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miércoles, 24 de junio de 2015

Maratón

- Recorría el quinto de primaria en un colegio cerca a mi casa. Como todos los años escolares esperaba ansioso el medio año porque iniciaban las olimpiadas.
El profesor de E. Física y a la vez tutor del salón informó que realizarían una maratón, aparte de los típicos campeonatos de fulbito, básquet y demás.
Junto a mis amigos nos animamos a participar, no era obligatorio; aunque si corrías te ganabas un 20 en la libreta. Se anotaron todos, incluyendo a un amigo, quien pesaba más de cien kilos; pero anhelaba su 20 dibujado en la libreta.
Un grupo de seis nos anotamos también en fulbito y el resto en lo demás. Nunca me interesó participar en algo que no fuera fútbol; aunque respetaba los gustos de otros.
La maratón se desarrollaría el sábado, fue lunes cuando el profesor nos comentó sobre la competición y tuvimos que entrenar el resto de la semana, lo cual me pareció estupendo porque obviamos algunos cursos tediosos. La razón por la cual entrenamos era que competiríamos contra otros colegios y el director junto al tutor no querían pasar vergüenza; poco me importaba ese hecho, gustoso me perdía las clases por trotar y hacer ejercicios en la cancha.
El profesor de E. Física nos motivó durante la semana e hicimos distintos tipos de entrenamiento, inclusive, recorrimos el lugar por donde deberíamos correr, lo hicimos todos juntos y a la par; pero luego simulamos una maratón y yo fui el vencedor.
En ese entonces era veloz, mi juego se basada en la velocidad y el tiro fuerte; aunque nunca corrí una maratón podía correr bastante rápido sin cansarme ni detenerme, era el arma clave del salón y del colegio, no me lo dijo; pero sentía que depositaba su confía en mí.
Cuando nosotros terminábamos el entrenamiento previo a la maratón los otros salones también salían al pateo a practicar e imaginaba que los participantes de los distintos colegios realizarían la misma acción, claro que en su propia pista atlética. Además, seguramente estarían informados de cómo sería el recorrido.
El sábado al llegar al colegio encontré a un mar de personas aglomerarse en las afueras, era la primera vez que iba al colegio contento y encima, sábado por la mañana. Me pareció gracioso ver a mis amigos mostrar su mejor sonrisa, vestidos de corto y calentando. Me uní y seguimos con el estiramiento. El profesor se nos acercó rato después para recordarnos la ruta; pero ya teníamos un afiche que indicaba la misma. Entonces, resolvió motivarnos y aseverar que estaría contento si llegásemos en los primeros puestos.
Cuando se marchó vi entrar a varios alumnos de distintos colegios, lo noté por los buzos e imaginé que serían buenos competidores porque llevaban accesorios, tales como tomatodo, rodilleras y hasta una toalla colgando del hombro, parecían especialistas en carreras, inclusive, sus zapatillas no eran como las mías -que generalmente usaba para jugar pelota, gruesas y con cocos- sino que lucían brillosas y ligeras. Admito que nos sentimos intimidados, más cuando empezaron a prepararse y sus piques eran veloces.
Por otro lado, el director cogió el micrófono y desde el estrado se dirigió al público: Señores, vamos a dar inicio a la maratón.
Las madres de familia fueron quienes más gritaron, nosotros estábamos callados, tal vez, preocupados, mientras que el resto de alumnos, las chicas más que todo, gritaban eufóricas porque iniciara la carrera, se morían de ganas por alentar al colegio, al punto de corear algunas rimas. Se me hizo muy gracioso escucharlas.
Desde el estrado nuevamente se escuchó: Invito a los participantes a acercarse a la línea de partida y junto a mis compañeros caminamos hacia allá. Enseguida, lo hicieron los corredores de otros colegios.
A simple vista habré calculado a unas cuarenta o cincuenta personas dispuestas a dejarlo todo en la pista.
De nuevo el director se explayó: La regla es simple, quien llega primero gana. Rápidamente todos empezamos a reír, más que todo para relajarnos, no tanto por el estúpido chiste.
Habrá premio para el primer, segundo y tercer puesto, puntualizó al final.
Solicito a los padres de familia, profesores y curiosos que se alejen porque va a iniciar la maratón, dijo y empezamos a prepararnos.
