Mi nuevo libro

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viernes, 9 de diciembre de 2022

La mujer extraña y el destino afuera

- ¿Te gustaría que fuéramos enamorados? Sentí que había sido justa la elección de palabras en el aire gélido de una tarde solitaria y penumbrosa de mayo. Ella, frente a mí, tímidamente resguardando el cuerpo con prendas de lana y las manos cogidas por las mías en un eficaz movimiento de conquista se sentían tibias como el café que tomé antes de ubicarme en el sitio de encuentro. En raras ocasiones, al tiempo que hablaba acorde a lo que inventaba sentir para que sonara a rima poética cada frase, miraba sigiloso por la uve de su suéter que deleitaba ligeramente los pechos que a su corta edad manejaba con majestuosidad. Cynthia me había dicho por el chat la primera vez que coincidimos en tal prematura red social que acababa de terminar la escuela con creces y en ese ínterin por contarme sus planes a futuro deduje solemnemente que todavía no había inscrito su nombre en el documento de identidad mientras que yo acababa de realizar dicho trámite un par de años atrás; entonces, no éramos tan distantes en edad, lo que realmente ocasionaba nuestra displicencia era que no andábamos por el mismo sitio.

No, respondió dentro de tanto silencio, algunas muecas de mujer insegura, gestos en señal de no saber creer el palabreo que soltaba; quizá, por la exageración en las metáforas debido a que una mujer de no muy extensa altura a pesar de llevar botas en tacón, cabello negro tal cual la propia noche y los ojos marrones tan comunes como cualquier otra no podría creer que su belleza era comparable a la de una doncella escapada de una legión de princesas dentro de un castillo encantado a las afueras de Gales.

Me di cuenta que las frases poéticas que inventaba al son de mi labio no funcionarían legalmente por el simple hecho que parecían estar en otra órbita.

¿Por qué, no? Aproveché con picardía para no quedarme a puertas de la función. Lo que pasa es que… empezó a decir, y yo que antes había realizado el mismo trámite una y diez veces durante los últimos años después del colegio sabía que cuando las palabras fallan es solvente actuar de manera románticamente imprudente. Fue entonces que no pudo terminar su argumento en respuesta porque pegué mis labios a los suyos para callarla en lo que a inicios de escuela, puede que ambos, habíamos leído a Bécquer, quien alardeaba decir: ‘Cállame en un beso’. El sentir fue distinto –no era como besar a Fátima, mi última novia en secundaria, duramos siete meses contados porque nos veíamos cada mañana a la entrada, al recreo y a la salida- sino fue como besar a un molde de plástico en forma de mujer. Sentí que no fue un beso. Hablo de la pasión, de la efervescencia, de las emociones y los sentimientos que revolotean en un beso. Confieso que Cynthia me atraía, de repente como podrían gustarme otras mujeres que estaría conociendo en otras circunstancias porque estaba absolutamente seguro que no iba a ser la única ni era la primera con quien hablaba infiltrado y a la vez honesto (exagerando un poco) en un chat sin fotos ni videos, palabreo y más palabreo, a veces llamadas y si exigían, cierta descripción física que evidentemente cabía igual a quien soy. Quizá, era algo que podría ser tentativo; pero a la vez no era lo que verdaderamente atrapaba, pues, la razón fundamental por la cual gustaba era por mi manera de ser. Esa facilidad para escribir diciendo y trazando hechos ficticios, reales o combinados que utilizaba para entretener, entablar charlas largas y vibrantes e incluso curiosidad que era lo esencial. La intriga atrapa, yo lo sabía, por eso, actuaba al son de crearla. Cuando ocurría, preguntaba, ¿y si nos vemos? A sabiendas que existía cierta confianza, una sólida y clara, yo no iba a cometer ningún delito, solo un beso copiando a un poeta; aunque en la variedad de ocasiones, a excepción de la presente, acertaba de un golpazo cuando me miraban. No presumía de ese poder de atracción real al son de mi descripción, porque enfatizaba en mostrarme tal cual soy durante el chat, allí donde podía manifestar nociones más hondas y expansivas a una llamada telefónica. Podría sí asegurar que llevaba un enlistado mental acerca de las mujeres a quienes conocí mediante tal episodio y fuimos sorteando avatares momentáneos hasta que terminamos aburriéndonos y en consecuencia variando en actitudes con los sentimientos profundos nunca vistos en la orilla. A menos no para mí. Pues, de forma irresponsable, muchas veces ignoré a la cantidad de ilusiones rotas que adherí a mi comportamiento por andar buscando amores para reemplazar al último.

No es real cuando te dice que un clavo saca a otro clavo. Yo todavía la pensaba, sobre todo cuando intentaba reemplazar sus labios con otras, cuando trataba de compartir las aficiones que perdimos, una tarde de películas clásicas frente a un antiguo televisor, la primera vez que entramos a un hotel dos estrellas de una avenida lejana, tímidos, delicados y nada presurosos, las noches en vela observando los astros en la terraza de su casa cuando sus padres salían, el andar por los nuevos centros comerciales cada fin de semana hasta que caiga la noche, las ganas de quedarnos juntos a la hora de despedirnos en el umbral de la puerta, las raras ocasiones que estuvo sobre la cama de mi habitación y las promesas icónicas por juntar lo mismo en una constante sesión de mismos momentos. Todo lo buscaba en otras personas, en Cynthia, Olenka, Malena, Clara y Soraya sin pensar que lo había neutralizado en un mismo ideal, en una persona que no estaría más a mi lado por un compromiso distinto con el destino, razón por la cual, había decidido rotundamente culminar la relación poco antes de terminar la secundaria, -lo recordaba para inspirarme en textos incoloros, poco precisos, sollozos de quien sería en adelante- y puede que en ese coraje quise hallar mi propia búsqueda, motivo por el cual estuve envuelto en relaciones fugaces.

¿Por qué lo hiciste? Preguntó Cynthia fastidiada sin secarse los labios

–Detalle que me pareció idóneo para continuar con mi elección de actitudes-. ¿No eres capaz de recibir un no como respuesta? La oí decir después. No me esperaba una frase así. Tal vez, algo como, ¿Qué paso?, ¿Cómo se te ocurrió besarme de pronto? Entonces, podría usar mis oraciones predilectas: Es que me gustas y no puedo evitarlo. Es que soy un romántico impulsivo. Y así, como otras veces, caería redondita. Pero… ahora era diferente. Realmente ella se sentía incómoda. No puedes andar besando a las personas sin su consentimiento, comentó en un arrebato lejano a su timidez. ¿Y si yo reaccionara mal?, ¿Y te diera una bofetada?, o, ¿Y si le contara a las personas cómo eres?, ¿Cómo piensas que se vería en tu historial? Agrupó preguntas que no pude responder usando sus manos en función de ademanes. Cuando hizo silencio pude lanzar una contraofensiva bastante común y a la vez inteligente. Una consulta, Cynthia, ¿Cuál es la razón por la cual te encuentras aquí si no deseabas el beso? Ella se frotó la cara dejando a su mirada intacta en mí para enseguida decir: Buscando una amistad, ¿es acaso algo difícil de hallar? Dijo sensata, yo no le creí del todo. ¿Buscando amigos? Dije dudoso. Bueno, no niego que me gustes, tienes lo tuyo, dijo después, yo sentí que empezaba a caer en la trampa. Pero… antes de cualquier asunto romántico, busco algo de amistad, que se yo, alguien con quien hablar, intercambiar ideas, comentarios, reír un rato y pasarla bien, ¿no crees? O, ¿acaso pretendías besarme, y luego qué? Dijo en otro aire. Era verdad, ¿y luego qué? Seguro que haría la de siempre: Huir. Dejar de interesarme. Mutar un poco. Cambiar de rumbo. Etc. Ella no buscaba o anhelaba lo mismo. Mira, yo busco amistad antes de una relación porque todo empieza con conocerse. No soy de las personas que van de prisa, aseguró con madurez a pesar de su corta edad.

Yo estaba sorprendido y empezaba a gustarme de otra manera; sin embargo, las condiciones de mi actitud no iban a cambiar. Pues, seguiría tratando de robarle besos, tener un afán por juntarnos cuerpo a cuerpo y tratar de ahogar los recuerdos que me perseguían. Pero; antes de que ocurra un segundo intento, le hice una pregunta, ¿Qué te parece si comenzamos de nuevo? Olvidamos el beso y reanudamos la charla para conocernos mejor, ¿qué dices? Yo quería reinventar. No puedes actuar igual cuando te colocan muros. Ella accedió a sabiendas que la cita estaba siguiendo un rumbo, el día y la hora se habían planificado, hasta incluso los permisos y el valor de las oportunidades. Todo lo antes desarrollado se había organizado para que nos juntemos. Debíamos de estar ahí y tratar de pasarla bien, o de lo contrario, sentir que habíamos perdido el día.

Bien, cuéntame de ti, ¿Qué quieres ser mañana más tarde? Era una pregunta que mi madre haría.

¿No conoces el dicho Carpe Diem? Le dije en una respuesta fresca.

