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domingo, 24 de marzo de 2019

Un día cualquiera en este marzo

—Jennifer Lawrence, ¿quieres ser mi novia? —, — ¡Por supuesto! — Nos besamos de inmediato como dos seres desesperados por anclar en esta vida y dejar que todo el amor fluya en su camino.
— ¿Qué suena? — Pregunta confundida interrumpiendo al beso. ¿Es un temblor? Le temo a los temblores, añade enseguida recostándose en mis enormes brazos.
—Tranquila, yo te voy a cuidar, preciosa— le digo clavándole un beso en su cabellera rubia.
— ¡Temblor! ¡Temblor! — Grita el desquiciado vecino. Abro los ojos, veo el techo blanco de la habitación, siento un enorme fastidio en mi interior, me levanto de golpe de la cama, acerco a la ventana y grito: ¡Oye tigrillo! ¡Vas a crear la histeria colectiva! Y eso mata más personas que los sismos.
Más calmado vuelvo a la cama, me siento al filo y reflexiono sobre el sueño.
— ¿Por qué solo en sueños puedo tenerte? — Pregunto con voz de melancólica que llega a sonar ciertamente graciosa. Enseguida, me meto a la ducha.
El agua helada me despierta por completo, abro las cortinas tras vestirme dejando que el señor sol ingrese y enciendo el televisor para ver un documental de historia o astrología antes de salir rumbo a la maestría en la universidad.
No veo noticias. Las matanzas, estafas, robos y demás me tienen harto, prefiero vivir en una burbuja que andar irritado y estresado por lo que los presentadores comentan.
El mundo es casi una mierda, de eso estoy seguro; pero día a día intento pintarlo de color positivo con mis acciones. Debido a ello, le doy de comer al gato, lo llaman Gatosaurio, le doy de comer a Dolly, le digo mi amor, y después, preparo el café.
Tomando café veo un documentan de treinta minutos sobre planetas extrasolares, es muy interesante y didáctico. Tal vez, no nosotros; pero sí nuestros nietos o los nietos de ellos irán a colonizar otros mundos. Esto parece sacado de la ciencia ficción; pero lo mismo decían quienes leían a Julio Verne. Todo es inevitable.
Soy adicto al café, tengo un enorme pote de café directamente de Chanchamayo (la verdadera tierra del café) y puedo beberlo tantas veces quiera; pero le meto dos tazas para empezar el día con una actitud recontra desenfrenada. Tal vez sea por eso que escribo, leo, vuelvo a escribir, mando audios, camino veloz, hablo con todo el mundo y sigo haciendo lo mismo con fenomenal rapidez durante toda la mañana, pues, me mantengo terriblemente activo debido a mi bebida negra.
Acaba el documental, me siento con mayor conocimiento, adhiero más sabiduría a mi mente, pienso en, ¿con quién carajos voy a hablar de esto? Y luego, tras una risa y lamentando la muerte de mi camarada Hawking, me alisto para salir de casa.
De repente, un mensaje: Recoge a la pequeña hoy.
Motivo para sonreír.
Me peino frente al espejo, roseo perfume en la piel del cuello y tras volver a sonreírle al sujeto agradable del frente cojo mi maleta (que a veces suele llevar otra cosa que no sea un cuaderno) y cierro mi habitación para salir de casa sin despedirme de nadie; pues, esto de vivir solo a veces es una completa desolación. Sin embargo, adoro que sea así.
Subo al auto, enciendo, sintonizo unas canciones geniales como ‘Vive la vida’ de Coldplay y empiezo la monumental travesía hacia la universidad no sin antes encontrarme con el chibolo de siempre que veo en la esquina esperando su movilidad escolar junto a su hermano y madre, el tipo todo el tiempo viste de buzo, sujeta una pelota pegada a su cuerpo y viste llamativas zapatillas deportivas, me recuerda a un sujeto que conocí hace unos veinte o más años, un tipo que amaba tanto el fútbol que incluso soñaba con jugarlo en una liga importante del planeta. Pienso que ese muchacho va a llegar lejos, a menos que decida meterse a estudiar Derecho y sea uno de esos cientos de miles abogados, de hecho, tengo como a cincuenta en mi WhatsApp, ni que decir de mis redes. En fin, espero que sea un buen 9.
El tráfico de Lima está hecho para darle trabajo de los psicólogos, psiquiatras o terapeutas masajistas. A veces pienso que debería vender el auto y comprarme una máquina que me teletransporte (y si aún no existe) tal vez tener un enorme drone que me lleve. Bueno, caeríamos juntos porque peso como 80 kilos.
Aunque, si llego a ser realista, tal vez prefiera el metro o el bus, así podría estresarme menos. Pues, pondría música o leería un buen libro mientras que el chofer y cobrador se agarran a gritos con los demás.
Una chica preciosa acaba de cruzar la pista en verde. Solo porque es bonita nadie le dice algo, yo quiero decirle: Muñeca, por favor, ¿puedes esperar a que sea verde? Pero seguramente me mostrará el dedo del centro bien abierto. A veces la gente anda enojada y apresurada por todo. A veces pienso que los trabajos valen más que la vida. La gente suele estar muy loca.
Canta Alejandro Sanz, curiosamente, ‘La fuerza del corazón’. Me relajo, me siento tranquilo, es como si toda una ola de buena vibra me asaltara de pronto, estoy tan calmado que olvido avanzar. Un tipo me toca el claxon como si estuviera colocando su ira en ese botón. Avanzo, se pone a mi lado y veo su rostro furioso vocalizando puteadas. No tengo ganas de responder, prefiero andar fresh y sin problemas. A veces pienso que la gente lanza su ira a todos porque estamos todos locos.
Al fin visualizo Plaza San Miguel, de hecho, uno de mis lugares favoritos, ¿he contado que tuve una novia que vivía por aquí y con quien solíamos pasear por los alrededores disfrutando de los días de semana con suma paz y tranquilidad? Era de las mejores novias que he tenido. A veces pienso en ella, en su forma de ser, en su forma de proceder, en su trabajo, en sus sueños, en cómo me quería, en cuanto me amaba, en todo lo que hacía porque estemos bien. En que fui un idiota. Y en fin.
Eran tiempos diferentes, yo era distinto, yo no era este de ahora, yo era alguien totalmente desigual; pero son otros cantares, ¿no? Hoy este texto es sobre mi mañana de un lunes cualquiera.
Llego a la universidad, estaciono como Racer X y me bajo con una pasividad increíble a pesar de estar a pocos minutos de comenzar la clase. Resuelvo comprar un café para llevar, otro, sí, otro, y camino a paso casi lento hacia el salón.
Abro la puerta pidiendo permiso y saludando a la maestra, las personas me miran entre sonrisas y murmuros como escolares, les devuelvo una sonrisa y me adentro.
Presto atención a todo lo que dice sin usar mis cuadernos. Generalmente los apuntes los desarrollo en la cabeza y alguna que otra idea pequeña la anoto. Apunto palabras, no argumentos.
De repente, una llamada. No contesto, obvio; pero enseguida recibo un mensaje: A las 12 vas a recoger a la bebe. Sonrío viendo el celular y cualquiera que me viera sabría o imaginaria que estoy mirando una charla con la novia o esposa; pero no es así, es mucho mejor que eso.
El tiempo que trascurre después es como si estuviera en una nube de conocimiento y pensando en los próximos sucesos maravillosos.

Fin

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