Una vez listos oí decir por última vez: En sus marcas, listos, ¡Fuera! e inmediatamente salimos disparados.
Iba primero y no dejaba de correr, miraba ha atrás por segundos y los notaba lejanos, me llenaba de satisfacción y continuaba corriendo a toda velocidad.
Las primeras cinco cuadras eran todo de frente, sabía que al chocar pared debía voltear a la izquierda y al hacerlo sentía que poco a poco me iban alcanzando, de repente porque tardé en girar o me abrí mucho; sin embargo, seguía adelante, aunque ya no volteaba a mirar.
Corría sin detenerme y comenzaba a escuchar a mi corazón palpitar con rapidez. Mantenía equilibrada la respiración; pero por más que quería aumentar la intensidad e intentar hasta volar no podía. Poco a poco iba disminuyendo la velocidad y por más que no lo notaba, que no me daba cuenta, atrás me iban alcanzando y no se trataba de mis compañeros.
Doblé a la izquierda en la siguiente esquina y dije una maldición para mis adentros cuando de reojo noté a uno de esos sujetos de otro colegio asomarse, ya me estaba rozando cuando terminé por girar y elevé la velocidad para dejarlo; pero el tipo era rápido y lo tenía cada vez más cerca.
Volví a doblar a la izquierda como mandaba el rumbo y el segundo lugar giró a la derecha -ante mi completa sorpresa- y me pregunté, ¿Adónde rayos va? y en ese momento, el tercero, que era uno de mis compañeros, me dijo: Han cambiado la ruta, ahora es por aquí. Todo fue tan rápido que recordé no mirar con detenimiento el afiche y tampoco oír con atención al profesor, estaba complemente seguro que tenía la rumba en mente; pero en ese instante me cuestioné: ¿Por qué darían afiches si todos sabían la ruta? Tuve que sacar fuerzas de mis entrañas e incrementar la velocidad. Me hallaba tercero y quedaban algunas cuadras para la meta, las mismas que eran de forma horizontal. Corrí tan rápido como pude y sobrepasé a mi amigo; pero el otro se hallaba más adelante y por instantes creía que no lo lograría.
No tuve tiempo para seguir pensando en mi error, corrí y corrí tan rápido como pude y mientras lo hacía sentía que mis piernas pesaban, que el sudor que caía por mi frente irritaba el ojo y que el sol se volvía insoportable; mas no quise parar, continué y logré estar a un cuerpo de distancia. El chico trotaba, también se hallaba agotado y se creía confiado; pero cuando me vio quiso acelerar y yo también hice lo mismo y estuvimos a la par durante gran parte de ese último tramo y faltando pocos metros aceleré con entusiasmo y pude por fin sobrepasarlo sintiéndome satisfecho por cuestión de segundos porque el fulano avanzó y sorpresivamente se me cruzó, llegando a la meta antes que yo.
No todo quedó ahí. Por más cansado que me hallaba le reclamé, no se vale cruzar de ese modo en una competición de carrera.
No quiso responder y comencé a tildarlo de picón, entonces se calentó todavía más y llegamos hasta pecharnos; pero luego llegaron los demás y nos separaron.
El profesor de E. Física se acercó rato después y le pidió explicaciones al profesor del mismo curso del otro colegio, quien le aceptó que había hecho trampa; pero a la vez se excusó diciendo que era su último recurso. Para entonces no quería saber nada, había dado mi mayor esfuerzo para quedar segundo de esa manera.
Mis amigos me alentaron, también lo tildaron de picón e incluso, el profesor de E. Física, en un magnifico acto, me dijo que yo había sido el justo campeón. Me pareció genial que me dijera eso, a mis once años me sentí muy contento.
Después se aparecieron mis viejos y me dijeron prácticamente el mismo argumento; aunque mi Papá añadió que hubiera hecho lo mismo; pero le dije que no me la esperaba, que no creía que pudiera cruzarme de esa manera. Acotó que lo olvidara y de igual manera había logrado un buen puesto.
Lo curioso fue que el día de la premiación, el supuesto ganador no llegó y al momento de recibir mi premio me aplaudieron con entusiasmo. Fue emocionante; aunque admito que el premio (un vale por cincuenta soles de compras en un centro comercial) no era lo que esperaba, no para un niño de once años que únicamente anda pensando en jugar a la pelota.
Terminé dándoselo a mi vieja y me quedé con el recuerdo de los aplausos y la experiencia de mi primera maratón.

Fin

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