Vive el momento, añadió. Pero… ¿Sabes qué el destino está hecho de momentos? Reflexionó. ¿Qué pasará luego de este momento? Puede que lo recuerdes, lo escribas en el diario o lo olvides con otro momento; pero no vas a construir un destino con momentos perdidos, ¿comprendes? Me lo dijo a la cara.

No entendí en primera instancia, mis limitaciones se basaban en poetizar lo que sentía y besarla apasionadamente.

Quiero decir, ¿Qué escalón inventas con los momentos que vives? Porque para algún lado deben llegar, ¿entiendes? Me dijo tenuemente. Por ejemplo, acoté ante mi gesto de asentir, yo espero que tengamos una bonita amistad, sincera si se puede, que podamos confiar, si deseas, porque me encanta escuchar, es decir; estoy colocando escalones para crear algo, ¿y tú, qué esperas construir? Sus palabras suaves se adentraron en mí.

¿Qué espero construir? Puse en frecuencia a la pregunta y varios supuestos bastante efímeros sacudieron mi mente. Un beso, dos abrazos, algo pasajero, una relación, tal vez, de unos meses, y luego la separación inminente. Aquello podría suceder en diferentes escalafones si ambos acertáramos.

¿Qué piensas crear con esto? Me dijo usando su mano para amplificar su pregunta repartiéndose entre ambos.

Puedes besarme, si gustas, añadió para mi asombro. Yo le sonreí confuso. Pero… ¿y luego, qué? Voy a molestarme contigo, tal vez; aunque de repente me guste lo que planteas. Eres apuesto, no lo niego y hasta puedo sentirme atraída al punto en que quiera ese beso; pero… ¿y luego, qué?, ¿Voy a dejar que me beses y te vayas sin la alusión a vernos más tarde?, ¿Cuándo volveremos a encontrarnos? Puede que en una semana. Bien, existirán otros besos, abrazos y palabreo filosófico y divertido, eso suena estupendo; pero, ¿Después, qué?, ¿Acaso vamos a formalizar?, ¿Cuánto tiempo vamos a durar?, ¿Qué haremos estando juntos?, ¿Qué voy a ganar contigo, aparte de tus besos y tu cuerpo cerca de mí?

Empecé a verla con rostro de mera confusión. Pero… un momento, le dije calmando su pasión de verborragia, ¿acaso vamos a casarnos, o qué? Pareció un chiste; pero no lo fue. No teníamos ni la cuarta parte de nuestras vidas, ¿acaso no podríamos pensar ligeramente? Pensé en decirle usando las siguientes frases: Escucha, no estamos en la época medieval, podemos gozar de instantes sin responsabilidad de futuros; no implica besarnos y olvidarnos, sino, salir un par de veces, conocernos y envolvernos en historias que serán recuerdos bonitos para la prosperidad sin pensar tanto en el futuro. Es lo que creo, acuñé con honestidad.

Excelente, eres libre de pensar cómo crees; pero no pretendas ser el dueño de la razón. No estamos para definir si es noche o alba, si es sábado o lunes donde podemos ser claros, estamos en un tramo de ideales, donde podemos ser distintos y no estar de acuerdo, ¿asimilas? Dijo con asombrosa serenidad.

Si no me hubiera parecido excitante su manera por argumentar, me habría ido fastidiado.

Exacto, le dije en primera instancia. Tenemos formas distintas de ver la vida, aclaré.

Dime algo, dijo en paz. Le di una mirada. ¿Cuántas novias piensas tener antes de formalizar un romance ideal? Es decir; no pretendo que vayas al altar, solo, ¿alguna vez te has enamorado? Su pregunta dio en el clavo, allí donde seguramente apuntaba y todavía no daba.

La duda me sentenció.

Entonces, sigues enamorado, me dijo con una rara sonrisa como si no le importara que mi corazón estuviera en otro sector y mi piel desearía la suya en un extraño acto que vio como inmaduro e ingenuo en una siguiente oración que necesité oír a pesar que me doliera.

¿Y qué es lo que haces conmigo acá perdiendo el tiempo? Dijo en una linda ironía.

Abrió las manos y acotó, ¿fue ella quien dejó? Debo suponerlo por tu actitud de galán. O, ¿se trata de un acto de rebeldía?, ¿Me cuentas? Te acabo de decir que puedo ser tu amiga.

O mi psicóloga, ataqué. 

Ella estiró una sonrisa. La había halagado.

Bien, confieso que estoy enganchado –por alguna boba razón, no quería decir enamorado- y no puedo hacer absolutamente nada por volver con ella, acabé.

La muchacha no dejaba de sonreír. ¿Ves que fácil es confiar? Dijo con humor. Yo me sentía desnudo, la seguridad se veía averiada y las tentaciones por los besos y demás pasiones se diluyeron. Empezaba a no sentirme igual.

¿Qué impide que retornen? Dijo tal cual una doctora.

Algunos factores, respondí ligero.

¿Uno de ellos es? Quiso saber.

Que… Bueno, ha decidido tomar un vuelo a otro país y no puedo perseguirla, sentí que mi respuesta era tan concreta que nadie, ni siquiera la voz nocturna o el reflejo en el espejo, podían contradecir.

¿Se fue por un mejor destino?

Asentí débilmente.

¿Y no puedes acompañarla?

Volví a sentir suavemente.

¿Por qué no quieres ser parte de su mejora? La pregunta me desorbitó. Es decir; ¿Por qué no crecer juntos? Añadió para mejor entendimiento.

Me miré aquietado.

Si ella decidió irse a Canadá, ¿Por qué no vas con ella?, ¿Estás casado, tienes hijos o un trabajo sumamente estable? A esta edad, lo dudo mucho, dijo totalmente irónica.

Nada te atrapa aquí y ahora, arremetió en una frase dócil.

Pierdes el tiempo estando aquí conmigo, ¿Por qué no lo asimilas bien? Dijo en un suspiro al son de mis pensamientos atorados en la mente.

Ve con ella, búscala, abrázala y crezcan juntos que de eso se tratan los momentos, acotó solemne ante mi estado de quietud por andar sumergido en el sentir.

Construyan escalones que puedan surcar de la mano, alcancen la gloria unidos, inventen sonrisas y fabriquen realidades en base a sueños por causa de un amor mutuo y honesto.

Déjate de tonteras y ve a buscar lo que te hace feliz, argumentó finalmente con sobriedad y desfiles de pasión.

Me había desarmado por completo, la figura de galante quedó desaparecida, era solo un montón de emociones arrestadas en el interior por no tener dirección hasta que entendí para donde debían de ser dirigidos.

¿Quieres decir que debo ir tras ella? Pregunté con la inocencia de un alma desinhibida.

O, pretendes vivir arrepentido el resto de tu vida, porque de alguna manera y otra, a veces, por pensar en que podemos reemplazar, nunca volvemos a hallar a personas iguales, no por los aspectos físicos o las aficiones en conjunto, sino por la forma cómo nos hacen sentir.

Rápidamente pensé en los siguientes procedimientos: Ir a mi casa, enlistar una mochila, comprar un pasaje, buscarla, amarla y nunca dejarla. O, ir a casa, hablar con mis padres, que me cuestionen el accionar, comprar el pasaje con los problemas de ingresos de un adolescente, tratar de comunicarme con ella, acordar una cita y amarnos… si es que todavía se puede. Todo era tan difícil a pesar que sonara distinto.

Froté el rostro hasta llegar a los cabellos en actos de frustración. No puedo hacerlo, pensé. No es tan sencillo como llenarse de inspiración. Debo de planear, buscar un ingreso para solventarme allá, tratar de escribirle, ¿y si no quiere saber de mí? Crear un nuevo lazo o nexo, lidiar con algunos hechos porque aunque no estoy casado ni tengo hijos, no puedo sencillamente largarme de mi casa porque estoy enamorado de una mujer que vive en otro país, ¿acaso es fácil? Sencillo es salir aquí, pasar el rato, disfrutar un poco; pero no puedo acertar si de construir lo que mencionas intento.

Bueno, si fuera tu hada madrina, de un golpe con mi barita podría llevarte hasta su castillo, o en este contexto, su casa en Avenida Los Insurgentes 376, San Miguel; aunque creo que un taxi te dejaría en la entrada por solo veinte soles. Si te apuras, podrías llegar a tiempo, ¿o vas a seguir perdiendo los minutos aquí conmigo?

¿Qué? Dije asaltando por la intriga. ¿Cómo sabes dónde vive? O, bueno, vivía. ¿Qué estas queriendo decir? Dime, por favor, le dije enfático; aunque todavía hondo en la curiosidad y la sorpresa.

Digo que soy una conocida de tu ex, no voy a decir novia porque sería extraño, debido a que técnicamente estarías siendo infiel…

¿Conocida?, ¿De dónde?, ¿Qué está pasando acá? Me sentí alertado.

Calma, ella no me conoce, yo sí a ella. Supe que ha vuelto, está en San Miguel, espera por ti.

¿Cómo lo sabes?

Porque la escucho hablarle al cielo acerca de ti, me dijo en aires de misticismo.

Espera, ¿me estás jugando una broma? Le dije confuso en gestos con las manos sobre el cabello.

Lo creas o no, yo digo la verdad, no puedo profundizar más; porque solo te voy a decir que… No es demasiado tarde para amar; pero sí para demostrarlo.

