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domingo, 16 de abril de 2023

Setiembre 1998


El mes de setiembre de 1998 hubo tanto calor como si el infierno se hubiera trasladado al suelo donde vivimos, en la habitación donde me hallaba el bochorno se multiplicaba por tres a pesar que en ocasiones anteriores propuse la compra inevitable de un ventilador para que respaldara a las ventanas abiertas en la creación de viento conciliador; pero mis comentarios entraron por un oído y salieron por el otro. Yo estaba de invitado, uno especial y constante, para las tareas de la escuela, la recreación en videojuegos y la charla interminable acerca de citas.

El buzo del colegio era parte de mi piel, solía llevarlo casi todos los días por causa de mi afanada devoción al deporte rey, el cual practicaba cada recreo como un ritual de fe, razón por la cual, tenía short y playera en lugar del uniforme ordinario, lo que en realidad favorecía del sol de quien intentaba esconderme. Sin embargo, aquella tarde en particular, al astro le dio por ser potente sin misericordia y yo sin el permiso de nadie debido a que solo andábamos dos en la habitación resolví quitarme el polo antes de humedecerlo por completo víctima del ponderado sudor siguiendo el régimen intenso de la etapa final de Mario Bros. 

—Deberíamos ir a Santa Isabel a comprar un ventilador. Caminamos hasta Bolichera y llegamos en cuestión de minutos— le dije con la mano hondeando a la altura del pecho.

—No tiene sentido, el calor es esplendoroso— comentó con una sonrisa brillosa en un giro de cuello que también reflejó la luz de sus ojos azules.

Sonreí causa de su encanto y su simpatía.

—En realidad, hace mucho calor, presiento que estamos en el infierno— compartí un chiste.

—El infierno es demasiado dulce, ¿no crees? — dijo en otra sonrisa.

— ¿Me puedo dar una ducha? — le pedí al instante.

— ¿Y quién va a vencer al monstruo Koopa? — refutó abriendo los brazos.

—Tú hazte cargo, ya lo has logrado en otras ocasiones— le di entusiasmo.

—Sí; pero me gusta verte jugar— lo sentí como un piropo.

Compartimos una sonrisa, le entregué el mando tras una pausa y procedí a vestirme frente a su presencia. Recuerdo que no me quitaba la mirada, algo que andaba lejos de intimidarme, porque sonreía y yo imitaba, reía en sentido distendido y procedía a jugar perdiendo en la primera oportunidad.

—Ya pues, ¿Cómo puedes perder de esa forma tan sencilla? Le reclamé deslizando el pantalón por los pies.

— ¿Acaso crees que me puedo concentrar contigo siendo Demi Moore? — dijo en una broma acertada.

— ¿Crees que tu vieja me vea? — Le dije sigiloso.

—Se han ido al Country, vienen mañana por la tarde, te lo dije en clase de Historia— hizo una mención ocurrente.

—Estaba concentrado en lo que hablaba Gallozo que no te presté atención— le dije con una sonrisa.

—Tu profesor favorito y tu clase favorita, imposible competir contra ambos— comentó haciendo muecas graciosas con la cara.

—Nadie puede competir con nuestras tardes de videojuegos— le dije para que no lo sienta como ofensa. Me regaló una sonrisa y en un revés de manos aseguró: Ve con cuidado que Carla está en celo y no querrás que te confunda con Osvaldo, el perro de la vecina, quien, apropósito, la última vez que la vi, ¿sabes que dijo?

— ¿Qué dijo? — Quise saber detenido en el umbral de la puerta en bóxer.

—No te lo voy a decir porque luego querrás buscarla— dijo en un acto de celos bastante exagerado.

—Siempre me ha parecido simpaticona la morena del doscientos cuarenta— le dije con una pícara sonrisa.

—Es guapa, no lo dudo; pero con tu colección de muchachas desde que entramos a secundaria, me sorprendería que no quieras asomarte— dio en el clavo.

—Klaus, ¿lo recuerdas? — le dije en un pasaje al pasado.

Hizo un gesto de andar con el pensamiento.

— ¿De 5C, verdad? — acertó.

—Sí, fue mi amigo hasta que lo expulsaron— le dije en una risa que no compartió.

—Era un cuero, eh. Alto, cabello ondulado, quijada dura, pepón; pero pésimo jugador—oí la descripción.

—Jugaba malísimo; pero las chicas iban a verlo— le dije haciéndome el desentendido.

—No sé cómo no lo comprendes— escuché un sonido pedorro que realizó con la boca.

—Bueno, el punto es que en un par de oportunidades me dio algunos consejos, entre los cuales, rescato el siguiente: Coge todo lo que puedas antes de casarte.

La carcajada que se mandó pudo tumbar la casa si no se hubiera detenido para reflexionar con la mano en el mentón, un momento, puede que Klaus, sea un filósofo, aseguró con serenidad. Es decir; una vez casado, solo vas a tener a una persona por el resto de tu vida, ¿Por qué no antes te diviertes un poco con su respectiva diversidad? Acuñó la pregunta retórica en una pícara sonrisa.

—Lo de diversidad lo tienes bien en claro— le dije directamente.

Volvimos a sonreír.

— ¿Ah, solo yo? — escuché una duda media irónica.

—Hay quienes prefieren mantenerlo en secreto— respondí para su asombro con la mano cubriendo su boca.

—Voy a la ducha antes que Carla camine por los pasillos— le dije abriendo el pomo para salir.

— ¿Vas a dejarme imaginar? — Oí su frase.

—Es lo que siempre realizas— respondí ante su risa.

—Eres cruel, querido— arremetió con una carcajada que me siguió hasta la ducha.

Al salir, el ambiente se sintió menos caluroso, descalzo; aunque en ropa interior, volví a la habitación encontrando la puerta abierta. Ingresé sigiloso contemplando una escena de ensueño. Carla en los abrazos de la persona que más adora en el planeta, y el juego finalizado en pausa para que juntos viéramos la historia de Mario y su princesa como en tantas otras ocasiones.

—Hola buenmozo, ¿fresco y resoluto? — escuché su agradable comentario.

—Me siento de maravilla— le dije salpicándole gotas provenientes del cabello en un acto divertido.

—Lluvia, Carla. Está lloviendo en el cuarto— dijo con aires de euforia. Volví a colocarme el buzo del colegio mientras que ambos jugueteaban regalándose besos y lenguazos.

— ¿Has pensado alguna vez en tatuarte? — hizo una pregunta observando mi abdomen.

—Tal vez a la salida del colegio, ¿y tú? — le devolví la pregunta.

—Pienso lo mismo. Porque si lo realizo ahora, mi vieja es capaz de lanzarme a la calle con maletas y boleto a España— dijo en una risa.

— ¿Eso no sería conveniente? — le dije mediamente irónico.

—Todavía no es definitivo; pero las leyes están en proceso de aprobación— comentó con serenidad.

Asentí ligeramente.

—Aunque… si bien recuerdo, el profesor Gallozo comentó que en Dinamarca ya está arreglado hace unos años— le di una opinión.

— ¿Quién quiere vivir en Dinamarca? Debe ser muy aburrido. Yo sueño con estar en Buenos Aires siendo libre y feliz tomando birras y bailando tango; y de pasada, observar los partidos en la Bombonera. Tal vez, seas tú quien allí juegue— enfatizó en una curiosa mistura de emociones.

—Ese es mi sueño. Uno grande y complicado; pero espero lograrlo— le aseguré al borde de una súplica al cielo.

—Carla, ¿crees que nuestro querido amigo llegue a cumplir su anhelo? — le habló a la mascota y emuló su voz en un cariñoso acierto.

Me acomodé al lado sobre el mismo mueble azulejo motivado por los augurios recibidos.

—Y, entonces, ¿Qué hacemos? — le dije en primera instancia. Tengo entrenamiento a las cinco en el colegio, el profesor Martínez me quiere de titular, así que tendré que estar puntual, añadí con la idea de que pueda acompañarme.

— ¿Antes piensas ir a tu casa? — Preguntó acariciando a la perrita en celo.

