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viernes, 13 de septiembre de 2019

La cita a ciegas

- La Internet es un nuevo continente, uno lleno de puentes invisibles que une gente de otras fronteras a veces para bien y otras veces para verse involucradas en una situación vergonzosa con cierta dosis de humor negro.
La siguiente historia recrea un suceso en particular que le ocurrió a mi estimado amigo Kevin, a quien resolví no cambiar el nombre para soltar risas tras cada párrafo que escriba.
Kevin es un chico tímido, físicamente apuesto aunque un poco bajito, utiliza gel para acomodarse el cabello como tiburón y acostumbra llevar zapatillas de astronauta, algunos piensan que lo hace para verse más alto.
Le gusta pasar tiempo en el cyber al frente de su casa en donde se gasta el vuelto de la gaseosa jugando y chateando, a veces conversando con personas de un chat y en otras ocasiones, cuando esos cibernautas no responden, dispara a zombis hambrientos junto a otro conato de amigos intangibles.
Siempre le gustó entablar conversaciones vía chat debido a que su notable timidez que conlleva a una grave tartamudez le impide socializar con facilidad, esto produce su aislamiento del grupo donde muchas veces quise involucrarlo, pues jugábamos pelota y luego íbamos a beber unas cervezas para charlar de un sinfín de temas en común; pero Kevin no se sentía parte de ese núcleo de peloteros y bebedores que solo piensan en chicas y fútbol.
Él, arquero en actividad, a pesar de sus condiciones físicas aunque teniendo buena destreza para los cuatro palos mismo Jorge Campos, se defiende y desenvuelve mil veces mejor tras una pantalla, pues es allí donde su ser renace y conversa al tiempo que teclea con rapidez con una gama de chicas que cuando responden logran que pierda en el juego contra zombies y cuando no están en línea, las espera aniquilando come cerebros por largas horas sentado en una silla de cuatro patas pero sin espaldar, oculto en una cortina y teniendo como vecinos a otros extraños sujetos que únicamente van a las cabinas a jugar y otras veces, más comunes que raras, a ver pornografía.
No estoy seguro si el segundo caso era de él, conozco los dos primeros por parte suya, pues más de una vez me contó que estuvo a punto de conciliar un encuentro con una bella mujer que conoció por el chat pero que lastimosamente no se pudo por falta de comunicación.
Ocurre lo siguiente: Conversan durante un par de semanas, se relacionan bien con pláticas interesantes y llamativas, intercambian teléfonos de casa y acuerdan una salida.
Kevin lo contaba seguro y sin reproches como alguien que se abre ante un solo amigo y nunca ante un grupo por temor a ser juzgado o quizá, por su padecer, a ser objeto de burla.
Yo soy un amigo que te escucha y nunca te juzga, lo sabe bien, debido a ello me tuvo mucha confianza, entonces me fue contando aquellos sucesos que estuvieron a punto de aterrizar. Resulta entonces que con esta chica no llegaron a conversar por teléfono por causa de un mal número o uno extra en el conjunto de dígitos. Algo que cualquiera hubiera visto como una burla por parte de quien lo otorga, pero Kevin lo veía como un error humano, como si únicamente hubiera sido algo casual y no un error forzado por parte de ella.
Yo no quise dar mis opiniones, me reservaba a escuchar y agitar la mandíbula en señal de aceptación.
El deseaba que entrara en el mundo de las citas por chat, pero nunca me pareció interesante, tal vez temía encontrarme con alguna lunática o quizá, me podría pasar lo de Kevin, el hecho de recibir números falsos a cada instante.
Sin embargo, de repente por persistencia o simplemente por un concilio entre dos partes que se conocen y se tienen confianza, puesto que a veces las redes sirven para afianzar lazos entre personas, llegó el momento de sentenciar una cita.
Paula Camila Rodríguez Vildoso, era la muchacha con quien el buen Kevin venía hablando, ya por teléfono, durante algún tiempo atrás y un junte que tuvimos por mera casualidad en un supermercado, me contó los hechos en resumen y de forma pausada para entenderlo mejor.
