Mi nuevo libro

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sábado, 28 de marzo de 2020

Una mulata en Lima


- Alguna vez a muchos nos ha tocado una pareja tóxica. A mí, por ejemplo, una mujer altamente celosa.
Para empezar aclaro que nunca me he considerado físicamente atractivo, pienso que mis encantos se dan mientras me conoces, por eso muchas veces le decía: Cariño, nadie me está mirando. Nadie quiere besarme y mucho menos cogerme. Pero ella insistía en que a una compañera de una clase de francés allá por el 1996, le apetecía tenerme entre sus sábanas. Para ser claro, le había dicho que tenía novia –o creo que lo supieron todos cuando fue a recogerme armando un alboroto en plena calle como para que la vieran abrazándome-.
Lo cual no está mal, adoro los brazos y las expresiones de afecto, pero la desfachatez era alucinante y hasta divertida, es que yo tengo un poder: Siempre trato de verle el lado simpático a todo.
Lógicamente, a esa edad, el comandante de abajo, necesitaba pulirse y las relaciones sexuales estaban a la orden del día, de repente por eso, tiempo más tarde y hablando con mi psicólogo, no la dejaba; pues, pensaba, ¿Dónde consigo un buen sexo? Claro, ella era mayor, me llevaba quince años, tenía auto y rentaba un departamento, era una cubana que vino a trabajar en una empresa de publicidad y todo un rollo así que no comprendía bien, pues acababa de terminar el colegio y solo pensaba en divertirme. Sí, en eso.
Una de las cosas más divertidas era que me aconsejaba sobre chicas, trataba o sentía, que era una especie de conocedora de todas las facetas de las mujeres, lo cual me di cuenta que no era cierto porque con el paso de los años y mis aventuras amorosas fui conociendo un universo aparte en cada una de ellas.
Directamente a los celos. Me llamaba todos los días y a todas las horas, yo era un intento por ser escritor, me metía mis horas en una cabina de Internet para poder armar unas líneas y recibía incesantes llamadas a mi celular tamaño ladrillo que me acababa de comprar gracias a un trabajo que tuve como redactor de una revista de Golf. Era un lujazo; pero me estresaba su maldito sonido de cabalgata vaquera y luego el séquito de mensajes dramáticos, incluyendo puteadas y cosas raras, -la mujer estaba media loca- pues decía: Chico, ¿Dónde andas? Te quiero en tu casa o en la mía y no yendo con tus amiguitas del taller de francés, por favor. Salgo del trabajo y te recojo donde estés, así que indica tu maldita ubicación de una puta vez, pendejito de barrio. No me vas a ver la cara de cojuda. Y bla, bla, bla.
Claro que al inicio era chévere, pues era un mujeron de 90, 60 y 90, sabrosa por todos lados, con un acento raro y hablando veloz, más buena que comida china en cuarentena, pero estaba atrofiada del cerebro y sus actitudes que iban
de locuaz a locura también la llevaron a ser despedida del trabajo por malos tratos con los compañeros y sin importarles la cara bonita y el cuerpazo la sacaron sin reparo y esto fundó el camino a la separación, porque tuvo que emigrar a los Estados Unidos donde la esperaba una prima, amiga o hermana, o de repente su verdadero marido salido del manicomio. Debido a ella, un día hablamos, acordamos en comunicarnos por Messenger y visitar locutorios para llamarnos a distancia. Claro, 50 soles una tarjeta para una llamada de 1 minuto. Nos dimos un abrazo tras el brutal sexo que tuvimos en su habitación, la cual tuvo que dejar, después vender el auto al mejor postor, pagar una cena en un hotel donde fuimos bien vestidos y parecíamos mafiosos y enseguida volvimos a coger, porque era recontra arrecha y como último paso se subió a un avión y nunca la volví a ver.
Duramos, si bien recuerdo, siete meses; pero lejos de esos delirios sexuales que estoy recordando y me estoy poniendo nervioso, lo que he intentado contar en este relato con pinta de anécdota que acabo de recordar es que era una maniaca de los celos al punto de muchas barbaridades como crearse cuentas falsas de Messenger y Myspace para escribirme preguntando: Hey amigo, ¿tienes novia? ¿Desde cuándo? ¿Se llevan bien?
Ahora comprendo porque también la botaron del laburo, se dedicaba a hueviar.
En fin, fue divertido y lo recuerdo riéndome, porque la mulata de La Habana me hizo algunas cosas que contarlas en esta experiencia resultaría inoportuno por la cantidad de personas menores de 18 que tengo como contacto y no es mi especialidad (no para publicar) el contar relatos eróticos.

Buena vibra.



