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jueves, 16 de julio de 2020

El hurto (del tío)


- Tras un agitado mes laboral, Pirri había podido reservar 1,200 soles para su viaje al Cusco junto a su flaquita, algo que, por muchas razones, lo hacía muy feliz.
Comentó que el vuelo saldría a las seis menos quince de la mañana del día siguiente, por ende, debía de madrugar en al aeropuerto. Razón para estar más que preparado y emocionado.
Antes de salir al cine con su novia, me invitó un cigarrillo y zafó en un extraño horario (casi cuatro de la tarde) aunque comprensible debido al viaje del siguiente día. Su plan, seguramente, volver, recoger las petacas y aventurarse al aeropuerto teniendo a la película en estreno todavía nítida en su cabeza evitando así todo tipo de spoiler. Razón por la cual, debía de asistir al cine antes del vuelo.

La presencia del tío Raúl siempre genera una mistura de sensaciones y todas como tormentas de arena resultan inesperadas y peligrosas. El paso del tiempo y su accionar belicoso lo tildaron como un sujeto inadaptado a cualquier ámbito familiar; merecido reconocimiento tiene por ser partidario de situaciones, que por más que terminaron siendo pintorescas, podrían haber culminado de peor forma si quienes componen el círculo familiar no fueran tan… Eso, pintorescos.
Y sin embargo, hay momentos en los que –por la acumulación de tarjetas amarillas- resultan, en definitiva, ser la gota que derramó el vaso.
La tarde de un lunes de un julio que queremos olvidar, Raúl, apareció por la esquina con el porte de oficial de policía que comió menestras en el almuerzo durante seis años, con el bigote exacto y la camisa roja extraída de un closet sin la aprobación del dueño, zapatos de charol y eterno cigarrillo Camell en la boca, andando al tiempo que bocanadas de humo se elevaban al cielo y los vecinos chismosos en ausencia de relaciones sexuales matrimoniales, miraban con binoculares su nefasta aunque para ellos dulce presencia direccionada hacia mi casa en Manuel Wagner 666.
Desde la ventana lo vi y de inmediato le avisé a Nipo, quien iba por el segundo round en una faena calamitosa junto a su chica; Bruno no estaba en casa y mi vieja yacía mirando una telenovela mexicana con tanta atención que incluso mi llamarada de palabras en referencia a la presencia del tío parecían inhóspitas.
Personalmente, impartía simpatía hacia el tío Raúl, debo confesar, entre copas, que me resultaba ligeramente gracioso (hasta esa tarde). No obstante, como conocedor de sus artimañas sabía que debía de cuidar mi habitación de su mano con pegapega y salir a sonreírle un rato cuando lo viera entre las filas del feudo, especialmente en la cocina, en donde engendra su néctar sagrado.
Nunca en mi santa vida le he negado una taza de café a un ente, e incluso, si el mismo Satanás apareciera, le invitaría una tacita de café.
Nos abrazamos fervientemente cuando nos encontramos en la cocina y compartimos el néctar de los dioses en un par de palabras que iban más allá del saludo. Mantenía su sonrisa por debajo del bigote, se encontraba delgado pero lucia pulcro como si el tener la misma ropa no fuese motivo de suciedad. Mi vieja descendió cuando la novela acabó, pensé que lo habría hecho pasar, señalado el café y devuelto a la telenovela hasta que terminara.
Los chismes familiares salpicaron como lluvia torrencial mientras que el tío Raúl afirmaba su adicción al oro negro vertiendo una y diez veces su taza, la cual, por motivos de salubridad, no volveríamos a usar, es que había una leve leyenda que el tío tendría sida y muchas personas son paranoicas.
Mi vieja, en su completa amabilidad e ingenuidad, le pidió encarecidamente que se quedara el resto del día a compartir el lonche y la cena, Raúl accedió con sonrisas queriendo ingresar un rato a la computadora de Bruno para inspeccionar la lotería. Algo que intentó sacarse en sus más de 69 años.
En ese tramo, Nipo salió de su habitación para estrecharle la mano y darle un abrazo, yo subía para empatarme a la risa de ambos cuando oí una pregunta y una respuesta crucial.

Sobrino, ¿tienes cigarrillos?
Tío, creo que Pirri tiene.

No me di cuenta, hasta dentro de veinte minutos, lo que ese intercambio verbal ocasionaría.
Nipo y yo nos abrimos paso entre nuestras diversas actividades para dejar al tío Raúl en solitario visualizando una aburrida carrera de caballos virtuales y ambos, no nos percatamos de lo que, cualquier agente, podría deducir y lo cual voy a describir en el siguiente párrafo:

Aproveché que los dos bajaron para sigilosamente subir a la habitación de Pirri con la excusa de ir por cigarrillos si alguien llegara a verme.
Adentro verifiqué en el escritorio con prendas, calzones y encendedores si había alguna cajetilla, encontrando algo que más que eso en una rápida búsqueda por los cajones cerca a la computadora.
Mil doscientos soles esperando por mí, la lotería y el humo, reposaban en un cajón. Los cogí y de inmediato me fui.

-         Conjetura de lo que sucedió.

Efectivamente, veinte minutos después, se oyó el sonido de la puerta, salí por la ventana y vi al tío Raúl zafar con el mismo porte con el que vino.
Se me hizo extremadamente extraño y por la noche nos enteramos todos de lo hurtado.

El resto es asunto cerrado pero nunca olvidado. Le sacamos tarjeta roja y no hemos vuelto a verlo, a menos que sea en el entierro.


Fin