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sábado, 4 de diciembre de 2021

Hay un monstruo en el baño

- Durante las mañanas de primavera el baño es indispensable para comenzar recargado el oficio de escribir. Taza de café a la espera sobre la mesa, ordenador abierto, página en blanco resoluta e ideas aglomeradas en la cabeza, son los ingredientes restantes.

Sin embargo, se detiene el proceso cuando la princesa de la casa, la niña de los cabellos dorados que brillan con mayor potencia por causa del sol; la estelar sonrisa que el alba imita; los ojos como dos océanos y la altura creciente tras cada ocho de la mañana, se adelantó cruzando las persianas de la ducha como una traviesa presurosa que quiere ganarle el baño a su padre, quien todavía se mantiene en vilo entre el sueño y la realidad, ocupando con seguridad el espacio privado en cuestión.}

De pronto, se oyó un grito como sacado de una película de horror.

La princesa con la sonrisa descompuesta, los ojos temblorosos, las manos juntas al cuerpecito de porcelana y el andar veloz de vuelta a la habitación acabaron con la indecisión entre levantarse y preparar café o seguir durmiendo un par de horas más, sacudiéndome de la cama como una gacela, asomándome velozmente a la entrada del baño para converger en un tenaz abrazo, allí donde con palabreo poco elocuente al inicio y tras la calma de mis brazos mencionar tibiamente lo siguiente: ¡Pa, hay un monstruo de doce patas en la esquina!

He leído sobre seres mitológicos realmente espantosos, se los he comentado en noches previas a su inevitable sueño, conversado entre atención y cultura acerca del Kraken, Escila, Leviatán y demás; pero siempre creíamos que únicamente eran seres inventados por autores de tiempos lejanos a pesar que los mares y parte del mundo fueran desconocidos.

—Mi amor, ¿Qué es lo que dices que viste? — Le dije todavía en el abrazo.

Ella señalaba la entrada mencionando otra vez que había visto a un horrendo monstruo de varios ojos y muchas peludas patas colgando casi a la altura de su melena.

Supuse inmediatamente de lo que se trataba su gráfico ejemplo resolviendo acercarme para comprobar en su totalidad la veracidad del relato.

Circe, a pesar de ser una princesa muy valiente, no quiso retornar al baño; pero se mantuvo detrás de mí con las manos cubriendo sus labios con dedos nerviosos y la curiosidad en alto queriendo volver a mirar mientras su padre se encargaba del monstruo.

Al entrar me di cuenta que sobre el grifo de la ducha, en una esquina que no paga alquiler, en ese ángulo adonde no llega la limpieza en algunos casos, en una hermosa y minuciosa telaraña compuesta por fuertes hilos y singular diseño, se hallaba una enorme araña con patas efectivamente peludas, largas y oscuras, la cabeza rojinegra, una insignia calaverita en su torso grotesco y una insignificante mosca moribunda que serviría como desayuno atorada en su trampa mortal.

Pensé en el miedo que les tuve cuando era niño recordando una anécdota junto a su abuelo en la casa donde crecí no pudiendo irme a dormir por tener que compartir la habitación con una araña muy distinta debido a que en entonces tenía las patas largas y flácidas, la cabeza amarillenta y la cobardía en aumento cada vez que asomaba la escoba.

La inquilina del baño era totalmente distinta. Era de aquellos arácnidos que asesinan a sus parejas, de los que el grafiti en la espalda señala temor para cualquier explorador, dicen que son parte del continente, especialmente de Venezuela o Colombia y que una mordida puede ser -no letal; pero sí arruinar por completo varias semanas-. Debido a esas rápidas reflexiones no quedó otra opción que pedirle a la princesa que se alejara un poco, pues, quizá, en un afán por cuidar de su territorio saltara o tuviera telas conectadas a distintos lugares del baño y puede que, quizá dentro de mi imaginación e ignorancia de ese ratito, se asomara con facilidad hacia nosotros o su nariz en especial en un acto inadvertido.

Cuando Circe salió del baño, mostrando un semblante diferente; aunque sin dejar de mover los dedos por los nervios, me dijo: Pa, ¿Cómo nos deshacemos de esa tarántula?

Le dije que no era de tal especie, sino que se trataba de una Viuda Negra, y que debíamos de tener cierto cuidado porque suele ser venenosa.

Al mencionar la última frase, ella salió corriendo con dirección a su habitación, subiéndose a la cama y apretando a un peluche a su cuerpecito tembloroso descubriendo que muchos niños suelen temerme bastante a tales insectos.

