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sábado, 1 de abril de 2023

La sorpresa esperada.

- Asombro notorio en un gesto de boca tal cual león en un bostezo, manos a los cabellos para el dibujo de la exaltación, sonrisa renovada para mostrarla sin vulnerabilidad, raro atuendo de fiesta para ir a comprar el pan y lloriqueo inevitable de manera poco ortodoxa como si las personas en frente, ocultas por el apagón en la sala hubieran estado en ausencia desde décadas lejanas. Abrazos a primera instancia, más lágrimas en congragación hacia los invitados y un festín de bocados sabrosos sobre una amplia mesa con un especial decorado. Todo lo antes mencionado parece sacado de una linda realidad si no estuviera montado sobre una película.

La noche del miércoles 29, Amalia prendió las luces de su casa con la inocencia de un forastero; pensó, rápidamente, que debía de preparar un lonche ligero para el par de asistentes a su onomástico con número desconocido, luego –según lo planeado- saldría a una cena familiar para desligarse de otros invitados, puede que haya tomado la decisión por el desánimo de sus penurias o el desgaste que amerita el planteo de una reunión; de alguna manera u otra, solo quería estar en paz. No obstante, del otro lado de la cornisa, días anteriores, un dedicado plan había tomado medidas en forma de un regalo distinto.

Crónica de una sorpresa esperada.

Recibí la llamada de mi novia, para entonces andaba sumergido en la literatura, preparaba ansioso mi última novela, cuando se me hizo imposible ignorar al celular, debido a que en el mundo solo puedo responder a una llamada porque imagino que el resto son bancos, telefonías o sujetos de la prisión. Al móvil me explicó los sucesos que su imaginación sublime acababa de esclarecerse en frente, promovió –antes que yo pudiera acceder- la emancipación directa de los convocados. Me dio una lista de nombres reconocidos, quienes sin tapujos, accedieron a la invitación con facilidad y emoción, acorde a ello, y a la idea meticulosa como divertida, no me resistí a aceptar. Di el sí como si estuviera frente a un cura y continuamos el plan por el chat. 

Tras repetir la lista para que pudiera leerla con su respectiva descripción de reacciones como si se tratara de una entrevista personal, pudo sugerir lo que sería el plan. Primero, comentó, voy a llamar a la señora de la decoración y los globos, quien afortunadamente es su tía, (o al menos eso pienso) y luego, tras dicho intercambio de modelos y precio, contó que le concedería el honor de la torta a la misma persona que prepara y distribuye los pasteles de cumpleaños del gran Santino, aquello resultó fenomenal debido a que el sabor se mantendría intacto y solo veríamos una versión más sofisticada del símbolo cumpleañero. Sin dudarlo, y antes que pudiera manifestar algo, le hice una pregunta en cuestión, ¿Cuánto es por la torta y la decoración? Afines a mi bolsillo, le mandé el enlace del pago para concretar la resolución de los primeros hechos. Enseguida, me fue contando que los participantes habrían pintado generosamente una encomienda maravillosa de bocaditos, los cuales, eran liderados por el delicioso –y tantas veces anhelado- chaufa de cecina, un gusto gastronómico para mi barriga, un placer exquisito para la boca, un platillo salido del cielo para conmemorar mi afición a su sentido culinario. Confieso que el nombre remojó los labios como si pudiera tenerlo frente a mí y al fin devorarlo en soledad porque no existe nada más extraordinario que comer en tranquilidad. Es así como se goza mejor. En otro índice, añadió que habrían gruesos panes con pollo deshilachado con mayonesa y sus respectivas papitas fritas para la veloz comida de los comensales, para esa rápida repartición, para saciar el hambre inmediata de quienes van llegando, de repente, tal cual un preámbulo a la comida antes dictada. Además, siguió comentando, -para entonces, yo andaba oyendo música, ya alejada un rato del trabajo literario- que habría otra variedad de bocaditos, los cuales no pudo identificar con claridad, pues, eran meras ideas de los convocados para la llenura de la amplia mesa, a lo que yo, velozmente le dije que cualquier aperitivo era bienvenido. Usó tal respuesta como motivación y la apretó en su lista virtual de herramientas para la sorpresa. En síntesis, me dijo a las horas, ubicados cálidamente en el sillón de la sala, al lado de Santino, durmiendo y soñando con mujeres extraordinarias a quienes seguramente se devorará cuando tenga los deseos impuestos por su personalidad, que los preparativos andan yendo tal cual viento en popa como si la barcaza donde estamos navegando se dirigiera directo a la ciudad establecida. Asentí seguro, le di una sonrisa de afirmación, resolvimos –con cuidados- afanarnos un rato al son del sueño del primogénito y continuamos la plática con música de fondo acertando en los planes que poco a poco iban construyéndose. Pues, acababa de confirmar la chica de las tortas, dio el positivo la señora de la decoración y finalmente los asistentes consolidaron su respectiva presencia. Parecía como si todo sencillamente hubiera salido bien sin tener que hacer mucho esfuerzo hasta que cometimos un error.