—Es lo que estoy pensando. Aquí tengo mis útiles de deporte, y allá tengo el almuerzo, a menos que pidamos algo de comer, ¿te parece? — propuse y le di clic al Star del mando para que la historia del juego siguiera su rumbo.

—Me hostigaron las hamburguesas y la pizza, ¿Qué te parece si intentamos preparar algo? — dijo en una elevación de cejas bastante simpática.

—Además, cuando me mude, tendré que cocinarme— añadió con una sonrisa sin mostrar su pulcra dentadura.

—Pasarán años para que eso ocurra— le dije distendido. Tan solo tenemos dieciséis, no debemos preocuparnos tanto en lo que pueda ocurrir, compartí un repentino ideal. Yo en lo único que pienso es en el entrenamiento de unas horas y seguir en constante buen desempeño, acoté seguro.

— ¿Acaso no piensas en mi culona vecina? — comentó sugerente ante mi inevitable risa.

—Bueno, en ella pienso en las noches— le dije para que riera.

—Te aseguro que ella también— arremetió para incrementar la risa.

Dejó que Carla zafara de sus brazos debido a que por los sonidos de la carcajada se sintió espantada.

—Tienes una pegajosa risa, y una muy linda sonrisa— me dijo algo sugerente por la mirada azul de sus ojos y la claridad como suavidad de sus palabras y gestos tan cercanos a mí intentando recoger en primera instancia mi muslo y al instante el mentón sin promover ninguna contraposición por su apariencia sublime sacada de un anime y su elocuencia perseverante por querer coquetearme. No dimití dejándome llevar por su romántico performance que terminó en un sutil encuentro de labios.

—Desde que sales con Miranda no me has dejado besarte, ¿Por qué de pronto fluye tan mágicamente? — preguntó al despegarnos.

—Por la diversidad— respondí corto. Oí su risa. Te sugiero que dejes de seguir los consejos de Klaus. Él puede ser muy guapo; pero su cerebro no lo favorece. Un día va a tener una pareja estable, equilibrada y amorosa que va a engañar por un golpe inesperado en un bar o una discoteca. Miranda es buena, no la dañes— aconsejó solemnemente.

—Miranda solo tiene quince años, ¿Qué daño voy a hacerle? — repuse casi en broma.

—Las mujeres se enamoran a esa edad pensando que la relación va a durar la vida entera, no le quites esa ilusión, te lo digo de corazón— me lo hizo saber con seriedad.

Es más, deberías de decirle que te acompañe al entrenamiento de hoy, añadió en un gesto de mandíbula hacia abajo. Debe estar esperándote en el Messenger, acuñó con una ligera sonrisa.

— ¿Y qué le digo a tu vecina cuando salga de aquí con los pelos mojados y la sonrisa en alto? — le dije pensando todavía en una broma.

—Dile lo que Klaus nunca le dijo a Lorena: Disculpa, tengo novia y la amo— aconsejó duramente.

—Pero… no la amo. Recién tenemos tres meses de relación— le dije con una risa.

—Vas a amarla inevitablemente— auguró.

Pensé en los atributos no físicos de Miranda. Su bondad para con los compañeros que olvidan los lapiceros, las veces en las que al inicio me pasaba las respuestas del examen y su inexorable forma de jugar al vóley.

—Tiene más encanto del que pienso— le dije reflexivo.

— ¿Ves? Klaus puede haber sido el tipo más pepa del colegio; pero cuando engañó a Lorena y lo supieron todos se volvió el más imbécil— dio su dictamen severo.

—Y para colmo, lo expulsan— añadió en una risa malévola.

—Creí que se trataba de un hombre ejemplar para ti— le dije en referencia a su anterior concepto.

—Los prefiero con cerebro— englobó su sentir.

—Comprendo— le dije despacio.

—Eres mi mejor amigo, por eso te aconsejo de esta manera— se confesó como tantas otras veces.

—No cabe duda que tu también lo eres— le dije con la misma honestidad. Me dio una mirada cristalina con sus divinos ojos azules y estiró una sonrisa preciosa en señal de encantamiento.

—Te adoro— me dijo después.

Le sonreí.

—Eres más que un hermano, Oliver— le dije abriendo los brazos para que pudiera caber en un abrazo.

—Dudo que a tus hermanos los beses— dijo un chiste bien realizado.

Empezamos a reír.

—Soy hijo único— le aseguré ante su delicado movimiento de quijada para abajo.

—Y, entonces, ¿a qué hora es el entrenamiento? — quiso saber cómo si lo hubiera olvidado.

—En una hora. Creo que voy avanzando porque siempre llegar antes es mejor debido a que a los tardones no los ponen de titular. Al profesor le gusta el respeto y lo puntual— le dije sereno.

— ¿Vas a avisarle a Miranda o quieres que yo le diga? — dijo abriendo los brazos.

—No lo sé, brother. Creo que mejor la veo mañana en el colegio— le dije distendido.

Oliver me dio una mirada dudosa con los ojos casi cerrados.

— ¿Qué tienes pensado? — me dijo con el índice directo a mí.

—Nada— le dije en una sonrisa.

—Conozco la picardía en esa sonrisa— atacó ligeramente.

—Solo quiero concentrarme en el juego. Con ella no podría suceder como imagino— le di una breve explicación. La asumió como una realidad.

Una vez enlistado nos despedimos con un apretón de manos acordando encontrarnos mañana en el salón de clase. Al momento en que salí de su casa fue casualidad –de repente, voluntaria- que la vecina estuviera mirando el parque por su ventana. Le di una mirada veloz observando la silueta de su perfil, el cabello oscuro, la piel canela, las pulseras en la mano y aquel ancho polo con estampado de banda musical como si tuviera una tarde relajante en casa.

—Hola— le dije agitando la mano en saludo.

—Hola, ¿nuevo aquí? — dijo haciéndose la confundida.

—Suelo venir a visitar a Oliver, somos compañeros en la escuela, ¿y tú, qué tal? — le dije parado en la acera frente a su casa.

—Aquí, aburrida— dijo con un gesto de puchero. ¿Conoces el vecindario? Añadió y rápidamente se respondió, ¿te gustaría dar una vuelta? Así podría presentártelo.

No lo pensé, de inmediato, accedí.

—Claro, me gustaría— le dije sonriente. Ella me devolvió la sonrisa e hizo un gesto con su mano abierta en señal de espera. No me quedé en el mismo lugar, caminé un par de pasos y apoyé la espalda en un árbol.

La mujer no era tan alta como suponía su cuerpo desde la ventana, lucía un short jeans ajustado y pequeño, el mismo polo blanco con logo en el centro, los cabellos sueltos y la sonrisa amplia. Me dio un saludo en beso presentándose y yo le respondí con mi nombre. Continuamos sonriéndonos frente a frente como si la química solo hiciera su trabajo hasta que resolvió apuntar a la esquina mencionando que había una tienda con conos de helado bastante sabrosos. La seguí sin dudar y en el camino continuamos conversando primero de Oliver y cómo nos conocemos, después de las escuelas adónde asistimos y finalmente acerca de nuestras aficiones.

Fui allí cuando recordé que debía de asistir de nuevo al colegio para el entrenamiento, para entonces faltaban quince minutos, y era posible que me hallara a media hora del sitio –calculando la distancia en caminata- pero la idea de abordar un taxi me producía la satisfacción de quedarme a culminar el helado.

Ella pidió de lúcuma con fresa y yo traté de seguir el protocolo de nunca probar nuevos sabores atinando a degustar un mango con chocolate bastante exquisito. Recuerdo que sugirió que nos acomodáramos en una banqueta frente al mismo parque donde se ubica la casa de mi amigo solo que aquella se encontraba en la esquina casi ajustando a la calle continua. Nos sentamos a continuar charlando acerca de cursos de escuela, futuros hechos que queremos o debemos realizar dejándome compartir una singularidad de su paso por el futuro, el cual era su anhelo por querer ser bombera, algo que atrajo mi atención, porque, ¿Quién quiere ser bombero cuando sabemos que no tienes beneficios económicos? Pero lo siguiente que ofreció como dictamen a su propuesta era que lo deseaba solo durante un par de años, es decir; quería cumplir una promesa que le propinó a su abuelo antes de su muerte, quien, según un hilo a su comentario, fue bombero de Surco durante muchos años.

