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miércoles, 25 de marzo de 2020

Cuarentena del mal


- La primera noche de la semana siete de cuarentena en Lima por un caótico virus que infectó al mundo y enloquece a muchos, Ryan terminó de leer ‘El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde’ dejando caer el libro al suelo tras deslizarse por el filo de la cama e inclinó el cuerpo hacia atrás para acomodarse en posición horizontal luego de permanecer sentado y con las piernas cruzadas durante la lectura.
Pensó en el vacío y el silencio de la habitación post libro, el cual encadenó sus sentidos y ahora vio liberados para enfocarse en lo cotidiano. No había más obras en un escaparate repleto de discos musicales y videojuegos, sintió frustración por no elegir otro par de novelas previo al aislamiento inesperado y prometió mentalmente visitar una librería cuando todo culmine; debido a que el Doctor Harry le recomendó la lectura y no los videojuegos. Por tal razón, tras esa última cita en la facultad mental del nosocomio ‘Cristo el salvador’ dirigió su andar al bazar cercano para con una rápida mirada en la vitrina de clásicos de hoy y siempre escogió por título y portada la obra que acababa de digerir.
Se levantó de la cama con la intención de prender la consola de PS4 y seguir asesinando muertos vivientes hasta que le entre el sueño a pesar de la severa recomendación del doctor.
El aburrimiento de estar confinado en un apartamento puede otorgar potestad para el incumplimiento de normas, la madre de Ryan tampoco estaba en casa, había salido hace una hora rumbo al supermercado porque según las noticias vecinales a las ocho y media de la noche la policía saldría a patrullar con la obligación de detener transeúntes y por ello tendría que realizar las compras para la cena lo antes posible; dicha soledad que conlleva a la nula vigilancia le dio a Ryan la elección de poder encender la consola y jugar hasta que suene el timbre.
Al menos así tendría un par de horas de distracción. Se vio emocionado cuando lo dedujo y se dirigió a la cocina para servirse una bebida que acompañe la faena virtual.
Durante el trayecto se percató que el televisor de la sala estaba encendido y la guapa señorita que conduce el primer programa nocturno del día, de quien algunos años atrás se vio obsesionado, mencionaba con conexión con un reportero, la terrible situación de los supermercados y su poco abastecimiento mostrándole al público televidente las largas colas para adquirir productos básicos para una cena.
Se detuvo un instante para ver la noticia por la bella conductora y porque su madre seguramente estaría en alguna cola y esto le produjo un alivio importante, pues se dio cuenta que tardaría más tiempo del debido.
En un abrir y cerrar de ojos escuchó que Melissa Gutiérrez, la señorita al frente, lo miraba fijamente y decía: Y por favor, amigo televidente, no vaya a salir de casa.
Asintió con la cabeza con bebida en mano y respondió sonriendo: Lo que tú digas, Meli.
Antes de volver a la habitación recordó haber escondido un paquete de papitas por la cocina, exactamente sobre el mostrador, lejos del alcance de su mamá y para sacarlo en emergencias como esta.
Se acomodó en su silla especial para videosjuegos dejando el aperitivo sobre una mesita y vio como reiniciaba el juego con la ansiedad de un niño.
En ese momento, tocaron el timbre.
Se vio preocupado, apagó la consola y escondió las papitas, por poco se le cae la gaseosa y fue caminando a paso lento rumbo a la puerta principal. Poco antes de llegar se dio cuenta que su madre no tendría porque tocar el timbre, simplemente entraría y haría un ruido tremendo preguntando por él y hablándole sobre la cena.
Por el orificio de la puerta observó un rostro familiar, una silueta vivaz como si el virus y la cuarentena no lo hiciera algún efecto, abrió enseguida y se sorprendió de verlo.
—Hola hermano, ¿sorprendido por verme? — Dijo el sujeto en frente abriendo los brazos y mostrando una gran sonrisa.
—Hola Theo, qué gusto verte— respondió Ryan recibiendo el saludo, pero no saliendo del asombro.
— ¿No estás en cuarentena? —
—Eso es para los débiles, hermano— respondió Theo nuevamente sonriendo.
Theo se veía contento, vestía jeans y remera oscura, zapatillas bajas y gorra.
— ¿No hay nadie en casa? — Quiso saber acercándose al mueble y tirándose encima con mucha confianza.
