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sábado, 13 de junio de 2015

Días de fútbol

- Todo empezó un sábado por la mañana, allá por el año 1997. 
Me alisté desde que abrí los ojos para salir a jugar pelota, afuera me esperaba Jeremy junto a un grupo de amigos. Bruno y Diego hacían lo propio y organizaban su equipo.
Desde aquellos días nos hemos enfrentado en la cancha al frente de mi casa en emotivos encuentros futboleros.
Esa mañana nos sorprendió el ver a un grupo de muchachos uniformados con camisetas del entonces campeón de la Champions League junto a un señor de baja estatura -grande para ese entonces- que llevaba gorro y pito en mano. Lo curioso fue que no estaban jugando al fútbol, sino que realizaban maniobras con conos y demás accesorios.
—Parece que están entrenando— sugirió Jeremy. —Vamos a jugarles un partido— dije emocionado. Contagié al resto del grupo, quienes muy animados se acercaron a la cancha.
El entrenador habló con nosotros informándonos que en unos diez minutos acabarían el entrenamiento. Además, aceptaron el reto de jugar.
Nos sentimos motivados, hace mucho que no jugábamos contra otro equipo que no fuese el de Diego, Bruno, Gonzalo, etc. Sin embargo, ellos también quisieron compartir la cancha y no dudaron en ser parte del compromiso; entonces, quedamos en realizar un triangular.
Como los de camiseta amarilla y negra estaban primeros debían de jugar contra uno de nosotros y el ganador jugase contra quien quedase.
Siempre he sido un experto en el juego de piedra, papel o tijera y le gané con facilidad a Diego.
Entramos a la cancha extrañamente nerviosos, imaginando que tal vez, su condición de peloteros uniformados, con zapatillas exclusivas para el deporte rey y haciendo movimientos antes de iniciar nos pudiera afectar y quizá, sacar ventaja.
Recuerdo que ganamos 3 – 0 durante los veinte minutos que duró el partido. Hice uno de los tres goles, el mío fue el último.
Recibí una pelota larga de Jeremy y al ver al portero salido, simplemente, lo colgué. Fue un golazo, sin duda alguna.
Nosotros jugábamos divirtiéndonos mientras que ellos eran dirigidos por el señor de gorro y silbato, quien durante el encuentro no dejó de hacer movimientos con las manos y gritar a sus jugadores (mayormente a los desentendidos por el juego) y al final salieron perdiendo.
Terminado el partido, Jeremy me dijo algo interesante: Ellos no se conocen como nosotros.
Mientras que el equipo perdedor se retiraba y los rivales de siempre ingresaban, en la esquina, no nos dimos cuenta que alguien nos estaba observando.
Martín Gonzales, alias La Gucha, se encontraba parado en el umbral de su casa contemplando el partido y analizando cada una de las jugadas, tenía un conocimiento amateur del fútbol y grandes sueños por realizar.
Imagino que se le prendió el foquito y se acercó a la cancha para mirar el siguiente encuentro.
El partido quedó 3 – 2 con un triunfo nuestro y con dos goles míos. Jugamos a veinte minutos porque el equipo de los uniformados quería jugar la revancha.
Volvimos a ganar y todavía con resto físico esperamos a los otros para enfrentarnos de nuevo.
En ese momento, La Gucha se colocó al filo de la cancha, no nos pareció extraño porque solíamos verlo jugar y al parecer, creíamos que estaría de curioso.
Empezamos a perder el partido con un marcador de 0 – 2. No sabíamos lo que sucedía, perdimos un par de pelotas en el centro, nos presionaron desde el inicio y anotaron dos goles muy rápido.
La Gucha comenzó a dirigirnos y cada uno de nosotros siguió sus indicaciones –no estoy seguro de la razón, de repente porque sabíamos lo que hacía- y asombrosamente nos dio resultados.