Me pidió un consejo, le dije que tuviera cuidado y llevara condones por si el asunto se vuelve intenso. Sonrió como bobo creyendo que no llegaría tan lejos, insistí como buen camarada porque a veces lo que menos crees es lo que ocurre.
No sabía que esa frase cobraría sentido de forma grotesca pasada la media tarde.
Me sorprendió para bien la casualidad de encontrarnos justamente el mismo día de su cita, tal era la razón de su fulgor y su gran emoción de ese momento; su atuendo casual con zapatillas de astronauta que no concordaban pero yo no podía ir más allá con los consejos, el gel para mantener el look estático y la sonrisa de un tipo ingenio pero lindo lo hacían verse espléndido ante la mirada de su amigo, que compraba fresas para un jugo y tal vez lo envidiaba de forma sana, pues Kevin cogería y yo estaría viendo películas en cable.
De alguna manera, cuando un colega tiene sexo, lo tenemos todos.
Esa expresión se me acaba de ocurrir.
Kevin detuvo un bus azul en una esquina donde hay una señal de paradero prohibido pero igual los buses se detienen y los cobradores llaman a la gente porque estamos en una ciudad donde a todos les vale madre todo.
Subió feliz pensando que debía de llevar flores, pero que tal vez podría ser muy evidente o forzado, tal vez presuroso. Entonces se colocó los audífonos para oír a su grupo preferido ‘El cuarteto de nos’ y asumió la responsabilidad de todo lo que vendría pues tras pagar el pasaje diciendo: Avenida Larco.
El trayecto suele durar entre media hora o cuarenta minutos, la cita era a las 6pm y el salía a las 4pm con mucha anticipación debido a su afán por querer ser puntual, arreglarse el cabello en el espejo, dar unas vueltas para observar las opciones de donde ir y visualizar algunas calles o pasajes solitarios para poder intentar plantar un beso en su cita.
Algo que tal vez no estaba pensando y estoy alucinando pero quiero meterme en su cabeza e imaginar que Kevin se volvió un tipo pícaro al saber que el tiempo de charla vía telefónica le había otorgado un plus bien bonito llamado confianza.
Al llegar a la Avenida Larco que suele estar colmada de gente y tiendas de toda índole resolvió caminar hacia Larcomar, lugar de encuentro al ser un clásico centro comercial ligeramente romántico por la noche donde las parejas van a pasear y besuquearse y luego se adentran en hoteles cercanos o únicamente vuelven a sus hogares.
Lo primero que hizo fue ingresar a los servicios higiénicos para lavarse el rostro, acomodarse el cabello, mirarse e intentar sentirse guapo, pues le había enviado una foto editada por Paint y había obtenido como respuesta un ‘te ves muy guapo’ y sentía que eso bastaba para ignorar el tremendo grano que yacía su nariz.
Ella no se quedó atrás y también le mandó una fotografía de rostro en donde miraba a la cámara con una sonrisa de oreja y los cabellos lacios y castaños cayendo por los hombros en una faceta tierna y bonita. Además de su personalidad graciosa y llena de ternura, a Kevin le gustaba la idea de probar suerte entablando, al fin, una relación amorosa.
Esto último no me lo había dicho, pero yo pude intuirlo con facilidad. Un tipo como Kevin siempre busca la estabilidad en una relación porque las citas no le caen como gotas de lluvia. Es decir, chapa lo que hay.
Se dio tiempo para liberar a la orca, puesto que el nerviosismo en el que se vio envuelto le propinó una patada en el estómago y por ende sitio en el trono.
Sucede, eso sucede.
Tras permanecer treinta minutos en el baño, nuestro amigo Kevin salió para dar una vuelta de rutina poco antes de su inevitable y fabuloso encuentro con la muchacha que conoció por la Internet.
Subiendo las escaleras con dirección a los exteriores recibió un mensaje: Chico guapo, ya estoy en la pileta.
Se sintió afortunado, primera cita y la chica le dice guapo; primer encuentro y se siente en confianza, puesto que los adjetivos ayudan; sin embargo, olvidó mis consejos. Sí, ese mismo, el de los condones.