Por la emoción establecida en las arterias causa de la resolución inmediata de los planes a disposición tuvimos la poca mesura de invocar a un ser que apareció de repente en las afueras de la casa, suelen decirle ‘La abeja’ por lo gorda y picante que es al existir.

Su anatomía consiste en un metro sesenta de estatura con un peso promedio que supera los doscientos kilos, -mi amigo, el doctor Olaya, estaría satisfecho de recibirla- si tan solo no tuviera cáncer en los bolsillos. Suele usar prendas como carpa, las muelas se ausentan en su sonrisa y utiliza extrañas artimañas para sacarte información y usarla en contra. Se coloca un antifaz de bienaventurada persona y al siguiente instante le salen dos cachos rojos. Cuentan que ha vendido su alma a Lucifer y desde entonces vaga por las calles en busca de personas de noble corazón para sus almas capturar y envenenar con el sabor de sus oscuras palabras. 

Ella se asomó a la casa, -yo había colocado un clavo en el timbre harto de tanta gente venir a tocar como si estuviera en un bar- oí el grito del pinchazo y tuve un orgasmo. Trabajar como autor es un acto solitario y silencioso, no puede venir nadie a romperte las pelotas un lunes en la tarde, razón por la cual, mi accionar con el clavo en el timbre fue el impulso precedido de molestias y reacción sigilosa para contra los jodidos. Ella, de mis favoritas, a quien en ocasiones he pensado tirarle brea ardiendo, se clavó el dedo hasta sangrar al son de mi carcajada; sin embargo, la mamá del todopoderoso Santino se hallaba a mi lado, emocionada, satisfecha y entusiasta, y no le pareció oportuno ni respetuoso mi acto infantil, al cual yo apodé ‘la venganza contra las lacras’ y en tal ínterin entre una disculpa, un arrebato o una riña previa a los sucesos del cumpleaños, ella resolvió 

–ante mi negativa por salir a recibir a la gorda apestosa- mostrar la cara y decirle que el accidente fue causa de un pillo del costado, comentar la ausencia de su suegra, quien se hallaba reventado la máquina junto a la mujer con billetes de dólar en los ojos y la señora que no deja de reír, para 

-utilizo el término, bondadosamente- decirle en una invitación sencilla, tierna y dulce, que venga el miércoles a la reunión sorpresa.

Sentí que me hundía en el sillón cuando oí el argumento. Quise correr para evitarlo; pero me sentí como en un sueño donde no puedes moverte. Intenté gritar a pulmón abierto; pero mis intentos fueron estériles. Maldije a todos mis demonios, y no pude evitar ni esquivar que la señora del cuerpo de kion tuviera acceso al secreto. Amor, le dije con el descanso de la garganta, acabamos de cometer un error, forcé la frase. Ella, todavía fastidiada por mi accionar, me dijo con su inocencia: No creo que le vaya a decir algo.

No pasó mucho para que uno de los invitados enviara un audio diciendo: Chicos, ¿Qué ha pasado?, ¿Es verdad que la cumpleañera quiere ir a comer lentejas a Tanta? Parece que están cancelando. Rápidamente, se filtró otro audio: Nos bajamos del micro, me acaban de informar que la señora de la decoración no sabía cómo inflar globos y por eso, canceló el trato. No tranzaron más minutos para que llegara otro mensaje: ¿Qué ocurre? Dicen que han postergado la fecha para el viernes, ¿es verdad? Aseguren que la canchita se enfría y la Coca Cola se pone tibia. 