Siempre he creído que las personas suelen estar muy ligadas a sus antepasados, sobre todo cuando se trata de profesiones y pasiones; sin embargo, a mí no me ocurría. Mi padre era veterinario y mi mamá modista, y yo, para entonces, quería dedicarme al juego de la pelota. No obstante, la vecina, quería practicar el salvar vidas o recoger gatitos de los árboles durante uno o dos años solo por darle ese gusto al abuelo, quien, era muy probable se encontrara en un sitio donde no se diera cuenta de nada de lo que ocurre. No quise entrar en ese detalle, manifesté una devoción admirable a su proceder; pero no compartí mi propio deseo post escuela, debido a que siempre he sido reservado para con mis sueños, solo le dije que me gustaría seguir disfrutando de buenas historias, ella tomó el comentario de una manera interesante, pues, respondió, ¿Qué mejor que tener recuerdos para llegar a ancianos, no? porque hay personas que no tienen nada que contar. Entendí regularmente su pensar, y vi cómo se asomaba para lo que pudo ser y no fue porque el reloj abrumaba. Yo quería ir al entrenamiento y sabía que podría frecuentar a la vecina en otras ocasiones. Así que le pedí el Messenger, lo apunté en un cuaderno, y acordamos en comunicarnos por allí para otras salidas. No pude acompañarla a su casa; pero ella sí a que abordara un taxi, previa explicación breve a mí siguiente accionar.

No iba a mentir, realmente iba a jugar, y me agradó que lo comprendiera. Siempre ha sido un punto a favor que las personas entiendan lo que me gusta.

Durante el partido del entrenamiento me pusieron de titular, el profesor me había visto jugar en los campeonatos de invierno y el recreo demostrando talento y eficacia a la hora de anotar. Conseguí meter un gol de media cancha debido a que siempre ha sido un poderío mortal mi tiro de larga distancia y di dos acertados servicios para que mi compañero solo la empujara. El equipo titular venció con un marcador de 3 – 0 manifestando lo que el entrenador dictaba previo al campeonato de inter escuelas.

Al culminar el partido me percaté de la presencia de Miranda observando en las gradas con una absoluta emoción en el rostro y las manos en palma, supuse que habría sido parte del cotejo entero o tal vez haya llegado recién. Nos saludamos en un abrazo efusivo tras acabar la charla técnica para enseguida dirigirnos a una de las escaleras para platicar un rato.

—Tenía muchas ganas de verte; pero el autobús tardó demasiado en traerme hasta aquí— la oí apenada.

Iba a avisarte; pero se me hizo tarde, pensé en decirle.

—Oliver me escribió un mensaje de texto diciendo que estarías en el colegio entrenando; yo estaba avanzando la tarea de Aritmética cuando lo leí. Recogí mis cosas y vine para acá. Mi ma’ no estaba en casa, por eso tuve que venir en bus. Demoré demasiado; pero aquí estoy— me contó en una mistura de gestos y emociones acabadas en una sonrisa.

—Me alegra que vinieras, mi cielo.  Espero te hayan gustado los goles— le dije en otra sonrisa.

—Solo vi uno, ¿hubo más?— respondió tímidamente.

—Fue uno que vale por cien— le dije eufórico. Ella empezó a reír y la callé en un beso como en varias otras ocasiones durante los recesos de clase.

—Ojalá pudiera quedarme más tiempo, iríamos a ese sitio donde tanto nos gusta estar— hizo una sugerente mención con su mano rozando mi pecho.

— ¿Cuánto tiempo tienes? — dije con la mano acariciando suavemente uno de sus senos. Realizó una mueca de insatisfacción y respondió: Casi una hora. Lo que pasa es que debo de acabar Aritmética, es para mañana y el profesor Julián es estricto.

— ¿Julián? Ese es un tonto. Cree que estamos en el ejército. Por eso, a veces Oliver y yo tardamos en hacer los trabajos, mucha presión nos hace doler la cabeza— le dije en una risa que no imitó.

—Pero amor, ¿Cómo es que puedes tener tiempo para ir casa y volver a la escuela y no para resolver unos simples ejercicios? — me dijo tiernamente.

—No solo vengo a jugar pelota, también a estar contigo, preciosa— le dije acercándome para darle otro beso.

O, dije después del beso, ¿quieres que me vaya para practicar matemática? Le dije algo molesto.

—No, amor, nada más preguntaba— dijo inocente.

—Ah, creí que querías que me fuera— le dije haciéndome el fastidiado.

—En lo absoluto. Me gusta estar contigo. Es más, te extraño cuando terminamos la clase— dijo dejándose caer en mi regazo.

La abracé despacio.

—Yo también adoro estar contigo— le dije durante el abrazo. Entiendo que te gusten los números, añadí enseguida. Ojalá tuviera esa capacidad.

—La tienes, amor— dijo en un salto.

—Claro que no, ese idiota de Julián me va a desaprobar, y no voy a poder venir a entrenar— dije apenado.

— ¡Claro que no, amor! Escucha, si gustas podemos volver a hacer lo mismo de la otra vez durante el examen. Yo te paso las respuestas en señas y aciertas hasta lograr un once— dijo emocionada.

—Lo importante es aprobar, así que con un once o diez punto cinco, me conformo— atiné seguro.

Miranda apretó el abrazo.

—Te quiero, mi amor. El lunes cumplimos tres meses, ¿no es fascinante? Tres meses llenos de amor— dijo efusiva. Sus cabellos castaños olían a lavanda, le acariciaba las mejillas dóciles y pensaba en los posibles regalos y las opciones de salida para tal día.

—Podríamos al cine— le dije en una idea.

—Amo el cine. Veamos Matrix, dicen que es alucinante— comentó con emoción. No dudé en acceder a su grandiosa idea.

Al cabo de unos minutos, cuando los besos y las caricias ocultos en la escalera empezaban a ponerse candentes en ausencia de las palabras, sonó su celular, de los primeros que habían salido al mercado, era tan grande que podía presionar el botón usando la palma de su mano.

—Es mi mamá— dijo preocupada. ¿Qué le digo? Añadió en la misma sintonía.

—Pues… dile que andas en el colegio. Que viniste para entrar a la biblioteca, y ya estás de regreso— se me ocurrió la mentira.

—Buena idea— dijo asombrada de mi ingenio.

Me hice a un lado para que respondiera.

—Ma… estoy en el colegio, vine por un libro de Álgebra, ya estoy regresando— decía en voz casi baja. Yo me hice el desentendido para que tuviera su espacio.

—Y, ¿todo bien? — le dije al otro momento.

—Va a venir a recogerme— dijo apenada.

—Bueno, al menos nos quedan unos minutos— le dije entusiasta para que cambiara sus ánimos bajos.

—Ven para besarte antes que suene el claxon o el celular de nuevo— aseguró en una sonrisa y yo me ofrecí ante sus labios a pesar que la calentura no tuviera su correlación idónea por los hechos impuestos. Sin embargo, durante el beso, pensaba en que era posible que llegando a casa me escondiera en el baño recordando la última vez que estuvimos juntos sobre una cama.

Lo olvidé al conectarme en Messenger y escribir el correo de la vecina, quien velozmente apareció en escena.

—Hola— le dije en un emoticón de sonrisa.

—Te reconocí por la foto— dijo de frente. Eres más lindo en persona, arremetió segura.

—Pienso lo mismo de ti, eres bastante atractiva. Lástima que nos hayamos quedado corto durante la tarde— arremetí insensato.

—Tenías partido, o ¿ibas a ver a la novia? — leí su duda con emoticonos en señal de asombro y silencio.

Maldije para mis adentros.

—Oliver me dijo que salías con alguien bastante especial— añadió después ante mi ausencia.

¿Por qué Oliver diría algo así? Supuse fastidiado.

—En ese caso, tal vez, podemos ser solo amigos— acotó. Yo me mantuve vigilante a la pantalla.

—Bueno, parece que Oliver no está enterado de mi vida, yo estoy soltero y sin compromiso— le dije en un emoticón de guiño.