Ve… ¡Ahora! Está en su alcoba, piensa en ti, te extraña, de repente por eso vino, ¿no lo crees? Dijo sugerente.

Iré; pero, espera. Antes, dime algo, ¿Quién realmente eres?

Un ángel de la guarda, tal vez; un hada madrina, no, estoy vieja para eso; pero soy una conocida que intenta ayudar, y de paso estudiar ciertos comportamientos amorosos.

Es todo lo que puedo decir.

Sonreí confuso, emocionado, asaltado de sensaciones y a la vez ciertamente satisfecho y con ganas de creer en sus palabras.

Entonces, ¿voy? Consulté por última vez en un ademán por acelerar el ritmo.

No te preocupes por mí. Ve a buscarla, todavía no es tarde y sabes que ella duerme de madrugada, aseguró.

La miré extrañado. ¿Quién eres? Volví a preguntar.

Alguien que solo intenta ayudar, aseguró esbozando una sonrisa.

Lamento que hayamos tenido estos exabruptos algo extraños, traté de explicarme justificando mi anterior accionar.

No te preocupes, dijo sonriente. No sabías quien era. Además, ¿es importante? Lo realmente especial es que vuelvan a estar juntos, acuñó una frase poderosa con una larga sonrisa. Me sentí contagiado, le di un abrazo en agradecimiento y despedida y caminé hacia la avenida para detener el primer taxi que vi dirigiéndome hacia su casa.

No volteé por si, de manera muy extraña, hubiera desaparecido. Varios supuestos azotaron mi cabeza. ¿Será un fantasma?, ¿Su mejor amiga perdida?, ¿Una hermana que nunca conocí?, ¿Su vecina, ¿Quién podrá ser? Lo único que quería era llegar y descubrir la verdad, una que, gracias a la charla que tuvimos, pude entender mejor.

Uno no puede andar perdiendo el tiempo con falsos amores cuando el amor verdadero está a la vuelta de la esquina.

 

 

 Fin

 

 

 

 


domingo, 13 de noviembre de 2022

Santino

Te esperamos, precioso,

Para tenernos al ritmo de la creciente luna

En noches que parezcan infinitos en paso

Porque amarte es tan perpetuo como este cielo

Que nos concede coincidir en manos

Tu madre y yo dentro de este mundo sólido para ti.

Te esperamos, Santino

Porque te amamos desde antes de conocerte

Y la vida nos aclara que estamos enamorados

De tus pies, tu carita, tus caricias y tus pasos

Tus manitos, tus besitos y tus momentos

Tus cabellos, tus voces y tu misterio.

De todo lo que provenga de ti.

Te esperamos, precioso

Porque la vida nos ha mostrado que amarte

Es lo que haremos de hoy en adelante

En este porvenir que juntos hemos creado

Para tenerte y cuidarte

Durante el tiempo que dure la vida

Porque estamos aquí para amarte debido a que ya mucho te soñamos

Y tendremos el amor que nos resta unidos

Para concederte el placer de amor de cada mañana.

Te amamos, bebito,

Para amarte hasta que el amor nos contagia

Y se vuelva eterno como tu risa en luna.

jueves, 22 de septiembre de 2022

Tangentes

El esperado último cheque de la editorial por fin apareció adjunto en el correo con mensaje de saludo inicial y unas disfrazadas de afecto palabras de despedida. Lo leí de un remezón porque me enfoqué en descargar el documento que enseguida llevaría a imprimir para poder cobrar.

Según el reloj en el celular, el banco todavía debía de estar abierto, y según los bolsillos, el dinero debía de caber idóneo para la cancelación de las diabólicas tarjetas de crédito, el pago de la mensualidad de una maestría en Arte, una salida al cine con mi pareja y una botella de ron para que el resto tenga dirección de abono dentro de la cuenta de ahorros que en sueños sube como la espuma.

El plan perfecto acababa de crearse dentro de mi cabeza al tiempo que me dirigía a la estación bancaria más cercana caminando como en las nubes porque aunque a veces lo neguemos es ciertamente verdad que la plata nos hace ligeramente felices.

Resolví mirar unas margaritas presentables en el umbral de la florería cuya señora les ofrecía un riego suave para su brillo, pensé en comprarlas al volver, así podría sorprender a mi novia con algo que le colgara una sonrisa. Seguí el camino adentrándome en el mercado para así evitar el horizonte más largo; sin embargo, desafortunadamente tuve un raro encuentro.

—Hola, qué milagro verte por aquí— la oí decir con exagerada voz cordial. Me detuve entre un puesto de frutas teniendo al lado a uno de golosinas en una completa ironía y volteé medio cuerpo para hallarme en frente.

—Hola, ¿Qué tal? — le respondí sonriente.

El cheque estaba dentro de mi bolsillo doblado en un cuadrado perfecto para que únicamente se deslizara por sobre la ranura donde una muchacha con cara de cero le diera el visto bueno.

—Bien; aunque no tan bien— dijo en una anteposición de palabras que me resultaron extrañas al inicio. Razón por la cual le di un gesto de confusión que rápidamente resolvió contestar con la conexión de su frase: Estoy triste porque no me invitaste el Baby Shower de tus hijos.

—Bueno… — dije tratando de inventar una razón.

—Es broma, seguro me mirarían con mala cara— dijo irónica.

—Hubo tanta gente que ni siquiera me daría cuenta que fuiste— le dije con la misma intención.

Silenció.

—Y pensar que nosotros estuvimos a punto, ¿no? — atacó sutilmente.

—Gracias a Dios que no sucedió— le dije sonriente.

— ¿Adónde se fueron tus ateos ideales? — Cuestionó con una sonrisa.

—Soy como todos. Creo cuando me conviene— le dije sereno.

Del otro lado, cerca de un restaurante en modo chifa que seguramente vende el arroz chaufa más pastoso del planeta adjunto a un wantan frito tan plano como una calzada en New York, se hallaban unos ebrios, y no de amor; aunque las caricias que se realizaban entre sí, compartiendo sonrisas a pesar de llevar los ojos como K-pop, podrían ser vistas como actos homosexuales de personas que se emborrachan para sacar a relucir lo que realmente son. Ellos conversaban abiertamente sentados en sillas blancas de plástico a la espera de la comida, que seguramente, -reitero, sería horrible-, lo menciono por el lunar con pelos y vida propia que sostiene en la mano el chifero con bigote de tres pelos. Tan largo y fuerte era el sonido de la conversación que pudo interrumpir lo que la mujer en frente me hablaba. Uno de ellos, el hombre de traje y maletín, quien puede que haya faltado al trabajo de abogado por embriagarse, o haya sido despedido hace unos años y no se da cuenta, hablaba acerca de la posibilidad de la vida inteligente en otro planeta. Puede que esa haya sido la razón por la cual atrapó mi atención; aunque los comentarios de la chica en frente hayan sido tan paupérrimos que cualquier otro sonido me distrajera con facilidad.

De inmediato, otro hombre, uno menos fachoso, de canas y de overol, quiso realizar un hincapié acerca del tema planteado parándose como si estuviera en una discusión dentro de un jurado y solemne arremetió: Yo tengo la prueba contundente de que existe vida en otros planetas.

—No quiero mirar otro de esos raros videos que ves en Youtube— dijo su compañero tratando de jalarlo para que volviera a sentarse.

—No. Esta vez no es así— afirmó tratando de corregir su voz.

El chifero de bigote extraño y mano salida de una película de terror, también prestó atención deteniendo la sartén en medio del brinco.

—Mira, este video lo grabé la noche anterior en el techo de mi casa— dijo sacando un antiguo celular de su canguro.

En frente, la mujer, que me relataba su día a día en la oficina bancaria ubicada en Miraflores, los estudios virtuales que realiza para culminar una carrera estancada y ese afán de infancia por desayunar jugo de naranja con panes de molde, los cuales la trajeron al sitio donde me ubicó, me dio un puntapié en una pregunta sacada de un baúl de su interior.

— ¿Sabes por qué nunca pude salir embarazada de ti? — Arremetió con el índice erecto y la voz excelsa como si se tratara de una queja y a la vez un sentir profundo que renace.

Los borrachos y el chifero veían el video con asombro y empeño. Rápidamente se le acercaron otros comensales que también agregaron particulares nociones sobre la filmación.

Ganas no faltaban para asomarme; pero la pregunta me asaltó.

Mi primera vez fue a los diecisiete. Ocurrió en el baño del primer piso de mi casa durante la fiesta de cumpleaños de mi hermano menor y estuve acompañado con alguien quien prácticamente hizo de observador.

Esa persona me sedujo mientras las cervezas iban rondando, cada vez que llegaba la botella a mí, vertía y bebía mientras veía como de dos en dos iban entrando al servicio sin provocar sospechas.

Yo era el número nueve del círculo, por tal razón, el hombre que me convocó a su grupo para beber a sabiendas que era el hermano del cumpleañero y él, hermano de una de las amigas de mi hermano, me dio la mano dejando un sofisticado amuleto envuelto con papel crepé para que me dirigiera al baño y cerrara con llave, según una recomendación al oído.

Es curioso pensar que fue la primera de cientos de miles; pero nunca sentí que me podía abrazar y no dejar ir. Todo siempre fue cuestión de actitud, de saber cuándo decir alto.

