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miércoles, 9 de septiembre de 2015

Viernes por la noche

- Alrededor de las siete de la noche, a veces poco antes, terminada la jornada futbolística de quienes llamábamos “grandes”, le seguíamos nosotros. Entrábamos a la cancha inmediatamente después de verlos alejarse. Previo a ello, nosotros jugábamos en el pasto teniendo distintas dificultades, no tanto geográficas porque lo hacía divertido el lidiar con árboles, arbustos y acera, inclusive, dos árboles y dos arbustos formaban un arco.
Nuestro problema era el viejo espantoso e inmortal (digo esto último porque sigue con vida a pesar de tener como 200 años) de apodo ALF (apelativo que le pusimos y quedará por siempre). Era mi enemigo y siempre intentó despojarnos del parque (con el tiempo comprendí que tenía razón, él solía regarlo y mantenerlo limpio, nosotros lo arruinábamos jugando pelota). Sin embargo, en ese entonces, en lo único que pensaba era en correr tras una pelota y hacer los goles. Todos pensábamos igual, algunos con más intensidad que otros. Entonces, no cabía en mi cabeza otra cosa que no fuera jugar al fútbol donde fuera, con quienes sea y el tiempo que yo quiera.
Cada vez que los grandes salían de la cancha, nosotros ingresábamos para aliviar la ira de nuestro enemigo.
Cabe resaltar que jugábamos desde la tarde, alrededor de las cuatro o cinco y nos restaba físico para lo que se avecinaba.
A esa hora ya no solo éramos dos equipos de a seis jugadores, sino otros más.
Por una esquina aparecían Los Secuaces dirigidos por Murdock (válgame Dios, nunca creí que ese era su verdadero nombre).
En la otra esquina se asomaban Los Chinos dirigidos por un veterano Jair que podría estar jugando con los grandes; pero resolvía foguearse con los chibolos.
Por último, Los Torpes llegaban para contemplar los cinco equipos.
Ahí era cuando iniciaba la verdadera noche de viernes; únicamente futbolera, sin pensar en otra cosa que no fuera hacer un gol y celebrarlo con creatividad (aunque mayormente imitaban las celebraciones que se realizaban en el entonces campeonato Mundial Francia 1998).
Realizábamos el típico piedra, papel y tijera para saber quienes
jugaban primero. Debo admitir que nunca fui bueno para dichas decisiones, siempre perdía y en mi equipo me reclamaban. Resultaba gracioso como mi arquero, el terrible Sagat, me decía: A la otra yo soy quien elige. No le decía nada porque luego podría engreírse e irse, entonces me quedaría sin arquero.
Yo motivaba a mi personal, siendo el mayor y capitán, tenía que mantenerlos vivos, entusiasmados y con la mente en el juego.
Como siempre, el partido era a 10 minutos o 2 goles, empate salen los 2. Jugábamos a 15 puntos, quien ganaba se llevaba la casada de 50 centavos por cabeza. Yo ponía todo el dinero de mi equipo.
Recuerdo que en algunos casos, cuando uno o algunos de los jugadores de un equipo no tenían dinero, lo reemplazaban con un par de taps de Looney Tunes.
Mi equipo no acostumbra a ser el mejor visiblemente, el resto de los jugadores siempre me reclamó, ¿Por qué eliges a esos jugadores? Haciendo alusión a su pobre, a primera impresión, potencial futbolero; pero debo aseverar como siempre lo hice que me gustaba escogerlos porque estaba seguro de lo que podrían ser capaces de dar. Entre ellos mi delantero Vallesito que en ese entonces metía menos de un metro. Le daba los pases y se lanzaba para anotar, no le importaba nada, solo quería anotar y celebrar. Mi equipo era así, no tan bueno en juego; pero con una garra de aquellas.
Una de mis figuras era Mamarro, jugaba abajo, exactamente cerca al arquero, sacaba todas las pelotas y a veces le ganaba en fuerza a los débiles de Gonzalo y Diego. Tenía mucho coraje para el juego.
Yo era el delantero estrella, me alucinaba Raúl Gonzales. Hacia goles de todo tipo y no le tenía piedad a ningún arquero, es decir; los fusilaba. Muchas veces me dijeron que no debía de pegarle tan fuerte a la pelota; pero empatando el juego y faltando segundos para terminar, ¿Qué podría hacer? Si debía de quemar al arquero, iba a hacerlo. Aparte, a mi equipo le gustaba y cuando hacia los goles a los últimos segundos todos se abrazaban y celebrábamos como locos haciendo que el resto se llenara de cólera.
Cuando nos tocaba jugar empezábamos con el pie izquierdo porque nos amoldábamos al juego. Siempre el equipo de Diego, Bruno y Gonzalo se hacía fuerte y sacaba ventaja, Los Chinos de Jair eran prácticamente, solo Jair, mientras que Los Secuaces, al ser todos mayores (digamos casi de mi edad) podría haber resultado ser un contrincante esplendido; pero eran recontra malos.
Me agradaba que a ellos siempre les gustara venir a jugar, sabían que los viernes por la noche eran de fútbol.
No recalco algo distinto en el otro equipo, no bajaban seguido, cuando lo hacían pensaba que se iban a una fiesta porque venían con jeans y zapatillas de tono, en lugar de ropa adecuada, por ello se paraban resbalando ocasionando la risa del resto.
Así eran los maravillosos viernes durante la temporada 1998, 1999 y algún tiempo del 2000.
Jugábamos al fútbol hasta las diez u once de la noche con una increíble intensidad y euforia.
Luego del campeonato nos quedábamos conversando acerca del fútbol mientras tomábamos gaseosa. Cada quien relataba a su modo las distintas jugadas y los diversos goles que vio e hizo.
Sentados al filo de la cancha, exhaustos, hablábamos también del mundial que transcurría y acordamos con los equipos que se iban que el siguiente viernes volveríamos a jugar.
Era una cita imperdible, nadie tenía cosa mejor que hacer que salir a jugar un viernes por la noche.
¡Qué tiempos aquellos! Lo bonito es que siempre serán recordados.

Fin





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