Digo aquello porque en la pileta, el lugar donde quedaron en verse, se hallaba una mujer espectacular, una figura monumental sacada de revistas y de películas que los cibernautas que se esconden en cabinas observan atentos y paranoicos, una mujer con un perfil como montañas gemelas, un trasero en forma de corazón y los labios sensuales, los cuales cayeron en sus mejillas suaves tras un rápido: Hola, que gusto conocerte, Kevinsito.
El saludo y el abrazo fueron dulces y sublimes, el nombre, Paula Camila no caía con tal monumento, si se llamase Gloria, podía creerse, puesto que la muchacha no era una niña como sugirió la foto, sino una mujer de verdad, desarrollada por completo y con los atributos donde deberían estar.
Esto no sorprendió a mi amigo, al contrario, lo llevó a un elíxir diferente, a un plano distinto en donde algo llamado calentura fue tomando forma en su interior junto a esas nociones sublimes del beso en la banca o el tomar helados, aunque el tomar helados fue siendo reemplazando por un mejor voy al hotel de una vez.
Sin embargo, no nos adelantemos. Vayamos describiendo el encuentro escena por escena.
Se saludaron, vieron a los ojos después de semanas viendo la pantalla y las letras, tuvieron un contacto sencillo y mágico de esos que ocurren en novelas o libros, hicieron preguntas casuales sobre estados de ánimo, lo cual conllevó a los relatos acerca de cómo llegaron y el tiempo que llevan chateando. A esto le sumaron las típicas preguntas sobre el trabajo, oficio o estudio que actualmente cursan o llevan, seguido de un sequito de pensamientos disque filosóficos sobre la vida y la gente, un par de chistes y verse las caras en la cola de la heladería. Con los conos caminaron hasta un parque, se acomodaron en una banca y se miraron fijamente a los ojos como dos bobos enamorados, en este punto de la historia me detengo para decir que fue el primer beso de nuestro complejo y dulce amigo Kevin, quien aprendió a besar con una manzana y al fin tenía en frente a una dama exquisita a quien besaba con pasión al estilo francés y quien a su vez quería que esos besos siguieran un rumbo frenético pero no en la banca aunque hubiera sido genial en el parque, entonces, al ser una mujer decidida y mayor, sabiendo que Kevin era un tanto tímido pero luchaba por sentir confianza, resolvió, de golpe, de lleno, decir: ¿Vamos a un lugar donde podamos estar nosotros solos?
Kevin no esperaba dicha proposición de tan magnífica mujer cuyo físico lo estaba alterando por completo y peor aún con besos franceses que le hacían revivir al dormido lázaro.
Dice que en ese momento pensó en mí y maldijo para sus adentros: ¡La concha… de la lora! ¿Dónde están los malditos condones?
Yo le dije, pienso ahora.
Accedió con tartamudez produciendo la simpática risa de la damisela, quien le pidió calma y confianza, pues ella no iba a comerlo. Tan solo deseaba un poco de espacio privado, debido a que en ese momento la muchedumbre se aglomeraba.
Todo eso resulta meramente una mentira, ella quería coger, cualquiera que fuera hombre lo sabría, incluyendo al intrépido Kevin, quien la cogió de la mano en un acto varonil y caballeresco y caminaron juntos hacia tomar un taxi con dirección conocida: Avenida Benavides 666 – Hotel ‘El Escondite’.
Llegaron a un hotel, se adentraron como una pareja cualquiera, como dos tipos que quieren coger un rato, como un par de novios calientes, como dos sujetos lujuriosos. Kevin creía que su ansiedad y nerviosismo eran inmutables pero la mano le andaba sudando a chorros y esto ocasionaba el fastidio ligero de Camila, que debía de zafar y secarse con su blue jeans.
Raro ese asunto de sudar tanto, pienso. Supuse entonces que entrarían al cuarto y se aventurarían en una ducha para refrescar el cuerpo y calmar las ansias, porque las ansias no logran buenas erecciones y si la logran acaban con rapidez tras un chispazo.