Retorné a su lugar para consolar el clamor ocasionado por el arácnido desafiando la privacidad de su baño.

—Pa, ¿y ahora que es lo que haremos? — Quiso saber preocupada.

—Tenemos que desalojar a la dulce Charlotte— le dije con algo de humor.

— ¿Cómo vamos a matarla? — Añadió otra pregunta en tono sugerente.

—No, preciosa— le dije acomodándome a su altura sobre la cama.

No se le quita la vida a nadie por más que nos asusten o provoquen incomodidad; ellos también tienen derecho a vivir, comenté con calma.

—Pero Pa, no me puedo bañar. No, si la tengo arriba de mí. Me da miedo.

¿Y si me pica o muerde?, ¿Y si me muero? — Dijo cambiando el semblante de su carita a uno nostálgico.

Le di un abrazo para apaciguar su tristeza.

—Te diré lo que haremos, princesa— le dije durante el abrazo.

—Vamos a llamar a un especialista a que nos solucione el problema, ¿te parece? — Le sugerí con serenidad.

Ella me miró con los ojos cristalinos alzando la cabeza para enseguida decir: No me gusta estar sucia. Necesito la ducha.

—Sí, preciosa, yo también quiero estar debajo de esa rica y sabrosa agua heladita; pero antes debemos de buscarle un nuevo hogar a Charlotte— le dije con dulzura.

—Pa, por favor, no le pongas nombre. Ella es una malvada, quiere picarme mientras me baño— dijo con aires de molestia.

—Princesa, ¿quieres mucho a Dolly, verdad? — Le dije viéndola a los ojos.

Ella asintió con la cabeza viéndome con ternura.

—Amo a Dolly— dijo después.

Nunca me mordería. Me cuida de noche, añadió con dulzura.

Le di una sonrisa.

—Y, ¿amas a Felipe, verdad? — Volví a consultar.

—Claro; aunque no sé dónde anda ese gato— dijo con un enfado que me causó gracia.

—Seguramente en el techo vecino; pero como a las doce vuelve porque es su hora de almuerzo y siesta— le dije para que sonriera.

Tras el intercambio de breves risas, cogí el celular para buscar en Google los números de alguno de esos agentes salva bosques los cuales hemos visto actuar en canales como Discovery o History encontrándonos con la asombrosa realidad de que en Lima no existía nadie capaz de apoyarnos con el asunto de la araña; salvo una empresa de fumigación que sugería la muerte inminente en base a veneno por parte de los arácnidos y toda su descendencia. Algo que me pareció nefasto.

Circe comenzaba a sentirse ansiosa; pero a la vez de curiosa, empezó a visualizar en el buscador información sobre la inquilina de nuestro baño para así llenarse la mente de conocimiento que la ayude a afrontar el caso y a la vez asustarse todavía más por el impresionante álbum de fotos de la misma en su habitad natural.

Luego de varios minutos de incertidumbre, razonando juntos alguna que otra estrategia para aislar al insecto de nuestro baño y poder saciar el deseo de navegar debajo de las aguas del grifo con tranquilidad, llegamos a la conclusión que debíamos de conseguirle una nueva casa.

Por suerte, vivimos frente a un parque; pero en el mismo deambulan perros y gatos, varios otros insectos como saltamontes y hasta ardillas caminando por las arboledas y los cables de luz, suponiendo que con la araña viviendo allí tendrían que tener más cuidado dichos animales al ser más propensos al veneno.

Recordé que a cuadras de donde vivo habita una casa abandona, de esas que tiene el letrero en venta durante meses o años y seguramente con la escases de dinero en el presente por la política y la pandemia, pocos o casi nadie consolidaría el precio y la mudanza tras un importante periodo.

Me di cuenta que podría llevar a Charlotte al sitio para que pudiera vivir en paz en la oscuridad que le gusta, la soledad de una esquina sin humanos y devorar a los esposos o mosquitos que quiera sin niñas que se atemoricen de verlo.

Le expliqué el plan a la princesa, quien se sentía menos asustada y más tranquila sabiendo que pronto nos deshiciéramos de la araña llamada Charlotte a pesar que no le gustara la idea de ponerle un nombre.

—Pa, ¿y si la matamos? Es solo una araña. No le hace bien al mundo— dijo en una rabieta cuando le terminé por explicar el plan, el cual, como cualquier estrategia, requería de ciertos caracteres para ser una realidad.