miércoles, 25 de marzo de 2020

Cuarentena del mal


- La primera noche de la semana siete de cuarentena en Lima por un caótico virus que infectó al mundo y enloquece a muchos, Ryan terminó de leer ‘El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde’ dejando caer el libro al suelo tras deslizarse por el filo de la cama e inclinó el cuerpo hacia atrás para acomodarse en posición horizontal luego de permanecer sentado y con las piernas cruzadas durante la lectura.
Pensó en el vacío y el silencio de la habitación post libro, el cual encadenó sus sentidos y ahora vio liberados para enfocarse en lo cotidiano. No había más obras en un escaparate repleto de discos musicales y videojuegos, sintió frustración por no elegir otro par de novelas previo al aislamiento inesperado y prometió mentalmente visitar una librería cuando todo culmine; debido a que el Doctor Harry le recomendó la lectura y no los videojuegos. Por tal razón, tras esa última cita en la facultad mental del nosocomio ‘Cristo el salvador’ dirigió su andar al bazar cercano para con una rápida mirada en la vitrina de clásicos de hoy y siempre escogió por título y portada la obra que acababa de digerir.
Se levantó de la cama con la intención de prender la consola de PS4 y seguir asesinando muertos vivientes hasta que le entre el sueño a pesar de la severa recomendación del doctor.
El aburrimiento de estar confinado en un apartamento puede otorgar potestad para el incumplimiento de normas, la madre de Ryan tampoco estaba en casa, había salido hace una hora rumbo al supermercado porque según las noticias vecinales a las ocho y media de la noche la policía saldría a patrullar con la obligación de detener transeúntes y por ello tendría que realizar las compras para la cena lo antes posible; dicha soledad que conlleva a la nula vigilancia le dio a Ryan la elección de poder encender la consola y jugar hasta que suene el timbre.
Al menos así tendría un par de horas de distracción. Se vio emocionado cuando lo dedujo y se dirigió a la cocina para servirse una bebida que acompañe la faena virtual.
Durante el trayecto se percató que el televisor de la sala estaba encendido y la guapa señorita que conduce el primer programa nocturno del día, de quien algunos años atrás se vio obsesionado, mencionaba con conexión con un reportero, la terrible situación de los supermercados y su poco abastecimiento mostrándole al público televidente las largas colas para adquirir productos básicos para una cena.
Se detuvo un instante para ver la noticia por la bella conductora y porque su madre seguramente estaría en alguna cola y esto le produjo un alivio importante, pues se dio cuenta que tardaría más tiempo del debido.
En un abrir y cerrar de ojos escuchó que Melissa Gutiérrez, la señorita al frente, lo miraba fijamente y decía: Y por favor, amigo televidente, no vaya a salir de casa.
Asintió con la cabeza con bebida en mano y respondió sonriendo: Lo que tú digas, Meli.
Antes de volver a la habitación recordó haber escondido un paquete de papitas por la cocina, exactamente sobre el mostrador, lejos del alcance de su mamá y para sacarlo en emergencias como esta.
Se acomodó en su silla especial para videosjuegos dejando el aperitivo sobre una mesita y vio como reiniciaba el juego con la ansiedad de un niño.
En ese momento, tocaron el timbre.
Se vio preocupado, apagó la consola y escondió las papitas, por poco se le cae la gaseosa y fue caminando a paso lento rumbo a la puerta principal. Poco antes de llegar se dio cuenta que su madre no tendría porque tocar el timbre, simplemente entraría y haría un ruido tremendo preguntando por él y hablándole sobre la cena.
Por el orificio de la puerta observó un rostro familiar, una silueta vivaz como si el virus y la cuarentena no lo hiciera algún efecto, abrió enseguida y se sorprendió de verlo.
—Hola hermano, ¿sorprendido por verme? — Dijo el sujeto en frente abriendo los brazos y mostrando una gran sonrisa.
—Hola Theo, qué gusto verte— respondió Ryan recibiendo el saludo, pero no saliendo del asombro.
— ¿No estás en cuarentena? —
—Eso es para los débiles, hermano— respondió Theo nuevamente sonriendo.
Theo se veía contento, vestía jeans y remera oscura, zapatillas bajas y gorra.
— ¿No hay nadie en casa? — Quiso saber acercándose al mueble y tirándose encima con mucha confianza.
—Oye amigo, que mal anfitrión eres, ¿esa es forma de darle la bienvenida a tu compañero de habitación? — dijo al tiempo que colocaba sus piernas sobre la mesa de centro moviendo los adornos ubicados allí.
Ryan fue a traerle una bebida.
—Gracias. Ahora siéntete, quiero hablarte—.
Se sentó a su lado.
— ¿Hoy te dieron el alta? — Preguntó Ryan viviéndolo beber con suma rapidez como si tuviera la garganta seca.
— ¿Alta? ¡No hermano! Me escapé— dijo con una enorme sonrisa.
—Pero, ¿Cómo?
—Ese inútil de Harry y su banda se aislaron como todos y nos dejaron solos en el pabellón. ¿El resultado? La fuga de algunos internos— fue contando con frescura.
Ryan sonrió.
— ¿En serio? ¿Quiénes salieron contigo?, también estaba…
— ¿Amanda?
Ryan asintió.
—No, ella no. Dijo que le quedaban dos semanas y que preferiría esperar. Además, oí a Harry decir que los medicamentos le están haciendo bien y ya no cree ver a Dios pidiéndole que se corte las venas para ser parte de su ejército de ángeles.
Theo comenzó a reír desaforadamente.
—Bueno… Yo esperé y vinieron por mí— dijo Ryan.
— ¿Ah sí? ¿Cuándo? ¿Yo estaba dormido cuando ocurrió? — dijo Theo viéndolo con una sonrisa irónica.
—Es que duermes como piedra— respondió Ryan y ambos rieron.
—Amigo, la razón por la que vine a tu casa y no fui a la mía es porque esto del aislamiento es aburrido y me pone tenso. ¿Qué te parece si salimos a pasear? No me he fugado para estar confinado entre cuatro paredes y un baño.
—Pero, ¿y la policía?
— ¡Que se jodan! Ellos no saben lo que es estar encarcelado y a veces amarrado.
—Sí, tienes razón. ¡Vamos a la calle!
— ¡Así se habla!
Se levantaron del mueble y salieron.
Las calles estaban desoladas, ningún alma andaba, la oscuridad reinada a pesar que las luces de los semáforos todavía funcionaban.
Ryan y Theo caminaron airadamente como dueños de las calles, habían cogido un par de cervezas de la refrigeradora y tomaban mientras caminaban entre risas y sonrisas intercambiando anécdotas del sitio que compartieron.
No pudieron llegar a la siguiente esquina para divisar la plaza en su esplendor porque la luz de una patrulla se fue asomando apareciendo justo en la intersección.
Los vieron y desde del auto con megáfono un oficial les dijo: Queda detenido por no respetar el toque de queda. Por favor, no se mueva.
Tiraron las botellas de cerveza a la luna de la patrulla y corrieron en la misma dirección en que vinieron porque no había otras calles ni salidas.
Con una aceleración los alcanzó y nuevamente por el megáfono aunque con voz severa indicó: ¡Deténgase! Pero ellos, ya parados, otra vez empezaron la marcha hasta llegar de vuelta al apartamento, cerrar la puerta con un seguro y lanzarse sobre el mueble entre un conato de risas por nervios y burla.
Por la ventana se filtró la luz parpadeante de la patrulla y el mismo oficial tocó la puerta solo una vez antes de abrirla de un empujón encontrando a los muchachos sentados y callados sobre el sillón.
— ¿No hay nadie en casa?
—Vivimos solos, oficial— respondió Theo.
Los miró con sospecha e incredulidad.
—Voy a tener que detenerlo y llevarlo a la comisaria. Así que por favor, no haga ninguna estupidez— dijo con autoridad.
Ryan se levantó colocándose de espalda para que las esposas le pudieran caber; pero Theo en un santiamén se posó detrás del oficial y de un golpe en la cabeza con la tostadora lo derribó.
Su aspecto sonriente y vivaz cambió. Se veía serio y sombrío mientras que Ryan al girar y percatarse de lo acontecido le preguntó, ¿Qué fue lo que hiciste, hermano? A lo que Theo respondió: ¡Cállate! Y ayúdame a atarlo.
Enseguida, cogió una silla de la mesa principal y cargaron el cuerpo para sentarlo y comenzar a amarrarlo. Le puso una mordaza y parte de la soga en el cuello.
—Este idiota era uno de ellos— empezó a decir Theo al tiempo que acomodaba el nudo por detrás.
— ¿Quiénes?
—Los que nos encerraban en el sótano cuando Harry se iba.
—Ellos eran guardias.
—Guardias, policías, son lo mismo. Todos usan uniforme y te impiden el transitar tranquilo.
—Pero, ¿Por qué nunca quisiste que le contáramos a Harry?
— ¿Piensas que va a creerle a un par de locos que sus guardias los golpean cuando él se va a coger con su esposa?
Ryan se mantuvo en silencio.
—Estos tipos merecen algo de sufrimiento— añadió y se fue a la cocina.
Recogió un cuchillo, uno grande y filoso, el cual fue usando para rozar el cuello del policía, quien abrió los ojos al sentir el filo o el roce y en su mirada Theo vio el miedo que alimentó su siguiente acción.
Le clavó el puñal en la pierna derecha tan crudo y duro como pudo hacerlo, sin compasión y mostrando una sonrisa perversa.
Ryan estaba asustado, sudaba y se sentía nervioso, se alejaba de a poco de la escena, retrocedía cuando Theo lo vio y le dijo: Ahora es tu turno, desahoga toda tu ira contra el sistema que nos mantuvo encerrados.
—No, hermano, esa no es la forma. Debemos de decirle a Harry, estoy seguro que entenderá. Ahora que estoy fuera me va a escuchar, puedo escribir un informe detallado, ir con la verdadera policía y juzgarlo. Puedo usarte como testigo, podemos hacerlo, Theo— le dijo a los ojos con palabras sobrias y serenidad a pesar del momento.
—Nadie te dio el alta. Escaparnos fue tu idea, durante varios días planeaste todo sabiendo que en algún momento el estado obligaría el aislamiento y los guardias también se irían a casa, nadie cuidaría las celdas del hospital mental y usarías la soga con la que tenemos amarrado a este cretino para salir por la ventana.
Ryan comenzó a recordar a detalle en una visión flashback todo lo que Theo iba relatando y fue sintiéndose cada vez más ansioso. Los recuerdos de su última cita se rompieron como el vidrio ante la verdad.
Tú te adelantaste dejándome dormido y viniste a casa sabiendo que nadie te buscaría.
En su mente surgieron las veces en las que guardias armados con palos los golpearon en un sótano tras encontrarlos simplemente caminando por los pasillos como medida de distracción y una ira tremenda gobernó su mente y cuerpo conduciéndolo al acto de clavarle una serie de puñaladas al oficial atado. Cuchilladas certeras en el pecho y abdomen con una estocada final en el corazón viendo como la sangre se esparcía por el piso de la sala y manchaba su remera.
Se detuvo, vio el cadáver y entró el pánico. Fue al baño y se vio en el espejo. Llevaba gorra, la camiseta llena de sangre y el rostro igual de manchado. Tenía el cuchillo todavía en la mano y lo lavó para intentar quitar un rastro.
Y en ese momento, tocaron de nuevo el timbre.
Preocupado porque fuera su madre y viera el desastre que realizó en sus primeros días en casa se sintió nervioso y tembloroso, comenzó a llorar por impotencia y frustración acomodándose dentro de la tina en posición fetal
esperando el griterío de su mamá, otras sirenas policiales, la llegada de hombres de blanco y nuevamente salir esposado de casa rumbo al psiquiátrico.
Abrieron la puerta. Se oyeron pasos de tacón andar lento y luego una voz preguntar: Hijo, ¿Dónde estás? ¿Estás bien? ¿Dónde andas, cariño?
La señora lo encontró en la tina pintado de rojo y con la gorra cubriendo parte del rostro por la vergüenza. Le estrechó una mano para sacarlo de ahí con las palabras: ¿A qué estuviste jugando, cariño? Haz hecho todo un desastre, pero descuida, yo me encargo. Tú ve a cambiarte.
Cogido de la mano de su madre fue dirigiéndose a su habitación y poco antes de entrar se dio cuenta que el cuerpo del oficial era una almohada con placa de juguete y repleta de pintura roja bien atado a una silla de madera.
—Mami, lo siento, estaba aburrido.
—No te preocupes, al menos no encendiste la consola.
Le sonrió a su mamá.
—Ahora, ve a cambiarte que yo me encargo de limpiar y luego te aviso para cenar.
— ¿Qué habrá de comer? —
—Tu comida favorita, Theo.



