Mi nuevo libro

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lunes, 8 de junio de 2015

Tangentes

- Despierto muy temprano; aunque estoy seguro que otras personas lo hacen aún más temprano. Resulta tedioso dejar la cama; pero una buena ducha me revive y el café activa sentidos.
Es el último día de mi clase de Redacción, espero que se note mientras vaya escribiendo. Pienso en la posibilidad de incursionar en otro curso; pero por otro lado medito acerca de un futuro examen de admisión (Sí, voy a estudiar Literatura) y resuelvo tomar todo con calma, prepararme bien y lanzarme. En ese lapso la idea de elegir otro taller se desvanece y me enfoco en los benditos números.
¡Malditos números! Son mi eterno némesis. Nunca he sabido manejarlos y me he excusado en desmerecer su utilidad; sin embargo, resultan necesarios.
En mis tiempos de colegio fui el peor alumno en la clase de matemática. Llevé el curso todos los veranos de los cinco años, era como se dice: Un caserito.
Curiosamente, ahora que lo recuerdo, tuve distintos profesores y ninguno supo hacerme entender como carajos se halla la maldita X dentro de una figura geométrica.
De hecho, tuve un profesor particular, un viejo pelado y sonriente, me explicó cientos de veces el modo de factorizar la monstruosa cantidad para que al final saliera 1. No entendí.
Ahora esbozo una sonrisa y la chica a mi lado piensa que la estoy coqueteando. El bus por la mañana suele estar repleto de todo tipo de personas, ¿Cuántas historias habrá aquí? Es una pregunta interesante.
Empecemos por esta chica, lleva gafas y atuendo universitario, el morral y la casaca, los tenis y los leggins. De unos veinte a veinte y dos años. Es agraciada, no lleva el cabello ondulado como me encanta en las mujeres; pero le quedan bien esos lentes, le da un aire intelectual a menos que sea pura poseria y vea perfecto y solo los use para dar esa perspectiva.
Me divierten los poseros o monos como suelen decir algunos.
Conozco a muchos; pero no son mis amigos. Se enganchan con una onda y no la dejan hasta encontrar otra.
Lo llamativo es el cambio radical y eso me resulta demasiado chistoso.
Observo por mi ventana cuando no tengo ideas y lo veo caminar por la acera que divide el parque, no es por burlarme; pero llamo al hermano que este cerca y le digo: Mira, ese huevon esta vistiendo o luciendo o haciendo eso ahora. Él, quien también sabe acerca de la monería -valga el término- no deja de reír mientras lo observa.
¡Pero es que es tan obvio! Y bueno, uno se divierte con estas ocurrencias.
El cobrador se acerca haciendo un chasquido con las monedas, le pago y me entrega un boleto. Estoy escuchando a Sabina, me comienza a gustar más, tiene buenas letras.
Un amigo me ha recomendado a Gian Marco; pero no le voy a dar una oportunidad hasta nuevo aviso.
Es insoportable el tráfico de las mañanas, se arma un nudo en La Bolichera y se hace imposible atravesar; pero yo estoy saliendo temprano y por eso estoy tranquilo. ¿Qué sencillo, no? partir de casa a una hora promedio y saber que a pesar del embotellamiento vas a llegar puntual.
Esbozo una sonrisa y me relajo, la canción también ayuda, es una balada bacán que me gustaría cantar en la soledad de mi habitación; pero no en el bus. A menos la tarareo.
He olvidado mencionar que no estoy cómodamente sentado; pero es bueno no ser tan alto, como el tipo a mi espalda que debe doblar el cuello. Qué jodida situación. Oigo buenas canciones, miro por la ventana y la chica a mi lado ya no piensa que quiero algo con ella.
Esta parada al igual que yo, mira la ventana como yo y espera que la señora que se encuentra en un prodigioso asiento al lado de la ventana se baje en la siguiente esquina. Lógicamente se lo voy a ceder; pero sería genial que bajaran las dos.
Hace años una muchacha pensó que la estaba afanando del modo más vulgar que pueda existir.
Llevaba tiempo esperando a una flaca, no recuerdo exactamente a quien, en un segundo piso del pateo de comidas de un centro comercial.
Hacía un calor de aquellos y yo, estúpidamente, salí con jeans. Me dio una cólera tremenda haberme puesto pantalón creyendo que el amanecer gris se prolongaría hasta la noche.
Resulta que un grupo de muchachas acababan de comer, las chicas se adelantaron y una se quedó a recolectar los desperdicios y arrojarlos a la basura. Yo estaba mirando abajo por si mi cita llegaba cuando esta muchacha me vio en el momento más inoportuno que pueda existir, rascándome las pelotas.
Sorprendida, felizmente que no asustada o tal vez lo estaría en segundos me hizo leer sus labios.
E N F E R M O… Traté de explicarle con señas y del mismo modo en que lo dijo; pero se largó tan rápido como pudo. En mi situación confusa y complicada no me quedó remedio que zafar del lugar.
Hubiera sido una vergüenza del tamaño del estadio Nacional si se acercasen los guardias de seguridad.
Ahora que lo recuerdo me da mucha risa. Esa mujer que habrá pensado, que soy un maldito enfermo sexual. ¡Dios, qué risa! Me da recordar ese suceso.