Recibí una llamada. Era mi abogado, a quien nunca respondo; pero me salvó de una curiosa e incómoda situación.

—Holi— le dije con una voz fresa.

—Hola maestro— dijo raramente cariñoso.

— ¿Qué ocurre? — le dije avanzando.

—Picó— comentó. 

— ¿Qué cosa? — Quise saber eludiendo ambulantes venezolanos.

—Lo que tanto tiempo y dinero nos costó— arremetió.

Yo sentí que no había gastado plata en años desde que empezaron a venderse mis libros como pan caliente y desde que mi pareja heredó una suma impresionante de dinero por parte de su abuelo petrolero.

Se oyó una risa.

—Finalmente, logré vencer a esa maldita zorra— dijo en un grito de victoria.

Yo seguía sin entender lo que pasaba.

— ¡Lo logramos! Hicimos un gol de media cancha— añadió contento.

Yo empezaba a recordar lo sucedido.

Es verdad que los casos en los juzgados suelen tardar meses, hasta incluso años; sin embargo, este en especial, había demorado casi cuatro años en salir a la luz. Entonces, era verdaderamente una victoria.

—Felicitaciones, tigre— le dije para motivarlo.

—Gracias, gracias, ¿unos tragos para celebrar? — propuso.

La pensé. Él se dio cuenta.

— ¿Qué?, ¿no quieres celebrar lo que tanto tiempo te costó acabar? — sugirió con la confianza de un amigo.

Pensé en que debía de estar hace media hora en la cola del banco.

El mercado es un campo minado de personas conocidas, quienes gustosamente se pierden en charlas amigables con tal de también hacer tiempo contigo conversando acerca de cualquier chisme, razón más que suficiente para aventurarme a paso ágil por los confines, las esquinas y sus curvas deseando que ninguna persona me hablara. Quería culminar el recorrido para conectarme finalmente con la acera que sigue directamente a la oficina bancaria. Iba a paso veloz, mirando al frente, esquivando ambulantes, vendedoras en los umbrales ofreciendo productos e incluso hasta niños navegando en horario de escuela.

Afortunadamente salí ileso del mercado pensando en que hubiera ameritado tomar otro camino a pesar que fuera un tanto más denso. Sin embargo, el destino todavía quería sortear mi camino con un encuentro más.

Mi madre y yo no somos tan cercanos. Desde que me dejó en adopción no he podido perdonarle a pesar de tantas llamadas que hubieran podido ser escalones si tan solo hubiera actuado. Jamás me dijo que lo sentía hasta que se dio cuenta de lo que se escondía detrás de mí. Me vio con ojos de furia, de ambición y de ganas de querer abrazarme como si yo fuera una especie de objeto preciado, es curioso como las personas actúan tan diferente y se quieren convertir en cercanos cuando se enteran que luces brillan en tus bolsillos. Pues, mi madre, al momento en que descubrió por los confines de las redes que iba a comprometerme con alguien cuyo abuelo domina el mercado de los grifos, apareció en la puerta de mi casa en un viaje directo desde Ciudad de México a Lima y sin escalas. Me dio un abrazo sonriente y se deleitó con un sinfín de palabras hermosas como salidas de los textos de Carlitos Fuentes y ella, frente a mí, sin conocer la relación verdadera, o mejor dicho, algo de la historia, porque un error es a veces no contar el todo, sino los episodios, cayó rendida ante su encanto, su verborragia, su alegría y hasta su repentino humor, uno que no parecía tener cuando me hablaba fríamente desde la capital mexicana con un acento acomodado.

A veces las personas actúan de manera tan extraña, he reflexionado muchas veces.

— ¿Alguna vez te he dicho lo idiota que eres? — la oí decirme con una cara seca, dura y fría. Eres tan patético que puede te hayas involucrado con la vecina culona, añadió asqueada. Yo la miraba anonadado, como quien se impacta de ataques sin poder tener reacciones.

— ¿Qué clase de baboso puedes llegar a ser? — arremetió abriendo las manos y luego cogiéndose la frente. Llevaba tacones altos, sofisticados, una cartera de marca italiana y detrás de ella, no muy lejos, se hallaba un auto blanco con un pulcro chofer. Pensé y me di cuenta que me había seguido.

— ¡Responde, carajo! ¿Qué has hecho para que ella te deje? — arremetió. Y ojalá, hubiera sido por causa de amor, y no conveniencia.

Mi padre era un buen sujeto, trabajador, amoroso, respetable y cariñoso; fielmente creyente de Cristo y la salvación, solía llenarme de ideas religiosas que nunca he seguido. Un día, viendo televisión, recuerdo que una de esas películas de semana santa que duran cuatro horas, le dio un paro cardiaco y murió. Tenía la edad que tengo yo, treinta y dos. Y fue su final. Desde entonces creo que Dios es un ser pedante que te obliga a creer en él cuando lo desafías.

Es curioso que yo haya tenido tanta suerte.

—Me interrumpes el paso, madre— le dije sereno.

—Pero… ¿tú no piensas? Te estoy diciendo algo cierto. Debes remediar lo que has hecho de inmediato— prácticamente lo gritó.

—Estoy yendo a su casa— le dije sereno. Ella, de repente, se notó más tranquila como si se hubiera desinflado. Estiró una sonrisa ligera y cariñosamente me dijo: Eres un buen chico, tu padre estaría orgulloso de ti.

Avancé sin ofrecerle más palabras. El banco estaba cada vez más cerca, el cheque inamovible quería estar sobre la plataforma de aquella primera estación y yo pensaba en saborear el ron para sentirme en las verdaderas nubes.

Una vez instalado en la cola, detrás de un muchacho presuroso, supe que debía de esperar unos minutos para poder terminar con mi cometido.

Todo el camino había ignorado al cheque, la señora antes del tipo parecía estar pagando en monedas, decidí abrir el papel dentro del bolsillo abriendo aquel perfecto cuadrado a paso parsimonioso mientras que el sol de una primavera preciosa se escondía sin razón aparente.

El joven en frente dejó de sentirse apurado, el seguridad se sintió exaltado, la gente empezó a murmurar y muchos comenzaron a detenerse colocando su mirada en el cielo.

En alusión al compilado de personas, también elevé la vista por sentirme curioso y lo que vi me dejó tan helado como el piso del banco.

Y pensar que todavía no había ingerido el ron para estar ebrio e imaginar a la nave alienígena encima de nosotros.

De pronto, sonó el celular. Era Lorena, mi novia, quien escribía: Hola amor, lamento la discusión, he sido muy caprichosa. Voy a comprar un boleto para Hawai para así poder estar juntos el fin de semana.

Sonreí al ver la pantalla y luego vi como subían a mi madre a la nave.

 

 

Fin

domingo, 28 de agosto de 2022

Titi, en tres días.

— ¿Crees que puedes vivir arreglando tus desastres? — la oí decir airada. 

—Si estoy aquí es porque quiero afrontar mi culpa— le dije sereno.

Ella estiró una sonrisa media irónica.

De alguna manera u otra, siempre cuando se enfada, se ve más que radiante. Detalle absurdo de una romántica y errada forma de amar.

¿Cuántas veces nos hemos visto envueltos en las mismas circunstancias?, ¿Es que acaso no te das cuenta de lo que realizas? — fueron dos palabras reflexivas.

Yo me frotaba la cara como signo de angustia. Aquellas caricias ásperas llegaban a los cabellos para culminar en sus puntas.

Era infinitamente menos de lo que ella sentía.

Me lastimas con tus actitudes reclamó entristecida cuando la voz airada ya no servía.

¿Todavía sirve una disculpa? le dije tras haberme sumergido en la reflexión.

Una, dos, tres, cuatro… veinte, treinta… ¡Siempre es lo mismo!

 Arremetió en un soplo de la tráquea sabor a coraje.

Yo te disculpo; pero a los dos días me entero de lo mismo. Me siento triste y me cuestiono, ¿es que acaso tanto amor en verso no es más que una falacia de su léxico? A veces prefiero que no me digas ninguna frase y solo me des un escalón. Algo para subir, para saber que podemos seguir avanzando.

Sentí que las disculpas no cabían sobre la mesa.

No era como aquellas otras veces en las que me mostraba arrepentido, reflexivo y sentido para que pudiéramos acabar en la cama con frescas sonrisas y nuevos escenarios. Podríamos ir al cine después de hacer el amor, nos sacaríamos un conato de fotos para demostrar que estamos bien y hablaríamos de sueños y viajes para crear escenarios futuros; y, sin embargo, tan real como sus menciones, a la semana siguiente, yo seguiría siendo el hombre que la daña.

¿Por qué no puedes amarme como te amo? Lo hubiera dicho si no quemara en el alma, si no hubiera sido algo orgullosa. En cambio, le salieron lágrimas, y me acerqué para abrazarla con el afán imperioso e idiota de detener lo que yo mismo activé.

Aléjate dijo con la mano en alto.

Hice caso omiso tratando de interponer el cuerpo.

Aléjate, por favor añadió con la voz entrecortada.

Seguí queriendo asomarme para que un abrazo pudiera detener el dolor.

¡Aléjate, carajo! gritó con la rabia de un amor dolido.

