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viernes, 11 de enero de 2019

No tengamos un final 3/3

La veo con seriedad, sus ojos brillan, cautivan porque son preciosos y entonces le respondo: No deberías hacerlo.
Enmudece.
— ¿Por qué? — Es la inevitable pregunta.
—Porque deberíamos ir juntos— le digo con una sonrisa.
Su semblante cambia por completo, esboza una de esas sonrisas preciosas capaz de iluminar hasta la lejanía del mar.
Me entrega un abrazo poderoso, difícilmente comparado a los de oso; pero resulta enternecedor y calmante. Resuelve llenarme de besos en las mejillas, detenemos la mirada fija y nos plantamos un beso a quemarropa. Se siente emocionada como si hubiera logrado una gran hazaña, logro entender mientras que la beso que su objetivo era el hacerme entender las ficciones y filtrar la realidad para poder compartir un porvenir.
¿Tanto tiempo para lograrlo? ¿Qué ha sucedido durante ese periodo? Habrán muchas preguntas que ambos tendremos que responder; sin embargo, el asunto camina bien.
Nos levantamos de la banca, ella quiere caminar, cada vez que está feliz quiere hacerlo; yo también lo hago, caminar es un ejercicio que adoro y hacerlo charlando es mucho mejor.
Coge mi mano por inercia y sonríe. Es preciosa, no puedo negarlo, puede que me guste lo suficiente; aunque todavía no me encuentre realmente enamorado y aquello se construya otra vez paso a paso, es un gran escalón el sentir lo que siento.
—Podemos volver a intentarlo cuando me ponga bien— dice al tiempo que andamos.
Un recuerdo fugaz pasa por mi mente. Ella tomando muchas pastillas. Ella escondida en el baño. Ella escondiendo los medicamentos debajo de su almohada. Yo rogándole que se controle, que el embarazo no amerita medicinas de ese calibre. Ella ignorando mis palabras, yo tratando de hacerle entender que le haría mal al bebe. Ella obstinada, yo intentando salvar.
Los había sepultado en el tártaro de mi corazón, cuando nos separamos no quise volver a esos sucesos, no quería recordar ese rencor que le tuve tras la inevitable tragedia, no deseaba tener de vuelta a esos momentos.
Un recuerdo que quise olvidar.
Culpé a Dios por contagiarle ese pensar, la culpé por hacer una estupidez y a mí por no haber podido hacer algo más.
Por eso nos separamos, porque yo no podía creer que tanta mierda pudo haber sido real. A veces uno aísla lo peor para no tenerlo jamás, solo se queda con algún que otro suceso para el dolor de las madrugadas de domingo. Ahora todo se amontona, se renueva, sale a la luz y duele como fuerte punzada en el corazón.
Me detengo. Quiero verla a los ojos y decirle que tuvo la culpa; quiero abrir los brazos y mirar al cielo para putear a Dios. No puedo. Algo dentro me impide sentir más odio, por eso mi vida se volvió tan banal y después llegaron las alucinaciones. Verla en el juegos, en el parque, saliendo de la escuela, etcétera.
Todo fue parte de una tangente que inventé para no odiarla. De un mundo donde únicamente estuvimos ella y yo. Una pequeña y un padre. Nosotros como debió ser. Pero Dios lo arrebató. Pero ella lo sugestionó. Se me escapó de las manos y las ficciones de mis textos lo hicieron real, lo volvieron tangible, lo hicieron una locura en la que me encontraba feliz, satisfecho y realizado, porque era lo único y más preciado que deseaba para mi existencia.
Entonces comencé a pensar más en la bebe que en ella y su realidad, me convertí en un tipo que escribe miles de ficciones y las comparte solo para el espejo y después las viví como si fueran reales, ciertas, tangibles, lógicas y sensatas. Ella no estuvo de acuerdo con ello, luego entrando en razón lo conjugó mejor, se dio cuenta -o tal vez así lo creo- de su error y quiso remediar siguiendo aquí; pero yo ya estaba lejos de una realidad. Yo andaba en otro planeta junto a quien nunca existió; pero allí estaba, conmigo, en una continuación interdimensional de mi vida donde era feliz. O lo soy.
— ¿Qué tienes? — Pregunta de nuevo.
—No fue tu culpa, Ángela—.
Me abraza con fuerza.
—Los médicos dicen que en un tiempo podré estar mejor y tal vez, con tratamiento pueda hacerlo otra vez—.