Jeremy no debía jugar abajo, en el medio lo hacía mejor. Yo estaba mejor como delantero por derecha y no tanto en el centro.
Carlos Abad corriendo por la derecha y el arquero debía de salir más seguido.
Empatamos y logramos derrotar al equipo con un contundente 4 – 2 que dio inicio a un proyecto dentro de la cabeza de quien nos dirigió.
Nos propuso crear un equipo al que sin duda y en referencia al parque llamó “Los Tulipanes FC”.
En primera instancia resolvió que el equipo debería tener dos categorías: 85 – 86 y 87 – 88 que eran las más exigidas en las competencias.
Los entrenamientos se realizarían los martes, jueves y viernes, siendo este último día exclusivamente para fútbol, el resto se harían trabajos físicos y estratégicos.
Como dato curioso y anecdótico: A fin de cada bimestre deberían de mostrar sus respectivas libretas para poder seguir en el equipo.
Desde entonces cada martes a las 3.30pm llamaba a Jeremy desde la ventana y este respondía inmediatamente. Salíamos e íbamos a buscar a Carlos Abad para luego ir a la cancha y esperar que se inicie el entrenamiento. Ambas categorías entrenaban juntas y los trabajos físicos, algunos creados por La Gucha y otros escritos en todos los libros y practicados por muchos, eran divertidos como importantes.
Yo no solía llevar el ritmo de algunos ejercicios, perdía la ilación porque siempre fui poco coordinado, eso provocaba la risa de muchos.
Los ejercicios que más me gustaban eran los cuales debías de probar al arquero. Realizábamos una fila, la Gucha se colocaba al frente con pito en mano y balón en el piso e indicaba que al tocar el silbato a quien le toque debería de correr y pegarle al balón como venia, el arquero estaría pendiente del disparo.
De hecho que algunos no eran tan buenos como yo para los tiros a balón en movimiento, mayormente hacia goles porque mi remate era uno de más potentes.
Ernesto o Gabriel, quienes eran los arqueros, temían al saber que era el siguiente en disparar.
La Gucha se alegraba cuando veía que el balón iba a parar al fondo.
Los viernes eran de fútbol. A veces jugábamos en la cancha de siempre, hacíamos cuatro equipos a diez minutos o dos goles el partido. Si alguna jugaba salía mal debía ser repetida o si el arquero fallaba podía tener la oportunidad de reivindicarse, así uno aprendía.
Otras veces jugamos en una cancha de arena fina ubicada al lado de un albergue, era terrible; pero a la vez increíble jugar en ese lugar, porque la arena hace tedioso el movimiento y a la vez te puedes caer y no te sucede nada, solo escuchar las risas. A los arqueros les favorecía esa cancha porque podían volar o lanzarse y no caían al pavimento sufriendo lesiones, sino a un colchón de arena.
Lo trabajoso eran las vueltas a la cancha previo al fútbol; pero ayudaba a mantener y mejorar el físico.
Pocas veces por temas que cobraban, jugábamos en la cancha de césped del IPD. Era genial jugar allí, porque siempre es bacán jugar en una cancha de fútbol profesional.
Cuando llegaron las bases para el campeonato a realizarse en Surquillo tuvimos obligatoriamente que entrenar exclusivamente en la cancha del IPD por tal razón la Gucha gastaba de su bolsillo para el alquiler de la cancha, sentía que nos tenía fe; aunque para la compra de camisetas tuvimos que dar todos una cuota.
Él nos tenía organizados al punto que le dijo a uno de sus amigos para que entrenase a la otra categoría y así poder dedicarse plenamente a los 85 – 86.
Nuestro primer partido amistoso lo tuvimos ante un colegio cercano, el Julio Escobar.
Fue la primera vez que utilicé la camiseta 9 (de color azul) con la leyenda “Tulipanes FC”. Realmente estábamos muy organizados.
—El arquero es alto, pégale por abajo— me indicó antes de empezar el partido.