Ambos nos quedamos atónitos. ¿Quién con tanta vehemencia era capaz de persuadir a los exclusivos convocados?, ¿Cuáles eran sus razones y motivos para querer arruinar la ceremonia?, ¿Por qué una persona que escucha a Jesús Adrián Romeo va a querer sentenciar algo tan especial? eran las cuestiones en la mente, y, en definitiva, todo apuntaba a una persona, el equivalente a la hipocresía en la tierra, el ser capaz de mostrarte dos caras en tiempos breves, la gorda cuyo marido huyó al saber que orinaba parada (dictamen que me contó un vecino). Solo era capaz de proceder con tanta tenacidad incoherente; aunque la venganza del clavo en el dedo pudo ser su motor y motivo. Entonces, por obra y gracia de la modernidad, y la insistencia de una labia, les devolvimos la llamada a cada una de las personas que a poco a poco se habían bajado del autobús. 

Escúchame, sí habrá reunión, estaremos juntos el miércoles a las cinco o seis, vienes como acordamos, dijimos en una frase. 

No hagas caso a lo que mencionas otras personas, ven como hemos quedado desde hace días, fue otra oración.

Que la Coca Cola no se ponga tibia ni la canchita se enfríe, vengan a como dé lugar, añadimos en un audio.

Naturalmente, al referirnos otra vez, las personas asimilaron la gestión como una realidad, una linda y especial verdad, la cual iría pronto a verse expuesto en la sala dentro de la casa.

Como respuesta a la actitud desalmada de la tenaz y malévola gorda, le dije a un sujeto que entrara a su casa y la asesinara –es broma, eso no pasó, todo fue accidental-. La verdad es que resolvimos hacer caso omiso y en lugar de clavos en el timbre llegué a colocar una bomba tal cual El especialista.

El día del cumpleaños, casi bordeando la tarde de la sorpresa, Amalia seguía incrustada al celular hipnotizada por los videos de TikTok, alejada de esos vaivenes de salida sin retorno fijo, ubicada en el sillón como en muy raras ocasiones, desvinculada de ese afán calamitoso por mirar los tres sietes en una pantalla robótica, ignorando voluntariamente las llamadas en el celular y afianzada al muy particular y extraño hecho de no querer salir, ni siquiera porque a Dolly se le ocurriera ir al parque a orinar. Por un momento, pensé, ¿y si de pronto no sale? Algo que empezaba a preocupar a la organizadora del evento, quien constantemente decía: ¿Salió?, ¿Por qué no se va a pasear? La gente está por llegar. ¿Qué haremos ahora? Entre otros mensajes pretenciosos que protagonizaban cierto desespero; aunque, yo le hacía entender que según mandan los cánones de la experiencia, la mayoría de personajes de la familia suelen tener la puntualidad como un defecto de nacimiento, es decir; para ellos, decirles que a las cinco de la tarde nos encontramos es sinónimo de llegar a las seis y media, razón por la cual, me sentía distante a las emociones de Rocío, quien, comenzaba a estar abrumada por el desafío de la cumpleañera por querer sentirse inmóvil por primera vez en sus doscientos años.

El reloj marcaba un cuarto para las dos, recién había terminado de almorzar un platillo espectacular de trigo con arroz, bebía gaseosa Coca Cola con dos peces de hielo y enviaba audios al grupo de Primazos soltando las estupideces improvisabas que se me ocurrían en el momento para deslizar un rato los temblores del día, para agilizar un poco la marcha del tiempo, para desestresar al cuerpo del trajín de la existencia mientras que Amalia continuaba inerte, de plomo, cruda y dura en el mismo soporte observando los interminables videos como si se tratara de algo altamente entretenido. Por otro lado, la organizadora seguía insistiendo en artilugios para sacarla de la casa, y yo me arrinconaba en un espacio para reposar como si la vida y el día me importaran un bledo, era como si de tanta comida, quisiera solamente descansar; por eso, ignoré un rato el celular y me detuve a respirar. No pasó suficiente tiempo para que recibiera otro alerta en el WhatsApp. Tengo una idea, leí. Voy a decirle a su mejor amiga para que se la lleve un rato a la calle y así puedan asistir los invitados, añadió. ¿Qué te parece?, ¿Crees que quiera ir por helados? Supuso erróneamente. Leí y de inmediato respondí: No creo que quiera ir por helados, mejor dile que le comente para asistir al tragamonedas. ¡No! Dijo enfática. No quiero ser parte de ese vicio, acuñó segura. Es la única forma, le dije junto a un emoticón de serenidad. No, insistió. No puedo incentivar los vicios, dijo solemne. Será solo un rato, sugerí con un sticker. ¿Y si nunca vuelve? Acotó dudosa. Pues, es un riesgo que debemos correr, le comenté sereno. Ella por fin accedió, le escribió o llamó a la señora Rosaura, y casi a los treinta minutos, Amalia recibió la llamada ganadora. 

