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domingo, 6 de septiembre de 2015

María

- Debo admitir que he intentado arreglar mi matrimonio a base de fidelidad; aunque se me hizo imposible. Tuve algunas escapadas más y mi mujer no quiso seguir, resolvió el divorcio y en eso estamos ahora. Jamás creí que sería tan costoso y tedioso; pero en fin, que se hace. El chupasangre del abogado y su papeleo me tienen jodido, necesito un desfogue sexual, más que echarme sobre la cama. Diría que no soy tan pintoresco, los años no han pasado en vano para mi cuerpo, llevo una panza que parece una llanta y las canas a diferencia de otros no me hacen más sexy. No obstante, llevo la experiencia y la buena labia, con ello he podido acostarme con algunas jovencitas que se abren por un trago; aunque para ser justos, definitivamente, la mejor fue María. ¿Qué habrá sido de ella? No la veo hace unos dos o tres años, ¿Seguirá rentando el mismo departamento? En la 35 de Aviación, caleta como diría mi sobrino. Esa mujercita siempre estuvo rica, disfrutaba cogérmela a espaldas de mi mujer, quien se acostaba temprano creyendo que estaba en el trabajo. ¡Qué buenos tiempos, carajo! Aunque ahora estoy arrecho y no tengo contactos nuevos en el celular. Tampoco tengo dinero para una ramera, el vampiro de saco y corbata se la lleva fácil y mi ex esposa quiere también su tajada. Entre esos dos huevones me están dejando calato. En fin, ya encontraré un trabajo más rentable que el de andar tras un bendito escritorio digitando documentos.
Por el momento, lo que verdaderamente quiero es una buena chupada. Voy a llamar a María, esa mujer siempre estuvo disponible para mí, no cobra, la chupa rico y lo hace bien, como me gusta, que no digan palabras y que abran bien las piernas.
Chapo micro y llego en treinta minutos, lo mejor es que no tengo que darle explicaciones a nadie, ni responder a las malditas preguntas de madrugada, que donde y con quien estuve y tanta huevada que me tenia jodido.
Se frota las manos y aborda el bus que viene. Sube y le sonríe el cobrador para luego preguntarle si se dirige a la avenida Aviación.
Claro pe’ tío, todo Aviación, dice el boletero.
Nuevamente se frota las manos mientras se acomoda en el asiento.
Hoy vas a ganar, maldito, dice mirándose el miembro viril.
Hace mucho que no me siento tan vivo, parece como si me hubieran quitado un par de décadas de encima.
A medio camino coge el celular y marca su número, se lo sabe de memoria a pesar de haber pasado un buen tiempo sin contacto.
Esa huevona no responde. ¿Qué carajos estará haciendo? Espero que no teniendo su boca ocupada.
Suelta una risotada después del último comentario y escucha al cobrador decir: Tío, ¿Qué cuadra de Aviación? La 35 sobrino.
Es la siguiente, míster. Bajo, entonces, bajo.
Lo primero que hace al descender es cogerse las pelotas y sentir el miembro erecto.
Estoy muy arrecho. Ya quiero ver a esa huevona y darle rico como los viejos tiempos.
¡Carajo! No he comprado el trago. Bueno, luego le pregunto por una licorería. Espero que no se achore la alcohólica de mierda.
Camina algunos metros y encuentra la dirección. Toca el timbre y se abre la puerta. Entra al edificio, esta vez sin preocuparse por los curiosos y soplones. Con confianza y seguridad, inclusive, silbando y contando los escalones, se siente como dijo hace unos minutos, como si le hubieran restado edad.
Buenas tardes, caballero, saluda un muchacho de traje y corbata, perfumado y con ramo de rosas en mano.
Buenas estimado, responde el señor intentando ponerse firme para hacerle frente a tanta galantería; aunque no puede ocultar la prominente barriga ni el malgastado bigote que se maneja.
Ambos suben las escaleras a la par, el joven entró después y convergieron en el segundo nivel.
¿De visita? Pregunta el galán. El tío lo mira de pies a cabeza y responde: Si pues, estimado. Vengo a buscar a una chica.
Que coincidencia, yo hago lo mismo, contesta el muchacho mostrando una perfecta sonrisa. Tendría sus 30 a 33 años a diferencia del señor que le lleva unos diez a quince años.
Ambos siguen subiendo haciéndose diversas preguntas.
Bueno, estimado, yo voy a la 28 y usted no lo sé; pero ahí los vidrios, dice el tío y le estrecha la mano.
Disculpe, señor, yo también voy a la 28, contesta el muchacho.
En ese momento, se abre la puerta del departamento 28 y una joven de unos 35 años, embarazada, de cabello lacio y vestida con un bello atuendo ve a ambos y exclama con euforia: ¡Ricardo de mi vida! Abre los brazos y el muchacho se acerca para abrazarla ante la mirada atónica del señor Valdez.
Querida, este señor vino a visitarte, ¿Lo conoces? Ah sí, es el señor Valdez; pero no se que querrá.
Bueno, te espero adentro. Anda, mi amor y por favor, coloca esas lindas rosas en el florero. El sujeto ingresa y desaparece de la vista de ambos.
¿María, ¿Eres tú, María?
Claro, Iván.
Hace mucho que no nos vemos, cuanto has cambiado, dice e intenta rosar su mano con su piel; pero ella lo evita.
¿Ahora estas fornicando con ese tipo? Pregunta exaltado.
Habla bien, no seas un malcriado, reclama la mujer.
¡Me casé hace unos meses! Dice y muestra el anillo.
Pero, ¿Cómo sucedió eso?
Simple, me harté de la vida que llevaba, de acostarme con idiotas como tú y quise reinventarme. Entonces, me fui de viaje a Cusco y conocí a este buen muchacho argentino que se alejó de su país para también rehacer su vida.
Valdez está sorprendido. Se le fue la calentura y sus fantasías sexuales, hasta llegó a sentirse un verdadero imbécil.
María lo supo al ver que no sabía dónde colocar su mirada.
Son otros tiempos, Iván. La gente cambia, crece y sobre todo madura. Tú deberías hacer lo mismo, ve con tu esposa y haz tu vida, no vivas del pasado.
No quiso decirle que se estaba divorciando por causa de sus constantes infidelidades, hubiera resultado más patético de lo que era en ese instante.
Nena, te estoy esperando, se escuchó de repente.
Parece que me llaman. Espero no volver a verte, Iván.
Cerró la puerta en su cara y Valdez se mantuvo allí por algunos minutos. Luego, dio la vuelta y se fue.
Recapacitó durante el camino de regreso al lugar que renta mientras transcurre el divorcio; pero, aunque quiso retomar su matrimonio, no pudo. Todo estaba consumado.
Las personas crecen, cambian y maduran, pensó mientras transcurría lentamente el tiempo, observando el techo y rodeado de soledad.

Fin

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