—Circe, ningún insecto o animal merece la muerte.

Las arañas ayudan con el ecosistema, ellas te cuidan de los mosquitos que tanto le hacen daño a tu piel en verano; de las moscas que no te dejan dormir y de las polillas que arruinan tus vestidos. Puede que físicamente sean monstruosas como lo es tu tía Javiera; pero cuando abre la billetera, ¿Qué contentos nos ponemos, no? — Le dije sonriente y sugerente.

Ella sonreía entrando en sintonía.

No debemos hacerle daño. Solo tenemos que ayudarla a mudarse. Seguramente también quiere otro sitio donde vivir para así no molestar a nadie con su presencia. ¿No crees que se sienta triste? Quizá y piense: Bueno, debo irme para no ofuscar a la princesa con su baño.

¿Comprendes, preciosa?

A regañadientes asintió con la cabeza asimilando el argumento que dicté y la información que encontró en las páginas de internet.

Al cabo de unos minutos, por la naturaleza de su personalidad, me dijo: Pa, ¿y cuantos hijos llega a tener una araña?

La respuesta la buscamos juntos en Google. Ella empezó a sentirse más empática con la monstruosa y divina Charlotte y yo inicié la búsqueda de fórmulas para poder trasladarla a su nuevo hogar.

Recordé que teníamos un ánfora de jebe donde iba a realizar un examen de orina al que nunca asistí, la tenía guardada en el botiquín. La recogí, se hallaba intacta, desinfectada y pulcra; el segundo paso sería lograr sostener a la araña en un largo palo para que no salga lastimada o se sienta ofendida y me ataque. También en el botiquín encontré baja lenguas que mi padre nos dejó y sería cuestión de tacto y tenacidad para poder envolverla en ello y colocarla en el cofre.

Como escritor tengo velocidad para con los dedos, las teclas las puedo mencionar con la vista cubierta; pero en nervios suelo fallar por la ansiedad, quizá ello lo heredó la pequeña a mi lado.

Sin embargo, debía de ponerme sólido y seguro para la determinada maniobra.

Con los artículos listos fui al baño junto a Circe, ella quería mirar el procedimiento; aunque encarecidamente le dije que se colocara detrás y que no hiciera ningún movimiento en falso, algo como menear mi cintura ocasionando una caída.

No soy muy alto, subí al muro de la ducha y la vi, supuse, dormida. Estaba reposando el desayuno viéndose como una mancha absolutamente negra en el medio de una majestuosa telaraña, la cual sensiblemente fue enroscando con el palito y en un acto muy rápido, tan veloz que ni siquiera tuve tiempo de pensarlo, la metí en el cofre, allí recién despertó moviéndose en sus confines e incluso apareciendo al borde y por las paredes mostrándose desafiante, inquieta o tal vez asustada.

De inmediato salimos a paso ligero hacia la casa abandonada, Dolly y Felipe nos persiguieron para darnos seguridad. Circe se encargó de guiarlos, no quiso ver a la araña atrapada y tampoco se adentró en el sitio a pesar que insistí en que entrara conmigo; pero me dijo que dentro vivían duendes.

Bueno, al menos lo de los duendes, podría manejarlo en futuras ocasiones.

Salí tan veloz como pude dejando a la araña libre sobre una esquina del primer nivel, donde con rapidez podría volver a crear un mundo para ella, nos despedimos presurosos y me reencontré con mi hija y sus preciadas mascotas en el umbral de la puerta a centímetros de mí.

Ella al verme realizó dos preguntas: ¿Le gustó su nuevo hogar?, ¿Viste duendes?

A la primera duda le respondí que sí y que fue feliz y a la segunda le aseguré que los duendes eran un mito europeo; aunque esa otra pregunta la trajera de su habitación a la mía, a las dos y tanto de la madrugada, asustada y acurrucada del peluche, con Dolly y Felipe en alerta, persiguiéndola por el pasadizo corto que nos divide, subiendo, los tres, ¡Sí los tres! A la cima de la cama para despertarme con la misma interrogante.

Zafaron el perro y el gato para acomodarse a un lado de la cama, Circe quedó a mi lado para dormir y a la mañana siguiente me aseguré de buscar libros sobre duendes para explicarle de que se trata porque los niños necesitan de información para asimilar lo que la imaginación les genera intriga y de ese modo abrazar la paz junto al sueño.


Fin