 Abrí los brazos en señal de no querer alarmar.

¡Lo único que haces es lastimarme! adjuntó a un índice corajudo señalándome.

¡Eres un imbécil! por fin lo dijo. Seguro lo tenía guardado dentro de su mente, no lo soltaba a pesar de la calentura, no lo manifestaba porque en casa le habían enseñado a dirigirse con prudencia, no lo dictaba porque amaba.

Nunca me valoras acotó con tristeza. Las lágrimas parecían dos olas de grifos abiertos con fuerza. Siempre actúas para lastimarme, añadió solemne y dolida soltando verdades inquietas que cayeron en mí como balas.

Me recordó una serie de episodios que creíamos haber superado. Lanzó flechas de momentos en los que no demostré lo que dictaban mis párrafos. Teledirigió su dolor y frustración a una verdad en palabras que antes no supo decir; tal vez, porque el amor tantas veces nos hace creer.

No quiero seguir contigo.

La frase fue la bala que pudo perforar al corazón.

Nunca antes la había mencionado.

Estoy cansada dijo en un suspiro.

Callaron las lágrimas.

Se ubicó sobre la banqueta de donde nos paramos y se secó el rostro con las manos.

No dijo ‘harta’, no dio pie a un conato de otros insultos, simplemente se cayó dentro de sí sintiendo ese cansancio agobiante de siempre dar el granito de más que se termina acabando aunque a veces no parezca.

Mis intentos por reanimar lo que fuimos fue un vano. Le repetí cientos de veces palabras que murieron sin llegar a sus entrañas. Bailaron promesas y disculpas que se tiraron al suelo. No hubo nada que pudiera detener su decisión. Pues, era amarse o no parar el sangrado en el alma.

La relación, había culminado.

 

Lunes:

 

La borrachera del viernes y sábado con el asunto en la cabeza de tener que olvidar al mar de amores se había difuminado. La resaca me hizo socavar en una tristeza indomable y aunque un par de veces intenté alejar al teléfono de mí, en otra docena de ocasiones quise llamarla; pero ella jamás respondió. No era orgullo, era algo que siempre había admirado silenciosamente, su voluntad.

Le llené la bandeja del correo con mensajes a sabiendas que las palabras; aunque cientas, siempre van a morir ante la anulación de acciones.

Debía de hacer algo; pero, ¿Qué?

¿Nuevamente ir a buscarla? Adentrarme en su trabajo de oficinista de turismo dentro de una empresa a la cual gozamos en nuestros viajes; ir a su casa por la tarde esperándola en la entrada a la hora de su regreso o reanudar la operación teléfono y mensajes con intenciones de acceder al menos a su oído. A veces es difícil ser quien reconquista cuando vives prácticamente arruinándolo todo. ¿Cómo las personas no pueden pensar antes de joderla? Es decir; ¿Por qué tenemos que intentar mover cielo y tierra cuando nos dejan en lugar de manifestarlo mientras nos soportan?

Es curioso el caso del hombre promedio que expresa amor cuando todo se encuentra perdido, es rara esa fascinación voluntaria de los poetas por acaparar la tristeza en versos; pero aunque sirve para las tardes, no ayuda en las noches, no reemplaza a la ausencia y no reaviva las llamas del ayer. La relación parecía perdida desde el momento en que sentenció lo que éramos, o, mejor dicho, desde el instante en que pensé que podrían disculparme otro error.

 

En el trabajo me sentía expuesto a distracciones. Pensamientos subí y baja me atraparon en una montaña rusa. No pude conciliar los manifiestos en la computadora a las horas pactadas, no pude contener la explicación del jefe en frente hablando de la nueva tecnología para el área donde vivo y olvidé el almuerzo con los camaradas porque repartían sonrisas y chistes malos de oficina por andar metido, introducido, abducido por una serie de reflexiones que me hacían sentir un ser patético.

¿Cómo podría estar perdiendo a tal magna mujer? Pensaba acordándome de sus virtudes, caracteres simples y sólidos como la sinceridad o el hecho de tener una pasión acomodada. A veces las personas son un despliegue de inestabilidad; pero ella a los veinte y tantos, era todo lo contrario, favorecía a un empleo que adoraba, tenía la condición de ser la mujer ideal para cualquier parroquiano que desea establecer un sendero de años; pero no para un sujeto como yo, quien de día era el empleado del mes del conglomerado de computadoras más dotado del país, y de tarde era un escritor de medio pelo con sueños imposible, siendo de noche, quizá, por tragedias de vidas literarias, el Mr. Hyde que no soy y que pretendo ser, y en tal ínterin, ignoro que tengo a la dama celestial conmigo, logrando lastimar sus entrañas con mis voluntades inconexas.

Debía de hacer algo, o podría lamentarme las siguientes décadas de abandonar una relación estable, algo que, irreparablemente (sin saberlo) era un tesoro.

O, al menos, en entonces, lo era.

Salí aprovechando un hueco en el área. A veces la vida no tiene sentido si no recibes los mensajes de amor correspondientes, los valoras cuando no los tienes más. Es cliché, reiterativo y demás; pero absolutamente cierto.

Abordé un bus exclusivo que me permite estar en la entrada de su casa; descendí en el arco de Plaza San Miguel y caminé rumbo a Marina Park, que en entonces era una estación de juegos y cine, también bolos, puestos de cerveza y dulcería. Allí nos acomodábamos para ser felices con facilidad. El mundo parecía estar desolado como el camino silencioso rumbo a su casa conociendo un Nick de Messenger que dictaba su ausencia en el trabajo por un mentiroso mal de cabeza.

La pena nos afecta por igual.

Dos toques de puerta y un timbre largo, lo siguiente fue una espera.

Nadie salió durante los primeros diez minutos.

Volví a intentarlo.

Salió su madre. Una mujer robusta, alta y de enorme cara. Todo lo contrario a su hija frágil, delgada y de pecas simpáticas que pretendía no extrañar tanto. Los cabellos eran semejantes, ondulados, frescos y aromatizantes, no iba a descubrir ese último detalle en un saludo porque la señora Roberts, quien antes me saludaba de manera cándida, me miró furiosa, con ese ceño crujiente de odio, diferente al abrazo y la sonrisa de los días acostumbrados a quedarnos viendo películas en su sala, apretaba sus manos con coraje capaz de lanzarme un puñete, y no un beso en la mejilla como beneficencia a una despedida con ansias por volver a celebrar con el asado en familia.

¿Qué haces acá? Por tu culpa, mi hija está mal. Ha llorado todo el fin de semana. No quiere ir a trabajar y tampoco a sus clases de francés. Ha tirado todo de ustedes a la basura y no quiere dejarme entrar a la habitación.

Cuando la madre mostrándose como tal habló con dicha claridad sentí que mis actitudes habían arañado fibras del corazón que mi supuesto amor no supo nunca curar.

Seño… yo…

Será mejor que no vuelvas

El resto de palabras que hizo mención he preferido omitir.

Sin embargo, es allí cuando colmas un límite. Y, a veces, eres tan culpable que tu mejor reacción debe ser alejarte.

Cabeza agacha, desvalido y reflexivo iba de regreso al paradero por aquel bus que tomaría por última vez.

Dos años parecían irse por el drenaje cuando en la celebración por al aniversario le dije que saldría un rato con los camaradas antes de encontrarnos para tener una cena romántica; sin embargo, esos demonios de la noche que conocí en discotecas y reuniones ajenas a nuestro núcleo y se convirtieron en indispensables por sus aficiones propias a las mías, entre tardes de frenético licor y líneas blancas se aceleraron las horas y donde se entra con permiso se sale al alba hecho añicos y derretido por un sol que hace de madrastra.

Había, no solo perdido el sexto mes de relación por causa de una fiesta que me mantuvo en vigilia el resto de la madrugada en un martirio voluntario de alucinógenos y birras heladas. Estuve en guardia una tarde en el trabajo ayudando a la nueva empleada con su labor a medio acabar en vez de devolverle la llamada que pidió. Preferí una tarde de fútbol con vaso de cerveza en redondéela en lugar de salir a su afamado zoológico tras acordar durante los anteriores días nuestra visita. No estuve cuando le dieron un ultimátum en el empleo por sus negativas calificaciones, causa de, mi actitud venenosa que la intoxicaba sin darme cuenta. Le dije que no cuando pidió que fuéramos al siguiente escalón de novios creyendo que me harían atar cuando en realidad, ¿Quién era yo para que me quieran amarrar? Salvo un bridón, irresponsable, en un laburo que detesta y acorralado en poesía inmunda que no comparte por timidez. La soberbia, a veces me cegaba, y le decía que las chicas querían acostarse conmigo y que tenía suerte de tenerme, solo porque tuve yo la suerte de que ciegas me miraran como un Adonis a media noche. Le mentí cuando le dije que no asistí a la reunión de mi ex pareja. Le mentí cuando le dije que estuve en casa el viernes y me fui a la fiesta de Claudia. Le mentí cuando le dije que no a la parrilla en casa de sus padres. Le mentí cuando le dije que me dolía la cabeza. No quise verla cuando quería activar otros sistemas para mi vida. Quería, estúpidamente, ser Mr. Hyde cuando debí disfrutar de Romeo. Y, tal vez, había sido fortuna mía que me soportara tanto.

