quien se hace el despistado; sin embargo, de reojo observo que el tipo hace lo mismo desde al frente. No corro por evitar sudar, con este calor cualquier movimiento implica sudor y me acabo de bañar luego de cargar algunas pesas. Camino veloz; pero él hace lo mismo. Para ese entonces todas mis ideas se han desvanecido, solo pienso en como deshacerme del sujeto. Cruzo la pista porque debo hacerlo y sé que el fulano me sigue con su sonrisota, sus jeans rasgados y todavía realizando esos movimientos alucinándose guitarrista.
—¡Bryan, Bryan, Bryan! repite varias veces— pero me hago el sonso y sigo avanzando-. Este corre y me detiene con su terrible mano sudosa. —¡La putamadre, me acabo de comprar este polo blanco! —reviento en cólera.
—¿Qué sucede, demonio? le digo rendido—, —¿Cuándo unos tragos?. Quiero beber hasta morir— y admito que me hace reír. Siempre que me encuentro a este detestable sujeto me realiza el mismo comentario. No tiene otro.
Avanzo; pero me sigue. Me detengo como quien recuerda adonde ir y digo en voz alta: Ah, debo ir al banco. —¡Vamos pues! Te acompaño, dice, muy entusiasmado— con esa sonrisota y su aliento de dragón. Me sujeta del hombro y al tiempo que avanzo sigue a mi lado hablándome cojudeces. —¿Qué tal tu hembrita?. Está bien rica. La otra vez la saludé pero ni me miró. Es bien sobrada la germa, dice en el sentido más vulgar que existe—.
Es verdad que cualquier sujeto le hubiese dado un puñete; pero ni así se le quitaría lo idiota.
Noto que el banco, lógicamente, está cerrado y la señora que vende raspadillas se encuentra al frente. El tipo sigue a mi lado, sonriendo y con su mano en mi hombro como si fuese mi amigo de años. Me habla huevadas. Estoy seguro que si vuelve a meter a mi flaca le zampo uno bien fuerte; pero pienso que soy muy pasivo o de repente no tengo ánimos para lidiar con estas situaciones.
—¿Cuándo volvemos a tomar?. Quiero beber como mierda, chuparme todo el ron posible—. Solo una vez he tomado con ese ser, yo estaba borracho y llegaba a mi casa, lo vi en la esquina junto a un amigo que andaba en la misma situación, me quise juntar con él pero el tipo estaba con mi amigo, entonces no me quedo otra. Y yo suelo ser agradable cuando estoy tomado.
—Que carajos, voy a comprar una raspadilla, me repito— y me acerco a pedir una. La amable señora me atiende y el tipo, en un afán extraño e insensato, afirma de este modo: ¿Qué?, ¿No le vas a invitar una raspadilla a tu causa? Se golpea el pecho y empieza, sorpresivamente a afanar a la chica. —Amiguita, este es mi amigo. ¿Tú quieres ser mi amiga? —. No sé donde esconder la cara.
Quiero borrarle la sonrisa del rostro. Sé que el tipo es medio demente, tal vez por eso lo aguanto. Pero me harta verlo y tener que lidiar con estas cosas.
De regreso a casa me sigue. Es como si tuviese su enamorada famosa y la estuviera luciendo por todo el mercado.
—¿Cuándo nos metemos una tranca?. Quiero tomar hasta morir, hace años que no tomo. Quiero beber hasta el agua de los floreros, dice— y la verdad es que me hace reír.
—Ese Bryan, mi pataza carajo. ¿Cuándo tomamos pues? Tú ya no tomas, tu flaquita te tiene seco. Hay que beber pues. Yo te busco en estos días, eh—. No me asusta, no va a hacerlo, le teme a mis amigos porque ellos no lo aguantan y lo botan en una. Me resulta gracioso; pero me suele dar pena.
El tipo es loquito; pero jode como la mierda. Es espeso y habla cojudeces; por suerte llego a mi casa y logro tener la satisfacción de decirle: Nos vemos, demonio. Y le cierro la puerta en la cara con una sonrisa en el rostro. Le comento a mi hermano y este se caga de la risa.
Una vez en mi cuarto enciendo la tele para ver algo en H2, mi canal favorito y por suerte dan mi serie predilecta. Me siento a disfrutar de la raspadilla. ¡Qué delicioso carajo! Me siento satisfecho.
En ese momento, mi vieja grita: Bryan, te llaman afuera.
Suelen buscarme muchas personas, a veces vienen por libros o para jugar pelota o de repente por algún consejo. Atiendo a todos, me encanta lidiar con buenas y agradables personas.
Salgo y veo a ese maldito con su misma sonrisota, haciendo el bendito ademán de tocar la guitarra y para mi mala suerte acabo de cerrar la puerta.
Bryan, dime pues, ¿Cuándo tomamos?.


Fin

domingo, 14 de junio de 2015

Frase 14

- A veces pienso que una mujer tiene poder. 
Me dijo, a mi lado vas a sentir que las horas se vuelven segundos. 
Y fue curioso porque pasamos un fabuloso momento y el reloj parecía holgazanear, yo tratando de decirle que es la relatividad y ella sonriendo sin querer presumir de su cualidad.
Detiene el tiempo cuando me besa. Uno no siente absolutamente nada exterior, solo el placer de esos labios y el néctar que derrocha.
Enseguida, todo vuelve a andar con normalidad.
Mis defectos rebalsaban cuando la conocí; pero se aferró a la idea de involucrarse porque le resultaron encantadoras algunas virtudes. Terminé acotando y descubriendo otras cualidades, volviéndome en un mejor humano. Potenció mis virtudes sin obligarme a cambiar.
Jamás pensé que un detalle tan simple como una carta debajo de la almohada podría hacerme sentir el tipo más feliz del planeta.
Nombraría muchas situaciones; pero por el momento me bastan con estas.
Es maravillosa su forma de actuar, eso lo define.


-Espero que puedan leer el libro: "Una noche, una musa y un teclado"...