— ¿Acaso Oliver no es tu mejor amigo? — hizo una puntual mención.

Estoy jodido, pensé.

—Sí; pero no siempre le cuentas todo a tu mejor amigo— quise zafar de su intriga.

—En ese caso, ¿Cuándo salimos? Realmente me quedé con ganas de probar, digo, saber más de ti— comentó sugerente en emoticonos de beso.

—Fin de semana, ¿Qué dices? Que también me gustaría probar, digo, saber más de ti— contesté acorde a sus intenciones.

Mientras planeábamos la cita para mañana por la tarde pude notar la presencia de Oliver en el Messenger. Acababa de aparecer su nombre resguardado de emoticonos entre beso, corazón y estrella borrándose en un santiamén. Por eso, cuando la vecina dejó de escribir, me dirigí a mi amigo.

—Oye, ¿Por qué le dijiste a tu vecina que tengo flaca? No la malogres pues— le recriminé.

—Hola bro, ¿todo bien? — dijo sereno.

—No, nada anda bien porque le has dicho a tu vecina que estoy con novia— le reclamé en emoticonos de furioso.

— ¿Acaso no es verdad? — dijo prudente.

Pensé en Miranda, sus besos, los planes y los brazos.

—Sí; pero… o sea, quiero hacerla con tu amiga— le dije buscando justificación.

— ¿No has entendido lo de Klaus? — me dijo en modo consejero.

—Una mujer como Miranda es difícil de hallar— añadió después en un corazón.

No sé porque solía pensar que la vida era larga.

—Solo quiero divertirme, ¿acaso tú no lo haces? — le dije en una cara alegre.

—Lo hacemos todos, incluyendo a la vecina— me dijo claro y directo.

Empecé a comprender.

—Ella solo quiere darte un par de besos y luego ser uno más en su registro; pero Miranda busca en ti algo distinto. Por ejemplo, prender el camino más largo— meditó en la pantalla.

Un zumbido me alejó.

—Y, entonces, ¿vienes a mi casa? Mis padres saldrán todo el día— leí a la vecina.

Sabía que era muy probable que pasara lo que hoy no tuve con mi novia, y por la calentura contenida, respondí: A las cuatro estoy allí.

Le seguí el testimonio a Oliver aseverándole razón en todos sus argumentos para que se sintiera menos atacado y más amigo consejero.

Al día siguiente por la tarde, ignoré los mensajes de Oliver desde el Messenger preguntándome acerca de mi rutina, él había faltado al colegio por motivos familiares, según el profesor; pero por causa de una enorme pereza, me lo confesó, y quería saber los pormenores del día a pesar que no hayan sido tan suculentos, salvo una pelea en el recreo entre dos tontos que no saben perder.

No le dije acerca de mi encuentro con su vecina, y tampoco sobre una discusión que tuve con Miranda, sentía como traición que le haya contado a su amiga acerca de mi romance sin preguntarme sobre un proceder debido a que yo en varias otras oportunidades le había preguntado sobre qué hacer o qué decir ante una presunta noticia. Además, para la salida del colegio, el almuerzo en casa y el inevitable encuentro, yo ya andaba pensando con el pene y olvidaba razonar que discutí con Miranda por culpa mía y que en el partido del recreo fui yo parte del mismo pleito. Llegué a pensar que la candela de adentro me empezaba a poner picante, y no era culpa de Miranda y su corto tiempo libre, y tampoco de los peloteros y sus piernas chuecas, sino meramente un asunto mío que no sabía cómo tranquilizar hasta que hallé la ocasión.

Había sido infiel en otros escenarios. Engañé a Marta, Karen y Verónica con personas a quienes conocí por los campeonatos entre colegios e intercambiamos correos o frecuenté en mi incursión en las salas de chat donde conocí a un montón de personas y con quienes solía tener encuentros algunos románticos y otros sexuales, la internet me había abierto un sinfín de puertas que no podía cerrar y la infidelidad se volvió en una rutina hasta que conocí a Miranda; y, aunque tuvimos poco rato unidos, sabía –y no lo entendía- que era una persona especial como distinta a las demás; pero en entonces tal idea no cuajaba en mi cabeza porque llegábamos dos semanas sin acostarnos. Algo que el miembro usó para dominar a los sentidos y actuar de forma desmedida.

Bro, acabo de ver a mi vecina arreglándose para una fiesta a la que estoy seguro no irá sola, dime la verdad, ¿vas a cometer esta locura? Leí su Messenger sin emoticonos.

Loco, ¿Qué te pasa?, ¿estás celoso, o qué? Le dije en un acto de fastidio.

No seas idiota, nunca será contigo; lo digo por Miranda, imbécil, me respondió duro y crudo.

Pero… ¿Qué pasa con ella? No se va a enterar si no le cuentas, le dije con un emoticón de dedo apuntando.

No puedo no decirle, dije en advertencia.

Oliver, eres mi amigo, debes de proteger mis intereses, le dije con un corazón. Quería manipularlo.

¡Maldita sea! Te voy a contar… dijo ante mi asombro.

Le envié un emoticón de sorpresa.

Lo que pasa es que…

Me gusta Miranda y no quiero que le hagas daño, dijo sin emoticonos.

¿Qué? Escribí y añadí varias risas.

Tú eres gay, ella no te puede gustar, le dije tras la carcajada.

¡No soy gay! Soy bisexual, y sí, me gusta, por eso, no quiero que la lastimes, me dijo sin emoticonos para hacer seria la charla.

Escúchame, brother, no te creo nada, absolutamente nada, le dije directamente.

Escribió una grosería.

Ok, soy gay y no me gusta Miranda. Es linda, muy linda; pero no me apetecen mujeres, lo que pasa es algo distinto, fue diciendo de manera desesperada.

¿Qué pasa?, ¿Qué me ocultas? Le dije interesado en su tema.

Te llamo, dijo para evitar escribir.

Recibí su llamada al instante.

— ¿Qué te pasa, hermano? — le dije con gestos durante la video llamada.

—No entiendes lo que pasa— aseguró abriendo las manos en calma.

— ¿Qué es lo que ocurre? — inevitablemente quise saber.

—Esto es una mierda; pero al carajo, ahí voy: Miranda no es mujer, en realidad es hombre— dijo tan serio que quise reírme en su cara.

—Escúchame, Oliver, estoy en el maldito quinto de secundaria, solo quiero cogerme a un par de chicas y ya, ¿Cuál es el problema? Sí, entiendo, tengo una relación con alguien; pero, no se va a enterar nunca de lo que pase si es que mi mejor amigo no se lo cuenta— le dije cizañero.

—Eres como mi hermano, por eso, te digo la verdad, no te enredes en romances que no llevan a ninguna parte, te comento estos profundos argumentos porque Miranda es una persona sensible y puede salir dañada— me dijo alucinándose un sabio del Tíbet.

—Conozco a Miranda, es dulce y tierna, amorosa y alegre; pero a veces no podemos ir al mismo ritmo. Ella debe permisos, busca espacios y no sale mucho, en cambio, tengo mis libertades, hasta para experimentar— le dije en una bocanada de risa.

—Entiendo, claro que entiendo todo lo que mencionas, eres un pibe que quiere cogerse al mundo mientras puede; pero relájate, a veces hay que tener calma y conciencia, ¿vale? — dijo creyéndose un sacerdote.

Le hice un gesto de dedo medio elevado.

—He visto a Miranda entrando al departamento de psicología, parece que sufre de depresión o algo así, no estoy seguro; el punto es que su madre salió acongojada cuando ingresó. Creo que tiene problemas con su viejo, de repente están en planes de divorcio o no se ven, no lo sé; solo sé que debes no ir demasiado intenso con ella, ve suave, ve tranquilo, no la cagues, porque hay daños que no se van fácilmente— dijo punzante y seguro que me hizo pensar.

— ¿Qué? Oye, Miranda no está loca— le dije en primera instancia.

—No seas tarado, no tienes que estar mal del cerebro para ir al psicólogo, simplemente tiene problemas en casa, y tu desfachatez no la hará sentir peor, ¿comprendes lo que digo? — dijo alzando la voz.

— ¿Cómo va a saberlo si no se lo dices? — le dije claro y directo.