Fin

martes, 24 de marzo de 2020

Carta: Escribir por ti


- Hola, ¿Cómo estás? Ojalá pudiera decirlo en persona y ver tus gestos al aire mientras vas contándome tu rutina con esa forma tan locuaz de hablar.
Podría capturar ese momento en mis letras en un santiamén.
No tengo redes sociales, me distrae. Por eso desconozco tus nuevas facetas y tampoco estoy seguro si sigues siendo la misma; pero si hay algo a lo que me aferro es al hecho de que no perdiste tu esencia.
Lo sé porque todavía sigo enamorado de ti. Tu esencia es un reflejo de mi enamoramiento.
¿Qué andabas haciendo antes de recibir la carta?
En alguna parte de tu casa realizando una actividad casual y ahora leyendo esta carta recostada en el sofá o sentada viendo el ordenador en una cafetería popular tras escribir un informe.

Y yo desde alguna parte del mundo soñando con que lees mis emociones abiertas como nunca antes ocurrió.
Se me hacía difícil, lo siento; pero ahora siento como si todo transcurriera con facilidad por mis manos.
Te imagino sonriendo y llorando con tu dosis exacta de drama. Luego te veo enojada y cerrando la laptop con fiereza, aunque también destruyendo la carta en cuestión de segundos para no querer verla más.
Te entendería. A nadie le agrada la gente que se expresa o disculpa después de tiempo.
Lo sé, cariño, ¡Soy un cretino! Pero uno honesto. ¿Sabías? Pues, acepto y comprendo todo lo que hice durante la relación.
Arruiné lo que tuvimos por mi voluntaria fascinación por querer lograr un sueño que me mantuvo cautivo y alejado de nuestra cena, cama y reuniones de amigos.
Quedarme en una cueva con nombre de oficina dejándote sola en el apartamento que rentamos esperando por mí o alucinando que estoy en otras camas, fue muy egoísta.
¿Es tarde para decir que lo siento?
Sí, lo siento. Pero no me arrepiento.
Lo único que añoraba era tratar de hilvanar unas oraciones que construyan un relato, uno que me llevara al éxito, el cual compartiría contigo de inmediato y tendríamos todo lo que deseamos, incluyendo el pago de las rentas y el vestido que tanto te gusta de aquel escaparate.
Olvidé por completo que la mayor fuente de inspiración se encontraba en mi casa, sobre la cama, en frente de la mesa y a mi lado y por eso tantas veces golpea en mi pecho un agudo dolor que señala que te extraño a rabiar pero no tengo el valor de ir por ti, pues recuerdo las palabras feroces cuando te fuiste: ‘Ya no te amo, no soy feliz aquí, necesito nuevos horizontes. Tú vives tu mundo y yo necesito tener el mío’.
Respalda a mi actitud quieta lo que dices, porque realmente no quiero arruinar la felicidad de nadie y si ahora sonríes y ríes, no merezco estar cerca.
Y aquello me lleva como imán a la escritura. Es como si toda esa incertidumbre de ‘voy por ella o no’ se trasladara al texto. Es un acto mágico y masoquista que aprendí a controlar.