Kevin no trabajaba, su madre le había pagado el curso de chef en un instituto de cuarta, Camila laburaba como encuestadora en un Call Center y pagó el cuarto con una tarjeta de crédito y le dio una sonrisa para que se tuviera confianza. ¿No saben lo importante que es tener confianza? Pues te da seguridad y eso excita.
Una vez adentro evitaron la ducha, ella estaba muy caliente y comenzó a darle besos a su hombre, a su macho, a su cuerpo desnutrido y baja estatura sin zapatillas; pero de igual modo lo deseaba sobre la cama para saciar toda necesidad de mujer vigorosa que no cogía con un mortal hace décadas.
Vaya a imaginar Kevin lo que estaba a punto de ocurrir frente a su gran nariz, cuando la señorita se paró una vez teniéndolo en cama con los pantalones abajo, para ella desnudarse voluntariamente y hacerlo prisionero de su humanidad, tras haber apagado la luz intencionalmente aprovechando la timidez del fulano, o en este caso, testigo, aunque me gustaría decir, víctima (solo porque es divertido) y dejando caer sus vestigios de ropa superior, para otorgar, a cabalidad de quien me contó este relato: una de las mejores felaciones del planeta Tierra. Y, enseguida, quitarse la parte interior de la prenda, llamase tanga o en el mejor de los sucesos, hilo dental y hallar, a pesar de la completa oscuridad, pues en un acto de lujuria pura y desenfreno por tocar ese ámbito sexual femenino en forma de un ojo chino a los que muchos poetan llaman Santo Grial, que, desafortunadamente no pudo encontrar, debido a que una enorme pija de treinta centímetros colgaba en su lugar como varita mágica de Harry Coker.
¡Santa madre de Dios! No me imagino lo que el buen Kevin pudo pensar en ese instante y tampoco logro entender como alguien puede llegar a someter a un hombre, aunque si lo pongo en análisis, ella (o él) media poco más de 1.70, llevaba una contextura fornica y monumental ante un pequeño arquero de barrio cuya tartamudez y timidez lo llevaron a revolcarse en la internet en busca de un amor o un coito pasajero que tristemente lo condujo al inevitable encuentro con este travesti realmente llamado Carlos Vildoso Pérez pero conocido en el mundo de los travestis putos como Paula Camila.
La historia puede que haya sido tergiversada con el paso de los años, no he vuelto a ver a Kevin (espero que ese siga siendo su nombre) pero el legado que tiene es este relato y una reflexión: No apagues las luces en un hotel con una desconocida.
Bueno, bueno, cada quien tiene su punto de ver las moralejas.

Fin

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Cita con el dentista

- Ir al dentista siempre ha sido visto como una experiencia escalofriante. Recuerdo las primeras veces que fui; me dijeron que iríamos por unos helados y terminé visualizando el diente sonriente pegado en el centro de la puerta de vidrio escuchando tembloroso el sonido de una curación.
Tras una memorable pataleta y un grito como dinosaurio en señal de respuesta por parte de mi madre me vi sentado en una silla metálica color verde con llagas de oxidación en las patas teniendo al lado a un niño que mantuvo la mano sobre la boca durante todo el tiempo que duró la espera de su turno.
En ese momento, mientras lo veía lloriquear sin moverse, observando como las lágrimas le resbalaban sin sentir vergüenza; oyendo las palabras de su mamá para intenta calmar su agonía, viendo una y otra vez el reloj en la pared anhelando la hora de entrar, entendí que tenía suerte de estar sentado en dicho olvidado asiento con los brazos cruzados y el ceño fruncido que se fue desdibujando mientras oía el sollozo de mi vecino y al tiempo que iba comprendiendo que jamás debía de padecer un asunto igual, pues su dolor y esa notable hinchazón en las mejillas superaban a las escenas de las películas de terror que solía ver por la crueldad de la realidad.
El niño sentado se dio cuenta que tendría que esperar su turno, recibir el tratamiento adecuado y volver cuando el doctor lo requiera para evitar en un futuro lejano padecer una condena similar a su contemporáneo de al lado.