—Yo no se lo diré; ¿y la vecina, que?, ¿Y algún otro chismoso? En el colegio todo se murmura. La gente habla a tus espaldas. Todos saben que estuviste en Adriana, Camila, Gladis y Claudia; pero nadie te lo dice a la cara. La gente lo sabe. Simplemente lo sabe. Y Miranda lo sabrá porque a veces eres tan obvio que te escabulles de clase para verte con las otras chicas. A veces eres tan arrogante como Klaus— sentí como acuso su argumento.

—Bueno, todo esto me corta la calentura. Al carajo, no voy a ir. ¿Feliz? No voy a romperle el corazón a nadie más, me dedicaré a tener una vida sana, ¿te parece, hermano? — le dije entre distendido y desgastado.

—Puedes hacer las estupideces que quieras, solo no con personas como Miranda, entiende eso— dijo puntual.

—Bien, ya entendí, voy a escribirle para cancelar— le dije abriendo las manos como en un asalto.

Oliver me dio una sonrisa.

Y tampoco vamos a estar experimentando juntos, añadió en una risa.

No, definitivamente, no, le dije en una aclaración.

Miranda es una buena persona, tiene un gran corazón, dijo algo que sentí real.

Sí, le dije suavizado.

En fin, te dejo, debo sacar a pasear a Carlita, comentó y se desconectó. En ese mismo instante, la vecina, me envió una imagen que tardaba mucho en descargar. Era ella en un atuendo bastante provocativo con la leyenda que dictaba, ¿así estoy bien para ti? Recuerdo que se trataba de una ropa interior oscura con una textura atrayente que deseaba quitar con los dientes. Volví a sentirme excitado.

—Espero que todo eso sea mío— le dije en un disparo.

Cambio de planes, acoté rápidamente. ¿Qué te parece si nos vemos por la Bolichera? Se lo hice saber conociendo que en sus alrededores habitan hoteles, aparte de económicos, discretos.

Ella dudó lanzando un emoticón en señal de pensar.

Yo andaba recontra caliente.

—Tus padres podrían llegar en cualquier momento y no querrás que nos hallen en una conexión física— se lo hice saber sin media tinta.

—Me gustas porque eres un hombre que sabe lo que quiere— dijo en un corazón. Y yo que solo escribía por la lujuria.

Dejé el Messenger abierto en No disponible y al cabo de unos minutos salí en dirección al sitio acordado para que la marcha libidinosa del cuerpo se encargara del resto. No pensaba, y si lo hacía era con el pene; no meditaba sobre mis siguientes actos, y si por ahí se colaba una idea moral, la borraba su anatomía desnuda sobre la cama. No me acordé de Miranda, y si por ahí quería aparecer su entrada en tristeza por mi culpa, quedaba nula con los senos de la vecina sobre mi cara. Y tampoco aparecían las palabras solemnes de Oliver, y si por ahí querían derrumbar mi erección, un oral la construía a cabalidad. Me divertí demasiado, tanto que esas dos horas de tiempo rentado parecieron cuestión de minutos.

De pronto, la vecina empezó a vestirse con suma rapidez, le dije que todavía no nos molestaba el recepcionista; pero ella hizo caso omiso a mi comentario y continúo con lo suyo.

— ¿Y si vamos por unos helados? — propuse suavemente.

— ¿Qué? No puedo. Tengo que ver a mi novio— me dijo de un golpazo.

— ¿Novio? — dije confuso.

—Sí, vive en Estados Unidos desde hace un tiempo, creo que estudio en tu colegio— acogió un comentario que me confundió.

— ¿Sabe que lo engañas? — dijo con inocencia. Ella se echó a reír.

— ¿Sabe tu novia que la engañas? — reformuló su pregunta.

Me mantuve en silencio.

Solo tenemos unos meses de relación; aunque antes solíamos coger de rato en rato. Ya sabes, polvos van y vienen, luego se mudó y mantuvimos contacto por el Messenger. Se llama Klaus, ¿lo conoces?

Seguí inmóvil.

—No, no lo conozco— le dije siguiendo su ritmo para vestir.

—Bueno, ha sido un placer, fue bueno mientras duró, hablaremos por el chat— dijo fríamente y se levantó de la cama para abrir la puerta.

Sal después de unos minutos, aseguró y fugó tras un guiño.

Me recosté sobre la cama con el pantalón a medio poner, sin playera y despeinado, aparte de hundido en un estado de completa confusión.

De repente, alguien tocó la puerta. Pensé que se trataba de Miranda, maldije para mis adentros colocándome el resto de la ropa con prontitud, y una vez oída la voz del recepcionista tuvo algo de alivio. Mierda, estoy cometiendo las locuras que debo evitar, pensé y salí del sitio a velocidad.

El lunes temprano fui a la escuela con un regalo, una cadena que adquirí en el mercado, quería regalársela a Miranda por su nuestro aniversario, algo que nunca me había importado porque creía que eran meras formalidades; pero cuando la vi entrar se veía desolada y ciertamente molesta, llevaba su pesaba mochila que quise ayudarla a cargar, el cabello suelto y mojado, el uniforme pulcro y los zapatitos lustrados; pero la cara desecha y triste, pensé rápidamente que se trataría de mi error, de la burrada que cometí hace unos días, y sin querer, realicé la pregunta más absurda de todas, ¿Todo bien, mi cielo? Ella elevó su cabeza hundida haciéndome notar pena en sus ojos y me dio un abrazo afectuoso durante el cual oí las siguientes palabras: Creo que mis padres se van a separar. Me sentí el más hijo de puta de la vida entera por estar aliviado.

¿Por qué, preciosa? Hice la pregunta más lunática del planeta.

¿Qué iba a decir? Me dije después. No tenía idea de lo que podría comentar. A veces, simplemente, no la tienes a esa edad.

Al abrazo en medio del colegio vi a Oliver llegar con su ligera mochila y cara alegre que al verme mutó como si lo supiera todo por causa de una fuente muy cercana. Me hizo un gesto de cuello degollado y le devolví una señal de silencio para continuar consolando a Miranda.

 

 Fin


 

sábado, 1 de abril de 2023

La sorpresa esperada.

- Asombro notorio en un gesto de boca tal cual león en un bostezo, manos a los cabellos para el dibujo de la exaltación, sonrisa renovada para mostrarla sin vulnerabilidad, raro atuendo de fiesta para ir a comprar el pan y lloriqueo inevitable de manera poco ortodoxa como si las personas en frente, ocultas por el apagón en la sala hubieran estado en ausencia desde décadas lejanas. Abrazos a primera instancia, más lágrimas en congragación hacia los invitados y un festín de bocados sabrosos sobre una amplia mesa con un especial decorado. Todo lo antes mencionado parece sacado de una linda realidad si no estuviera montado sobre una película.

La noche del miércoles 29, Amalia prendió las luces de su casa con la inocencia de un forastero; pensó, rápidamente, que debía de preparar un lonche ligero para el par de asistentes a su onomástico con número desconocido, luego –según lo planeado- saldría a una cena familiar para desligarse de otros invitados, puede que haya tomado la decisión por el desánimo de sus penurias o el desgaste que amerita el planteo de una reunión; de alguna manera u otra, solo quería estar en paz. No obstante, del otro lado de la cornisa, días anteriores, un dedicado plan había tomado medidas en forma de un regalo distinto.

Crónica de una sorpresa esperada.

Recibí la llamada de mi novia, para entonces andaba sumergido en la literatura, preparaba ansioso mi última novela, cuando se me hizo imposible ignorar al celular, debido a que en el mundo solo puedo responder a una llamada porque imagino que el resto son bancos, telefonías o sujetos de la prisión. Al móvil me explicó los sucesos que su imaginación sublime acababa de esclarecerse en frente, promovió –antes que yo pudiera acceder- la emancipación directa de los convocados. Me dio una lista de nombres reconocidos, quienes sin tapujos, accedieron a la invitación con facilidad y emoción, acorde a ello, y a la idea meticulosa como divertida, no me resistí a aceptar. Di el sí como si estuviera frente a un cura y continuamos el plan por el chat. 