—Se honesta. ¿Lo quieres? —
Me mira. Todo cambia en un segundo.
—Descuida, no hay presiones— le digo con una sonrisa.
—Eso es genial, amor—.
Ese amor me resulta bonito, una palabra que no he usado en años, a las mujeres con quienes he estado las llamo por su nombre, pienso con una risa.
—Hagamos algo, viaja ahora y yo lo hago en unos días. Tal vez pasando bajada de reyes, ¿te parece? — Le digo con calma y rosando sus mejillas.
—Claro; pero, ¿te sientes bien? Quiero decir, de tu cabeza. De tus alucinaciones con ella. Me hubiera gustado; pero en ese entonces, yo, yo, realmente, yo, bueno, estaba, no sé, no sé qué pasaba conmigo—.
—Olvídalo. Y sí, estoy bien, acabo de entender que nada de eso es real, que todo es meramente una ficción, un invento literario del cual quiero ser parte porque lo he deseado con mucha fuerza, al punto que lo hice satélite de mi planeta; pero debo alejarme de ello y tocar la realidad para poder estar contigo—.
Sonríe.
—Acompáñame a mi casa y luego al aeropuerto— dice enseguida.
En cuestión de minutos estamos en un taxi rumbo al avión. Su vuelo es pronto, se encuentra ansiosa, yo estoy sonriente; aunque pensativo. Divago entre mis ficciones y la realidad, entre esos sucesos trágicos y los que están por venir, quiero dejar mi odio y empezar a amar; pero no puedo, realmente no puedo, sacar de mi mente esos grandiosos momentos que viví con ella a pesar que se tratasen solo de mera imaginación. Me hicieron y hacen feliz, ¿Qué es la vida si uno no es feliz? ¿Qué es la realidad si no está junto a tu felicidad? Si mi locura literaria por inventarla me hace feliz, yo quiero estar allí.
Sentados en espera todo parece ir rápido. Le regalo algunas sonrisas, recibo un par de besos y me abraza como si pudiera leerme la mente y supiera lo que hay dentro. Para mí ya todo está hecho, me siento diferente, como seguro de lo que quiero, antes no hubiera sentido esto, de repente por eso mi intención de llenar los días con camas ajenas. Las ficciones me ayudan. Claro, enloquecen; pero, ¿a quién daño? Si solo imagino y sonrío donde quiera que esté.
Ella quiere un mundo para ella, yo ya tengo mi mundo, ya tenemos nuestros planetas y nos separa un abismo, yo no quiero volver a ese pasado, tampoco tener recuerdos cuando la vea seguido, recordar me hace daño.
Ya no siento lo mismo, se acaba de ir el último vestigio de un amor, este es el fin.
Es curioso que sea yo quien tenga su catarsis. Dejo el rencor y mi odio total por abrir los brazos vivir mi realidad. Aunque no sea igual para otros, aunque me vean diferente, es mi realidad y la aprecio como tal.
Quiero una vida nueva, una oportunidad de andar con su imagen mental hasta el punto en que se borre, en que se nuble, en que se vaya y poder construir algo diferente, con alguien que no sepa sobre mí, con alguien que no quiera saber de mí. Alguien con quien no tenga recuerdos y cree otros en nuevo universo.
Todos tenemos un mundo, nosotros ya construimos otros después de destruir el que tuvimos.
Llaman a su vuelo. Se encuentra cerca para un abrazo de despedida, me ve a los ojos y lee lo que hay adentro.
‘Lo lamento, Ángela; pero no iré a Madrid’.
Sin embargo, no pronuncia palabra alguna. A veces es mejor así.
Un abrazo de despida y ella volando por los aires.
Mi catarsis total, la suya también y cada quien por su lado.
Yo vuelvo a casa, me encuentro con las ficciones, escribo sobre una tangente, un mundo que quise, situaciones que no pasan; pero ocurren, momentos que la mente los archiva como reales. Creo que existe, tal vez en alguna parte de otra dimensión y la atrapo en mi literatura.
Está aquí, conmigo y ya no siento rencor, tampoco ira ni me siento vacío.
La tengo ella y eso me completa.
Al final de la historia no fuimos como esa pareja de ancianos enamorados, hubo un momento bisagra en lo que vivimos que nos condujo a un final con forma de catarsis.
Creo que yo que terminamos por ser libres en otras realidades.
Nota final: Si la locura nos hace felices, seamos todos unos locos.

Fin

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