sábado, 13 de junio de 2015

Días de fútbol

- Todo empezó un sábado por la mañana, allá por el año 1997. 
Me alisté desde que abrí los ojos para salir a jugar pelota, afuera me esperaba Jeremy junto a un grupo de amigos. Bruno y Diego hacían lo propio y organizaban su equipo.
Desde aquellos días nos hemos enfrentado en la cancha al frente de mi casa en emotivos encuentros futboleros.
Esa mañana nos sorprendió el ver a un grupo de muchachos uniformados con camisetas del entonces campeón de la Champions League junto a un señor de baja estatura -grande para ese entonces- que llevaba gorro y pito en mano. Lo curioso fue que no estaban jugando al fútbol, sino que realizaban maniobras con conos y demás accesorios.
—Parece que están entrenando— sugirió Jeremy. —Vamos a jugarles un partido— dije emocionado. Contagié al resto del grupo, quienes muy animados se acercaron a la cancha.
El entrenador habló con nosotros informándonos que en unos diez minutos acabarían el entrenamiento. Además, aceptaron el reto de jugar.
Nos sentimos motivados, hace mucho que no jugábamos contra otro equipo que no fuese el de Diego, Bruno, Gonzalo, etc. Sin embargo, ellos también quisieron compartir la cancha y no dudaron en ser parte del compromiso; entonces, quedamos en realizar un triangular.
Como los de camiseta amarilla y negra estaban primeros debían de jugar contra uno de nosotros y el ganador jugase contra quien quedase.
Siempre he sido un experto en el juego de piedra, papel o tijera y le gané con facilidad a Diego.
Entramos a la cancha extrañamente nerviosos, imaginando que tal vez, su condición de peloteros uniformados, con zapatillas exclusivas para el deporte rey y haciendo movimientos antes de iniciar nos pudiera afectar y quizá, sacar ventaja.
Recuerdo que ganamos 3 – 0 durante los veinte minutos que duró el partido. Hice uno de los tres goles, el mío fue el último.
Recibí una pelota larga de Jeremy y al ver al portero salido, simplemente, lo colgué. Fue un golazo, sin duda alguna.
Nosotros jugábamos divirtiéndonos mientras que ellos eran dirigidos por el señor de gorro y silbato, quien durante el encuentro no dejó de hacer movimientos con las manos y gritar a sus jugadores (mayormente a los desentendidos por el juego) y al final salieron perdiendo.
Terminado el partido, Jeremy me dijo algo interesante: Ellos no se conocen como nosotros.
Mientras que el equipo perdedor se retiraba y los rivales de siempre ingresaban, en la esquina, no nos dimos cuenta que alguien nos estaba observando.
Martín Gonzales, alias La Gucha, se encontraba parado en el umbral de su casa contemplando el partido y analizando cada una de las jugadas, tenía un conocimiento amateur del fútbol y grandes sueños por realizar.
Imagino que se le prendió el foquito y se acercó a la cancha para mirar el siguiente encuentro.
El partido quedó 3 – 2 con un triunfo nuestro y con dos goles míos. Jugamos a veinte minutos porque el equipo de los uniformados quería jugar la revancha.
Volvimos a ganar y todavía con resto físico esperamos a los otros para enfrentarnos de nuevo.
En ese momento, La Gucha se colocó al filo de la cancha, no nos pareció extraño porque solíamos verlo jugar y al parecer, creíamos que estaría de curioso.
Empezamos a perder el partido con un marcador de 0 – 2. No sabíamos lo que sucedía, perdimos un par de pelotas en el centro, nos presionaron desde el inicio y anotaron dos goles muy rápido.
La Gucha comenzó a dirigirnos y cada uno de nosotros siguió sus indicaciones –no estoy seguro de la razón, de repente porque sabíamos lo que hacía- y asombrosamente nos dio resultados.
Jeremy no debía jugar abajo, en el medio lo hacía mejor. Yo estaba mejor como delantero por derecha y no tanto en el centro.
Carlos Abad corriendo por la derecha y el arquero debía de salir más seguido.
Empatamos y logramos derrotar al equipo con un contundente 4 – 2 que dio inicio a un proyecto dentro de la cabeza de quien nos dirigió.
Nos propuso crear un equipo al que sin duda y en referencia al parque llamó “Los Tulipanes FC”.
En primera instancia resolvió que el equipo debería tener dos categorías: 85 – 86 y 87 – 88 que eran las más exigidas en las competencias.
Los entrenamientos se realizarían los martes, jueves y viernes, siendo este último día exclusivamente para fútbol, el resto se harían trabajos físicos y estratégicos.
Como dato curioso y anecdótico: A fin de cada bimestre deberían de mostrar sus respectivas libretas para poder seguir en el equipo.
Desde entonces cada martes a las 3.30pm llamaba a Jeremy desde la ventana y este respondía inmediatamente. Salíamos e íbamos a buscar a Carlos Abad para luego ir a la cancha y esperar que se inicie el entrenamiento. Ambas categorías entrenaban juntas y los trabajos físicos, algunos creados por La Gucha y otros escritos en todos los libros y practicados por muchos, eran divertidos como importantes.
Yo no solía llevar el ritmo de algunos ejercicios, perdía la ilación porque siempre fui poco coordinado, eso provocaba la risa de muchos.
Los ejercicios que más me gustaban eran los cuales debías de probar al arquero. Realizábamos una fila, la Gucha se colocaba al frente con pito en mano y balón en el piso e indicaba que al tocar el silbato a quien le toque debería de correr y pegarle al balón como venia, el arquero estaría pendiente del disparo.
De hecho que algunos no eran tan buenos como yo para los tiros a balón en movimiento, mayormente hacia goles porque mi remate era uno de más potentes.
Ernesto o Gabriel, quienes eran los arqueros, temían al saber que era el siguiente en disparar.
La Gucha se alegraba cuando veía que el balón iba a parar al fondo.
Los viernes eran de fútbol. A veces jugábamos en la cancha de siempre, hacíamos cuatro equipos a diez minutos o dos goles el partido. Si alguna jugaba salía mal debía ser repetida o si el arquero fallaba podía tener la oportunidad de reivindicarse, así uno aprendía.
Otras veces jugamos en una cancha de arena fina ubicada al lado de un albergue, era terrible; pero a la vez increíble jugar en ese lugar, porque la arena hace tedioso el movimiento y a la vez te puedes caer y no te sucede nada, solo escuchar las risas. A los arqueros les favorecía esa cancha porque podían volar o lanzarse y no caían al pavimento sufriendo lesiones, sino a un colchón de arena.
Lo trabajoso eran las vueltas a la cancha previo al fútbol; pero ayudaba a mantener y mejorar el físico.
Pocas veces por temas que cobraban, jugábamos en la cancha de césped del IPD. Era genial jugar allí, porque siempre es bacán jugar en una cancha de fútbol profesional.
Cuando llegaron las bases para el campeonato a realizarse en Surquillo tuvimos obligatoriamente que entrenar exclusivamente en la cancha del IPD por tal razón la Gucha gastaba de su bolsillo para el alquiler de la cancha, sentía que nos tenía fe; aunque para la compra de camisetas tuvimos que dar todos una cuota.
Él nos tenía organizados al punto que le dijo a uno de sus amigos para que entrenase a la otra categoría y así poder dedicarse plenamente a los 85 – 86.
Nuestro primer partido amistoso lo tuvimos ante un colegio cercano, el Julio Escobar.
Fue la primera vez que utilicé la camiseta 9 (de color azul) con la leyenda “Tulipanes FC”. Realmente estábamos muy organizados.
—El arquero es alto, pégale por abajo— me indicó antes de empezar el partido.