Era posible, en reflexión, que jamás la haya amado como se lo hacía creer. Y era verdad, que ella, me había dado lo mejor de su vida cuando solo debió darme una semana.

 

Viernes:

 

Recibí una llamada clásica a las nueve de la noche casi en punto.

El hombre detrás del teléfono era el típico forajido que pretende, a sus veinte, comerse el mundo empezando por el ano. Me motivó hablándome de una fiesta en La Molina pintándome el escenario femenino con la vulgaridad de un hombre que nunca ha estado con una verdadera mujer; y yo, dolido, molesto y frustrado, necesitaba de esa parte de mí para emancipar la tristeza cuando debí de escribirla.

 

Sonaba David Guetta, los tragos se habían mezclado en mí, la cocaína circulaba en mi sangre y la euforia vibraba en sonrisas como espejos.

La gente abrazada alzando vuelo en brincos, la música reventando, los aires de humo y el ambiente a oscuras; de pronto, una mujer, las pieles turbias por el vestido escotado, los cabellos lacios y al viento, la sonrisa clavándose en mí, y yo viéndola sugerente, mutamos compañías para estar más cerca, olía exquisito como a perfume y vodka; yo a cigarrillo, hierba y un caramelo. Le hablé sin dudar: La música es el lenguaje del cuerpo. Ella acertó en otra frase: Es el idioma universal. Ambos sonreímos, ya habíamos dejado de movernos, el resto realizaba los corpulentos estragos del cuerpo, y nosotros intercambiábamos sonrisas; deleite de arriba hacia debajo de miradas, yo contemplando su anatomía en pierna y pecho por los lugares donde el vestido permitía mirar y a su vez imaginando situaciones posibles, y ella analizándome con una postura real y sin evidencia como quien sugiere conocerme de alguna parte y a la vez quiere dominar el contexto. Ambos, aparte de la atracción y la música, teníamos en común los vasos amarillos que teníamos en mano.

 

¿Alguna vez te has preguntado a qué suena la cama cuando haces el amor?

Ese sonido chillante de las patas de madera. Ese sonido horrendo del tablón impactando en la pared.

Ella sobre mí, desnuda y tatuada, una mariposa multicolor en el abdomen y un beso en el cuello; yo empezaba con la tinta en la piel, todavía no alcanzaba mi éxtasis. Su cara era la de un goce eterno, boca abierta, ojos casi cerrados, cabellos desbaratos al son de sus manos jugando con ellos y más ruido de cama contra la pared, chillido de patas de madera y nuevamente mis manos encajando con sus senos. A veces besándolos y otra vez contemplándolos como dos duraznos, o más bien, melones. Eran grandes y dóciles, puedo acordarme de ellos, y eran desiguales.

¿Alguna vez te han dicho que los senos de las mujeres no son pares iguales? Es curioso cuando comencé a verlos meticulosamente mientras que arriba, la mujer de la canción del DJ del momento vertía movimientos elocuentes que de rato en rato me hacían perder la reflexión.

Pensaba en fútbol para no arruinar el disfrute, en una anécdota del ayer, en algo que no me hiciera perder el equilibrio porque primero es el disfrute de ella y luego el propio.

¿Qué infeliz proclamó esa frase? Ah, cuando se trata de sexo, no importan los matices. Ella de nuevo encima; pero hablándome con obviedad:

¿Te gusta?, ¿Lo disfrutas? Dime, ¿Cuánto lo disfrutas? Y yo mintiendo: Bastante, te deseo mucho, muñeca. Ella sonriente y otra vez con ojos cerrados.

Yo con las manos en sus caderas acordándome de la mujer a quien dañé. Yo queriendo borrarla de mi mente y ella apareciendo, tierna, dulce, hogareña, confesándome que no ha pisado discoteca en su vida, diciéndome que se dedicó al estudio y el trabajo, alejada de cualquiera de esos eventos en los que me envolvía por el deseo raro de monetizar nuevos episodios en mi vida.

Y nuevamente, Teresa, asomándose a mí para en susurros decir: Te voy a arrancar la piel a base de sexo.

¿Cuándo se ha escuchado a alguien decir eso en la cama? Podría incluso hacerme perder el apetito. Si estoy en un sitio arrinconado de una enorme casa de campo y una desconocida me habla de esa manera puedo llegar a sentirme aterrado.

Asentí sonriente. Ella siguió su recorrido por los confines de mi cuerpo hasta que concluyó satisfecha y nos quedamos de lado como dos bobos que se quedan sin lengua hasta que incómodos de tanto silencio recogimos las prendas para huir sigilosos.

 

Sábado:

 

Quedé en ir a almorzar con Iris, mi amiga de una clase de portugués que cumplí como quien camina, a uno de esos novedosos restaurantes que abren y se muestran en redes únicamente para salir de la rutina, aquellos monótonos escenarios que me devuelven una y otra vez a la posición pasada que a veces me aterra extrañar tanto.

Ella conversaba sobre sus novedades en los sentidos superficiales que parecen importan mientras que yo andaba envuelto en el ayer iniciando una batalla campal dentro de mi cabeza para no querer manifestarlos tanto.

Inés supo sobre mi inevitable ruptura por unos estados en el Messenger a los cuales nunca le di respuesta exacta. De acuerdo a esa relación de sucesos empezó a actuar de forma persuasiva. Primero, sonriente, amable y cortés pagando el almuerzo, y luego invitándome unos cigarrillos clásicos sentados en la banca de un parque miraflorino para relajarnos un rato. Allí, sintiendo desvalidos en mi interior, tales como, angustia, tristeza y cierta confusión, me dijo en acciones valerosas, lo que pretendía desde el comienzo de nuestra clase de portugués cuando coincidimos cercanos en el trabajo grupal.

El beso pudo decir más que cualquier argumento, y yo siendo un hombre generalmente de palabras, estaba aprendiendo a expresarme antes de escribirlo; o quizá, viceversa.

Nos besamos. Obviamente porque Inés es preciosa. Tiene los cabellos rubios, la sonrisa clara y aunque la anchura de su cuerpo similar a una osa puede que hagan doblar mis brazos si quiero cargarla, su personalidad carismática y su semblante optimista, ayudan a afianzar la atracción para cualquiera. Lejos de ello, siempre la vi como amiga hasta aquel fatídico beso que se volvió en una seguilla de los mismos incluyendo una muy próspera y a la vez inesperada visita a uno de esos hoteles de la Avenida Benavides como si los deseos libidinosos no pudieran interrumpirse. En esos caminos de manitos hacia el lugar, pensé en mi ex novia, quien acababa de dejarme, sus reacciones para surgir en una nueva vida tras dos años de relación e hice un cuadro comparativo con mi actitud avasalladora sin dirección, con Inés a mi lado, quien podría ser cualquier otra persona; pero desarrollando yo algo que no sirve a pesar que el disfrute en la cama, menos tosco que con Teresa, no tan armónico como era hacer el amor verdadero, sino, más bien, algo débil y frágil como si nos cuidáramos por mostrarnos y a la vez dudáramos de lo que hacemos; aunque, de igual manera, acabamos en un mítico silencio post actos sexuales y tuvo que ser ella quien hablara primero tras un tiempo a solas con cuerpos desnudos cerca.

Y bien, ¿podemos empezar hoy, no? Dijo, quiero pensar que inocente, quiero creer que ilusa, a pesar de llevarme unos cinco años. Pero es que yo todavía no entendía o más bien no quería saber que el amor nos aferra y nos vuelve vulnerables a decir lo que sentimos sin vergüenza.

Inés confesando su amor desde la primera vez que nos vimos en cursis palabras que quise callar a como dé lugar porque me sentía a mí mismo tratando de convencer a la mujer que perdí.

Una amistad cayó. Yo seguí el rumbo de la vida olvidando el contexto cuando me dejé caer sobre la cama para observar el techo con los escenarios pasados aglomerados en la cabeza tal cual películas cortas que la desalmada mente te genera para que de ese modo se aprenda de los errores.

La extrañaba, obvio; y, sin embargo, no podía con mis debilidades carnales. O, simplemente, no sabía negarle a una situación.

A los veinte, ¿acaso eres capaz de discernir entre el deseo y el freno cuando sabes que varias situaciones no volverán a pasar? Es una moneda al aire.

A Tamara la conocí el sábado; aunque por ahí nos habíamos visto en alguna que otra reunión que aquel demonio de la llamada sugería. Coincidimos en baile cuando tocaba ‘Los Bacanos’, curiosamente, la canción que más le gustaba a mi ex y a mí; pero nadie cuando baila con alguien le dice que la música le recuerda a un ayer.

A menos que no te importe nadie más.

Esta canción se la cantaba dije en un pensamiento libre.

¿A quién? consultó confusa.

No respondí.

¿Tienes novia? — sentí que era inevitable su pregunta.

Y sabía que cualquiera respuesta negativa podría ser una mentira.

¿Por qué mienten cuando les preguntan por la novia?

