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domingo, 29 de mayo de 2016

Reconciliación

- Extraño los momentos preciosos que mueren cuando empieza el intercambio de groserías. Besos disecados, abrazos efímeros, corazones rotos, sueños manchados, soledad acercándose. Se trata de la discusión, enemiga de las relaciones, amiga de las enemistades y sonriente visualiza el ambiente llamado guerra. Entre orgullo, terquedad y una dosis de soberbia van cayendo nuestros combatientes: Esperanza y Amor. Ya nadie recuerda como comenzó, solo importa quien tenga la razón; aunque sabemos, cada uno de los dos, que quien pida la disculpa, será quien pueda darle fin a esto. No obstante, aún estamos lejos de aquello. Discusión, vienes a joderme el día. Reconciliación, acércate y entrégame un nuevo día.
Nos encontramos a kilómetros de distancia, nos separa un abismo profundo llamado cama. Te encuentras sentada sobre la cama apoyándote en el espaldar mientras que yo de espalda a tus ojos y sentado sobre una silla de la mesa de noche, en silencio y pensando, voy asimilando lo sucedido.
Sé qué lloras a causa de lo que dije. La ira y adrenalina, sin intentar justificarme, me hicieron decir cosas que no siento ni pienso. Pero también me duele lo que dijiste, no creí que pensabas eso de mí. Quiero creer, en el tiempo que pienso, que no es verdad.
Sé que el enojo nos hace decir cosas que no sentimos y que luego lamentamos.
El tiempo pasa y aún permanecemos distanciados. Nadie se propone a conversar, nadie se propone a suavizar altercados. Ninguno quiere ser el primero en ofrecer una disculpa.
Ambos estamos dolidos, acongojados y mortificados; mas no, enojados, porque el enojo ya se disipó.
La conozco lo suficiente como saber que no será la primera en ofrecer la disculpa y sé que piensa que no seré yo quien lo haga primero.
Acerco mi mano lentamente, en busca de la suya. Al encontrarla, intento encontrar su mirada; pero esta se encuentra escondida detrás de la palma de una mano. Quizá, ocultando su rostro lloroso. Sujeto su mano delicadamente y logro acercarme sigilosamente.
Sin dudarlo, intento abrazarla. Refugiada en mis brazos le susurro al oído, lo siento y le entrego un beso en las mejillas.
Me deja ver su rostro y seco sus lágrimas con mis besos.
En ese momento, me abraza con mucha intensidad, aferrándose a mí. Y la oigo decir, lo siento.
Todo lo que dije no es cierto, le digo. Sabe que es verdad que lo que dije no es cierto; sin embargo, es inevitable sentir dolor cuando el ser a quien amas te califica de desagradable manera. Yo también dije tonterías, dice. Lo lamento mucho, no pienso eso de ti, agrega.
Nos mantenemos abrazados durante largo tiempo. Las lágrimas cesan, el dolor se calma y el ambiente se vuelve cálido.
Una charla optimista resuelve las diferencias. Prometemos mutuamente realizar lo acordado por el bien de la relación y luego, después del beso que sella la reconciliación, la cama, la misma que nos separaba, nos une durante lo que resta de la noche.

Fin

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