Ellos eran de quinto de secundaria, me resultaban grandes y hasta más fuertes, yo era uno de los menores del equipo; pero era veloz y mi pegada era poderosa.
Recibí un balón a larga distancia -de mis favoritos- y le gané en velocidad al defensor, vi al arquero salir y entonces le pegué a ras del suelo. La pelota ingresó y todos se acercaron para celebrar.
Recuerdo que me aplastaron y tuve la camiseta sucia.
El siguiente encuentro previo al campeonato fue contra la selección de fútbol del colegio Maristas, esta vez jugamos en su propio campo.
Tenía a unos conocidos estudiando allí y se hizo divertido encontrarnos en el campo, donde nadie se conoce. Finalizado el cotejo nos saludamos.
El partido terminó empatado 2 – 2. Logré anotar uno de los goles y aprendí a no caer tanto en posición adelantada. En mis inicios fue mi peor característica; sin embargo, con el pasar de los partidos y los constantes gritos del entrenador por las reiteradas veces hallé la solución a ese déficit y pude entender el juego en línea.
Curiosamente mi gol lo hice saliendo de la línea, corriendo después del balón y al encontrarme mano a mano pude definir con facilidad.
Jugamos un tercer y último partido, fue ante la categoría 87 – 88.
Hace mucho que no jugábamos en contra, lo hemos hecho fuera de los entrenamientos pero nunca antes con la misma intensidad. Fue un gran partido, lo ganamos por 5 – 4 y lo recuerdo claramente porque anoté tres goles.
El campeonato en Surquillo era de alta competencia, me compraron mis zapatos de fútbol Adidas (los mismos que usaba mi entonces ídolo, Raúl Gonzales) y debutamos contra un equipo, del cual no me acuerdo el nombre, pero llevaba la camiseta de Argentina como uniforme.
—Cholo, vas a anotar un gol— me dijo La Gucha antes de iniciar el compromiso y aunque no fui yo quien anotó porque nuestro gol fue de penal y lo hizo el defensa y capital, José, logramos sacar un buen empate ante un equipo de mayor en edad y mejores físicamente. Creo que hasta cambiaron las partidas de algunos jugadores porque no parecían tener 12 o 13 años.
El siguiente partido fue contra un equipo de Ventanilla, tampoco tengo en mente el nombre; pero lo perdimos 2 – 0.
Debíamos de ganar el posterior partido para poder alcanzar la clasificación, entrenamos dos turnos durante los jueves, de día y de noche; aunque no todos asistieron porque algunos estudiaban durante la noche. A mí me gustaba ir a entrenar, nunca falté a un entrenamiento, aparte vivía al frente.
Aquel partido fue grandioso, lo ganamos con la justa. No anoté el gol del triunfo, otra vez lo concretamos de tiro penal y sellamos el pase a los octavos de final donde caímos derrotados en penales.
Recuerdo que me sacaron en el tiempo extra y no pude patear en la tanda de penales.
Después de dicho torneo seguimos entrando; pero algunos que acabaron el colegio se fueron dedicando a otras aficiones, muy distintas al deporte.
Por otra parte, los de la otra categoría se inscribieron en el mismo campeonato y lograron participar llegando hasta los cuartos de final, ese equipo fue dirigido también por la Gucha junto a su colega.
En esa etapa dejamos de entrenar, no había con quien y cada uno fue en busca de otros horizontes.
Jeremy, Abad y yo quienes nos manteníamos juntos desde tiempo atrás continuamos jugando pelota casi todos los días venciendo a los equipos que se animaban a enfrentarnos. Jalábamos a un arquero porque el nuestro estaba en el torneo y jugábamos solo cuatro contra equipos de cinco o seis.
Más adelante, La Gucha fue fichado para entrenar a la categoría 87 -88 del Centro Iqueño (una de las instituciones deportivas más antiguas de Lima).
Rápidamente nos convocó para ir a hacer pruebas junto al plantel y probar suerte para poder quedarnos en el equipo.