Ludópata – llamando, leí en su pantalla. Aguanté la risa y me hice el desentendido. Te llamen, le dije al rato a sabiendas que no quería contestar.

No quiero hablar con esa mujer, respondió reproblable. 

Pero… ¿acaso no es tu amiga? Recriminé como si me interesara.

Sí; pero estoy ocupada, contestó con un gesto de fastidio en el rostro y un ademán de manos al aire.

Asentí.

Seguro te quiere invitar un helado, le dije sigiloso.

Tengo helados en la refrigeradora, respondió soberbia.

¿Y si van al Pokermon? Le dije sugerente.

No quiero encontrarme con Raúl, dijo en un sentido riguroso.

Sonreí.

Rosaura volvía a llamar.

Contesta para que no suene, le dije buscando otra manera de convencer.

Que se suene, dijo displicente.

El celular continuaba haciendo su bulla.

¿Y si ha pasado algo importante? Traté de ser empático. De hecho, me sorprendí siéndolo. 

Sí, dijo e intentó soltar un argumento iniciando con… ‘Creo que se trata de…’ se detuvo en el instante en que se dio cuenta que yo estaba atento a cualquier frase próxima a colocar en el abierto grupo Primazos. 

No es nada, mejor voy para allá, aseguró y se levantó del mueble con el celular en la mano, para entonces, sin llamada aparente. Oré para que volvieran a llamar y de arriba me escucharon. De nuevo ‘Ludópata – llamando’ y está vez, respondió al llamado.

Hola Rosita, ¿Qué ha pasado? Ay, casi me caigo, dijo a velocidad. -Yo la miré caminando en concreto sólido haciéndose altamente extraño que hablara de un tropiezo- se dirigió a la salida parloteando asuntos sin sentido y al abrirla salió cometiendo aludiendo a uno de sus tantos errores, dejar la maldita puerta abierta. Pero; yo me sentía incapaz de darme cuenta de tal detalle, rápidamente le escribí a Rocío con la primicia en el aire. Ella no me respondió, pensé que estaría jugando con Santino, así que resolví volver a mi postura anterior, la de reposar. Y así, sentí como el tiempo pasaba lentamente frente a mis retinas hasta que de pronto se oyó el terrible sonido del timbre. Me levanté del mueble para asomar el cuerpo a la ventana de la cocina, sitio donde nadie puede observar ni divisar quien se encuentra detrás, es como cuando quiero ver quién es y decidir si salgo a atender o no; por suerte, se trataba de mi viejo. Él se hallaba resoluto y tranquilo como si cualquier siguiente desenlace no afectaría en nada su performance. Una taza con café al borde y trescientas cucharadas de azúcar con unos suculentos panes con mantequilla lo harían estar en absoluta paz, pues afuera podría el mundo estallar y él mantendría la postura. 

Enseguida, aprovechando que mi viejo degustaba de su lonche, subí a mi habitación para deslizar las prendas sudorosas del cuerpo causa de un intenso sol de verano y sumergir las pieles bajo el agua helada. Solo así pude sentirme aliviado, satisfecho y con los ánimos revoloteando; razón por la cual, inevitablemente le escribí a mi camarada Sagat para que coordináramos la aventura hacia Tambo al siguiente minuto de saludarnos. El plan consistía en conseguir unas doce cervezas bien heladas para que descendieran por la garganta logrando que el cuerpo e incluso el alma se sintieran en completo éxtasis. El pensarlo me motivaba.

Sin embargo, antes de dicho suceso debía de enlistarme hacia la casa de la madre de Santino para ayudarla a traer los artículos próximos a la sorpresa. Una vez vestido de manera casual fui a su casa encontrándome en el camino con más de un personaje del submundo. Entre ellos destaco la presencia de Patrick, a quien vi en un auto cuya placa no estaba firmada su nombre, tenía ridículamente una tabla encima, la sonrisa chueca como una máquina de escribir y caminaba elocuentemente sin calzado como si la vida, el andar y por qué no el destino, le valían un comino. Enseguida, tras saludarlo y despedirme por obra de mi rápido destino, me topé con Memo, quien desde su terraza, estiraba su mano en señal de salud, me di cuenta por motivo de mis ojos de águila que el vino en su copa era primito, le ofrecí un pulgar elevado y una sonrisa siguiendo mi camino tras superar el medio del parque, fue allí donde vi a uno de mis ex archienemigos, el gordo miserable de Papotas, a quien vencí alguna vez en una lucha cuerpo a cuerpo, lo vi demacrado, triste, solitario e irrisorio como si su presencia en el mundo fuera un desliz de Dios, un pecado del creador, un algoritmo raro de la vida, un cáncer en el páncreas de la existencia humana, sentí una pena que no me permitía; pero su cojera, caídes mental, panza gigante y lentitud al andar con el perfil hacia abajo me hicieron tenerla al son en que nos cruzamos. Luego, olvidado los encuentros, evité rotundamente a Kalincidio y Surf, ebrios desde la mañana a la altura del arco en la canchita que cobran por hora porque se han llenado de usureros los vecinos de aquí, y fui con la mirada directa hacia la casa de Rocío, quien me esperaba contenta con Santino en coche y su familia en el pórtico contentos y emocionados por verme. Era de esperarse. Suele ser un personaje que dan ganas de mirar. 