Bueno, quiero escribirte un par de palabras que comienzan con un golpe en el pecho diciendo que te extraño; podría decirlo mejor: Es como un aguijón que penetra lentamente en mi corazón esta sensación tan dura por extrañar.
Sin embargo, estoy aislado porque quiero acabar una novela e irónicamente duele una cima que no estemos juntos y aquello me inspira bien lo dije antes.
Es curiosa la forma como la agonía y el sufrimiento son capaces de engendrar inspiración, proyecciones de sucesos que nunca van a suceder aparecen en mi mente para ir directo a las hojas, momentos que jamás tendremos los escribo como si fueran reales y mis personajes van gozando de ratitos que nosotros nunca tendremos.
Es una ironía nefasta que te extrañe un cielo y escriba todos los días a todas horas como si te tuviera cerca.
Mi carta no abre una promesa ni un juramento por una nueva vida, no te quiero para mi camino, tampoco espero que leas y sientas una pena gigante por mi situación, pues…estoy escribiendo y eso resulta bueno de alguna manera u otra, porque bien sabemos todos, era lo que buscaba. Quizá, sin la forma correcta, pero era lo que anhelaba.
Yo solo quiero decirte, que extrañarte en este tiempo distante, alejado y solitario ha hecho explotar de mi interior textos tan nostálgicos como sublimes que se desprenden de mi cuerpo y van a las hojas con la flama de tu nombre vertida en ellos y en una completa hazaña del destino… Son para ti.
Todavía sigo siendo un cretino egoísta, por eso dije que era uno sincero y sigo encerrado intentando volverme escritor; aunque esta vez, gracias a tu derecho por dejarme y romperme el corazón, hoy estoy escribiendo más que antes y quería redactar esta carta para que lo supieras y entendieras la paradoja: Dejarme fue el impulso que necesité para escribir.
Tal vez sea una clase rara de amor la que siento; pero a veces es así porque la vida tiene una enorme maraña de situaciones extrañas que difícilmente se entienden y solo se compartan de modos literarios.

¿Qué si todavía te amo? ¡Por supuesto! Pero lejos nos hacemos bien.

Gracias y que tengas una buena tarde.








miércoles, 18 de marzo de 2020

Ideas de noche


- Me gusta pensar, soy escritor, tengo una visión muy abierta y muchas veces uso la imaginación para crear parches en la realidad o construir puentes que la unan a la ficción.
Ayer no pude dormir, estaba inquieto mentalmente con el cuerpo instaurado en el espacio, tengo la fortuna arquitectónica de tener una ventana grande que da al universo. Me puse a mirar como algunas noches, como esas en la que la cabeza no deja de trabajar y fue entonces cuando tuve un cuestionamiento: ¿Qué somos? Es decir, no humanos, ni existencia viva, tampoco terrícolas, alejándonos de todo ese panorama religioso, social y demás que nos divide, realmente, ¿Qué somos ante el universo? Y en ese momento recordé que junto a mi pequeña hija vimos a un gusanito caminar por el parque hace algunos días y mientras ella iba recreando su forma en su bloc de notas porque le gusta dibujar emulando a Darwin, yo pensaba en ¿y si somos como ese gusano en el universo? Porque existen miles y miles de millones de estrellas, donde habrá sistemas solares y planetas, alguno será como el nuestro o en muchos habrá vida, pero, ¿estarán interesados en nosotros? En casi dos millones de años que tiene el humano aquí, nadie ha venido a presentarse, pensé. De repente y simplemente porque nos miran como esos gusanitos de jardín que son usados para mirar por curiosidad, quizá, dibujar un rato su anatomía y listo, dar la vuelta y seguir el rumbo diario.

La idea, aunque rancia y sensata, contrajo nostalgia, porque seríamos nada ante el todo allá afuera donde podrían existir entes con otros dioses e idiomas.
Y, sin embargo, somos nuestro propio mundo para quienes están cerca, para nuestra comunidad, distrito o simplemente familia o pareja, para ellos somos un universo, un mundo entero, una idea impecable aunque llena de defectos. Somos entes estupendos que respetan y aman, tenemos talentos y hacemos trabajos bonitos ante el mundo intentando, a veces, dejar un legado.
Me di cuenta, reafirmando muchas ideas que tengo, que puede que para el universo seamos un gusanito, pero en la Tierra cada persona se gana la vida luchando y desea no ser olvidado, generan un universo entre ambos con amor verdadero y como los seres de arriba, también ignora a quienes vigilan este planeta. En una paradoja: Ambos somos indiferentes pero nos conocemos sin intención de darnos la mano.

A veces uno piensa de todo cuando se deleita con el espacio.

viernes, 13 de marzo de 2020

He venido por ti

- Se preparaba para culminar su nueva novela, cuyo éxito se había dado por sentado debido al superventas de las anteriores publicaciones.
Alistaba las manos con un juego de dedos característico, miraba la hoja con texto ‘Epilogo’ y crujía el cuello poco antes de comenzar preparándose para la absoluta concentración.
La idea ya estaba en mente, los personajes morían ante el asombro del lector, no habrían más giros ni continuaciones, la saga de siete exitosos libros llegaba a su fin junto a un cheque en blanco por parte de la internacional casa editorial que posaba sobre una pila de libros de autores que, repentinamente, lograron la fama y que curiosamente desaparecieron de la faz de la Tierra sin dar explicación ni dejar un mensaje, dejando obras a medio acabar y a los editores esperando en sus sillas.
La prensa creó mitos acerca de ellos diciendo que se cansaron de la fama y decidieron volar hacia una isla recóndita para disfrutar del dinero ganado en soledad. Otros formularon la teoría que pudieron haber sido secuestrados por extraterrestres, una de las razones fue la desaparición sin dejar recado, con manuscritos inconclusos y amores en estaciones de tren.
Aunque, quizá, la leyenda más extraña, contaba sobre una inmersión voluntaria en una obra.
Ninguno tenía familia, ni hijos; sí, alguna que otra novia en cada país que visitaban por las ferias y demás, asunto de autores bohemios y famosos que disfrutan de esos ratitos libres del escritorio y buscan inspiración acostándose con musas de estación.

Le dio final a una obra que se vendería en cuestión de segundos, millones de ejemplares estarían en mesas de noche de lectores expectantes por el último libro de la saga, se recostó sobre el espaldar de la silla de siempre, una que heredó de su abuelo cuando era niño y mantuvo consigo únicamente para escribir y encendió uno de esos habanos que su editor le obsequió maravillado por darle culminación a su trabajo, feliz por el éxito rotundo que se aproxima, viendo en su mente las ganancias llenando la cuenta de su banco e imaginándose en una isla griega junto a un séquito de musas en ropa de baño.
Sabía que había llegado el momento de darle una pausa a su carrera, diez años consecutivos de gloria literaria es difícil de lograr, millones de libros vendidos y traducidos a centenas de idiomas instaurados en escaparates de librerías del mundo, cualquier escritor vería necesario un descanso para volver a crear una colección de obras igual o más impresionante.
Brad lo sabía, le enviaría un correo a su editor pidiéndole descartar próximos eventos para zafar a un lugar afrodisiaco y retornar inspirado.
Sin embargo, se oyó un sonido detrás de la puerta blindada y cerrada con seguro para que nadie supiera lo que escribe.
Pensó que se trataría de un gato, de esos que abundan en su casa por su afición a los felinos; pero que por generar distracciones prefiere mantener lejos de su oficina.
Sonrió y le habló: Martha, ya estoy contigo en un rato.
No se dio cuenta que por debajo de la puerta un vapor emergió avanzando lento y con intención de llenar la habitación de humo.
Dio la vuelta y vio luz en los extremos de la puerta como si intentara filtrarse.
Frotó sus ojos para dejar de pensar que se trataba de su imaginación, del cansancio en la mirada que a veces te confunde pero el vapor fue tomando forma, una figura conocida se fue forjando y las luces parpadeando con gran intensidad naranja, tal cual flamas de un infierno terrenal.