Tras repetir la lista para que pudiera leerla con su respectiva descripción de reacciones como si se tratara de una entrevista personal, pudo sugerir lo que sería el plan. Primero, comentó, voy a llamar a la señora de la decoración y los globos, quien afortunadamente es su tía, (o al menos eso pienso) y luego, tras dicho intercambio de modelos y precio, contó que le concedería el honor de la torta a la misma persona que prepara y distribuye los pasteles de cumpleaños del gran Santino, aquello resultó fenomenal debido a que el sabor se mantendría intacto y solo veríamos una versión más sofisticada del símbolo cumpleañero. Sin dudarlo, y antes que pudiera manifestar algo, le hice una pregunta en cuestión, ¿Cuánto es por la torta y la decoración? Afines a mi bolsillo, le mandé el enlace del pago para concretar la resolución de los primeros hechos. Enseguida, me fue contando que los participantes habrían pintado generosamente una encomienda maravillosa de bocaditos, los cuales, eran liderados por el delicioso –y tantas veces anhelado- chaufa de cecina, un gusto gastronómico para mi barriga, un placer exquisito para la boca, un platillo salido del cielo para conmemorar mi afición a su sentido culinario. Confieso que el nombre remojó los labios como si pudiera tenerlo frente a mí y al fin devorarlo en soledad porque no existe nada más extraordinario que comer en tranquilidad. Es así como se goza mejor. En otro índice, añadió que habrían gruesos panes con pollo deshilachado con mayonesa y sus respectivas papitas fritas para la veloz comida de los comensales, para esa rápida repartición, para saciar el hambre inmediata de quienes van llegando, de repente, tal cual un preámbulo a la comida antes dictada. Además, siguió comentando, -para entonces, yo andaba oyendo música, ya alejada un rato del trabajo literario- que habría otra variedad de bocaditos, los cuales no pudo identificar con claridad, pues, eran meras ideas de los convocados para la llenura de la amplia mesa, a lo que yo, velozmente le dije que cualquier aperitivo era bienvenido. Usó tal respuesta como motivación y la apretó en su lista virtual de herramientas para la sorpresa. En síntesis, me dijo a las horas, ubicados cálidamente en el sillón de la sala, al lado de Santino, durmiendo y soñando con mujeres extraordinarias a quienes seguramente se devorará cuando tenga los deseos impuestos por su personalidad, que los preparativos andan yendo tal cual viento en popa como si la barcaza donde estamos navegando se dirigiera directo a la ciudad establecida. Asentí seguro, le di una sonrisa de afirmación, resolvimos –con cuidados- afanarnos un rato al son del sueño del primogénito y continuamos la plática con música de fondo acertando en los planes que poco a poco iban construyéndose. Pues, acababa de confirmar la chica de las tortas, dio el positivo la señora de la decoración y finalmente los asistentes consolidaron su respectiva presencia. Parecía como si todo sencillamente hubiera salido bien sin tener que hacer mucho esfuerzo hasta que cometimos un error.

Por la emoción establecida en las arterias causa de la resolución inmediata de los planes a disposición tuvimos la poca mesura de invocar a un ser que apareció de repente en las afueras de la casa, suelen decirle ‘La abeja’ por lo gorda y picante que es al existir.

Su anatomía consiste en un metro sesenta de estatura con un peso promedio que supera los doscientos kilos, -mi amigo, el doctor Olaya, estaría satisfecho de recibirla- si tan solo no tuviera cáncer en los bolsillos. Suele usar prendas como carpa, las muelas se ausentan en su sonrisa y utiliza extrañas artimañas para sacarte información y usarla en contra. Se coloca un antifaz de bienaventurada persona y al siguiente instante le salen dos cachos rojos. Cuentan que ha vendido su alma a Lucifer y desde entonces vaga por las calles en busca de personas de noble corazón para sus almas capturar y envenenar con el sabor de sus oscuras palabras. 

Ella se asomó a la casa, -yo había colocado un clavo en el timbre harto de tanta gente venir a tocar como si estuviera en un bar- oí el grito del pinchazo y tuve un orgasmo. Trabajar como autor es un acto solitario y silencioso, no puede venir nadie a romperte las pelotas un lunes en la tarde, razón por la cual, mi accionar con el clavo en el timbre fue el impulso precedido de molestias y reacción sigilosa para contra los jodidos. Ella, de mis favoritas, a quien en ocasiones he pensado tirarle brea ardiendo, se clavó el dedo hasta sangrar al son de mi carcajada; sin embargo, la mamá del todopoderoso Santino se hallaba a mi lado, emocionada, satisfecha y entusiasta, y no le pareció oportuno ni respetuoso mi acto infantil, al cual yo apodé ‘la venganza contra las lacras’ y en tal ínterin entre una disculpa, un arrebato o una riña previa a los sucesos del cumpleaños, ella resolvió 

–ante mi negativa por salir a recibir a la gorda apestosa- mostrar la cara y decirle que el accidente fue causa de un pillo del costado, comentar la ausencia de su suegra, quien se hallaba reventado la máquina junto a la mujer con billetes de dólar en los ojos y la señora que no deja de reír, para 

-utilizo el término, bondadosamente- decirle en una invitación sencilla, tierna y dulce, que venga el miércoles a la reunión sorpresa.

Sentí que me hundía en el sillón cuando oí el argumento. Quise correr para evitarlo; pero me sentí como en un sueño donde no puedes moverte. Intenté gritar a pulmón abierto; pero mis intentos fueron estériles. Maldije a todos mis demonios, y no pude evitar ni esquivar que la señora del cuerpo de kion tuviera acceso al secreto. Amor, le dije con el descanso de la garganta, acabamos de cometer un error, forcé la frase. Ella, todavía fastidiada por mi accionar, me dijo con su inocencia: No creo que le vaya a decir algo.

No pasó mucho para que uno de los invitados enviara un audio diciendo: Chicos, ¿Qué ha pasado?, ¿Es verdad que la cumpleañera quiere ir a comer lentejas a Tanta? Parece que están cancelando. Rápidamente, se filtró otro audio: Nos bajamos del micro, me acaban de informar que la señora de la decoración no sabía cómo inflar globos y por eso, canceló el trato. No tranzaron más minutos para que llegara otro mensaje: ¿Qué ocurre? Dicen que han postergado la fecha para el viernes, ¿es verdad? Aseguren que la canchita se enfría y la Coca Cola se pone tibia. 

Ambos nos quedamos atónitos. ¿Quién con tanta vehemencia era capaz de persuadir a los exclusivos convocados?, ¿Cuáles eran sus razones y motivos para querer arruinar la ceremonia?, ¿Por qué una persona que escucha a Jesús Adrián Romeo va a querer sentenciar algo tan especial? eran las cuestiones en la mente, y, en definitiva, todo apuntaba a una persona, el equivalente a la hipocresía en la tierra, el ser capaz de mostrarte dos caras en tiempos breves, la gorda cuyo marido huyó al saber que orinaba parada (dictamen que me contó un vecino). Solo era capaz de proceder con tanta tenacidad incoherente; aunque la venganza del clavo en el dedo pudo ser su motor y motivo. Entonces, por obra y gracia de la modernidad, y la insistencia de una labia, les devolvimos la llamada a cada una de las personas que a poco a poco se habían bajado del autobús. 

Escúchame, sí habrá reunión, estaremos juntos el miércoles a las cinco o seis, vienes como acordamos, dijimos en una frase. 

No hagas caso a lo que mencionas otras personas, ven como hemos quedado desde hace días, fue otra oración.

Que la Coca Cola no se ponga tibia ni la canchita se enfríe, vengan a como dé lugar, añadimos en un audio.

Naturalmente, al referirnos otra vez, las personas asimilaron la gestión como una realidad, una linda y especial verdad, la cual iría pronto a verse expuesto en la sala dentro de la casa.

Como respuesta a la actitud desalmada de la tenaz y malévola gorda, le dije a un sujeto que entrara a su casa y la asesinara –es broma, eso no pasó, todo fue accidental-. La verdad es que resolvimos hacer caso omiso y en lugar de clavos en el timbre llegué a colocar una bomba tal cual El especialista.