Mi vida mutó en un ratito, olvidé el camino, la fiesta, la literatura e incluso lo siguiente que pasaría de solo ver a mi Santino riendo y mostrándose entusiasta de verme en frente como si dos universos colapsaran para dar fruto a uno eterno. Sonreímos, reímos y nos sentimos uno desde que nos vimos hasta que llegamos a mi casa en un sendero solitario y en paz.

Diez minutos más tarde, llegó la señora de la decoración empatándose con la pastelera, ambas coincidieron en la entrada de mi casa, una ingresó junto a su ayudante y la otra me dio el pastel en la mano. Había sudado demasiado en el trajín de ir y venir, el sol era abrasante y el calor imperdonable, sabía que debía volver a bañarme mientras que la señora y su joven empleado armaban el arco y los globos para la decoración. Le dije a la madre de Santino que me esperaba en la habitación al tiempo que retornaba a las cataratas del grifo. Otra vez me sentí aliviado. Salí reluciente y divisé la presencia de los primeros tíos y primos, empecé a sentir emoción. Tal vez, todo podría salir bien.

En el umbral de la puerta se hallaba la tía Juanita, Diego y el tío Cesar; Sagat, la tía Chabela y Sebas estaban a su lado, dudaban entre ingresar o mantenerse afuera por el calor descollante que se agrupa en las paredes. 

Resolví acompañarlos con la intención de fumar unos cigarrillos junto a las ansiadas cervezas debido a que Sagat se encontraba presuroso de tal proceder y en una rara ocasión, su hermano, sentía la misma pretensión. Les hice realidad el anhelo y junto a Diego nos enlistamos en el camino hacia Tambo. Compramos cervezas sin mitigar porque cuando se trata de la liquidez el dinero sale hasta por los poros, yo agrupé puchos al pedido y regresamos recargados para la emancipación de la sorpresa. Al llegar, nos empatamos con el glorioso tío Angelito, Yomaira, su pequeña y la tía Graciela, quien acababa de descender de un auto blanco y requirieron de cierto apoyo. Ellos entraron tras un saludo afectivo y en la entrada de la puerta comandando lo que sería la ceremonia se hallaba una recién llegada Allison vestida como para asistir a una boda. Sentí que el plan se acercaba a su inevitable clímax; aunque la organización de la misma no pertenecía a mí, pues los créditos debían de llevárselos Rocío, así que dio voz a que todos fuéramos para adentro debido a que en cualquier momento llamaríamos a la cumpleañera para que se asombre con lo preparado. 

Una vez adentro recibimos la bienvenida de Rita, quien traía las botellas con el poder de sus manos, los asistentes se sentían ansiosos, nerviosos y acalorados, había cierto clima de tensión, risa y gracia, era como si cualquier cosa, en cualquier momento, podría suceder. En un momento pensé que alguien, de torpe o de loco, podría botar la torta al piso o reventar globos con la nariz. El tumulto era intenso, la gente quería y esperaba la llegada de la cumpleañera, a quien, en cuestión de minutos, iban a llamar.

La sorpresa.

Yo no quería bajar, sabía lo que pasaría, me encontraba en el segundo piso mirando la calle tanteando su venida; por un momento me sentí como Chuni no queriendo recibir a nadie; aunque las cervezas y los cigarros motivaban a cometer locuras; aunque alguien debía de divisar a la cumpleañera aterrizar en la casa. La vi asomarse desde la acera de la derecha con panes de molde en la mano, -puede que luego de ganar un billete habría resuelto comprar algo para el lonche, situación rara si pensamos que el lonche acababa de darse; sin embargo, ella suele ser impredecible-. Al verla, aceleré el paso hacia la sala para avisar al estimado. ¡Gente, ahí viene! Les dije en un grito.