He venido por ti, dijo una voz sobria y recta.
¿Tan pronto? ¡Todavía no es momento! Respondió Brad con asombro y miedo.
Por debajo de una manta oscura y distorsionada que se confundía con las flamas detrás, salió una mano calaverita que se estiró para que pueda sujetarla.
¡Te he dicho que aún no es el momento! Gritó alejándose de la mano, levantándose de la silla y dejando caer el habano con una voz imperiosa y soberbia.
Hicimos un trato, Brad. El éxito, la fama y el dinero, por tu alma.
Yo solo he venido a recoger lo que ahora me pertenece.
Pero, creí que sería cuando muriera.
Se oyó una carcajada tenebrosa que provino de un rostro oculto por la manta oscura que cubría su cabeza aunque unos ojos rojos llenos de vida y terror se veían con facilidad.
Ese es un error típico de muchos como tú, respondió de nuevo con seriedad.
El escritor quiso zafar de la responsabilidad, se negó a cumplir el trato, cogió la silla y la tiró al ser que yacía en frente, pero la silla se destrozó impactando contra la puerta cerrada.
Cumplir los contratos es parte de un hombre valiente; pero querer zafar de la responsabilidad es un acto que no lo permito.
Abrió ambos brazos de donde se vieron únicamente dos manos calaveritas y fue acercándose al autor que no tenía por donde escapar. El ser avanzó como flotando y lo abrazó fusionándose con su cuerpo como si lo hubiera engullido.

El correo fue enviado.

La novela un éxito rotundo.

Millones de personas leyeron el libro.

Pero nunca más volvieron a ver al autor.




Fin

jueves, 12 de marzo de 2020

¿Coronavirus? Ah, bueno, a cuidarse sin locura.


Estamos llenos de histeria y menos información, es la frase con la que comienzo este relato.

Fui a la casa de la madre de mi hija para recogerla e ir a tomar helados, dar un paseo y volver a mi casa para ver una serie sobre Los Templarios que dejamos pendiente.
Llegué puntual como de costumbre para aprovechar al máximo el día y parte de la noche, toqué el timbre de la casa mostaza con rejas negras y tres pisos con una cámara instalada tras un robo al vecino y por sugerencia mía. Esperé paciente a que alguien hablara por el intercomunicador sonriéndole a la cámara de vigilancia imaginando que la ex suegra, quien me agrada y no estoy siendo irónico, me observa y comenta al resto de la casa que estoy afuera.
Ella abrió la puerta, nos saludamos con un abrazo cuando debimos hacerlo con los codos por el virus que se propaga, propuso invitarme a almorzar; pero desistí, no porque no quiera compartir la mesa donde estuve sentado y charlando infinitas veces, sino porque acababa de desayunar dos panes con tamal, una importante taza con café y un par de huevos duros poco antes de venir.
—Siéntete como en casa— me dijo haciéndose a un lado para que pudiera ingresar.
La señora es muy amable y carismática, siempre he tenido muy buena relación con ella.
Adentro me encontré con la sorpresa de que la sala estaba copada de mujeres a quienes desconocía porque cuando uno termina la relación suele alejarse y en ese tramo de tiempo la ex pareja hace su vida, entre todo ese asunto, acumula nuevas amistades, tales como Flor, Martha, Flavia, Emilia y Luciana, quienes saludaron al tiempo que eran presentadas por la ex suegra y llevaban mascarillas.
—Toma asiento, la niña se está vistiendo, ya sabes cómo son las chicas— dijo sonriendo y tomó dirección hacia el segundo piso.
Me percaté que en la mesa de centro, cerca de los refrescos color verde que estaban tomando, se hallaban un par de pomos con gel desinfectante, los cuales, -no miento ni exagero- usaran doce veces durante los diez minutos que estuve sentado allí.
La princesa descendió luciendo preciosa como costumbre con una sonrisa divina y brillante abriendo los brazos mientras aceleraba el paso para saludar a su padre cuando fuimos intervenidos por el coro de mujeres, a quienes hasta entonces solo les había dirigido la palabra para saludar porque ambos grupos estuvimos enfocados en nuestros asuntos, ellas en su charla y yo con el celular.

— ¿No vas proteger tus manos con guantes? —
—Al menos échate un poco de gel antes de abrazarla—.
—No se toquen mucho, el virus está en todos lados y es peor para los niños—.
Oí al tiempo que, lógicamente, la abrazaba importándome poco sus sugerencias. Incluso, la elevé por el aire para que pudiera tocar la araña que alguna vez trajeron de España y la princesa siempre quiso sentir de cerca.
—Bueno, ha sido un gusto— dije después y a punto de retirarme.
La ex suegra junto a Mariana bajaron enseguida como si estuvieran discutiendo, entre las frases oí: Ma, ¿Por qué no le dijiste que se rociera un poco de gel? Le hubieras dado una mascarilla, tenemos muchas. Hay que tener cuidado, él suele estar rodeado de mucha gente y uno nunca sabe quién puede contener el virus.
Para ser honesto, quise reírme desaforadamente, pero no tampoco iba a ser maleducado.
—Hoy me bañé dos veces. Una después de hacer ejercicio en mi casa porque el gimnasio está cerrado y otra poco antes de venir— dije con una sonrisa.
La princesa, como un acto espontáneo, comentó: Mi papi huele delicioso como siempre.
Lanzó un suspiro como enamorada.
— ¿No crees que estas siendo algo irresponsable? — dijo una de las chicas.
Se veían muy serias, parecían señoras del club de divorciadas de mi tía y comentaban como si fuera asunto suyo.
—Mariana, ¿iremos hoy a hacer las compras para el año? — dijo otra mujer.
—Sí, sí, tenemos que arrasar con el supermercado— respondió mi ex.
—Hay que comprar mucho papel higiénico y sobre todo atún. Mucha comida enlatada— dijo otra persona.
—Guácala, no me gusta el atún— dijo la pequeña y le susurré: Hoy comeremos Mc Donalds.
Se llenó de emoción.
—Disculpen, señoras…
—Señoritas, aclaró otra.
—Bueno, según he leído, el Coronavirus no produce diarrea. Además, únicamente hay que lavarnos bien las manos para prevenir.
—Dos ‘feliz cumpleaños’ es el tiempo que debemos lavarnos— dijo la princesa con noble sabiduría.
—Exactamente, mi amor. Tú serás una gran doctora, le dije y di un beso.
—Y no tienen que crear una anarquía en los supermercados. Recuerden que más gente muere por la histeria colectiva que por el temblor, dije con sensatez.
—Pero, en la Biblia dice…
—No. Este no es un asunto religioso, tampoco será como la Edad Media…
—Eso fue terrible, ¿verdad, papi?
—Sí, corazón, pereció la cuarta parte del mundo.
— ¿Y tú cómo lo sabes, pequeña? Quiso saber una chica.
—Lo vimos en History.
Se quedó muda.
—Ahora la ciencia está mucho más avanzada que esa época y la solución estará próxima. No debemos volvernos locos, es más contagia la histeria que la enfermedad, concluí.
Asintieron con la cabeza.
—Mi yerno, digo, él, tiene razón. No hay que perder la cabeza. Está bien que hayan cerrado escuelas y universidades, poco a poco todo va a ir mejorando. Volvernos loco no ayudará en nada— dijo mi ex suegra. Un encanto, por cierto.
Todas volvieron a asentir con la cabeza.
—Y las mascarillas son para los infectados, no para sacarse fotos y subirlas a Instagram— dije y de inmediato añadí: Bueno, señoritas, me retiro.
Le di un abrazo a la señora, una despedida a lo chino mandarín a Mariana y cogiendo de la mano a mi princesa salí de la casa.