Ellos eran de quinto de secundaria, me resultaban grandes y hasta más fuertes, yo era uno de los menores del equipo; pero era veloz y mi pegada era poderosa.
Recibí un balón a larga distancia -de mis favoritos- y le gané en velocidad al defensor, vi al arquero salir y entonces le pegué a ras del suelo. La pelota ingresó y todos se acercaron para celebrar.
Recuerdo que me aplastaron y tuve la camiseta sucia.
El siguiente encuentro previo al campeonato fue contra la selección de fútbol del colegio Maristas, esta vez jugamos en su propio campo.
Tenía a unos conocidos estudiando allí y se hizo divertido encontrarnos en el campo, donde nadie se conoce. Finalizado el cotejo nos saludamos.
El partido terminó empatado 2 – 2. Logré anotar uno de los goles y aprendí a no caer tanto en posición adelantada. En mis inicios fue mi peor característica; sin embargo, con el pasar de los partidos y los constantes gritos del entrenador por las reiteradas veces hallé la solución a ese déficit y pude entender el juego en línea.
Curiosamente mi gol lo hice saliendo de la línea, corriendo después del balón y al encontrarme mano a mano pude definir con facilidad.
Jugamos un tercer y último partido, fue ante la categoría 87 – 88.
Hace mucho que no jugábamos en contra, lo hemos hecho fuera de los entrenamientos pero nunca antes con la misma intensidad. Fue un gran partido, lo ganamos por 5 – 4 y lo recuerdo claramente porque anoté tres goles.
El campeonato en Surquillo era de alta competencia, me compraron mis zapatos de fútbol Adidas (los mismos que usaba mi entonces ídolo, Raúl Gonzales) y debutamos contra un equipo, del cual no me acuerdo el nombre, pero llevaba la camiseta de Argentina como uniforme.
—Cholo, vas a anotar un gol— me dijo La Gucha antes de iniciar el compromiso y aunque no fui yo quien anotó porque nuestro gol fue de penal y lo hizo el defensa y capital, José, logramos sacar un buen empate ante un equipo de mayor en edad y mejores físicamente. Creo que hasta cambiaron las partidas de algunos jugadores porque no parecían tener 12 o 13 años.
El siguiente partido fue contra un equipo de Ventanilla, tampoco tengo en mente el nombre; pero lo perdimos 2 – 0.
Debíamos de ganar el posterior partido para poder alcanzar la clasificación, entrenamos dos turnos durante los jueves, de día y de noche; aunque no todos asistieron porque algunos estudiaban durante la noche. A mí me gustaba ir a entrenar, nunca falté a un entrenamiento, aparte vivía al frente.
Aquel partido fue grandioso, lo ganamos con la justa. No anoté el gol del triunfo, otra vez lo concretamos de tiro penal y sellamos el pase a los octavos de final donde caímos derrotados en penales.
Recuerdo que me sacaron en el tiempo extra y no pude patear en la tanda de penales.
Después de dicho torneo seguimos entrando; pero algunos que acabaron el colegio se fueron dedicando a otras aficiones, muy distintas al deporte.
Por otra parte, los de la otra categoría se inscribieron en el mismo campeonato y lograron participar llegando hasta los cuartos de final, ese equipo fue dirigido también por la Gucha junto a su colega.
En esa etapa dejamos de entrenar, no había con quien y cada uno fue en busca de otros horizontes.
Jeremy, Abad y yo quienes nos manteníamos juntos desde tiempo atrás continuamos jugando pelota casi todos los días venciendo a los equipos que se animaban a enfrentarnos. Jalábamos a un arquero porque el nuestro estaba en el torneo y jugábamos solo cuatro contra equipos de cinco o seis.
Más adelante, La Gucha fue fichado para entrenar a la categoría 87 -88 del Centro Iqueño (una de las instituciones deportivas más antiguas de Lima).
Rápidamente nos convocó para ir a hacer pruebas junto al plantel y probar suerte para poder quedarnos en el equipo.
Los tres asistimos y en el camerino mientras nos cambiábamos nos encontramos con Perona, uno de los participantes del campeonato anterior. Enseguida, entró La Gucha junto a otro señor que vestía idéntico.
—Estos son los jugadores de quienes te hablé— le dijo a su colega.
—Muchachos, él es el entrenador Polanco— dijo y saludamos cordialmente.
—Tengo que verlos en acción— respondió sonriente. Y rato después, ya estábamos en el campo.
Nunca antes había visto a tantos peloteros juntos. Era una aglomeración de futbolistas principiantes que buscaban un cupo en el equipo, por algo no lo llaman: El día de pruebas.
—Van a jugar e iremos rotando. A quienes les toque el hombro o llame sabrán que son los elegidos.
Todos nos emocionamos al oír esas palabras, frenéticos por tocar el balón lo más rápido posible.
—Pero antes, diez vueltas a la cancha. ¡Todos, ahora! — anunció y tocó el silbato.
Empezamos a correr entusiasmados y mientras lo hacíamos íbamos despejando nuestros nervios.
Culminado el calentamiento nos volvimos a sentar a esperar que nos avise.
—¿Arqueros?, ¿Quiénes son arqueros? — preguntó— y miró hacia todos lados.
Alzaron la mano los porteros y fueron mandados los dos primeros a los arcos, los siguientes esperarían su turno.
—¿Defensas?, ¿Quiénes son defensas? Casi nadie levantó la mano.
—Creo que voy a alzar la mano. No hay defensas, es un puesto que se manejar bien— me dijo Jeremy—.
—Mejor juega donde te sientas cómodo— le recomendé—.
Charlie Abad era defensa y fue uno de los pocos en levantar la mano. Lo vi sonriente y emocionado, estaba contento de tener un puesto fijo, solo necesitaba resaltar y no cabía duda que lo haría.
—¿Volantes, centro campistas? —. —Es tu turno— le dije a Jeremy sonriendo—. —Allá voy, respondió— y se hizo ubicar. Otros varios jugadores también se hicieron presentes.
—¿Puntero derecho? — Preguntó— y un mar de manos se hicieron notar.
Dije una maldición. Miró, escogió a uno, a otro y volvió a observar.
—Yo puedo jugar por izquierda— dije en un momento de desesperación—.
—Bacán. Ven— dijo— y me llené de algarabía que solo pude hacer notar por medio de una leve sonrisa.
Casualmente los tres completábamos el mismo equipo, sabíamos que podíamos hacer un buen papel y lograr quedarnos con un cupo en el plantel.
El sistema de elección era sencillo, solo debes de mostrar alguna que otra buena jugada y listo, porque tienes muy poco de tiempo.
Caso contrario, si das un pésimo pase o no tienes buen control, cosas elementales, te puedes despedir.
Jeremy y Abad resaltaron con facilidad, el juego duro y la buena salida de Carlos fue indispensable para ser elegido, es un defensa indomable, va a todas las pelotas divididas con coraje y tiene una excelente; aunque no elegante, salida. Jeremy, por su parte, es más técnico, te da el balón al pie y te lo pide para volver a armar juego, se hizo fácil escogerlo.
Por mi parte, debía de anotar un gol para poder ser visto. Polanco miraba el partido concentrado cuando no se movía dentro del campo eligiendo jugadores.
Se metió a la cancha de nuevo y tuve mi oportunidad de oro, un buen servicio de Jeremy detrás de los defensas hizo que corriera a toda marcha para poder converger con el balón y aunque logré quitármelos de encima y al tener al portero cerca zafármelo no pude anotar porque el balón fue a caer muy cerca.
—Que mala suerte, pensé— y seguramente pensaron todos los de mi equipo.
Sin embargo, sentí su mano su hombro rato después.
—A la otra entra— dijo— y sonreí para mis adentros.
