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sábado, 28 de marzo de 2020

Una mulata en Lima


- Alguna vez a muchos nos ha tocado una pareja tóxica. A mí, por ejemplo, una mujer altamente celosa.
Para empezar aclaro que nunca me he considerado físicamente atractivo, pienso que mis encantos se dan mientras me conoces, por eso muchas veces le decía: Cariño, nadie me está mirando. Nadie quiere besarme y mucho menos cogerme. Pero ella insistía en que a una compañera de una clase de francés allá por el 1996, le apetecía tenerme entre sus sábanas. Para ser claro, le había dicho que tenía novia –o creo que lo supieron todos cuando fue a recogerme armando un alboroto en plena calle como para que la vieran abrazándome-.
Lo cual no está mal, adoro los brazos y las expresiones de afecto, pero la desfachatez era alucinante y hasta divertida, es que yo tengo un poder: Siempre trato de verle el lado simpático a todo.
Lógicamente, a esa edad, el comandante de abajo, necesitaba pulirse y las relaciones sexuales estaban a la orden del día, de repente por eso, tiempo más tarde y hablando con mi psicólogo, no la dejaba; pues, pensaba, ¿Dónde consigo un buen sexo? Claro, ella era mayor, me llevaba quince años, tenía auto y rentaba un departamento, era una cubana que vino a trabajar en una empresa de publicidad y todo un rollo así que no comprendía bien, pues acababa de terminar el colegio y solo pensaba en divertirme. Sí, en eso.
Una de las cosas más divertidas era que me aconsejaba sobre chicas, trataba o sentía, que era una especie de conocedora de todas las facetas de las mujeres, lo cual me di cuenta que no era cierto porque con el paso de los años y mis aventuras amorosas fui conociendo un universo aparte en cada una de ellas.
Directamente a los celos. Me llamaba todos los días y a todas las horas, yo era un intento por ser escritor, me metía mis horas en una cabina de Internet para poder armar unas líneas y recibía incesantes llamadas a mi celular tamaño ladrillo que me acababa de comprar gracias a un trabajo que tuve como redactor de una revista de Golf. Era un lujazo; pero me estresaba su maldito sonido de cabalgata vaquera y luego el séquito de mensajes dramáticos, incluyendo puteadas y cosas raras, -la mujer estaba media loca- pues decía: Chico, ¿Dónde andas? Te quiero en tu casa o en la mía y no yendo con tus amiguitas del taller de francés, por favor. Salgo del trabajo y te recojo donde estés, así que indica tu maldita ubicación de una puta vez, pendejito de barrio. No me vas a ver la cara de cojuda. Y bla, bla, bla.
Claro que al inicio era chévere, pues era un mujeron de 90, 60 y 90, sabrosa por todos lados, con un acento raro y hablando veloz, más buena que comida china en cuarentena, pero estaba atrofiada del cerebro y sus actitudes que iban
de locuaz a locura también la llevaron a ser despedida del trabajo por malos tratos con los compañeros y sin importarles la cara bonita y el cuerpazo la sacaron sin reparo y esto fundó el camino a la separación, porque tuvo que emigrar a los Estados Unidos donde la esperaba una prima, amiga o hermana, o de repente su verdadero marido salido del manicomio. Debido a ella, un día hablamos, acordamos en comunicarnos por Messenger y visitar locutorios para llamarnos a distancia. Claro, 50 soles una tarjeta para una llamada de 1 minuto. Nos dimos un abrazo tras el brutal sexo que tuvimos en su habitación, la cual tuvo que dejar, después vender el auto al mejor postor, pagar una cena en un hotel donde fuimos bien vestidos y parecíamos mafiosos y enseguida volvimos a coger, porque era recontra arrecha y como último paso se subió a un avión y nunca la volví a ver.
Duramos, si bien recuerdo, siete meses; pero lejos de esos delirios sexuales que estoy recordando y me estoy poniendo nervioso, lo que he intentado contar en este relato con pinta de anécdota que acabo de recordar es que era una maniaca de los celos al punto de muchas barbaridades como crearse cuentas falsas de Messenger y Myspace para escribirme preguntando: Hey amigo, ¿tienes novia? ¿Desde cuándo? ¿Se llevan bien?
Ahora comprendo porque también la botaron del laburo, se dedicaba a hueviar.
En fin, fue divertido y lo recuerdo riéndome, porque la mulata de La Habana me hizo algunas cosas que contarlas en esta experiencia resultaría inoportuno por la cantidad de personas menores de 18 que tengo como contacto y no es mi especialidad (no para publicar) el contar relatos eróticos.

Buena vibra.



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