Me habían hablado de Tamara. Aquellos demonios con quienes andaba, me dijeron lo que debía de saber. Se conocía que tras unos tragos, especialmente de ron con dos peces de hielo, ella se convierte en una forajida que deja de lado a su cachorro sobre una cuna dentro de la habitación de su madre y despierta pasiones en noches de discoteca o reuniones de gente en común y otras con nada en común. Ella, te envuelve de inmediato, seduce y atrapa. Le dicen, la viuda negra; y aunque suena a terrible reiteración de mil y un novelas y películas, es una gran verdad, pues, no deja que nadie tenga un romance a cierta ciencia con ella. Algo que, me hizo confiar en que si debo de ser sincero, debo de empezar a manejarlo con alguien a quien le importará poco o nada la verdad.

Mientras bailábamos, podría haberle dicho incluso que estaba casado, tenía dos hijos, un estudio de abogados, mi sueño, aparte de ser autor y una tonelada de dinero en el banco, (lo último lo diría por diversión) y ella, de igual manera, se iba a acostar conmigo porque eso, acostarse con rufianes de noche, es su manera de divertirse. De allí a que tenga un hijo o hija a quien darle un ejemplo de lunes a viernes es mi misma historia, salvo que yo debo darme el ejemplo mirándome al espejo.

Se oía ‘Summer’ cuando nos escurrimos en una habitación del segundo piso, la casa era de unos de esos demonios cuyos padres salieron de viaje, maldije el primer día en que me acomodé a su lado; pero a la vez me sentía anclado en nuevas pasiones. Irónicamente, ella todavía seguía en mi cabeza. ¿Cómo puede ser posible tener a alguien en la mente mientras subes de la mano con Tamara? A veces uno no tiene el nivel de conciencia que su amor proclama. O es, tal vez, una especie de revuelo. Algo contrario. Una trama rara. Yo. Una raza única. Algo. Algo debe ser.

Cogimos, obviamente. Tuvimos el mismo sexo que se lo dio a todos los hombres que vinieron y fueron de la cama de aquí, allá o en cualquier lado. Tamara no era una santa, era alguien que disfrutaba del sexo, sea casual o pagado, hoy en día tendría su página de venta de contenido sexual si es que no hubiera muerto por un Sida letal dejando a su hijo o hija al cuidado de su abuela. Una alterna realidad que años más adelante descubrí.

Mientras tanto, nos envolvimos en una sábana llamada sexo durante dos horas. Mi rendimiento más alto de los últimos años.

Pero… ella estuve en todo momento dentro de mí como una antítesis de las mujeres con quienes me acuesto por querer, estúpidamente, olvidarla.

El domingo desperté con una resaca magistral, hombres martillaban mi cabeza, reflexiones me azotaban, reacciones ilógicas querían apoderarse de mí, las cuales se manifestaban en llamadas o mensajes desesperados hacia la persona que me había eliminado del Messenger y el Hi5 dejando únicamente al correo como vía para comunicarnos. Y, sin embargo, no contestaba a ninguno.

Desesperado, sin poder asistir a su casa y mucho menos a su empleo debido a que en ocasiones, deambulando por las avenidas de las primerizas redes sociales, me di cuenta que sus amistades me tachaban de varios modos e incluso amenazaban con verme y arrancarme las pelotas. Si en una oportunidad, pensaba ir a su casa debía de ser un día en que sus padres no estén, porque el ex oficial de la marina, no debe estar contento con el corazón roto de su hija y en el área donde trabaja, aunque hayan varios del otro equipo, es preferible no recibir arañazos. Y; aunque podría pedirle a uno de esos demonios que me acompañen, estoy seguro que solo se trata de hombres de la noche.

En entonces, si desconocía el origen verdadero de un amor, mucho menos iba a conciliar la esencia de una amistad.

Eran los veinte, hay tiempo para joderla un poco; no obstante, a veces la mente te dilata ideas, es decir; si se te presenta la oportunidad de empezar a ser feliz en el amor a los veinte, ¿Por qué arruinarlo? Era el pensar presente, alejado de toda esa tonelada de situaciones que iba a evitar o nunca vivir a pesar que quiera. A veces el destino es nublado y uno debe tener visión nocturna; sin embargo, no todos nacen con ese don.

Indhira estaba en el momento justo y a la hora justa para no hacerme cometer una locura. Pues, al instante en que me dispuse a ir a su trabajo, afrontar a cualquier sujeto con aires mariposones que intenta persuadirme, la encontré en el mismo paradero de siempre, allá donde van a abordar los autos que llevan a todos lados. Ella, vecina de mi casa, recién mudada hace no menos de un  mes con un prontuario bastante elocuente porque la gente murmuraba más antes que no habían redes, me vio de pies a cabeza alucinándome con los tatuajes al aire por el polo y la bermuda, los cabellos saltos y casi atados y la mirada frenética en querer volar. Quizá, sintiendo excitación de solo observarme delirando o apresurado.

Era algo que no entendía porque les gustaba a algunas mujeres, ¿es que acaso siempre desean a hombres que aparentan ser bravucones? Yo era tal. Estaba enojado, sabiendo que si iría tendría que derribar a idiotas y luego hacerme el bueno para que compensáramos en algo productivo.

Su mirada de arriba abajo podría evidenciar cualquier cosa menos ternura, se mordía los labios y acomodaba los cabellos solo para seducirme.

Disculpa, ¿adónde vas? me dijo en un toque dócil en el antebrazo.

A San Miguel. Digo, a Miraflores le dije confuso.

Yo voy para la casa de una amiga, ¿compartimos taxi? propuso.

El apuro me nubló. Subimos al mismo auto y conversamos para romper hielos.

— ¿Qué harás en Miraflores?, ¿Vas a recoger a una chica?, o ¿Al gimnasio a tonificar más tus músculos— dijo cogiendo mi bíceps y enseguida el pecho. En menos de lo que tarda el carro en llegar al sitio de la ciudad, ella se encontraba sobre mí, besuqueándome y tocándome como si hubiera espiado mi rutina durante semanas. Como si aquel encuentro en el paradero no fuera casual. Como si tuviera deseos por mí desde que nos vimos en una panadería. Supuse que era su debilidad. O tal vez, su fetiche. Y nos convertimos en amantes dentro del taxi; aunque se trataba de besos pasionales, mordedura de labio y manos inquietas. Desconocía absolutamente cualquier hecho antes o después de conocernos y no me importaba; tal vez, tampoco a ella. Quizá, nada de mí, aparte de mi físico y mi ida y vuelta a la casa de apuestas. A veces lo que ellas quieren es solo plasmar sus deseos sin importar más y así lo lograba. Y así lo manifestaba y así lo tenía dentro de aquel auto que nos condujo a la casa de su amiga para unos tragos de tarde a los cuales no pude negarme.

Un flashback me hizo entrar en razón. Adentrándonos en la calle Comisario Ramírez, pude percatarme a pesar del conato de besos presurosos que recibía, que conocía el sitio en cuestión de alguna reunión a la que asistí no hace mucho tiempo atrás. Sin embargo, desconocía la realidad. Es decir; ¿era un pensar irracional de una mente desequilibrada o algo cierto?, ¿Por qué de tantas casas o apartamentos debía de ir a uno en concreto? Es decir; no creo conocer los rincones más oscuros o brillantes de la ciudad.

Pero la mala fortuna es así.

Adentro me di cuenta que la amiga era una conocida, al menos tuve esa leve fortuna, de mi ex novia. Su nombre voy a omitir como sus padres que no estuvieron allí. Era, según dijo, su primer día de vacaciones del trabajo, uno nuevo al que compartió con mi ex novia, allí donde se conocieron y luego nos conocimos en una reunión de compañeros adonde fui para darle ese gusto que tantas veces me negué. Es curioso como a la única cita a la que vas te genera un revés extraño años más tarde.

La vida es un racimo de ironías. Y yo, el cretino más grande.

Y, sin embargo, a los veinte, lo disfrutas. Es un apéndice a quien eres, es decir; ser un idiota es algo que viene con el paquete; pero que en alguna determinada ocasión debes de eliminar, tal cual, una cirugía de apendicitis.

No voy a fantasear, estábamos a años luz de realizar un trio, porque la amiga de mi ex pareja me miraba como quien trata de recordar, ¿de dónde lo conozco a este sujeto? Y yo trataba de no dar datos existentes sobre mi procedencia. Pero; al ser únicamente los tres, era difícil de no hablar sobre mí. Pues, las preguntas, ¿de dónde se conocen?, ¿Qué es lo tienen en común?, ¿Qué hacen por la vida? Y demás, subrayaban de a poco a quien soy. Entonces, al cabo de una hora, ella pegó un grito: ¡Ya sé quién eres!

E Indhira, cuyos pensamientos me importaban poco o nada, me vio cuestionada, de repente como quien piensa: Me acabo de besuquear con un conocido de mi amiga. Raro, tal vez. Pero; reitero, no me interesaba. Yo miraba a la chica en frente y le decía con la mente: ¿Qué vas a decir, loca del demonio? Y ella habló, obviamente, con todo lo que realmente era.