Los entrenamientos en el Centro Iqueño se realizaban en las instalaciones de un enorme colegio por Surco. Solíamos ir los martes y jueves de 3.30pm a 6pm. Como La Gucha entrenaba en otro sector nos regresábamos juntos.
El resto de los días también jugábamos fútbol en la cancha al frente de mi casa y disputábamos contra el eterno rival y algunos otros equipos que querían hacernos frente. Éramos deportistas al cien por cien y nos dedicábamos a jugar pelota, solo pensábamos en ello.
Centro Iqueño, al ser una institución formal y seria nos hizo firmar un contrato, lógicamente nos sentimos excitados al plasmar nuestras respectivas firmas y tener nuestro primer contrato que a pesar de no recibir ningún centavo, nos servía para saber que éramos parte del club.
Los entrenamientos eran grandiosos, los martes generalmente realizábamos trabajo físico y estrategias mientras que el jueves eran dedicados a prácticas de fútbol.
El plan del club era jugar el torneo AFIM - Asociación y por esa razón recurrieron a la búsqueda de jugadores.
Jugar Asociación era espectacular porque te codeabas con todos los clubes del país y tendrías la posibilidad de ser fichado por alguno.
Debutamos contra Alianza Lima, uno de los clubes más importantes y emblemáticos del país.
Yo salí a los 15 minutos del segundo tiempo porque estábamos ganando 1 – 0 con gol de Jeremy (de cabeza) y el profesor quiso meter un defensa; pero nos terminaron empatando.
Para haber sido un debut y enfrentarnos a un grande en dicha categoría nos quedamos satisfechos.
Posteriormente perdimos ante la U (3 – 0) contra Cienciano (2 – 1) y frente a Sporting Cristal (1 – 0).
Pudimos ganar y logré anotar un doblete frente a Lawn Tenis, después empatamos contra Alianza Atlético y por suerte, anoté también.
Asociación era un campeonato largo y de dos ruedas, desde el inicio empezamos sin ser los favoritos y la idea era agarrar experiencia, por mi parte quería jugar y hacer una buena cantidad de goles.
Terminada la primera rueda tenía 7 goles; sin embargo, comenzamos de pésima manera los siguientes partidos perdiendo hasta por goleada. De hecho, los otros equipos eran sólidos y experimentados. Nosotros teníamos seis o siete meses trabajando juntos.
En un par de ocasiones faltaron jugadores y perdimos por Walkover, lo cual me hizo sentir muy frustrado, aparte de haber sentido rencor por aquellos que decidieron, simplemente, no asistir. Su razón yacía en que éramos los últimos de la tabla; pero nunca me puse a pensar en ello, simplemente quería jugar y ganar experiencia, mis dos compañeros pensaban igual. Nuestra intención era jugar muchos partidos y poder ser jalados por otros equipos.
Casi al final del campeonato calculo que hice unos doce a trece goles y los últimos partidos ante la falta de personal futbolero decidieron retirarse del campeonato. No era la forma de acabarlo; pero Polanco resolvió alejarse y pusieron a otro al mando, quien decidió dejarlo todo y empezar de nuevo.
Curiosamente, me encontraba en mi casa un sábado por la mañana, cuando un auto de lujo se detuvo al frente, descendió un viejo de barba y lentes, vestido con ropa casual y con celular en mano.
Poco tiempo después, mi vieja subió a mi habitación y me dijo: Te está buscando el presidente del Centro Iqueño, dice que vayas a jugar.
—Pero, ¿No se acaban de retirar? — pensé y salí a recibir al señor, quien me comentó que decidieron volver a competir porque iban a recibir una fuerte multa.
Animado fui a buscar a Jeremy y juntos buscamos a Carlos, quien estaba durmiendo y al vernos desde su ventana y contarle lo ocurrido quiso esta lanzarse de la misma.
Al cabo de una hora, calentábamos el asiento en el auto del presidente del club, quien relataba que el nuevo entrenador nos andaba buscando como loco. Nos miramos y nos reímos escépticos.
Al llegar hallamos a los jugadores a punto de entrar, eran 8 y le habían pasado la voz a un infiltrado que tuvo que ser reemplazado.
Armamos el equipo y ganamos el partido con un amplio marcador de 4 – 0 y fue así como acabó nuestra futbolera aventura en el Centro Iqueño.
Paralelamente jugaba en los campeonatos inter escolares de la secundaria, era el delantero estrella de la selección del colegio y pudimos ganar algunos torneos; pero no eran tan competitivos como los que jugaba. Lo que resultaba favorable era que mi nota en E. Física siempre era 20.
En las olimpiadas del colegio mi equipo salía ganador derrotando a todos con quienes se enfrentó. Recuerdo claramente, que para entonces me encontraba en 5to de secundaria, jugaba el último partido de mi etapa como escolar y pude anotar el penal que nos dio el campeonato, irónicamente -como el fútbol te da revanchas- muchos años atrás, en 1ero de secundaria, me había fallado un penal y esta vez lo anoté para salir ganadores. Nunca me voy a olvidar de ese momento.
Terminado el colegio, durante enero y febrero fuimos a probar suerte a Universitario, que entrenaba en Campo Mar U.
Era un trayecto relativamente lejos; pero solo un bus nos llevaba.
Subimos al maleño y llegamos en cuarenta y cinco minutos. Era mañana de pruebas y vimos a más de un conocido deambular por las instalaciones.
El profesor Salhuana realizaría las pruebas. Empezamos con las típicas vueltas al campo, después con el estiramiento y enseguida esa aglomeración de puestos a disposición del entrenador. Todos levantaban la mano cuando Salhuana preguntaba: ¿Arqueros?, ¿Defensas?, ¿Volantes?, ¿Delanteros? Así no hayan atajado nunca o jamás hecho un gol, todos estaban dispuestos a desempeñar el lugar exigido.
Pero; curiosamente, existía un grupo exclusivo, unas personas que entrenaban aparte con el asistente del entrenador. Me llamó mucho la atención el verlos lejos del centenar de personas que iban a probarse.
No teníamos mucho conocimiento acerca de los manejos, no estaba seguro si debíamos pagar una cuota mensual para ir a entrenar y ser parte del club o tal vez, el hecho de probarse y tener suerte para quedarse era la opción. Nosotros solo queríamos jugar y lo que teníamos informado era que debíamos ir a probarnos.
Resulta que nos escogieron para formar parte de un grupo. Nos sentimos maravillados, más cuando regresamos durante los tres meses que dura el verano.
Tuvimos entrenamientos de alta competencia, jugábamos con buenos sujetos y hasta logré anotar algunos goles; pero no éramos parte de un grupo que supuestamente jugaba torneos. Porque algunas veces llegábamos y veíamos a ese otro grupo jugar con otros equipos, en camisetas y con árbitros y nos sentíamos como distanciados, diferenciados y no entendíamos el motivo ni el manejo.
Lo curioso es que mirábamos el partido porque entrenábamos después y no nos resultaban buenos jugadores. No obstante, en una naturaleza inocente imaginábamos que se trataba del equipo A al que pronto alcanzaríamos.
Pasado un año, el entrenador junto a su asistente sostuvieron una charla con nosotros, informándonos que solo elegirían a 11.
—¿Elegir a once de cientos? — nos preguntamos.
La cuestión era la siguiente, jugaríamos un partido de una hora contra el equipo, supuestamente, titular para demostrar que pudiéramos quedarnos.
Fue un partido de aquellos. Recuerdo claramente que estábamos perdiendo 2 – 1 y los defensas empezaron a pasarse la pelota como quien se burla o quien hace tiempo, yo me encontraba frenético por anotar y pude interceptar un pase, detuve el balón y le pegué con suma violencia, la pelota pega el travesaño, golpea el piso e ingresa.
