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viernes, 19 de junio de 2015

Venganza Macabra

- Lo vi donde siempre, en la misma esquina y esta vez sin su jauría. Fumaba un porro y miraba a los lados muy ansioso, por si una presa asomase por la esquina a estas horas de la noche.
Conozco su forma de actuar, te sigue y coge del cuello acercando un cuchillo a la garganta, difícil resistir; después te maldice y te deja ir. Sin embargo, si eres mujer y tienes menos de quince como los que tenía mi adorada sobrina, te secuestra saliendo de la escuela especial en el turno tarde y te viola sin compasión. Yo estaba en altamar y sus padres viven en el extranjero, la vecina iba a recogerla; pero se olvidó por enfocarse en la telenovela.
Luego de violarla, la degolló y escondió el cadáver en un terreno lejano, envuelto en mantas y lleno de sangre.
Un par de semanas después, encontraron el cuerpo mutilado, la escena fue desastrosa y todas las pruebas señalaban a El Buitre como el culpable.
Creí que se pudriría en la cárcel; pero un padrino de alto rango lo sacó a los catorce meses. Maldita rata burocrática que indulta al asesino de la pobre niña que sufría de síndrome de Down.
No se le vio por largo tiempo; pero ya hace unas semanas ha regresado al barrio y realizado fechorías.
Salgo de casa vestido de negro, pantalón jeans, botines y capucha. Llevo conmigo un celular y al momento que paso por la acera contigua hago ademán de estar marcando un número. De reojo observo que se desplaza sigilosamente y se coloca detrás, a unos diez metros, arroja el porro y esconde las manos en el viejo jersey.
Atravieso un oscuro y ancho pasaje, existe un poste pero nunca alumbra. No lleva a nada, sirve para orinar y arrojar la basura en enormes baldes. El tipo seguro piensa que estoy jodido y escucho el acelero de su andar por el sonido de sus zapatos.
En ese instante me doy la vuelta y lo apunto con una Mágnum calibre 38 que compré desde que lo vi de nuevo por aquí y comencé a trabajar en mi plan.
El miserable se asombra, su pinta de achorado se desvanece y eleva los brazos cuando se lo ordeno.
Deja caer el cuchillo y continúa brazos arriba. Da la vuelta porque se lo pido. Está callado; pero no parece angustiado.
Lo empujo y le exijo que camine hacia el fondo.
Hace caso sin pronunciar palabra alguna.
Cuando tocamos pared le grito que se arrodille y coloque las manos sobre la nuca. El cabrón pregunta, ¿Quién eres? y ¿Qué quieres?
Lo derribo de un cachazo en la nuca.
Todo es desolado, nadie transita y tampoco observan. La calle esta dura y la gente suele dormir temprano, solo drogadictos y criminales suelen andar a esas horas. A veces algún que otro ingenuo o tal vez, trabajadores que llegan tarde.
Sabía que en algún momento lo vería solo y pondría mi empresa en marcha. Este fue el instante. Si la ley no lo hace, alguien debe hacerlo y si es venganza el motivo con más ganas todavía.
Regreso a casa y vuelvo conduciendo. Entro al angosto pasaje, bajo del auto y meto al pobre diablo en el maletero; su flácido cuerpo es sencillo de cargar. Tiene escaso cabello y la nariz horrible. Cierro y entro al carro.
Conduzco varios kilómetros y llego al arenal donde abusó de la niña.
Cuando abre los ojos me contempla al frente, está amarrado y amordazado, sentado sobre una silla y dentro de un pequeño cuarto que anteriormente el guardián utilizaba. Ya nadie cuida y a nadie le importa pasar por aquí.
A veces pienso ¿Por qué el guardián no estuvo allí cuando eso sucedió? Ahora interesa poco, yo lo he traído de vuelta.
Suda mientras intenta zafar. Está sentado y yo al frente sobre otra silla. Tengo el arma a un lado y su cuchillo en mi mano. Sigue moviéndose; pero es inútil, años de experiencia como pescador me han hecho un experto en nudos.
Se detiene, la baba le cae por el maxilar, me resulta asqueroso, sigue sudando y mantiene los ojos abiertos y el cabello sudoso, intenta decirme algo con su mirada y resuelvo quitarle le mordaza.
Maldice, grita y hasta suplica, todo en un instante. Me levanto y me acerco a la mesa, al lado del arma hay un diario, se lo muestro con furia.
— ¿Ves? ¿Ahora me recuerdas en el jurado?, le digo mientras hago que lea el titular—.
Asesinan a niña en un terrenal, dicta el periódico. El tipo recuerda y se acuerda de mí; pero no pronuncia palabra alguna.
De inmediato, vuelve a maldecir y exigir auxilio.
—Nadie te va a ayudar, cabrón, le repito—. —No debiste haber matado a esta pobre niña inocente, cobarde de mierda— agrego furioso.
Le acerco el cuchillo y se lo paso por el cuello. —¿Es eso lo que sienten tus victimas? Rechina los dientes, el sudor incrementa e intenta moverse; pero es estéril el intento.
—Lo siento, perdóname, dice de repente—. Suelto una risotada y me acerco inmediatamente para decirle: ¿Lo sientes?, ¿Pides perdón? Si Dios existiera, te hubiera perdonado; pero yo no pienso hacerlo.
Lo degollo sin piedad, siento el filo cortar la carne, la sangre salir y mojar el piso. El Buitre agoniza, sus pupilas se dilatan y de una patada en el pecho lo hago caer para atrás. Se le acaba la respiración, la sangre sale a montones, arrojo el cuchillo y me acerco a la mesa para regresar con un galón de gasolina, el mismo que expando por su inmune cuerpo. Enciendo un habano y le digo antes de arrojar el fósforo:
—¿Sabes que es lo malo de matarte? Es que solo puedo hacerlo una vez.

Fin


1 comentario:

  1. Expresas, lo que al menos yo he querido hacer, "darles un poco de su propio chocolate" a las personas que hacen este tipo de actos, y solo queda un sentimiento de impotencia

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