Se alistaron con la agilidad de niños detrás del muro que divide a la sala con el pasaje que da origen a la entrada, apagaron las luces y crearon un rarísimo mutismo. Por primera vez en toda mi vida sentí el mutismo de tales personajes, nunca antes habían podido silenciar esas voces, ese grotesco sonido de las cuerdas vocales, esa vibración horrenda que a veces inicia en el primer piso con pretensión porque escuchen en toda la casa, esos gritos acalorados que enloquecen a los sentidos; por primera vez en años sentí silencio en la casa. Y; aunque la satisfacción no fue prolongada, el sonido del pomo abrirse podía repercutir en los nervios, la mujer asomándose en una pregunta, ¿Psicosis, dónde demonios estás? 

La intención por buscar la luz, el hecho de hallarla y encontrar al personal atorado detrás saliendo a saludar con ánimos feroces, sonrisas amplias y bienvenidas gloriosas en calidez de abrazos, frases y besos. Y allí, en siguiente e inevitable instancia, el lloriqueo de la protagonista, el llanto del tío Angelito, las lágrimas de Diego y Sebitas, el abrazo entre los familiares y los amigos, Rosaura y Psicosis, la Momia y la tía Tula, los invitados de apellido y amistad unidos en una misma pasión. Claro que conocía la resolución de los hechos, sabía que lloraría –se haría la desentendida- y saludaría al público como si no hubiera sabido nada. Es que a veces es así, conocemos el futuro y queremos divertirnos poniéndonos ciegos.

Epílogo.

De repente, aprovechando la algarabía entre el estimado familiar, un sujeto desconocido disfrazado de payaso se asomó por la entrada con silbato en la boca y juego de globos en las manos resonando un timbre llamativo y un festín colorido que atrapó a más de uno. Me sentí confuso, ¿acaso también contrataron a la hora loca? Reflexioné. Pero; el público yacía rendido ante tal encanto, pues el hombre sonreía, lanzaba chistes y bailaba alocadamente al ritmo de dos canciones en particular: La gelatina y la mayonesa.

Rocío, quien andaba con Santino, no supo darme la información necesaria acerca del nuevo personaje danzante en el centro de la sala logrando que más de uno saliera al baile con gracia divina, e incluso, presumía de ser un buen bailarín al punto en que usaron sus teléfonos para grabarlo, y este intrépido personaje de máscara colorida, atuendo de overol rojo tal cual nariz y zapatos enormes, no sucumbía ante los flashes, de hecho, le gustaban y sonreía como también mostraba el dedo del medio en respuesta a los pícaros. Aquel arlequín no mencionado en ningún registro resolvió invitarles a los convocados de un trago que sacó de un hueco de sus vestiduras. 

Tal solución líquida que encandilados consumieron la mayoría los volvió sonámbulos como si la weed de Nipo hubiera debitado en los integrantes, a excepción de mí, que pude darme cuenta de la real situación al momento en que el personaje se quitó la máscara.

Lo reconocí por el bigote, el porte erguido y los cabellos cortos, no había cambiado en lo absoluto en los últimos cien años, incluso, preparó una presentación para seducir al espectador, subió al tercer y cuarto piso y tal cual lo hizo una vez, hurtó el dinero de Pirri que estaba destinado para su viaje a Tarapoto junto a Rocksitostar y Gonzalo, además de un par de homosexuales que conocieron en Tinder.

El tío Raúl, una vez más, cumplía su fechoría. Sin embargo, no se dio cuenta que sería la última de su vida.

Tío, fue el único sonido de la fiesta, pues todos dormían, no nos han presentado, dijo Santino mostrándole un vaso con Coca Cola; Raúl animoso con el valor del dinero en su cartera, le respondió: Sobrino, un salud a tu nombre. Y fue allí cuando recibió el vaso de Santino como premio a su visita sin percatarse que la gaseosa se había fundido con veneno de viuda negra, cobra y medusa para que al fin el tío Raúl muriera.

Enseguida, los invitados despertaron, fue como si nada hubiera pasado, llegó Quito, abrimos más cervezas, compramos más puchos, fumamos weed y terminamos conversando de la vida y sus locuras hasta las tres de la mañana. Lo último que recuerdo es comer el chaufa de cecina poco antes de dormir.


Fin.



 


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