—¡Golazo, carajo! — grité como un loco— y me fui a saludar con los primeros que vi. Minutos después, acabó el partido.
Lo anecdótico es que luego del cotejo se nos acercó el asistente del entrenador y a todos nos dijo: Muchas gracias por su tiempo; pero lamento informarles que hasta aquí llega su desempeño.
Quedamos anonadados, al punto que no dijimos nada. La mayoría asintió con la cabeza, yo no pronuncié palabra alguna porque me hallaba agotado. Luego asimilé la situación y por ende la frustración.
Derrotados nos retiramos; pero antes de dejar las instalaciones nos detuvimos a comprar líquido y conversar sobre la realidad.
Acordamos en volver a intentarlo en otro equipo del mismo club, donde, casualmente, La Gucha había entrado como entrenador.
Fue a fines de febrero cuando Carlos y Jeremy volvieron a Campo Mar a jugar esta vez por el equipo dirigido por nuestro ex entrenador. Yo no estuve presente durante los primeros meses por el tema de una operación que me realizaron. Mi recuperación fue larga y dolorosa, cuando intentaba jugar no podía y descansar se me hacía más doloroso todavía.
Ellos me contaban como iba a todo, que armaron un buen plantel, que jugarían algunos torneos y que las cosas marchaban mejor que antes. Sentía mucha impotencia, ganas de estar en el campo y jugar. Además, me motivaba que La Gucha los entrenara.
El momento de mi retorno no fue prodigioso. Cambiaron a Martin Gonzales a otro equipo, Carlos fue separado por el nuevo entrenador mientras que Jeremy pudo quedarse.
Volví quedándome en cero; pero junto a Carlos nos incorporamos al equipo del profesor Onoc, nunca me voy a olvidar de su gran nariz.
Éramos los mejores en dicho equipo y como alguna vez dijo Jeremy: Abad y tú se hicieron buenos amigos jugando con Onoc.
Una larga temporada la pasamos juntos, disputamos un torneo alterno al que jugaba Jeremy y aunque no logramos campeonar nos ayudó a cambiar de equipo. Fue entonces cuando los tres volvimos a estar juntos en un equipo.
Daba la casualidad, destituyeron al entrenador y La Gucha regresó.
Luego de la anterior temporada llena de confusiones, cambios de equipos y una severa parada volvimos a estar unidos.
Formamos parte del equipo ganador de un torneo interno realizado por las distintas escuelas (o ramas o sectores) dentro de Universitario y exclusivamente tengo en mente un partido en particular.
Creo que fue el mejor partido que jugué en mi efímera vida como futbolista amateur.
Lo voy a resumir de la siguiente manera: Hice 5 goles.
Eso es todo lo que voy a decir, anoté 5 goles de un triunfo 6 – 1 del equipo dirigido por Martin Gonzales “La Gucha”. Creo que ese día no dormí.
Pasó el tiempo y muchos equipos se desintegraron. La Gucha se marchó, nosotros nos hicimos mayores y no logramos componer un equipo que nos hiciera debutar en primera división alejándonos de Campo Mar para no volver jamás.
Fueron buenos tiempos, grandiosos momentos llenos de fútbol, goles y pasión.
Pero nuestra historia todavía no terminaba. Como último intento volvimos al Centro Iqueño que se encontraba con nuevo técnico, un tal Carlos Flores. También había nuevos jugadores; aunque no desarrollamos ningún papel importante ni jugamos campeonatos, solo íbamos para entrenar, mantener el físico y divertimos.
Tengo muchas anécdotas en los entrenamientos en nuestra segunda etapa en el Centro Iqueño.
Asistimos a los entrenamientos los martes y jueves, íbamos hasta Puruchuco, ya no a las instalaciones del colegio en Surco. Regresábamos de noche tomando gaseosa y comiendo biscochos.
Y de repente, no regresamos más.
Meses después probamos suerte en Municipal, donde pude anotar un par de goles; pero el resultado no fue alentador.
Jamás entendí porque no lo fue, de repente no éramos talentosos o tal vez, no fuimos parte de un convenio exclusivo o no destacamos como los favoritos del entrenador, que se yo. Nunca me puse a pensar en lo logístico porque solo estaba enfocado en jugar.
Es natural que hayamos tenido sueños, imaginado que jugamos en grandes ligas europeas, logrando títulos y demás; pero todo se fue desvaneciendo poco a poco.
En última instancia jugamos en un equipo formado por un empresario gordo y gracioso que contrató a La Gucha para entrenar y este no dudó en llamarnos.
Esto va a sonar gracioso: No éramos los favoritos de nadie, quizá, solo de La Gucha.
Aquel equipo lo formaron nuevos jugadores y los entrenamientos no eran tan rigurosos, ya habíamos terminado el colegio el año pasado y algunos pensaban en postular a universidades o ingresar a academias a prepararse. Carlos, Jeremy y yo, solo pensábamos en jugar y fue esa razón la que nos condujo a poder obtener el campeonato y cerrar con broche de oro nuestro compromiso con Martin Gonzales.
El partido final lo jugamos contra Sporting Cristal, allá por el año 2005 y recuerdo con emoción que anoté el único gol. Gran pase de Jeremy, quien siempre me hacía correr, a velocidad le gané a los defensores y ante la salida del portero, la coloqué a un lado. Ganamos con ese gol a inicio del segundo tiempo.
Lo curioso es que el delantero a mi costado no dejaba de caer en posición adelantada y yo no dejaba de recriminarle.
Otro dato curioso es que la final la jugamos en la misma cancha de Surquillo.
La copa se la llevó el gordo; pero nosotros nos quedamos con la victoria.
Dejamos para siempre las canchas de fútbol desde ese momento, pero seguimos jugando en la del barrio, obtuvimos algunos torneos que se realizaron y con el tiempo nos convertimos en jugadores emblemáticos (al menos así lo siento).
Actualmente, cuando juego pelota a esta edad me siento como un veterano, como un Raúl Gonzales cuando jugaba en el Schalke.
En fin, grandes momentos que siempre es maravilloso recordar.
Lo hablábamos mucho entre Jeremy y yo durante nuestras borracheras posteriores. De Carlos no se mucho y he olvidado mencionar a otros peloteros, por ejemplo, Perona, uno de los nuestros en Iqueño y la última etapa con La Gucha, entre otros.
Pienso que la pelota siempre fue un sueño y eso es lo que va a ser toda la vida, un sueño. Y está muy bien que sea un sueño.
El fútbol es mi pasión, por eso la tengo tatuada en mi pierna derecha y espero jugarlo el resto de mi vida.
Tuve un cuaderno de goles donde anotaba los goles que realizaba durante cada vez que jugaba, los goles de todo el mes se sumaban y lo mismo hacia con los goles de todo el año. Hice varios cuadernos de goles hasta que dejé de hacerlo. Sin embargo, sigo jugando, ya no tanto como antes; pero los sábados son fijos. La gente ha cambiado, ya no somos los mismos; pero siempre existen peloteros. A veces sale Jeremy (aunque el trabajo no lo permite muchas veces) yo siempre soy fijo (gracias a Dios tengo libre los sábados) y espero ver alguna vez a Abad para volver a jugar. De Perona y demás no he vuelto a saber mucho. La Gucha sigue entrenando, es su pasión.
El fútbol es mi pasión predilecta y siempre lo va a ser, nunca dejaré de jugarlo ni de verlo.
Pd.- Este sábado le volvemos a ganar al eterno rival.
Mi hijo va a ser futbolista, eso nadie me lo quita.
PD.- Si me he olvidado de algo, lo lamento; de repente alguna acotación de Jeremy o Carlos Abad voy a recibir.