Desciendo del bus y camino hacia el Centro Cultural, todavía llevo los audífonos puestos y Alejandro Sanz me canta “Un zombie a la intemperie” es una canción nueva, no me gusta de todo; pero le estoy dando otra oportunidad.
Alejandro Sanz siempre va a ser mi cantante favorito; aunque no se qué diablos haya hecho con la esencia de sus letras. Parece como si quisiera no ser él. Desde que hizo esa horrible canción con Shakira todo cambió. Dejé de comprar sus discos originales y comencé a bajarme las canciones de Ares (ahora de Youtube, obviamente). Ya no me nacía comprar sus discos porque las canciones no eran del todo buenas. Lo que trato de decir con “buenas” es que no me hacen sentir, no me emocionan como lo hacía y hace “Siempre es de noche”, “La fuerza del corazón”, “Si tú me miras” esta última una de mis favoritas por años, inclusive se la dediqué a mi primera chica y hasta le canté algunas estrofas.
¿Qué habrá sido de su vida? Pues duramos una semana, ¡Sí, una semana! y me terminó por teléfono.
Es irónico, yo tratando de conquistarla durante meses y cuando por fin pude besarla, saber que me quería o le gustaba bastante me cortó y para colmo por teléfono.
Obviamente me sentí terrible.
Estaba en mi habitación escribiéndole una carta de amor, lleno de ilusión y ansias porque fuera fin de semana y pueda ir a visitarla y al menos darle algunos besos o simplemente verla. Mi vieja me avisa diciendo que me están llamando por teléfono, voy enseguida sabiendo que es ella y de repente, ya no estamos. Claro, ahora que lo recuerdo llega a parecer hasta cómico y es bueno verlo de ese modo.
Nunca me gustó hablar mal de una mujer; pero solo diré que con el tiempo y las malas juntas se volvió distinta.
No hay nadie en el salón, soy el primero como algunas veces. Me acerco a la cafetería y pido un café para el alma.
Me da risa decir eso: Para el alma.
Qué bien me atienden acá, todos son gentiles y serviciales.
El café es delicioso y preciso, está haciendo un frío de aquellos y esto me calienta. Pensé en fumar un cigarrillo pero lo mejor es guardarlo para el viernes. Solo fumo fines de semana, en reuniones o fiestas, raras veces días como estos.
No tengo al cigarrillo como vicio, lo mío es escribir, escribir y escribir. Ah y jugar pelota.
Siempre quise ser futbolista; pero mis sueños terminaron cuando cumplí 19 y todavía jugaba en la cancha de mi barrio. Mi primo y un amigo cercano (ahora recontra lejano) íbamos a entrenar a un equipo popular de la ciudad y quiero ser honesto, yo no sé si fue por falta de talento o por la siempre presente argolla; pero nos separaron. Sin embargo, cuando veo el fútbol nacional me repito dentro de la cabeza: La hubiéramos hecho linda como futbolistas, porque estos huevones son más malos que los bandidos.
De hecho, ese amigo (ahora lejano y me apena) creo que nunca lo superó e imagino que si alguna vez vuelvo al lugar de los entrenamientos voy a verlo dando vueltas a la cancha.
Y no va a ser un espejismo, será una eterna realidad.
Yo por mi parte me dediqué a escribir y mi buen primo a estudiar una carrera.
Hace años cuando tomábamos hasta el amanecer recordábamos esos viejos momentos tras la pelota en los partidos de entrenamiento.
Siempre llegamos a la conclusión que nos faltó convicción. Es una palabra fuerte, es una palabra que me gusta mucho por el significado, todo lo puedes teniendo convicción, no cabe duda y en ese entonces, a los 15 o 16 años no la teníamos bien clara.
No obstante, los sábados jugamos pelota, es una cita imperdible; aunque ya no salgan los mismos al menos logramos sacar dos equipos y nos divertimos un par de horas.
Llegan las chicas, me saludan y se acomodan, preguntan por el libro y como fue, como surgió y demás, me encantan esas preguntas, yo disfruto responder con amabilidad, siempre que se trate de mi libro, yo gustoso contesto a todo.
Estoy orgulloso de mi libro, suena a cliché: Es un sueño hecho realidad. Me hace feliz haberlo terminado y logrado publicar, estoy contento por el aumento de lectores y me motiva trabajar en lo que amo y me apasiona. Es bacán porque todos me apoyan, familia, novia y amigos -ya no tengo muchos amigos- pero los que quedan se hacen presente.
Me da nostalgia mencionar a mis amigos, muchos ya son padres y líderes de familias, otros están recontra pisados y algunos simplemente ya se alejaron. Perdí a mi mejor amiga por estupideces que pude evitar o no lo sé, a veces la extraño, sucede mayormente cuando no tengo a nadie con quien charlar acerca de los miles de temas que entablábamos.
Acaba de entrar el profesor. Bacán, esto va a empezar, me van a entregar mi diploma y es posible que más tarde salgamos y vayamos a Starbucks, es un buen grupo y sería genial seguir en contacto.
Ya inicia la clase, pero antes de concentrarme voy a leer el WhatsApp de mi flaca.
Listo preciosa, en la noche te busco. Celular en vibrador y a enfocarse en el expositor.
Es curioso como uno logra pensar en tantas cosas mientras realiza los quehaceres de la mañana.

Fin

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