El resto del día nos divertimos con la precaución del caso.


Fin


¿Todo anda bien?


- Durante un día brillante en lo que menos pienso es en el siguiente momento.
Todas mis energías están en los ratitos en los que nos besamos y abrazamos desnudos sobre la cama con las ganas ardiendo y el deseo en todas sus dimensiones exactas desarrollando un ambiente lleno de pasión y amor que se mezclan el tiempo que dura la noche.
Pero en el próximo capítulo, sin avisar y sin precaución, una actitud atípica de acuerdo a lo vivido hace horas, reina en su ser contribuyendo -de forma muy absurda- al deseo de querer arruinar el día desde el alba.
No soy catedrático de la mente, tampoco estudio psicología o alguna rama similar, lo que conozco de empatía y percepciones es porque soy audaz para observar; sin embargo, me quedo inerte ante la avalancha de nuevas actitudes, las cuales empiezan con la respuesta a mi saludo cariñoso con una manera muy distinta -como si nos hubiéramos peleado- pues fríamente dice: Hola.
A veces agrega mi nombre en lugar de un adjetivo amoroso, tal vez usando el mismo que escribí. Lo detallo para recrear el momento.
— ¡Buenos días, amor! ¿Qué tal todo, mi cielo? —
(Stickers o emoticonos de corazón y beso).
—Hola.
En ese momento, naturalmente y ande mi desconocimiento total de los hechos en un tramo de tiempo tan corto como el amanecer pienso en ¿Qué ocurre para que actúe así?  
De igual modo, sigo actuando de forma simple y natural como un día cualquiera entre una pareja que generalmente se lleva muy bien.
—Todo bien, preciosa. Ayer la pasamos genial, ¿ya desayunaste? —
Generalmente tengo esos saludos cariñosos con preguntas importantes porque es esencial saber si ha desayunado o almorzado.
—Sí.
Enseguida, no agrega ningún stickers.
Allí es cuando imagino la primera opción. Todavía no me culpo, aún no me hago la pregunta, ¿Qué demonios pasó? ¿Desperté de madrugada y la llamé exclusivamente para pelear por algún suceso pasado que superamos y quise que volviera para arruinar el día? No, no estoy tan loco o atrofiado para actuar así.
Además, duermo plácidamente.
Resuelvo enviar solo una carita y enfocarme de lleno en mis actividades.
Mi idea siempre es respetar los malos días de la gente, en especial de una pareja, pues si ella se encuentra con mal humor por razones que desconozco, primero: prefiero no preguntar muy pronto. Después: Trato de llevar todo de forma natural de acuerdo a lo bien que estamos. Más tarde: Hago la pregunta.
Así me evito tanto rollo. Soy un hombre que se evita rollos. Dejo a las personas ser como son, no intento cambiarlos, tampoco imponer, solo quiero que sean como son, yo solo soy un acompañante, no tu padre ni tú maestro.
Ella me responde con un stickers en señal de enojo. Entonces, al tiempo que estoy haciendo mis tareas diarias, pienso: Bueno, ‘algo la ha enojado’.
Pero, evidentemente, uno se pregunta, ¿Qué cosa?
Empieza el análisis del día anterior: Tuvimos sexo del bueno. Nos cagamos de la risa. Fuimos a cenar. Dividimos la cuenta. ¿Se habrá enojado por eso? Pero fue algo de novios, un acuerdo mutuo y sencillo, algo que repetimos seguido. Después, estuvimos viendo tele, vimos una serie donde unos sujetos conquistan una casa de monedas, no di mi opinión acerca de la chica, que a mi parecer, era súper guapa. Claro que si la hubiera dado, tendría un enojo leve de su parte, pero algo que fluye veloz.
Yo siempre evito todo tipo de problema. Cualquier bobada que me va a causar un encontrón prefiero ignorar. Así vivo en paz.
Incluso, me despedí y fui a casa, no a un bar, al llegar le di una llamada para decirle que estoy a salvo del Coronavirus, los ladrones y las chicas a quienes llama de un modo que no voy a nombrar.
¿Qué carajos ha pasado? Me dije e inevitablemente solté una risa.
— ¿Todo bien, corazón? Andas media apática, ¿Qué ocurre? —
—Nada.
‘Nada’. Una nada es un agujero negro. Una nada es un universo oculto. Una nada nunca es nada.
Pero, yo podía entender que no nos hubiéramos visto en días por una riña o discusión, esto daría motivo a que estuviera molesta o incómoda y actuara de esa forma tan extraña y repentina.
Yo amo cuando las cosas son claras. Cuando me dicen: Oye, eres un mal escritor y me caes gordo. Te juro, que si alguien me lo dice, se lo agradezco.
Pues, ¡Resulta sincero! Claro que luego te elimino de las redes y listo, pues, es lógico no tener gente que no suma.
Diferente a quienes me comentan honestamente su parecer agradable y bonito con críticas que ayudan a mejorar. A eso los abrazo.
Ojo, esos actos, sin el mayor rencor ni con otro pensar. Solo con cariño.
Sin embargo, volviendo al tema amoroso, ella no me quería contar lo que pasaba.
—Bueno. Ya que nada es lo que pasa, ¿Qué tal va tu día? Si no vas a salir con tu mami al dentista, tal vez podamos ir al cine—.
No creo que acompañar a tu vieja al dentista sea motivo de estar de mal humor.
—No tengo ganas, respondió.
—Bueno, además, acabo de ver la cartelera y hay puras películas peruanas. Por eso preferiría ver El chavo del 8.
Un chiste para calmar sus asperezas.
Ella seguía modo apática y todo esto mediante el chat, no me imagino lo que sucedería si estuviéramos en persona. Creo que simplemente le diría: Si gustas vuelvo luego.
No me gusta estar en un sitio donde no me siento conforme, yo soy alguien que se quiere y si siento que hice todo bien y luego me tratan distante sin decirme lo que sucede, prefiero zafar y volver cuando todo ande bien o me digan lo que realmente pasa para afrontarlo juntos.
No puedo leer la mente de nadie. Mucho menos detrás de una pantalla.
Es lógica. Es simpleza. Yo nunca me hago rollos y solo tengo buena onda para ofrecer.
Casi una hora después de seguir intercambiando únicamente stickers y caritas que no decían nada, me dijo: Lo que pasa es que tengo mi mes.
—Amor, pero, ¿no me puedes contar? Oye, vino Andrés y estaré modo seca.
Yo entendería por completo y trataría de evitar muchas cosas.
Envió otros stickers, unos en forma de corazones y luego unos besos para que el clima comenzara a florecer repentinamente.
Fui un iluso al creer que el clima bello seguiría todo el día, pues fue una especie de ida y vuelta, pero algo que al saber el motivo, logras aceptar.
Además, solo tenía 18 años aquella vez y no lograba comprender del todo el mundo de una mujer.