Fin



jueves, 11 de junio de 2015

Tattoos

- Una niña me hizo una pregunta extraña pero inocente, además de curiosa y llamativa, al punto de hacerme pensar y llevarme a otros pasajes de mi vida como un pivote.
¿Por qué tienes tantos tatuajes?. La oí y me puse a pensar antes de contestar.
Recordé mi primer tattoo, siempre tuve ganas de hacerme uno pero no me armaba de valor y estaba rodeado de gente que encajaba a los chicos con tatuajes, por eso no me animaba del todo. Sin embargo, me cayó un dinero extra y tener una B3 en mi pierna fue lo primero que se me vino a la mente.
B3 significa Bryantres, que fue como mi nombre artístico, por dar un ejemplo; aunque todo conocido me llamaba de ese modo, me decían: B3, Tres o Bryantres porque logré posicionar eso debido a que mi entonces Blog se llamaba de ese modo y tuve cientos de visitas.
Bueno, quedé con una amiga e ir al local de su amigo ubicado en Miraflores, la bajada Balta para ser exactos.
Estaba nervioso, lo admito; pero Kathy se mostraba relajada y sonriente, es más, contaba chistes y algunas experiencias con su amigo el artista. Eso me inspiraba confianza.
Llegamos al lugar, cabe resaltar que estaba limpio y bonito, me llené de confianza y me senté a esperar mientras observaba los alrededores.
Salió el tipo y nos saludamos con un apretón de manos, Kathy se mostró emocionada con lo que me harían y yo sentí que no había marcha atrás.
Enseguida, ella se fue a otro espacio porque le iban a colocar un piercing mientras que el sujeto analizaba el diseño que le entregué.
Rato después, empezamos. Creí que dolería más, lo admito; pero resultó ser extraño, quiero resaltar lo siguiente del modo como lo vi y sentí.
“Era un dolor placentero”. De ese modo lo defino y puedo asegurar que hasta adictivo porque terminé volviendo por otro tatuaje.
El B3 quedó estupendo, tal cual lo hice a mano y en cinco minutos y tal cual siempre lo hago cuando tengo una hoja y lapicero y ando aburrido.
Esa fue mi primera experiencia.
El siguiente tattoo quise que sea algo referente a mi pasión, el fútbol. Entonces se me ocurrió una pelota con una corona y abajo la leyenda: Fútbol, el deporte rey.
Esta vez fui junto a Kerry, quien se mostraba entusiasmado con nuestra aventura que comenzó en el Centro Comercial Arenales y terminó en un local de tattoos.
Mientras que él jugaba con sus figuras de acción de Dragón Ball, yo estaba sentado y esperando al artista.
Duró menos que el primero y casi ni sentí dolor, pero ese poco que sentí era el dolor exquisito. Suena raro pronunciarlo.
En fin, el resultado fue grandioso.
Pasaron un par de semanas y volví. Si ya tenía el B3 y acerca del fútbol me faltaba Goku.
Sí, muchos saben que me encanta Dragon Ball Z. Decir me encanta suena corto, porque amo todo lo referente a DBZ.
Mi transformación favorita es el súper saiya 3 y quise inmortalizarla en mi piel.
Curiosamente fui con Kerry al mismo local, estaba el mismo sujeto y regresábamos de Arenales, todo fue tan casual que ahora que lo recuerdo me parece muy gracioso.
Esta vez tardó más de lo que imaginé; pero al finalizar quedé maravillado con la obra.
¡Está de la putamadre!, dijo Kerry al verlo y así lo defino.
Tuvo que pasar un buen tiempo para que me volviera a tatuar y esta vez convencí a Jeremy, mi primo, que me acompañase.
La idea era pedir un descuento por ambos y tatuarnos al mismo tiempo el mismo tattoo. Fue como una manera de pactar nuestra amistad.
Él lo tendría en el hombro mientras que yo en la pierna. Me gustaba mucho tatuarme las piernas. ¿La razón?, siempre uso bermudas y quisiera que se vieran.
El diseño que elegimos fue el dios egipcio Anubis.
Lo curioso es que Jeremy fue tatuado por un hombre y yo por una chica.
La sesión duró algunas horas. Fumamos cigarrillos mientras trabajaban en nuestra piel y conversábamos con los artísticas de todo un poco, el tiempo pasa rápido de ese modo.
Salimos de noche del local y nos hicieron un descuento especial, ambos quedamos satisfechos del trabajo.
A pesar que nos dijeron que no podíamos tomar licor ni comer mariscos sabíamos que esa noche de viernes no nos quedaríamos en casa a ver televisión, así que asistimos a una fiesta y presumimos de Anubis ante nuestros amigos.
Desde entonces no me volví a hacer un tattoo hasta años más tarde.
Se me ocurrió una esfera del dragón con tres estrellas. No la de cuatro que es la favorita de Goku, sino una de tres porque me encanta el número tres.
Aquella vez fui solo. Salí de casa rumbo al gimnasio y luego me acerqué a un local de tattoos, consulté y al instante ya me encontraba ubicado sobre la silla y esperando al artista.
Fue uno de los tatuajes más rápidos que me he hecho. Creo que duró cuarenta minutos o hasta una hora, poco importaba ese detalle porque el resultado como siempre fue espectacular.
Realicé una fiesta por mi cumpleaños dos semanas después y pude mostrar el tattoo en todo su esplendor.
Pasaron otros varios años para que regresara a una tienda de tatuajes.
Mi entonces enamorada, quien ahora es mi pareja actual, me regaló un tattoo por el aniversario. Fuimos juntos al mismo lugar donde me hice la esfera del dragón y vio como trabajaron en mi piel.
Ese tatuaje lo hicieron en mi espalda y el diseño fue el nombre de mi mascota (Pinina) junto a la huella de su patita.
Ella estaba asombrada y asustada de cómo sangraba mi piel, pero yo le hacía entender que es normal por el hecho de tener una piel sensible.
Cuando el tipo acabó el trabajo mi novia le comentó que se trataba de un regalo y este respondió: Es el mejor regalo, haciendo que todos riéramos.
Poco tiempo después, mi chica y yo volvimos para hacernos un tatuaje juntos. ¡Nos tatuamos nuestros nombres!
Es la más intensa locura de amor que he hecho en mi vida. Bueno, ambos estábamos muy enamorados y a la vez muy locos.
Mi novia sufrió mucho mientras trabajaban en su piel, yo estaba acostumbrado, prácticamente no sentí nada; pero ella no dejaba de lagrimear; sin embargo, ambos quedamos satisfechos con el resultado y ahora cuando hacemos el amor nos gusta contemplar nuestros respectivos tatuajes y recordamos con mucha alegría ese momento de locura.
Creí, ilusamente, que no volvería a hacerme un tattoo pero volví al mismo lugar cuatro años más tarde.
Había publicado mi libro, estado en la feria del libro y me dedicaba, por fin, a lo que tanto amo, por esta razón quise hacerme uno referente a ello.
Le dije al artista que me hiciera un diseño. Quería un libro abierto y encima la leyenda: Amo escribir.
El tipo hizo un diseño fantástico y de inmediato lo quise en mi piel.
Quedé encantado. Fue mi último tattoo.
En conclusión, tengo siete tatuajes. Tres en la pierna izquierda, dos en la derecha y dos en la espalda.
Mis tattoos significan las cosas que amo, le respondí a la pequeña.
Ahora reservo mi cuerpo para tatuarme los nombres de mis hijos, no pienso tener tattoos en los brazos, por eso es posible que los realice en la espalda. En fin, es un arte que respeto y admiro.

