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lunes, 25 de marzo de 2019

La llegada (a casa)

- Llego a casa, introduzco la llave muy despacio, giro el pomo sigilosamente, un crujido intenta evidenciarme; hago un alto, asomo una mirada sagaz para ver sombras en la oscuridad y empujo para abrir por completo.
De pronto, se encienden las luces. En frente, sentadas en el mueble principal se encuentran tres personas que comparten el mismo corazón.
Mi mascota, mi vieja y la pequeña princesa repartidas en tres tajadas del sillón guinda que compré para que leyéramos durante los primeros vestigios de la noche.
Mi madre pierde la carrera, no tiene tiempo ni siquiera de alistarse; la perrita avanza a cuatro patas con natural rapidez; pero la doncella, en un acto divertido y muy picón, le cierra el paso haciendo que se despiste e impacte contra el otro mueble como si fuese una esponja.
Sus pasitos de porcelana llegan a la meta. Estoy inclinado de tal forma que logra caber por completo en mis brazos. La oigo decir cuánto me quiere y ha extrañado en un palabreo que se confunde con las caricias que me otorga y le planto un beso con sabor a también te he extrañado, preciosa, en esas cálidas mejillas que acaricio cuando la veo dormir. Se mantiene impregnada en mi piel, me levanto llevándola por lo alto de la sala como todas esas mañanas, tardes y noches de los doce meses en los últimos años.
Claro que la mascota rasca las piernas en señal de atención, con una mano despeino su pelaje y le hago un sonido para que su cola siga moviéndose, todo esto lo observa mi vieja mostrando una sonrisa y después con una risa. Le pide calma al hijo perruno pero hace caso omiso, la pequeña doncella aprieta el cuello para no zafarse nunca y yo avanzo hacia el mueble para sentarme un rato a descansar luego de un largo trajín en bus y avión con la piel bronceada, una maleta gigante que por fin he dejado en el umbral y ganas tremendas de acostarme en una cama para prender la tele junto a mis amores y disfrutar del resto de la tarde en abundante ternura.
Pero antes, me riego en el mueble, la princesa comenta sus quehaceres en los días anteriores mientras juega con mi rostro, al fin la mascota ha caído en mis piernas y lame la cara. Ambas juegan conmigo demostrando su afecto, mi vieja observa y deja caer su mano en la rodilla como quien dice o piensa, dejaré que ellas te disfruten. Yo ya lo hice por miles de años. Se levanta con una sonrisa y pregunta si tengo hambre, elevo la mano en señal de acierto y avanza hacia la cocina, en el camino escucha ‘te traje algunos regalos’ y veo que sonríe mientras sigo atendiendo a dos seres llenos de amor en decibeles estratosféricos que no tienen deseos de dejarme.
Y aquello, me fascina.

Fin

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