Los tres asistimos y en el camerino mientras nos cambiábamos nos encontramos con Perona, uno de los participantes del campeonato anterior. Enseguida, entró La Gucha junto a otro señor que vestía idéntico.
—Estos son los jugadores de quienes te hablé— le dijo a su colega.
—Muchachos, él es el entrenador Polanco— dijo y saludamos cordialmente.
—Tengo que verlos en acción— respondió sonriente. Y rato después, ya estábamos en el campo.
Nunca antes había visto a tantos peloteros juntos. Era una aglomeración de futbolistas principiantes que buscaban un cupo en el equipo, por algo no lo llaman: El día de pruebas.
—Van a jugar e iremos rotando. A quienes les toque el hombro o llame sabrán que son los elegidos.
Todos nos emocionamos al oír esas palabras, frenéticos por tocar el balón lo más rápido posible.
—Pero antes, diez vueltas a la cancha. ¡Todos, ahora! — anunció y tocó el silbato.
Empezamos a correr entusiasmados y mientras lo hacíamos íbamos despejando nuestros nervios.
Culminado el calentamiento nos volvimos a sentar a esperar que nos avise.
—¿Arqueros?, ¿Quiénes son arqueros? — preguntó— y miró hacia todos lados.
Alzaron la mano los porteros y fueron mandados los dos primeros a los arcos, los siguientes esperarían su turno.
—¿Defensas?, ¿Quiénes son defensas? Casi nadie levantó la mano.
—Creo que voy a alzar la mano. No hay defensas, es un puesto que se manejar bien— me dijo Jeremy—.
—Mejor juega donde te sientas cómodo— le recomendé—.
Charlie Abad era defensa y fue uno de los pocos en levantar la mano. Lo vi sonriente y emocionado, estaba contento de tener un puesto fijo, solo necesitaba resaltar y no cabía duda que lo haría.
—¿Volantes, centro campistas? —. —Es tu turno— le dije a Jeremy sonriendo—. —Allá voy, respondió— y se hizo ubicar. Otros varios jugadores también se hicieron presentes.
—¿Puntero derecho? — Preguntó— y un mar de manos se hicieron notar.
Dije una maldición. Miró, escogió a uno, a otro y volvió a observar.
—Yo puedo jugar por izquierda— dije en un momento de desesperación—.
—Bacán. Ven— dijo— y me llené de algarabía que solo pude hacer notar por medio de una leve sonrisa.
Casualmente los tres completábamos el mismo equipo, sabíamos que podíamos hacer un buen papel y lograr quedarnos con un cupo en el plantel.
El sistema de elección era sencillo, solo debes de mostrar alguna que otra buena jugada y listo, porque tienes muy poco de tiempo.
Caso contrario, si das un pésimo pase o no tienes buen control, cosas elementales, te puedes despedir.
Jeremy y Abad resaltaron con facilidad, el juego duro y la buena salida de Carlos fue indispensable para ser elegido, es un defensa indomable, va a todas las pelotas divididas con coraje y tiene una excelente; aunque no elegante, salida. Jeremy, por su parte, es más técnico, te da el balón al pie y te lo pide para volver a armar juego, se hizo fácil escogerlo.
Por mi parte, debía de anotar un gol para poder ser visto. Polanco miraba el partido concentrado cuando no se movía dentro del campo eligiendo jugadores.
Se metió a la cancha de nuevo y tuve mi oportunidad de oro, un buen servicio de Jeremy detrás de los defensas hizo que corriera a toda marcha para poder converger con el balón y aunque logré quitármelos de encima y al tener al portero cerca zafármelo no pude anotar porque el balón fue a caer muy cerca.
—Que mala suerte, pensé— y seguramente pensaron todos los de mi equipo.
Sin embargo, sentí su mano su hombro rato después.
—A la otra entra— dijo— y sonreí para mis adentros.