El día del cumpleaños, casi bordeando la tarde de la sorpresa, Amalia seguía incrustada al celular hipnotizada por los videos de TikTok, alejada de esos vaivenes de salida sin retorno fijo, ubicada en el sillón como en muy raras ocasiones, desvinculada de ese afán calamitoso por mirar los tres sietes en una pantalla robótica, ignorando voluntariamente las llamadas en el celular y afianzada al muy particular y extraño hecho de no querer salir, ni siquiera porque a Dolly se le ocurriera ir al parque a orinar. Por un momento, pensé, ¿y si de pronto no sale? Algo que empezaba a preocupar a la organizadora del evento, quien constantemente decía: ¿Salió?, ¿Por qué no se va a pasear? La gente está por llegar. ¿Qué haremos ahora? Entre otros mensajes pretenciosos que protagonizaban cierto desespero; aunque, yo le hacía entender que según mandan los cánones de la experiencia, la mayoría de personajes de la familia suelen tener la puntualidad como un defecto de nacimiento, es decir; para ellos, decirles que a las cinco de la tarde nos encontramos es sinónimo de llegar a las seis y media, razón por la cual, me sentía distante a las emociones de Rocío, quien, comenzaba a estar abrumada por el desafío de la cumpleañera por querer sentirse inmóvil por primera vez en sus doscientos años.

El reloj marcaba un cuarto para las dos, recién había terminado de almorzar un platillo espectacular de trigo con arroz, bebía gaseosa Coca Cola con dos peces de hielo y enviaba audios al grupo de Primazos soltando las estupideces improvisabas que se me ocurrían en el momento para deslizar un rato los temblores del día, para agilizar un poco la marcha del tiempo, para desestresar al cuerpo del trajín de la existencia mientras que Amalia continuaba inerte, de plomo, cruda y dura en el mismo soporte observando los interminables videos como si se tratara de algo altamente entretenido. Por otro lado, la organizadora seguía insistiendo en artilugios para sacarla de la casa, y yo me arrinconaba en un espacio para reposar como si la vida y el día me importaran un bledo, era como si de tanta comida, quisiera solamente descansar; por eso, ignoré un rato el celular y me detuve a respirar. No pasó suficiente tiempo para que recibiera otro alerta en el WhatsApp. Tengo una idea, leí. Voy a decirle a su mejor amiga para que se la lleve un rato a la calle y así puedan asistir los invitados, añadió. ¿Qué te parece?, ¿Crees que quiera ir por helados? Supuso erróneamente. Leí y de inmediato respondí: No creo que quiera ir por helados, mejor dile que le comente para asistir al tragamonedas. ¡No! Dijo enfática. No quiero ser parte de ese vicio, acuñó segura. Es la única forma, le dije junto a un emoticón de serenidad. No, insistió. No puedo incentivar los vicios, dijo solemne. Será solo un rato, sugerí con un sticker. ¿Y si nunca vuelve? Acotó dudosa. Pues, es un riesgo que debemos correr, le comenté sereno. Ella por fin accedió, le escribió o llamó a la señora Rosaura, y casi a los treinta minutos, Amalia recibió la llamada ganadora. 

Ludópata – llamando, leí en su pantalla. Aguanté la risa y me hice el desentendido. Te llamen, le dije al rato a sabiendas que no quería contestar.

No quiero hablar con esa mujer, respondió reproblable. 

Pero… ¿acaso no es tu amiga? Recriminé como si me interesara.

Sí; pero estoy ocupada, contestó con un gesto de fastidio en el rostro y un ademán de manos al aire.

Asentí.

Seguro te quiere invitar un helado, le dije sigiloso.

Tengo helados en la refrigeradora, respondió soberbia.

¿Y si van al Pokermon? Le dije sugerente.

No quiero encontrarme con Raúl, dijo en un sentido riguroso.

Sonreí.

Rosaura volvía a llamar.

Contesta para que no suene, le dije buscando otra manera de convencer.

Que se suene, dijo displicente.

El celular continuaba haciendo su bulla.

¿Y si ha pasado algo importante? Traté de ser empático. De hecho, me sorprendí siéndolo. 

Sí, dijo e intentó soltar un argumento iniciando con… ‘Creo que se trata de…’ se detuvo en el instante en que se dio cuenta que yo estaba atento a cualquier frase próxima a colocar en el abierto grupo Primazos. 

No es nada, mejor voy para allá, aseguró y se levantó del mueble con el celular en la mano, para entonces, sin llamada aparente. Oré para que volvieran a llamar y de arriba me escucharon. De nuevo ‘Ludópata – llamando’ y está vez, respondió al llamado.

Hola Rosita, ¿Qué ha pasado? Ay, casi me caigo, dijo a velocidad. -Yo la miré caminando en concreto sólido haciéndose altamente extraño que hablara de un tropiezo- se dirigió a la salida parloteando asuntos sin sentido y al abrirla salió cometiendo aludiendo a uno de sus tantos errores, dejar la maldita puerta abierta. Pero; yo me sentía incapaz de darme cuenta de tal detalle, rápidamente le escribí a Rocío con la primicia en el aire. Ella no me respondió, pensé que estaría jugando con Santino, así que resolví volver a mi postura anterior, la de reposar. Y así, sentí como el tiempo pasaba lentamente frente a mis retinas hasta que de pronto se oyó el terrible sonido del timbre. Me levanté del mueble para asomar el cuerpo a la ventana de la cocina, sitio donde nadie puede observar ni divisar quien se encuentra detrás, es como cuando quiero ver quién es y decidir si salgo a atender o no; por suerte, se trataba de mi viejo. Él se hallaba resoluto y tranquilo como si cualquier siguiente desenlace no afectaría en nada su performance. Una taza con café al borde y trescientas cucharadas de azúcar con unos suculentos panes con mantequilla lo harían estar en absoluta paz, pues afuera podría el mundo estallar y él mantendría la postura. 

Enseguida, aprovechando que mi viejo degustaba de su lonche, subí a mi habitación para deslizar las prendas sudorosas del cuerpo causa de un intenso sol de verano y sumergir las pieles bajo el agua helada. Solo así pude sentirme aliviado, satisfecho y con los ánimos revoloteando; razón por la cual, inevitablemente le escribí a mi camarada Sagat para que coordináramos la aventura hacia Tambo al siguiente minuto de saludarnos. El plan consistía en conseguir unas doce cervezas bien heladas para que descendieran por la garganta logrando que el cuerpo e incluso el alma se sintieran en completo éxtasis. El pensarlo me motivaba.

Sin embargo, antes de dicho suceso debía de enlistarme hacia la casa de la madre de Santino para ayudarla a traer los artículos próximos a la sorpresa. Una vez vestido de manera casual fui a su casa encontrándome en el camino con más de un personaje del submundo. Entre ellos destaco la presencia de Patrick, a quien vi en un auto cuya placa no estaba firmada su nombre, tenía ridículamente una tabla encima, la sonrisa chueca como una máquina de escribir y caminaba elocuentemente sin calzado como si la vida, el andar y por qué no el destino, le valían un comino. Enseguida, tras saludarlo y despedirme por obra de mi rápido destino, me topé con Memo, quien desde su terraza, estiraba su mano en señal de salud, me di cuenta por motivo de mis ojos de águila que el vino en su copa era primito, le ofrecí un pulgar elevado y una sonrisa siguiendo mi camino tras superar el medio del parque, fue allí donde vi a uno de mis ex archienemigos, el gordo miserable de Papotas, a quien vencí alguna vez en una lucha cuerpo a cuerpo, lo vi demacrado, triste, solitario e irrisorio como si su presencia en el mundo fuera un desliz de Dios, un pecado del creador, un algoritmo raro de la vida, un cáncer en el páncreas de la existencia humana, sentí una pena que no me permitía; pero su cojera, caídes mental, panza gigante y lentitud al andar con el perfil hacia abajo me hicieron tenerla al son en que nos cruzamos. Luego, olvidado los encuentros, evité rotundamente a Kalincidio y Surf, ebrios desde la mañana a la altura del arco en la canchita que cobran por hora porque se han llenado de usureros los vecinos de aquí, y fui con la mirada directa hacia la casa de Rocío, quien me esperaba contenta con Santino en coche y su familia en el pórtico contentos y emocionados por verme. Era de esperarse. Suele ser un personaje que dan ganas de mirar. 