—Oye amigo, que mal anfitrión eres, ¿esa es forma de darle la bienvenida a tu compañero de habitación? — dijo al tiempo que colocaba sus piernas sobre la mesa de centro moviendo los adornos ubicados allí.
Ryan fue a traerle una bebida.
—Gracias. Ahora siéntete, quiero hablarte—.
Se sentó a su lado.
— ¿Hoy te dieron el alta? — Preguntó Ryan viviéndolo beber con suma rapidez como si tuviera la garganta seca.
— ¿Alta? ¡No hermano! Me escapé— dijo con una enorme sonrisa.
—Pero, ¿Cómo?
—Ese inútil de Harry y su banda se aislaron como todos y nos dejaron solos en el pabellón. ¿El resultado? La fuga de algunos internos— fue contando con frescura.
Ryan sonrió.
— ¿En serio? ¿Quiénes salieron contigo?, también estaba…
— ¿Amanda?
Ryan asintió.
—No, ella no. Dijo que le quedaban dos semanas y que preferiría esperar. Además, oí a Harry decir que los medicamentos le están haciendo bien y ya no cree ver a Dios pidiéndole que se corte las venas para ser parte de su ejército de ángeles.
Theo comenzó a reír desaforadamente.
—Bueno… Yo esperé y vinieron por mí— dijo Ryan.
— ¿Ah sí? ¿Cuándo? ¿Yo estaba dormido cuando ocurrió? — dijo Theo viéndolo con una sonrisa irónica.
—Es que duermes como piedra— respondió Ryan y ambos rieron.
—Amigo, la razón por la que vine a tu casa y no fui a la mía es porque esto del aislamiento es aburrido y me pone tenso. ¿Qué te parece si salimos a pasear? No me he fugado para estar confinado entre cuatro paredes y un baño.
—Pero, ¿y la policía?
— ¡Que se jodan! Ellos no saben lo que es estar encarcelado y a veces amarrado.
—Sí, tienes razón. ¡Vamos a la calle!
— ¡Así se habla!
Se levantaron del mueble y salieron.
Las calles estaban desoladas, ningún alma andaba, la oscuridad reinada a pesar que las luces de los semáforos todavía funcionaban.
Ryan y Theo caminaron airadamente como dueños de las calles, habían cogido un par de cervezas de la refrigeradora y tomaban mientras caminaban entre risas y sonrisas intercambiando anécdotas del sitio que compartieron.
No pudieron llegar a la siguiente esquina para divisar la plaza en su esplendor porque la luz de una patrulla se fue asomando apareciendo justo en la intersección.
Los vieron y desde del auto con megáfono un oficial les dijo: Queda detenido por no respetar el toque de queda. Por favor, no se mueva.
Tiraron las botellas de cerveza a la luna de la patrulla y corrieron en la misma dirección en que vinieron porque no había otras calles ni salidas.
Con una aceleración los alcanzó y nuevamente por el megáfono aunque con voz severa indicó: ¡Deténgase! Pero ellos, ya parados, otra vez empezaron la marcha hasta llegar de vuelta al apartamento, cerrar la puerta con un seguro y lanzarse sobre el mueble entre un conato de risas por nervios y burla.
Por la ventana se filtró la luz parpadeante de la patrulla y el mismo oficial tocó la puerta solo una vez antes de abrirla de un empujón encontrando a los muchachos sentados y callados sobre el sillón.
— ¿No hay nadie en casa?
—Vivimos solos, oficial— respondió Theo.
Los miró con sospecha e incredulidad.
—Voy a tener que detenerlo y llevarlo a la comisaria. Así que por favor, no haga ninguna estupidez— dijo con autoridad.
Ryan se levantó colocándose de espalda para que las esposas le pudieran caber; pero Theo en un santiamén se posó detrás del oficial y de un golpe en la cabeza con la tostadora lo derribó.
Su aspecto sonriente y vivaz cambió. Se veía serio y sombrío mientras que Ryan al girar y percatarse de lo acontecido le preguntó, ¿Qué fue lo que hiciste, hermano? A lo que Theo respondió: ¡Cállate! Y ayúdame a atarlo.
Enseguida, cogió una silla de la mesa principal y cargaron el cuerpo para sentarlo y comenzar a amarrarlo. Le puso una mordaza y parte de la soga en el cuello.
—Este idiota era uno de ellos— empezó a decir Theo al tiempo que acomodaba el nudo por detrás.