Los entrenamientos en el Centro Iqueño se realizaban en las instalaciones de un enorme colegio por Surco. Solíamos ir los martes y jueves de 3.30pm a 6pm. Como La Gucha entrenaba en otro sector nos regresábamos juntos.
El resto de los días también jugábamos fútbol en la cancha al frente de mi casa y disputábamos contra el eterno rival y algunos otros equipos que querían hacernos frente. Éramos deportistas al cien por cien y nos dedicábamos a jugar pelota, solo pensábamos en ello.
Centro Iqueño, al ser una institución formal y seria nos hizo firmar un contrato, lógicamente nos sentimos excitados al plasmar nuestras respectivas firmas y tener nuestro primer contrato que a pesar de no recibir ningún centavo, nos servía para saber que éramos parte del club.
Los entrenamientos eran grandiosos, los martes generalmente realizábamos trabajo físico y estrategias mientras que el jueves eran dedicados a prácticas de fútbol.
El plan del club era jugar el torneo AFIM - Asociación y por esa razón recurrieron a la búsqueda de jugadores.
Jugar Asociación era espectacular porque te codeabas con todos los clubes del país y tendrías la posibilidad de ser fichado por alguno.
Debutamos contra Alianza Lima, uno de los clubes más importantes y emblemáticos del país.
Yo salí a los 15 minutos del segundo tiempo porque estábamos ganando 1 – 0 con gol de Jeremy (de cabeza) y el profesor quiso meter un defensa; pero nos terminaron empatando.
Para haber sido un debut y enfrentarnos a un grande en dicha categoría nos quedamos satisfechos.
Posteriormente perdimos ante la U (3 – 0) contra Cienciano (2 – 1) y frente a Sporting Cristal (1 – 0).
Pudimos ganar y logré anotar un doblete frente a Lawn Tenis, después empatamos contra Alianza Atlético y por suerte, anoté también.
Asociación era un campeonato largo y de dos ruedas, desde el inicio empezamos sin ser los favoritos y la idea era agarrar experiencia, por mi parte quería jugar y hacer una buena cantidad de goles.
Terminada la primera rueda tenía 7 goles; sin embargo, comenzamos de pésima manera los siguientes partidos perdiendo hasta por goleada. De hecho, los otros equipos eran sólidos y experimentados. Nosotros teníamos seis o siete meses trabajando juntos.
En un par de ocasiones faltaron jugadores y perdimos por Walkover, lo cual me hizo sentir muy frustrado, aparte de haber sentido rencor por aquellos que decidieron, simplemente, no asistir. Su razón yacía en que éramos los últimos de la tabla; pero nunca me puse a pensar en ello, simplemente quería jugar y ganar experiencia, mis dos compañeros pensaban igual. Nuestra intención era jugar muchos partidos y poder ser jalados por otros equipos.
Casi al final del campeonato calculo que hice unos doce a trece goles y los últimos partidos ante la falta de personal futbolero decidieron retirarse del campeonato. No era la forma de acabarlo; pero Polanco resolvió alejarse y pusieron a otro al mando, quien decidió dejarlo todo y empezar de nuevo.
Curiosamente, me encontraba en mi casa un sábado por la mañana, cuando un auto de lujo se detuvo al frente, descendió un viejo de barba y lentes, vestido con ropa casual y con celular en mano.
Poco tiempo después, mi vieja subió a mi habitación y me dijo: Te está buscando el presidente del Centro Iqueño, dice que vayas a jugar.
—Pero, ¿No se acaban de retirar? — pensé y salí a recibir al señor, quien me comentó que decidieron volver a competir porque iban a recibir una fuerte multa.
Animado fui a buscar a Jeremy y juntos buscamos a Carlos, quien estaba durmiendo y al vernos desde su ventana y contarle lo ocurrido quiso esta lanzarse de la misma.
Al cabo de una hora, calentábamos el asiento en el auto del presidente del club, quien relataba que el nuevo entrenador nos andaba buscando como loco. Nos miramos y nos reímos escépticos.