Fin

miércoles, 11 de marzo de 2020

Deseos raros


- He deseado a una mujer casada.
¿Cuál es el pecado para dicha tentación según los dioses?
Porque estoy seguro de que para lo que hice no solo basta con orar un rosario.
Todo comenzó la mañana del domingo, salí a correr junto al perro para desintoxicar el cuerpo del excesivo consumo de licor durante mi adolescencia, aquella que ahora veo tan lejana; aunque mientras cuento algún que otro relato de antaño en una mesa de amigos un viernes por la tarde en un asado, parece como si nada se hubiera ido con el tiempo. Sin embargo, los vestigios de esa vida como montaña rusa hoy pasan ciertamente una buena factura. Por eso mi marcha de domingo, mi dieta de lunes a viernes y el vencimiento de mi carné del club.
A ella le pasaba lo mismo, no es casualidad que ambos estemos a la misma hora en la acera, estirando el cuerpo con ridículos movimientos mientras miramos a las mascotas y nos vemos de reojo esbozando cordiales sonrisas. Nos vemos en el mismo supermercado comprando similares vegetales o utensilios de cocina y compartimos nuevamente la misma sonrisa amable.
No fue coincidencia vernos un viernes por la noche tomando una cerveza mientras andábamos, yo con Luigi, mi perro y ella con Mark, su esposo; aunque esa vez no hubo ni siquiera un saludo con cejas elevadas.
Aquel domingo en que todo empezó resolví hacerle una pregunta de esas que incitan a la inevitable respuesta y un siguiente comentario, puede que luego exista un argumento o una sinopsis sobre algún tema actual y le siguiera una conexión llena de temas que simplemente salen a relucir.
­Hola, ¿Cómo estás?
Recuerdo haber pensado que hice la pregunta en buen momento, pues ella estaba con las piernas abiertas y el trasero en forma de corazón bien extendido, llevaba la cabeza cerca a los tobillos y giraba el torso en dirección a cada una de las piernas. Yo no podía hacer eso, de repente en mis tiempos de pelotero, pero no ahora.
Me vio, sonrió como tantos domingos y añadió: Todo bien, gracias, ¿y tú qué tal? ¿No piensas estirar? Te puede dar un calambre.
Si gustas puedes ayudarme, pensé y sonreí por eso.
Sí, ya empiezo a estirar, le dije e intenté imitarla.
Así no se hace, bobo. Deja que te ayude, dijo elevando el cuerpo para ponerse en posición y acercándose con suma confianza.
Olía muy rico, tal vez a fresas o vainilla, no recordaba ese sabor de perfume.
Dale, loco, agáchate un tantito para que puedas tocar tus tobillos.
Tres domingos soñé con este encuentro aunque en la bañera los fui recreando al tiempo que cerraba los ojos y el agua caía adjuntando a ese suceso una cierta gama de fugaces recuerdos.
Lo intenté y sin quejarme para que no se alejara, pero pareció que lo hice muy mal porque se puso de ejemplo. Sí, a mi lado, abrió las piernas y se puso en posición haciendo que sea casi imposible no mirarle el trasero, aunque las piernas, según recuerdos lejanos, habían también incrementado el volumen.
¿Será posible que el castigo sea aún más severo? Pues como saben, todo estuvo planeado.
Tres domingos haciendo la misma estupidez, salir a correr con un perro rentado, a quien le doy vueltas por unos soles la hora debido a que su dueño trabaja de diseñador los domingos por la mañana, voy al supermercado a comprar cigarrillos y me acerco al stand de vegetales para fingir que estoy a dieta y he llegado al punto de decir, empezando este relato llamado pecado, que ando comiendo sano, pues realmente es cierto, ya que la mentira produjo una costumbre agradable; sin embargo, y lo importante fueron esos encuentros en vivo, es que ver su perfil, ese conato de fotos desagradables con su novio panzón y cañón corto, que maneja un auto de 1978 y viste como cómico ambulante, pero ella dicta amar y todo ese rollo lindo que respeto pero dan ganas de vomitar, es un asunto desagradable; que, no obstante, de repente por masoquista u onanista, observo día a día como una especie de obsesión por alguien que conozco de pies a cabeza pero a la vez desconozco por completo.
Y aun así, quizá por soledad o por mirar videos antiguos de una videograbadora en donde, a veces sin que lo sepa y otras viéndose en el lente con intención, llegué a sentir un deseo por tenerla otra vez entre mis pieles.
Han pasado unos años, terminamos bien por madurez para la gente pero desgaste para nosotros y nos vimos envueltos en otras ataduras; ella con Mark y yo con varias otras mujeres de semanas o una noche, hasta hace unos domingos, que viendo videos y en soledad, una soledad adquirida recién este verano, vengo a desearla con brutalidad y desenfreno, también por su nuevo aspecto nutrido en musculo y formado por los ejercicios, aunque seguramente porque quiero cogerla como en esos videos, en donde, yo llevaba un látigo y ella una cara de placer, yo andaba esposado y ella sobre mí, ella andaba en bragas con una danza y yo mirando atado a la cama.
Cuentan los chismes de barrio que su novio no la satisface, en algunas sesiones de chat con amigos en común, generalmente ex amigas de ella que la odian por arrogante, lanzan comentarios que leo en el grupo aunque parezca ignorar los mensajes manteniendo en silencio al grupo, que en la cama, se siente insatisfecha porque el gordo no puede rendir lo suficiente, esto ocurrió por el tema que abrió un amigo pervertido y sin tino, quien generalmente suele comentar sobre sexo sin mayor reparo, entonces abrió el debate con: ¿Quién fue tu mejor amante? Yo no respondí por estar ocupado haciendo mi trabajo, pero vi los mensajes y entre ellos supe que Adriana no cogía bien, de hecho, lo supe por ese término: Cuentan que el Mark no se la está comiendo bien, dicen que dura diez minutos y luego se duerme, parece que le pesa la barriga. Seguramente extraña a Brad y sus locuras.
Véase locuras como un adjetivo sencillo para mi gama de fetiches raros y locos que ellos creen saber, porque a veces comparto imágenes de mujeres atadas, pero desconocen por completo el fondo de esos gustos y su gran variedad.
Es así, la gente habla de todo sin que te des cuenta, tú puedes estar haciendo alguna otra actividad como salir a correr y no te percatas o no tienes idea de lo que hablan de ti gentes que alguna vez conociste y crees que todavía existe un respeto, cuando en realidad, la gente habla más de la gente que conoce y ya no se llevan bien. Somos hipócritas muchos aunque digamos lo contrario, pues nos gusta el morbo y el chisme.
