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lunes, 18 de marzo de 2019

Desolación

- No hay ángeles en el cielo, hay sangre de tu vientre en el edredón.
No existen los Campos Elíseos, hay una sala de emergencias donde te espero.
Vivo de recuerdos borrosos acerca de sucesos que creí vivir. 
Me amarga saber que estoy volviéndolos a perder.
Y mientras tanto, en una camilla te encuentras andando. Aprieto tu mano y junto a médicos arribo contigo. Una oración sale de tu boca, las maldiciones de la mía. Sabemos que el clima es oscuro, pensamos en todo lo vivido hasta esa fatídica noche; yo no creo en seres celestiales que vienen a curar males mortales; pero tus ánimos dictan una esperanza abstracta para mí que enfatizas apretando mi mano y llorando poco antes de entrar al quirófano.
Si hay un Dios sobre las nubes, este nos abandona todo el tiempo para jugar a las cartas.
Pateo el tablero cuando no te veo, aprieto el puño tan fuerte para sentir crujir los huesos; odio a los seres luminosos que rigen el universo, detesto a los dioses en sus barcas celestiales y ruego clemencia como un inofensivo humano ante lo desconocido, ante lo inexistente, en busca de un antídoto para tanta angustia.
Nadie escucha. Nadie está aquí.
No hay esperanza, hay desolación en decibeles diabólicos.
No hay sueños, hay recuerdos que aparecen imaginarios.
Resguardo la mirada detrás de una palma y no existe palabreo humano que desate la calma. Y no hay clamor gentil que apacigüe el dolor de las entrañas.
Mandil blanco se acerca, comenta lo sucedido con fríos detalles, escabrosa facilidad para aniquilar los sueños de seguir viendo la danza perfecta de tu vientre al ritmo de un cantar y ese palabreo sublime de una madre enamorada que le hable a un ser interior con cántico clamor.
Ya no existen los sueños más poderosos que decíamos tener, que nos contábamos antes de dormir tras escuchar el sonido de un vientre elevado como montaña que resuena como grillo en la noche cada vez que tocamos con suavidad la delicadeza de su cima alucinando mutuamente que pronto veremos un pequeño andar cuyos pasos de porcelana se harán notar en la planicie de nuestra sala que será similar al universo ante su mirada.
Una puerta se abre, su luz se ha apagado. Espinas perforan su piel, se observan las líneas de su débil palpitar y un beso le clavo en la frente añorando que despierte en nuestra cama un día antes a esta maldita tragedia.

Fin

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