Mi vida mutó en un ratito, olvidé el camino, la fiesta, la literatura e incluso lo siguiente que pasaría de solo ver a mi Santino riendo y mostrándose entusiasta de verme en frente como si dos universos colapsaran para dar fruto a uno eterno. Sonreímos, reímos y nos sentimos uno desde que nos vimos hasta que llegamos a mi casa en un sendero solitario y en paz.

Diez minutos más tarde, llegó la señora de la decoración empatándose con la pastelera, ambas coincidieron en la entrada de mi casa, una ingresó junto a su ayudante y la otra me dio el pastel en la mano. Había sudado demasiado en el trajín de ir y venir, el sol era abrasante y el calor imperdonable, sabía que debía volver a bañarme mientras que la señora y su joven empleado armaban el arco y los globos para la decoración. Le dije a la madre de Santino que me esperaba en la habitación al tiempo que retornaba a las cataratas del grifo. Otra vez me sentí aliviado. Salí reluciente y divisé la presencia de los primeros tíos y primos, empecé a sentir emoción. Tal vez, todo podría salir bien.

En el umbral de la puerta se hallaba la tía Juanita, Diego y el tío Cesar; Sagat, la tía Chabela y Sebas estaban a su lado, dudaban entre ingresar o mantenerse afuera por el calor descollante que se agrupa en las paredes. 

Resolví acompañarlos con la intención de fumar unos cigarrillos junto a las ansiadas cervezas debido a que Sagat se encontraba presuroso de tal proceder y en una rara ocasión, su hermano, sentía la misma pretensión. Les hice realidad el anhelo y junto a Diego nos enlistamos en el camino hacia Tambo. Compramos cervezas sin mitigar porque cuando se trata de la liquidez el dinero sale hasta por los poros, yo agrupé puchos al pedido y regresamos recargados para la emancipación de la sorpresa. Al llegar, nos empatamos con el glorioso tío Angelito, Yomaira, su pequeña y la tía Graciela, quien acababa de descender de un auto blanco y requirieron de cierto apoyo. Ellos entraron tras un saludo afectivo y en la entrada de la puerta comandando lo que sería la ceremonia se hallaba una recién llegada Allison vestida como para asistir a una boda. Sentí que el plan se acercaba a su inevitable clímax; aunque la organización de la misma no pertenecía a mí, pues los créditos debían de llevárselos Rocío, así que dio voz a que todos fuéramos para adentro debido a que en cualquier momento llamaríamos a la cumpleañera para que se asombre con lo preparado. 

Una vez adentro recibimos la bienvenida de Rita, quien traía las botellas con el poder de sus manos, los asistentes se sentían ansiosos, nerviosos y acalorados, había cierto clima de tensión, risa y gracia, era como si cualquier cosa, en cualquier momento, podría suceder. En un momento pensé que alguien, de torpe o de loco, podría botar la torta al piso o reventar globos con la nariz. El tumulto era intenso, la gente quería y esperaba la llegada de la cumpleañera, a quien, en cuestión de minutos, iban a llamar.

La sorpresa.

Yo no quería bajar, sabía lo que pasaría, me encontraba en el segundo piso mirando la calle tanteando su venida; por un momento me sentí como Chuni no queriendo recibir a nadie; aunque las cervezas y los cigarros motivaban a cometer locuras; aunque alguien debía de divisar a la cumpleañera aterrizar en la casa. La vi asomarse desde la acera de la derecha con panes de molde en la mano, -puede que luego de ganar un billete habría resuelto comprar algo para el lonche, situación rara si pensamos que el lonche acababa de darse; sin embargo, ella suele ser impredecible-. Al verla, aceleré el paso hacia la sala para avisar al estimado. ¡Gente, ahí viene! Les dije en un grito.

Se alistaron con la agilidad de niños detrás del muro que divide a la sala con el pasaje que da origen a la entrada, apagaron las luces y crearon un rarísimo mutismo. Por primera vez en toda mi vida sentí el mutismo de tales personajes, nunca antes habían podido silenciar esas voces, ese grotesco sonido de las cuerdas vocales, esa vibración horrenda que a veces inicia en el primer piso con pretensión porque escuchen en toda la casa, esos gritos acalorados que enloquecen a los sentidos; por primera vez en años sentí silencio en la casa. Y; aunque la satisfacción no fue prolongada, el sonido del pomo abrirse podía repercutir en los nervios, la mujer asomándose en una pregunta, ¿Psicosis, dónde demonios estás? 

La intención por buscar la luz, el hecho de hallarla y encontrar al personal atorado detrás saliendo a saludar con ánimos feroces, sonrisas amplias y bienvenidas gloriosas en calidez de abrazos, frases y besos. Y allí, en siguiente e inevitable instancia, el lloriqueo de la protagonista, el llanto del tío Angelito, las lágrimas de Diego y Sebitas, el abrazo entre los familiares y los amigos, Rosaura y Psicosis, la Momia y la tía Tula, los invitados de apellido y amistad unidos en una misma pasión. Claro que conocía la resolución de los hechos, sabía que lloraría –se haría la desentendida- y saludaría al público como si no hubiera sabido nada. Es que a veces es así, conocemos el futuro y queremos divertirnos poniéndonos ciegos.

Epílogo.

De repente, aprovechando la algarabía entre el estimado familiar, un sujeto desconocido disfrazado de payaso se asomó por la entrada con silbato en la boca y juego de globos en las manos resonando un timbre llamativo y un festín colorido que atrapó a más de uno. Me sentí confuso, ¿acaso también contrataron a la hora loca? Reflexioné. Pero; el público yacía rendido ante tal encanto, pues el hombre sonreía, lanzaba chistes y bailaba alocadamente al ritmo de dos canciones en particular: La gelatina y la mayonesa.

Rocío, quien andaba con Santino, no supo darme la información necesaria acerca del nuevo personaje danzante en el centro de la sala logrando que más de uno saliera al baile con gracia divina, e incluso, presumía de ser un buen bailarín al punto en que usaron sus teléfonos para grabarlo, y este intrépido personaje de máscara colorida, atuendo de overol rojo tal cual nariz y zapatos enormes, no sucumbía ante los flashes, de hecho, le gustaban y sonreía como también mostraba el dedo del medio en respuesta a los pícaros. Aquel arlequín no mencionado en ningún registro resolvió invitarles a los convocados de un trago que sacó de un hueco de sus vestiduras. 

Tal solución líquida que encandilados consumieron la mayoría los volvió sonámbulos como si la weed de Nipo hubiera debitado en los integrantes, a excepción de mí, que pude darme cuenta de la real situación al momento en que el personaje se quitó la máscara.

Lo reconocí por el bigote, el porte erguido y los cabellos cortos, no había cambiado en lo absoluto en los últimos cien años, incluso, preparó una presentación para seducir al espectador, subió al tercer y cuarto piso y tal cual lo hizo una vez, hurtó el dinero de Pirri que estaba destinado para su viaje a Tarapoto junto a Rocksitostar y Gonzalo, además de un par de homosexuales que conocieron en Tinder.

El tío Raúl, una vez más, cumplía su fechoría. Sin embargo, no se dio cuenta que sería la última de su vida.

Tío, fue el único sonido de la fiesta, pues todos dormían, no nos han presentado, dijo Santino mostrándole un vaso con Coca Cola; Raúl animoso con el valor del dinero en su cartera, le respondió: Sobrino, un salud a tu nombre. Y fue allí cuando recibió el vaso de Santino como premio a su visita sin percatarse que la gaseosa se había fundido con veneno de viuda negra, cobra y medusa para que al fin el tío Raúl muriera.

Enseguida, los invitados despertaron, fue como si nada hubiera pasado, llegó Quito, abrimos más cervezas, compramos más puchos, fumamos weed y terminamos conversando de la vida y sus locuras hasta las tres de la mañana. Lo último que recuerdo es comer el chaufa de cecina poco antes de dormir.


Fin.