Al llegar hallamos a los jugadores a punto de entrar, eran 8 y le habían pasado la voz a un infiltrado que tuvo que ser reemplazado.
Armamos el equipo y ganamos el partido con un amplio marcador de 4 – 0 y fue así como acabó nuestra futbolera aventura en el Centro Iqueño.
Paralelamente jugaba en los campeonatos inter escolares de la secundaria, era el delantero estrella de la selección del colegio y pudimos ganar algunos torneos; pero no eran tan competitivos como los que jugaba. Lo que resultaba favorable era que mi nota en E. Física siempre era 20.
En las olimpiadas del colegio mi equipo salía ganador derrotando a todos con quienes se enfrentó. Recuerdo claramente, que para entonces me encontraba en 5to de secundaria, jugaba el último partido de mi etapa como escolar y pude anotar el penal que nos dio el campeonato, irónicamente -como el fútbol te da revanchas- muchos años atrás, en 1ero de secundaria, me había fallado un penal y esta vez lo anoté para salir ganadores. Nunca me voy a olvidar de ese momento.
Terminado el colegio, durante enero y febrero fuimos a probar suerte a Universitario, que entrenaba en Campo Mar U.
Era un trayecto relativamente lejos; pero solo un bus nos llevaba.
Subimos al maleño y llegamos en cuarenta y cinco minutos. Era mañana de pruebas y vimos a más de un conocido deambular por las instalaciones.
El profesor Salhuana realizaría las pruebas. Empezamos con las típicas vueltas al campo, después con el estiramiento y enseguida esa aglomeración de puestos a disposición del entrenador. Todos levantaban la mano cuando Salhuana preguntaba: ¿Arqueros?, ¿Defensas?, ¿Volantes?, ¿Delanteros? Así no hayan atajado nunca o jamás hecho un gol, todos estaban dispuestos a desempeñar el lugar exigido.
Pero; curiosamente, existía un grupo exclusivo, unas personas que entrenaban aparte con el asistente del entrenador. Me llamó mucho la atención el verlos lejos del centenar de personas que iban a probarse.
No teníamos mucho conocimiento acerca de los manejos, no estaba seguro si debíamos pagar una cuota mensual para ir a entrenar y ser parte del club o tal vez, el hecho de probarse y tener suerte para quedarse era la opción. Nosotros solo queríamos jugar y lo que teníamos informado era que debíamos ir a probarnos.
Resulta que nos escogieron para formar parte de un grupo. Nos sentimos maravillados, más cuando regresamos durante los tres meses que dura el verano.
Tuvimos entrenamientos de alta competencia, jugábamos con buenos sujetos y hasta logré anotar algunos goles; pero no éramos parte de un grupo que supuestamente jugaba torneos. Porque algunas veces llegábamos y veíamos a ese otro grupo jugar con otros equipos, en camisetas y con árbitros y nos sentíamos como distanciados, diferenciados y no entendíamos el motivo ni el manejo.
Lo curioso es que mirábamos el partido porque entrenábamos después y no nos resultaban buenos jugadores. No obstante, en una naturaleza inocente imaginábamos que se trataba del equipo A al que pronto alcanzaríamos.
Pasado un año, el entrenador junto a su asistente sostuvieron una charla con nosotros, informándonos que solo elegirían a 11.
—¿Elegir a once de cientos? — nos preguntamos.
La cuestión era la siguiente, jugaríamos un partido de una hora contra el equipo, supuestamente, titular para demostrar que pudiéramos quedarnos.
Fue un partido de aquellos. Recuerdo claramente que estábamos perdiendo 2 – 1 y los defensas empezaron a pasarse la pelota como quien se burla o quien hace tiempo, yo me encontraba frenético por anotar y pude interceptar un pase, detuve el balón y le pegué con suma violencia, la pelota pega el travesaño, golpea el piso e ingresa.