Fin



lunes, 8 de junio de 2015

Tangentes

- Despierto muy temprano; aunque estoy seguro que otras personas lo hacen aún más temprano. Resulta tedioso dejar la cama; pero una buena ducha me revive y el café activa sentidos.
Es el último día de mi clase de Redacción, espero que se note mientras vaya escribiendo. Pienso en la posibilidad de incursionar en otro curso; pero por otro lado medito acerca de un futuro examen de admisión (Sí, voy a estudiar Literatura) y resuelvo tomar todo con calma, prepararme bien y lanzarme. En ese lapso la idea de elegir otro taller se desvanece y me enfoco en los benditos números.
¡Malditos números! Son mi eterno némesis. Nunca he sabido manejarlos y me he excusado en desmerecer su utilidad; sin embargo, resultan necesarios.
En mis tiempos de colegio fui el peor alumno en la clase de matemática. Llevé el curso todos los veranos de los cinco años, era como se dice: Un caserito.
Curiosamente, ahora que lo recuerdo, tuve distintos profesores y ninguno supo hacerme entender como carajos se halla la maldita X dentro de una figura geométrica.
De hecho, tuve un profesor particular, un viejo pelado y sonriente, me explicó cientos de veces el modo de factorizar la monstruosa cantidad para que al final saliera 1. No entendí.
Ahora esbozo una sonrisa y la chica a mi lado piensa que la estoy coqueteando. El bus por la mañana suele estar repleto de todo tipo de personas, ¿Cuántas historias habrá aquí? Es una pregunta interesante.
Empecemos por esta chica, lleva gafas y atuendo universitario, el morral y la casaca, los tenis y los leggins. De unos veinte a veinte y dos años. Es agraciada, no lleva el cabello ondulado como me encanta en las mujeres; pero le quedan bien esos lentes, le da un aire intelectual a menos que sea pura poseria y vea perfecto y solo los use para dar esa perspectiva.
Me divierten los poseros o monos como suelen decir algunos.
Conozco a muchos; pero no son mis amigos. Se enganchan con una onda y no la dejan hasta encontrar otra.
Lo llamativo es el cambio radical y eso me resulta demasiado chistoso.
Observo por mi ventana cuando no tengo ideas y lo veo caminar por la acera que divide el parque, no es por burlarme; pero llamo al hermano que este cerca y le digo: Mira, ese huevon esta vistiendo o luciendo o haciendo eso ahora. Él, quien también sabe acerca de la monería -valga el término- no deja de reír mientras lo observa.
¡Pero es que es tan obvio! Y bueno, uno se divierte con estas ocurrencias.
El cobrador se acerca haciendo un chasquido con las monedas, le pago y me entrega un boleto. Estoy escuchando a Sabina, me comienza a gustar más, tiene buenas letras.
Un amigo me ha recomendado a Gian Marco; pero no le voy a dar una oportunidad hasta nuevo aviso.
Es insoportable el tráfico de las mañanas, se arma un nudo en La Bolichera y se hace imposible atravesar; pero yo estoy saliendo temprano y por eso estoy tranquilo. ¿Qué sencillo, no? partir de casa a una hora promedio y saber que a pesar del embotellamiento vas a llegar puntual.
Esbozo una sonrisa y me relajo, la canción también ayuda, es una balada bacán que me gustaría cantar en la soledad de mi habitación; pero no en el bus. A menos la tarareo.
He olvidado mencionar que no estoy cómodamente sentado; pero es bueno no ser tan alto, como el tipo a mi espalda que debe doblar el cuello. Qué jodida situación. Oigo buenas canciones, miro por la ventana y la chica a mi lado ya no piensa que quiero algo con ella.
Esta parada al igual que yo, mira la ventana como yo y espera que la señora que se encuentra en un prodigioso asiento al lado de la ventana se baje en la siguiente esquina. Lógicamente se lo voy a ceder; pero sería genial que bajaran las dos.
Hace años una muchacha pensó que la estaba afanando del modo más vulgar que pueda existir.
Llevaba tiempo esperando a una flaca, no recuerdo exactamente a quien, en un segundo piso del pateo de comidas de un centro comercial.
Hacía un calor de aquellos y yo, estúpidamente, salí con jeans. Me dio una cólera tremenda haberme puesto pantalón creyendo que el amanecer gris se prolongaría hasta la noche.
Resulta que un grupo de muchachas acababan de comer, las chicas se adelantaron y una se quedó a recolectar los desperdicios y arrojarlos a la basura. Yo estaba mirando abajo por si mi cita llegaba cuando esta muchacha me vio en el momento más inoportuno que pueda existir, rascándome las pelotas.
Sorprendida, felizmente que no asustada o tal vez lo estaría en segundos me hizo leer sus labios.
E N F E R M O… Traté de explicarle con señas y del mismo modo en que lo dijo; pero se largó tan rápido como pudo. En mi situación confusa y complicada no me quedó remedio que zafar del lugar.
Hubiera sido una vergüenza del tamaño del estadio Nacional si se acercasen los guardias de seguridad.
Ahora que lo recuerdo me da mucha risa. Esa mujer que habrá pensado, que soy un maldito enfermo sexual. ¡Dios, qué risa! Me da recordar ese suceso.
Desciendo del bus y camino hacia el Centro Cultural, todavía llevo los audífonos puestos y Alejandro Sanz me canta “Un zombie a la intemperie” es una canción nueva, no me gusta de todo; pero le estoy dando otra oportunidad.