— ¿Quiénes?
—Los que nos encerraban en el sótano cuando Harry se iba.
—Ellos eran guardias.
—Guardias, policías, son lo mismo. Todos usan uniforme y te impiden el transitar tranquilo.
—Pero, ¿Por qué nunca quisiste que le contáramos a Harry?
— ¿Piensas que va a creerle a un par de locos que sus guardias los golpean cuando él se va a coger con su esposa?
Ryan se mantuvo en silencio.
—Estos tipos merecen algo de sufrimiento— añadió y se fue a la cocina.
Recogió un cuchillo, uno grande y filoso, el cual fue usando para rozar el cuello del policía, quien abrió los ojos al sentir el filo o el roce y en su mirada Theo vio el miedo que alimentó su siguiente acción.
Le clavó el puñal en la pierna derecha tan crudo y duro como pudo hacerlo, sin compasión y mostrando una sonrisa perversa.
Ryan estaba asustado, sudaba y se sentía nervioso, se alejaba de a poco de la escena, retrocedía cuando Theo lo vio y le dijo: Ahora es tu turno, desahoga toda tu ira contra el sistema que nos mantuvo encerrados.
—No, hermano, esa no es la forma. Debemos de decirle a Harry, estoy seguro que entenderá. Ahora que estoy fuera me va a escuchar, puedo escribir un informe detallado, ir con la verdadera policía y juzgarlo. Puedo usarte como testigo, podemos hacerlo, Theo— le dijo a los ojos con palabras sobrias y serenidad a pesar del momento.
—Nadie te dio el alta. Escaparnos fue tu idea, durante varios días planeaste todo sabiendo que en algún momento el estado obligaría el aislamiento y los guardias también se irían a casa, nadie cuidaría las celdas del hospital mental y usarías la soga con la que tenemos amarrado a este cretino para salir por la ventana.
Ryan comenzó a recordar a detalle en una visión flashback todo lo que Theo iba relatando y fue sintiéndose cada vez más ansioso. Los recuerdos de su última cita se rompieron como el vidrio ante la verdad.
Tú te adelantaste dejándome dormido y viniste a casa sabiendo que nadie te buscaría.
En su mente surgieron las veces en las que guardias armados con palos los golpearon en un sótano tras encontrarlos simplemente caminando por los pasillos como medida de distracción y una ira tremenda gobernó su mente y cuerpo conduciéndolo al acto de clavarle una serie de puñaladas al oficial atado. Cuchilladas certeras en el pecho y abdomen con una estocada final en el corazón viendo como la sangre se esparcía por el piso de la sala y manchaba su remera.
Se detuvo, vio el cadáver y entró el pánico. Fue al baño y se vio en el espejo. Llevaba gorra, la camiseta llena de sangre y el rostro igual de manchado. Tenía el cuchillo todavía en la mano y lo lavó para intentar quitar un rastro.
Y en ese momento, tocaron de nuevo el timbre.
Preocupado porque fuera su madre y viera el desastre que realizó en sus primeros días en casa se sintió nervioso y tembloroso, comenzó a llorar por impotencia y frustración acomodándose dentro de la tina en posición fetal
esperando el griterío de su mamá, otras sirenas policiales, la llegada de hombres de blanco y nuevamente salir esposado de casa rumbo al psiquiátrico.
Abrieron la puerta. Se oyeron pasos de tacón andar lento y luego una voz preguntar: Hijo, ¿Dónde estás? ¿Estás bien? ¿Dónde andas, cariño?
La señora lo encontró en la tina pintado de rojo y con la gorra cubriendo parte del rostro por la vergüenza. Le estrechó una mano para sacarlo de ahí con las palabras: ¿A qué estuviste jugando, cariño? Haz hecho todo un desastre, pero descuida, yo me encargo. Tú ve a cambiarte.
Cogido de la mano de su madre fue dirigiéndose a su habitación y poco antes de entrar se dio cuenta que el cuerpo del oficial era una almohada con placa de juguete y repleta de pintura roja bien atado a una silla de madera.
—Mami, lo siento, estaba aburrido.
—No te preocupes, al menos no encendiste la consola.
Le sonrió a su mamá.
—Ahora, ve a cambiarte que yo me encargo de limpiar y luego te aviso para cenar.
— ¿Qué habrá de comer? —
—Tu comida favorita, Theo.



Fin

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