Y lo que se suponía que sería una reunión entre risas y chacota poco a poco se convirtió en un encuentro entre tres amigos que comparten sus emociones y sentimientos a carta cabal, en tragos y cigarrillos que iban moviéndose sobre la mesa y el aire. Inevitablemente, debido a tantas cuestiones por parte de la amiga, tuve que contar una versión absolutamente errada de mi ruptura debido a que es normal que cada persona tenga una historia propia, a veces llenas de mentiras, beneficencias y más mentiras. Me hice la víctima, el triste, el que extraña, el hombre perfecto que pierde a una mujer incomprendida y entre ese proceso de argumentación, Indhira me miraba como pollo a la brasa, pensando, tal vez, ¿Cómo un hombre tan rudo puede ser tan tierno?, o quizá, entonces, no iba donde dijo, sino donde su chica. Qué se yo. A veces me da por querer robar pensamientos. Por suerte, empezaron a caer las siete de la noche y sentía que debía de devolverle el favor a mi amigo el demonio.

No pasó mucho para que un auto se estaciona. Descendió el hombre de capucha con una colección de cervezas y con la confianza que me dieron le abrí la puerta. Los presenté amablemente e iniciamos una plática bastante amena. Él, lleno de artilugios por querer conquistar, se enganchó velozmente con la amiga, quien, aunque cándida y bromista, sentía que no iba a caer con sencillez. Todo lo contrario para con Indhira y yo, quienes, por obra de su decisión zafamos hacia la cocina por algo de comer.

Ella cerró la puerta y supe que no íbamos a improvisar en la cocina.

¿Qué les pasa a estas mujeres con mi persona? Fue una lejana reflexión que tuve al momento en que me arrinconó sobre una esquina de la cocina para besarme con vertiginosa pasión.

En ese tiempo, estuve pensando en la amiga con el demonio charlando de cualquier situación que esperara no fuera de mí.

Tenía cierta fortuna de que los teléfonos inteligentes con mensajes instantáneos no hayan nacido aún.

Indhira me desnudó del medio hacia abajo, tuvo una redención y se encargó de mí logrando que me inspirara a pesar de tener los pensamientos en otra realidad. Creo que lo único que deseaba era cometer su fantasía. Ese delirio propio y egoísta por desarrollar su anhelo sin importar lo demás. Algo como yo en una versión femenina. No obstante, yo no quisiera ser así a los treinta.

¿Alguna vez has pensado en el miembro viril del hombre como una especie de ser autocrático? Alguien que prácticamente tiene raciocinio propio. Modesta, aparte, personalidad orgullosa y elocuente a pesar que la mente estuviera en otra galaxia. Pues, yo pensaba en lo que podría estar pensando su amiga de mí en relación a mi ex novia mientras que Indhira me practicaba una felación. Y luego, estuve pensando netamente en mi ex novia mientras que devoraba sus pieles dentro de la cocina. Ella sobre un muro gélido y yo penetrándola al tiempo que sus brazos como tenazas advierten mi cuerpo al suyo; enseguida, no dejé de ver su espalda al son de la dura penetración; aunque altamente simbólica y corporal como si estuviera en una montaña rusa y no tuviera miedo ni nervios, era como si cogiera sin sentir, pues la mente estaba en otro rumbo y el cuerpo plantado al suyo. No podía entenderlo si llegara a analizarlo. Sencillamente, me sentía robotizado, y aunque pensar en un esclavo sexual podría ser eso, sexual, yo seguía creyendo que el demonio la distrajera para que no tuvieran chisme de mí con otra mujer. Qué recontra cretino. Luego de cogerte a varias, tienes el primer descaro de buscar conciencia.

Al salir de la cocina con los cabellos desorbitados, la bragueta abierta y la playera jeteada por causa de su mano traviesa me di cuenta que el demonio charlaba entre carcajada y carcajada con la amiga, se me hizo extraño que no dominaran sus artimañas de conquista y tuviera una sesión de risa con alguien, al parecer, de su completo agrado. Era curioso, pues, no lo había visto así nunca en los anteriores cinco años que había llegado a conocerlo, casi desde la escuela. Por otro lado, Indhira iba al baño. Yo me asomé al dúo sin ánimos de interrumpir, cogí una cerveza y los oí preguntar, ¿y, dónde estuvieron? Seguro que comiendo.

—Sí, freímos el pollo de la nevera, espero no te moleste— le dije a pesar que sabía que no me creería. ¿Quién podría creer algo así?

El demonio me dio una mirada cómplice, la amiga se tragó el cuento, lo supe cuando me dijo: Descuida, era para la cena; pero tendré que comprar una pizza. ¿Qué dices, Wilson, te provoca?

Wilson, jamás había oído su nombre de pila, siempre lo conocí como el demonio, a veces el demonio de la tinta porque le gustaba escribir rap, y otras veces como simplemente Del Cabo (su apellido, porque en el colegio lo llamaban así). Que se llamara Wilson como la pelota me hizo entrar en una gracia; además, la amiga no se había dado cuenta de la tremenda cogida que tuve con Indhira en el baño que podría rozar en parte un poco de suerte para mis próximos capítulos.

¿Por qué las personas mutan en desinterés luego de su cometido? Indhira salió del baño, cogió unas cervezas y siguió sin reparos en aventurarse en una conversación de distintos matices junto a los demás alejada de cualquier hecho por querer coquetearme como si tras haberme tenido ya no tuviera más deseos.

No le di mucha importancia. Los cuatro hablamos con claridad, risas, experiencias y demás; formulamos cuentos basados en ficciones, alegamos puntos de vista y compartimos pensamientos teniendo a la música en el ambiente y a los tragos en la mesa. Llegando la noche supimos que el asunto inesperado iba terminando; Indhira a kilómetros de mi a pesar de estar a mi lado, la amiga y el demonio hablando como si se conocieran de años, sonriéndose e intercambiando teléfonos, haciéndose amigos y a la vez presenciando una conquista lenta y suave, algo totalmente distinto, pues el hombre que parecía estar enamorado, era diferente, antes, hubiera sido una máquina de sexo, un demente que solo busca follar; pero al momento en que conoció a la amiga me di cuenta que algo distinto iba naciendo en sí. Quizá, eso a lo que muchos le tememos por desconocido: Hallar a la correcta. Y sin saber cuándo ni dónde, solo hallarla.

Maldije totalmente mi fortuna. Si el demonio de nombre Wilson estaba conociendo a su futura pareja, yo iba arrastrando una ruptura y teniendo a una rara mujer a mi lado, a quien poco iba a importarle tras el sexo tal cual yo con ella. Entonces, en reflexiones veloces me di cuenta que no estaba en el sitio correcto. Yo no, el resto sí. Y por ende, me fui.

 

Lunes:

 

Aparecí en su oficina con flores rosas dispuesto a arrancarle el alma con la mirada a cualquiera que se me interponga en la camino.

La encontré en un pasillo, preciosa como de costumbre, tratada de manera dócil por el clima laboral, se veía sonriente; aunque no fuera exactamente así, y a pesar que al verme tuvo una reacción de sorpresa corrió hacia su cubículo para no toparse conmigo.

La seguí. No iba a perder la oportunidad de remedir.

—Hola, he venido porque no puedo construir caminos sin ti— me mandé.

¿Cómo es que el tiempo desgasta al rencor y aflora las emociones? Las personas pensamos que no deberíamos perdonar porque no sabemos que es lo que sienten los demás.

Ella, tenía la bondad en su interior y estallada en amor propio cuando fuera necesario, y, sin embargo, también sabía que las nubes negras son efímeras y que tras aquellas puede que el sendero se ilumine.

Creyente de Jesús sabía que la gente merece oportunidades, y yo con sus flores favoritas, era una de esas debilidades que había no querido soñar y tampoco pensar; pero ahí estaba, parado frente a ella dispuesto a que volvamos sin tener que lidiar con perdernos otra vez.

La verborragia que solté inspirado en mis autores favoritos hizo que sus ojos se iluminaran adjuntos al sabor del aroma de las rosas y el ambiente bastante romántico que se estaba suscitando. Ella, fiel a los detalles, caía rendida con cierta sencillez, tras haberse marchito sus emociones negativas, y dándole cabida a nuevas oportunidad. Pues, dentro de todo, sabía que el amor es lo más importante de la vida y no iba a perdérselo por una o cien equivocaciones de su pareja. Era algo que nunca entendí de ella, ¿Por qué amarme tanto si yo era tan bridón? Pero; en esa luz pequeña, pude entender que debía de lanzarme a ese único estrecho camino de luz.

Volvimos. Un abrazo selló el encuentro. Hubo un beso. Varias sonrisas. Alegrías. Palabras bonitas. Y muchas promesas. Demasiadas diría yo, incluyendo un plan de viaje a una provincia central del país para relajarnos. Y ella, segura de cada una de mis palabras e ideales los adhirió porque confiaba, -de nuevo o por última vez- en mis palabras, las cuales eran fuertes y resonaban con pasión porque había entendido que las personas nobles no pueden ser pérdidas o quizá, andaba desesperado por anclar.

—Lo único que espero de ti— me dijo apuntando su vista a mis ojos después de algunas expresiones de afecto dentro de su lugar de trabajo.

—Pídeme lo que quieras, prometo cumplirlo— le dije seguro.

—Quiero que me cuentes que es lo que has hecho durante los últimos tres días. Si logras ser honesto, yo te aseguro mi amor al infinito—.

¿Por qué cuando se enamoran son capaces hasta de revelar los secretos más ocultos? Pensé.


Fin