—¡Golazo, carajo! — grité como un loco— y me fui a saludar con los primeros que vi. Minutos después, acabó el partido.
Lo anecdótico es que luego del cotejo se nos acercó el asistente del entrenador y a todos nos dijo: Muchas gracias por su tiempo; pero lamento informarles que hasta aquí llega su desempeño.
Quedamos anonadados, al punto que no dijimos nada. La mayoría asintió con la cabeza, yo no pronuncié palabra alguna porque me hallaba agotado. Luego asimilé la situación y por ende la frustración.
Derrotados nos retiramos; pero antes de dejar las instalaciones nos detuvimos a comprar líquido y conversar sobre la realidad.
Acordamos en volver a intentarlo en otro equipo del mismo club, donde, casualmente, La Gucha había entrado como entrenador.
Fue a fines de febrero cuando Carlos y Jeremy volvieron a Campo Mar a jugar esta vez por el equipo dirigido por nuestro ex entrenador. Yo no estuve presente durante los primeros meses por el tema de una operación que me realizaron. Mi recuperación fue larga y dolorosa, cuando intentaba jugar no podía y descansar se me hacía más doloroso todavía.
Ellos me contaban como iba a todo, que armaron un buen plantel, que jugarían algunos torneos y que las cosas marchaban mejor que antes. Sentía mucha impotencia, ganas de estar en el campo y jugar. Además, me motivaba que La Gucha los entrenara.
El momento de mi retorno no fue prodigioso. Cambiaron a Martin Gonzales a otro equipo, Carlos fue separado por el nuevo entrenador mientras que Jeremy pudo quedarse.
Volví quedándome en cero; pero junto a Carlos nos incorporamos al equipo del profesor Onoc, nunca me voy a olvidar de su gran nariz.
Éramos los mejores en dicho equipo y como alguna vez dijo Jeremy: Abad y tú se hicieron buenos amigos jugando con Onoc.
Una larga temporada la pasamos juntos, disputamos un torneo alterno al que jugaba Jeremy y aunque no logramos campeonar nos ayudó a cambiar de equipo. Fue entonces cuando los tres volvimos a estar juntos en un equipo.
Daba la casualidad, destituyeron al entrenador y La Gucha regresó.
Luego de la anterior temporada llena de confusiones, cambios de equipos y una severa parada volvimos a estar unidos.
Formamos parte del equipo ganador de un torneo interno realizado por las distintas escuelas (o ramas o sectores) dentro de Universitario y exclusivamente tengo en mente un partido en particular.
Creo que fue el mejor partido que jugué en mi efímera vida como futbolista amateur.
Lo voy a resumir de la siguiente manera: Hice 5 goles.
Eso es todo lo que voy a decir, anoté 5 goles de un triunfo 6 – 1 del equipo dirigido por Martin Gonzales “La Gucha”. Creo que ese día no dormí.
Pasó el tiempo y muchos equipos se desintegraron. La Gucha se marchó, nosotros nos hicimos mayores y no logramos componer un equipo que nos hiciera debutar en primera división alejándonos de Campo Mar para no volver jamás.
Fueron buenos tiempos, grandiosos momentos llenos de fútbol, goles y pasión.
Pero nuestra historia todavía no terminaba. Como último intento volvimos al Centro Iqueño que se encontraba con nuevo técnico, un tal Carlos Flores. También había nuevos jugadores; aunque no desarrollamos ningún papel importante ni jugamos campeonatos, solo íbamos para entrenar, mantener el físico y divertimos.
Tengo muchas anécdotas en los entrenamientos en nuestra segunda etapa en el Centro Iqueño.
Asistimos a los entrenamientos los martes y jueves, íbamos hasta Puruchuco, ya no a las instalaciones del colegio en Surco. Regresábamos de noche tomando gaseosa y comiendo biscochos.
Y de repente, no regresamos más.