Admito que aquello sumó a mi deseo, no quiero pensar en obsesión, pues solo la quiero para una noche, pero no compartiré con nadie lo que haremos, tan solo quiero saciar una satisfacción que proviene desde hace semanas.
Ese domingo, cuando empezamos a conversar banalmente sobre ejercicios, el tema fue cambiando ligeramente, pues por primera vez en mucho nos vimos con mayor detenimiento. Bueno, yo imagino que ella, porque yo ya la había visto desnuda en la mente.
¿Cómo te va en el trabajo?, ¿Cómo va la empresa?, ¿Cómo va tu vida? fueron preguntas de introducción.
Las respuestas generaron más conversación y nos fuimos yendo por la leve tangente añadiendo casi de forma inocente ciertos puntos sobre nosotros en comparación a la actualidad.
El comentario: La empresa va bien, pero hace falta una mano como la tuya, fue el detonante, claro está, tras su sonrisa ruborizada.
Fiel a su soberbia, la que muchos detestan, pero yo adoro, respondió: Creí que se caería a pedazos cuando me fui.
Añadió una sonrisa pícara para apaciguar el comentario y después adjunto: Pero veo que sigue en alza y te felicito.
¿No te ha pasado que sientes que todo ocurre muy rápido? Pienso que debería inventar escenas a este relato, decir que fuimos a un café tras acordar una especie de cita o tal vez caminamos juntos y fuimos conversando sobre nosotros en el ayer creando una atmosfera romántica; posiblemente escribir, siempre en el ámbito de la ficción, que nos volvimos a enamorar y arribamos nuevamente a nuestro tiempo mozo. Pero tengo pereza y la mente en blanco como para andar escribiendo mentiras, entonces te pregunto de nuevo, ¿te ha pasado que sientes que todo va muy veloz?
Le dije, tras correr un rato, exactamente no juntos, pero cercanos, para ir a mi casa a beber una malteada que he aprendido a preparar y accedió con esa simpleza y espontaneidad que caracteriza a una novia.
Jamás tomamos esa malteada. Al momento de entrar nos besamos a quemarropa como si estuviéramos deseosos por tenerlos cerca, de esa manera, de esa forma, en ese contexto, puesto que los besos llevaban gemidos y ciertamente una gran calentura, no eran besos tímidos que genera el ambiente romántico, era pasión desmedida de dos entes que se necesitan y desean mutuamente, no me di cuenta mientras la besaba que era real mi obsesión, por la erección y el anhelo por llevarla a mi cama y tampoco me percaté que era cierto que el tal Mark, debía de necesitar Viagra a pesar de su corta edad; pero no pensé en eso, aunque me hubiera gustado, solo sentí que la deseaba y estaba desarrollando una actitud tremenda consagrando mi plan tan rápidamente inesperado porque tal vez también ella debía de tener el suyo. De cualquier modo, la desvestí con facilidad y ella también hizo lo propio, y una vez desnudos fuimos al sofá porque a la cama no llegábamos. Entonces empecé a devorar su cuello estirando la mano a sus muslos y también su intimidad, la cual noté y sentí altamente húmeda, eso aumentó el deseo y las sensaciones de tenerla sobre mi o yo encima, pero antes de ello, me dijo al oído como un susurro plenamente perverso: Saca el látigo y las esposas.  
Las tenía ocultas en un baúl debajo de la cama, tan rápido como pude logree tenerlas en las manos. Me fui acercando para colocárselas en sus muñecas, pero desistió diciendo que ahora sería yo quien estaría a su merced. La idea me pareció excitante, no dudé en echarme y ser atado de manos a las columnas de la cama.
Una vez a su disposición cambió de rostro y actitud, de argumentos y de performance.
Te has vuelto un pervertido del demonio, dijo con seriedad y golpeándome con el látigo sobre el pecho sin intenciones de ser dulce.
Halló la videocámara de una parte del escritorio y empezó a mirar los videos que estaban en pausa.
¿Así que te masturbas recordando como cogemos, verdad?
Pues, ahora, ¿Qué piensas hacer? ¿Me quieres follar? Pero no vas a poder, dijo con una risa.
Pero curiosamente, a pesar de estar enojada o en venganza, seguía mirando los videos y yo veía como una mano se metía en la vagina sintiéndose caliente por verse.
Sí que éramos muy buenos, eh. Hasta llego a entender tu delirio por mí.
Siguió tocándose y fui gimiendo provocándome una gran dosis de calentura, que se dio cuenta, entonces, todavía cogiendo la cámara se echó sobre mi miembro sumamente duro y fue moviéndose mientras miraba el video de una manera única y extraña pero altamente deliciosa. Lo raro ocurrió después, cuando comenzó a llamarme Mark.
Sí, Mark, así quiero que me des, Mark. Así me gusta, Mark.
Y aunque parezco fuera de un contexto habitual de los dos, también me excitó que me dijera así.
Sus movimientos de cadera dóciles y rápidos, vertiginosos y lentos, me llevaron al límite y acabé tras un gemido largo y un suspiro.
Coincidimos. Ella salió satisfecha y se recostó dejando caer la videograbadora.
Ojalá el pelotudo de mi marido fuera tan perverso como tú, dijo con una risa.
Podemos hacerlo todas las tardes, propuse con la voz cansada.
No, dijo con firmeza.
Me desató y dio un beso.
Ya cumplí tu maldita fantasía, ahora deja de mirarme.
Encantado, le dije con una sonrisa y la vi partir tras desposarme.
Brad, ¿todo bien?
Sí, sí, me distraje un rato.
Te decía que está rica tu malteada, pero ya debo irme, mi esposo acaba de escribir.
¿Seguro que quieres irte?
Sí, segura.
Brad, ¿Por qué me miras así?
Porque siento que no te quieres ir.
¿De qué hablas?
De que ambos nos deseamos.
Estas demente. Dame permiso para irme.
No lo creo.
¡Sal de aquí, maldito loco!
¡Suéltame, no me toques, carajo!
Te dejo ir si lo hacemos por última vez.
¿Qué hablas? Soy tu vecina, acabo de mudarme y nos estamos conociendo, nunca antes nos hemos visto.
Empuja a Brad, quien se aleja confundido.
¿No se supone que somos ex novios?
¡No! Nunca. Te conozco de hace un par de semanas, pero ahora espero nunca más verte.
Adriana escapa de la casa, corre hacia la suya y a la hora aparecen oficiales de policía en frente de la casa de Brad, quien sale con un celular y una videograbadora en mano.
Lo detienen y esposan. Meten a la patrulla y ven sonriendo como si le gustara estar esposado, como si quisiera estar allí metido.
Adriana da su declaración y luego abraza a Mark, quien llega a tiempo para resguardar.
El oficial Ramírez revisa el celular y la filmadora. Las imágenes son espeluznantes.
Brad tiene fotos montadas junto a Adriana en un plano de principiante y videos porno donde folla con un peluche con el rostro de ella impreso.
A veces el objeto es quien está atado a la cama y es él quien…
Se encuentra filmando a punto de tirarse encima totalmente desnudo con una sonrisa perversa.




Fin