Mi madre lo dijo después, justo en el momento en que abrieron las puertas, salió un doctor bigotón con el tapaboca descubierto, hizo mención al apellido del muchacho y entraron embalados; sin embargo, este doctor cuyo nombre no recuerdo, se quedó conversando con mi mamá debido a que mi viejo es colega suyo en la clínica e intercambiaron algún que otro saludo e invitación a diferentes reuniones sociales únicamente para médicos, asegurando al final de la charla que debían de asistir y no ser fallas como la vez anterior.
Yo recordaba aquella otra vez, pues me había dado un terrible cólico por comer una manzana acaramelada en un parque de diversiones arruinando la fiesta de mis padres que tuvieron que llevarme de emergencias curiosamente al mismo nosocomio.
No quise acotar esa experiencia y tampoco deseé que mi madre lo hiciera, no quería que el dentista me hiciera algún artilugio especial por haber hecho que mis padres falten a su cumpleaños.
El niño recostado sobre la camilla que se inclina ya se había sacado la mano de la boca, jadeaba cada vez más fuerte, tal vez para atrapar la atención del doctor o posiblemente porque no resistía el dolor y anhelaba que le extirparan esa maldita muela de una vez.
Me hubiera gustado decirle al doctor que dejara de hablar acerca del cumpleaños que se perdieron mis viejos por mi culpa y atendiera al muchacho; pero el bigote tenia ánimos de presumir los tragos y la comida.
Veía a mi madre asentir con la cabeza mostrando una sonrisa, seguramente recordando el momento en que estuvieron cambiados y listos para salir y se encontraron con la desagradable sorpresa de que su hijo se hallaba doblado en forma de arco y repitiendo, me duele, me duele la barriga. Enseguida, le tuvo que frotar la espalda al tiempo que vomitaba y después lo llevaron a la clínica para el suero y los chequeos. Para entonces ya era demasiado tarde para asistir.
De un momento a otro lado el dentista pidió un permiso, se dio la vuelta y cerró la puerta para enfocarse en el herido muchacho.
Todo fue muy rápido, al cabo de quince minutos salió con el rostro flácido, limpiando el sudor de su frente, tranquilo y hasta diría que intentando sonreír. La muela no fue a caber en un ánfora para el ratón Pérez; pero seguramente nadie pensó en eso, sino en la satisfacción de sentirse aliviado.
Vi como los guantes llenos de sangre fueron a caer en un tacho debajo de la camilla, una vieja que hacia la labor de asistente comenzó a limpiar todo el instrumental incluyendo una vasija color metal repleta de desperdicios bucales que lleva un caño flaco y pequeño el cual brota de agua para enjuague.
Un asunto meramente asqueroso si piensas en cuantas bocas han pasado por ese lugar.
Sin embargo, es imposible zafar, sobre todo si no quieres terminar como el muchacho de al lado.
Mediamente animado me adentré en el consultorio dejando a mi madre sentada leyendo una revista de moda de décadas pasadas, las puertas se cerraron y por el vidrio solo se puede observar una sombra.
Me indicaron tomar asiento y lo hice muy tímidamente, el bigote se hallaba también sentado pero de espalda haciendo alguna que otra cuestión como acomodar los objetivos que metería en mi boca y usaría para husmear en mis delicados y bonitos dientes ocasionando raspados y seguramente dolor.
Temía muy fervientemente que en cualquier instante un diente saldría volando, no me daba cuenta que suelen ser muy fuertes y esto me conduce a una anécdota.
Andaba muy ebrio cuando visualicé a mi amigo en el otro sector de la casa, él me hizo una seña que significaba, ‘ven a beber conmigo y hagamos un salud’ entonces muy emocionado fui corriendo para darle ese brindis; sin embargo, me estrellé contra una puerta de vidrio transparente. Pensé que mis dientes principales saldrían volando pero únicamente me salió sangre del labio. Anduve muy preocupado gran parte de la noche, incluso, se me fue la borrachera; pero luego me di cuenta que ningún impacto podría mover mis poderosos dientes.