Meses después probamos suerte en Municipal, donde pude anotar un par de goles; pero el resultado no fue alentador.
Jamás entendí porque no lo fue, de repente no éramos talentosos o tal vez, no fuimos parte de un convenio exclusivo o no destacamos como los favoritos del entrenador, que se yo. Nunca me puse a pensar en lo logístico porque solo estaba enfocado en jugar.
Es natural que hayamos tenido sueños, imaginado que jugamos en grandes ligas europeas, logrando títulos y demás; pero todo se fue desvaneciendo poco a poco.
En última instancia jugamos en un equipo formado por un empresario gordo y gracioso que contrató a La Gucha para entrenar y este no dudó en llamarnos.
Esto va a sonar gracioso: No éramos los favoritos de nadie, quizá, solo de La Gucha.
Aquel equipo lo formaron nuevos jugadores y los entrenamientos no eran tan rigurosos, ya habíamos terminado el colegio el año pasado y algunos pensaban en postular a universidades o ingresar a academias a prepararse. Carlos, Jeremy y yo, solo pensábamos en jugar y fue esa razón la que nos condujo a poder obtener el campeonato y cerrar con broche de oro nuestro compromiso con Martin Gonzales.
El partido final lo jugamos contra Sporting Cristal, allá por el año 2005 y recuerdo con emoción que anoté el único gol. Gran pase de Jeremy, quien siempre me hacía correr, a velocidad le gané a los defensores y ante la salida del portero, la coloqué a un lado. Ganamos con ese gol a inicio del segundo tiempo.
Lo curioso es que el delantero a mi costado no dejaba de caer en posición adelantada y yo no dejaba de recriminarle.
Otro dato curioso es que la final la jugamos en la misma cancha de Surquillo.
La copa se la llevó el gordo; pero nosotros nos quedamos con la victoria.
Dejamos para siempre las canchas de fútbol desde ese momento, pero seguimos jugando en la del barrio, obtuvimos algunos torneos que se realizaron y con el tiempo nos convertimos en jugadores emblemáticos (al menos así lo siento).
Actualmente, cuando juego pelota a esta edad me siento como un veterano, como un Raúl Gonzales cuando jugaba en el Schalke.
En fin, grandes momentos que siempre es maravilloso recordar.
Lo hablábamos mucho entre Jeremy y yo durante nuestras borracheras posteriores. De Carlos no se mucho y he olvidado mencionar a otros peloteros, por ejemplo, Perona, uno de los nuestros en Iqueño y la última etapa con La Gucha, entre otros.
Pienso que la pelota siempre fue un sueño y eso es lo que va a ser toda la vida, un sueño. Y está muy bien que sea un sueño.
El fútbol es mi pasión, por eso la tengo tatuada en mi pierna derecha y espero jugarlo el resto de mi vida.
Tuve un cuaderno de goles donde anotaba los goles que realizaba durante cada vez que jugaba, los goles de todo el mes se sumaban y lo mismo hacia con los goles de todo el año. Hice varios cuadernos de goles hasta que dejé de hacerlo. Sin embargo, sigo jugando, ya no tanto como antes; pero los sábados son fijos. La gente ha cambiado, ya no somos los mismos; pero siempre existen peloteros. A veces sale Jeremy (aunque el trabajo no lo permite muchas veces) yo siempre soy fijo (gracias a Dios tengo libre los sábados) y espero ver alguna vez a Abad para volver a jugar. De Perona y demás no he vuelto a saber mucho. La Gucha sigue entrenando, es su pasión.
El fútbol es mi pasión predilecta y siempre lo va a ser, nunca dejaré de jugarlo ni de verlo.
Pd.- Este sábado le volvemos a ganar al eterno rival.
Mi hijo va a ser futbolista, eso nadie me lo quita.
PD.- Si me he olvidado de algo, lo lamento; de repente alguna acotación de Jeremy o Carlos Abad voy a recibir.

Fin



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