Alejandro Sanz siempre va a ser mi cantante favorito; aunque no se qué diablos haya hecho con la esencia de sus letras. Parece como si quisiera no ser él. Desde que hizo esa horrible canción con Shakira todo cambió. Dejé de comprar sus discos originales y comencé a bajarme las canciones de Ares (ahora de Youtube, obviamente). Ya no me nacía comprar sus discos porque las canciones no eran del todo buenas. Lo que trato de decir con “buenas” es que no me hacen sentir, no me emocionan como lo hacía y hace “Siempre es de noche”, “La fuerza del corazón”, “Si tú me miras” esta última una de mis favoritas por años, inclusive se la dediqué a mi primera chica y hasta le canté algunas estrofas.
¿Qué habrá sido de su vida? Pues duramos una semana, ¡Sí, una semana! y me terminó por teléfono.
Es irónico, yo tratando de conquistarla durante meses y cuando por fin pude besarla, saber que me quería o le gustaba bastante me cortó y para colmo por teléfono.
Obviamente me sentí terrible.
Estaba en mi habitación escribiéndole una carta de amor, lleno de ilusión y ansias porque fuera fin de semana y pueda ir a visitarla y al menos darle algunos besos o simplemente verla. Mi vieja me avisa diciendo que me están llamando por teléfono, voy enseguida sabiendo que es ella y de repente, ya no estamos. Claro, ahora que lo recuerdo llega a parecer hasta cómico y es bueno verlo de ese modo.
Nunca me gustó hablar mal de una mujer; pero solo diré que con el tiempo y las malas juntas se volvió distinta.
No hay nadie en el salón, soy el primero como algunas veces. Me acerco a la cafetería y pido un café para el alma.
Me da risa decir eso: Para el alma.
Qué bien me atienden acá, todos son gentiles y serviciales.
El café es delicioso y preciso, está haciendo un frío de aquellos y esto me calienta. Pensé en fumar un cigarrillo pero lo mejor es guardarlo para el viernes. Solo fumo fines de semana, en reuniones o fiestas, raras veces días como estos.
No tengo al cigarrillo como vicio, lo mío es escribir, escribir y escribir. Ah y jugar pelota.
Siempre quise ser futbolista; pero mis sueños terminaron cuando cumplí 19 y todavía jugaba en la cancha de mi barrio. Mi primo y un amigo cercano (ahora recontra lejano) íbamos a entrenar a un equipo popular de la ciudad y quiero ser honesto, yo no sé si fue por falta de talento o por la siempre presente argolla; pero nos separaron. Sin embargo, cuando veo el fútbol nacional me repito dentro de la cabeza: La hubiéramos hecho linda como futbolistas, porque estos huevones son más malos que los bandidos.
De hecho, ese amigo (ahora lejano y me apena) creo que nunca lo superó e imagino que si alguna vez vuelvo al lugar de los entrenamientos voy a verlo dando vueltas a la cancha.
Y no va a ser un espejismo, será una eterna realidad.
Yo por mi parte me dediqué a escribir y mi buen primo a estudiar una carrera.
Hace años cuando tomábamos hasta el amanecer recordábamos esos viejos momentos tras la pelota en los partidos de entrenamiento.
Siempre llegamos a la conclusión que nos faltó convicción. Es una palabra fuerte, es una palabra que me gusta mucho por el significado, todo lo puedes teniendo convicción, no cabe duda y en ese entonces, a los 15 o 16 años no la teníamos bien clara.
No obstante, los sábados jugamos pelota, es una cita imperdible; aunque ya no salgan los mismos al menos logramos sacar dos equipos y nos divertimos un par de horas.
Llegan las chicas, me saludan y se acomodan, preguntan por el libro y como fue, como surgió y demás, me encantan esas preguntas, yo disfruto responder con amabilidad, siempre que se trate de mi libro, yo gustoso contesto a todo.
Estoy orgulloso de mi libro, suena a cliché: Es un sueño hecho realidad. Me hace feliz haberlo terminado y logrado publicar, estoy contento por el aumento de lectores y me motiva trabajar en lo que amo y me apasiona. Es bacán porque todos me apoyan, familia, novia y amigos -ya no tengo muchos amigos- pero los que quedan se hacen presente.
Me da nostalgia mencionar a mis amigos, muchos ya son padres y líderes de familias, otros están recontra pisados y algunos simplemente ya se alejaron. Perdí a mi mejor amiga por estupideces que pude evitar o no lo sé, a veces la extraño, sucede mayormente cuando no tengo a nadie con quien charlar acerca de los miles de temas que entablábamos.
Acaba de entrar el profesor. Bacán, esto va a empezar, me van a entregar mi diploma y es posible que más tarde salgamos y vayamos a Starbucks, es un buen grupo y sería genial seguir en contacto.
Ya inicia la clase, pero antes de concentrarme voy a leer el WhatsApp de mi flaca.
Listo preciosa, en la noche te busco. Celular en vibrador y a enfocarse en el expositor.
Es curioso como uno logra pensar en tantas cosas mientras realiza los quehaceres de la mañana.

Fin

jueves, 4 de junio de 2015

Frase 13

- Nos convertimos en otros para nosotros mismos. Creemos que estamos distanciados de quienes fuimos. 
Recuerdas la edad y resulta inverosímil tener la que tienes si aún... -se detiene todo en ese instante- y te das cuenta de la realidad.
No es mi edad, es el kilometraje.
Se llama tiempo y hace que personas, amores y amigos vayan quedando detrás, de uno depende valorar los momentos y perdurar recuerdos.
Al final la esencia de cada uno se basa en cuanto recuerde.