De niño no pensaba en eso, cuando el dentista rasguñaba creía que podría ocasionar algún tipo de colapso, sobre todo al momento de escupir sangre en esa vasija metálica y realizar el enjuague correspondiente para continuar con el proceso.
Al tiempo que el bigote trabajaba con mi boca daba ciertas instrucciones de cómo usar los cepillos y el bendito hilo dental, evitar los dulces y tener una disciplina de higiene, todo ello iba quedándose en mi memoria.
En algún pasaje comencé a pensar en los antiguos faraones, pues en el colegio andaban con ese tema en la clase de historia y no pude ni siquiera imaginar el terrible dolor que podrían haber padecido por una simple muela herida. En dicho entonces seguramente no habría estas facilidades y tendrían que haber sido visto por extraños curanderos o alquimistas que lejos de ayudar hubieran ocasionado su muerte, dicen que el faraón Tut falleció por una muela.
Terminado el proceso de limpieza el cual tiene un nombre legal muy largo y aburrido, recomendaron no comer en un par de horas, no hice caso porque tenía mucho apetito, así que devoré un buen sanguche de pollo, papas y cremas mientras que esperábamos a mi viejo que vendría a recogernos.
En ese rato de devoción con la comida no pensé en el siguiente muchacho que asistió, otro niño con horripilante dolor de muela, otro caso de un diente herido, de haberlo pensado mis deseos de evitar esos desastrosos eventos bucales hubieran crecido; no obstante, bastaron con los que tuve para entenderlo todo.
Curiosamente, tiempo después, vi a mi hermano menor, un sujeto adicto a los dulces y gomas de mascar, que como consecuencia se vio envuelto en un dolor similar o quizá, un poco peor. No estoy seguro si habrá sido arte dramático de su personalidad histriónica, pero llegó al punto de revolverse en el piso por el agudo dolor de muela que le estremecía todos los sentidos.
Tuve que llevarlo de emergencias, le sacaron la muela y salió rehabilitado. Mientras trabajaban con su boca pensaba e imaginaba como escritor:
‘Sería totalmente irónico y hasta gracioso que el niño de aquella vez fuera el odontólogo que le practica una extracción a mi querido y sufrido hermano’.
Pude haberlo acotado de manera ficticia a este relato pero quise contar algo netamente real.
En la actualidad, ya mis miedos se esfumaron y la estética por una dentadura exacta y brillosa me devolvió al consultorio del ahora llamado odontólogo con maestría en algunas variantes (seguramente el faraón más joven lo hubiera querido en su palacio) el cual se encuentra en un sitio bonito y exclusivo, porque ahora superaron los precios de antaño y según imagino como una mente abierta, hay mayor ganancia cuando uno tiene su propio consultorio; en tanto, mientras esta historia va creciendo en mi cabeza, voy ingresando al lugar, acomodándome en un mueble suave y fino, donde ya no están las típicas revistas antiguas (que me gustaban mucho por las imágenes de chicas sensuales) y que debido a la tecnología actual fueron cambiadas por una señal que dicta: Wifi gratis. Previo a todo he hecho una cita por internet y mi turno es de 3pm a 4pm. Entonces, he llegado a tiempo.
Mi imaginación recrea a un ser de bigote, grueso porte, mandil blanco y zapatos negros; pero me asombra positivamente y hasta que diría que, de forma fantástica, que una preciosa joven de dentadura increíble, cabello en cola de lado y elocuente voz tan dulce como la miel, salga por una puerta también de vidrio pero en lugar del logo de muela se halle su apellido y nombre.
Pienso que esta chica es modelo en sus tiempos libre, si es que los tiene e imagino que el auto en la cochera, ese Audi A4 guinda con una figura de buen sabor de Hello Kitty colgando en el retrovisor se trata de una recompensa por el trabajo con dientes y llego a creer que me siento en el cielo cuando me recuesto sobre una camilla altamente confortable y observo su carita angelical diciendo: Bueno, ¿empezamos con el blanqueamiento?
Debería comer más dulces, reflexiono con una risa interna.

Fin