Mi nuevo libro

Mi nuevo libro
Puedes pedirlo al WhatsApp +51 987774365

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Maestro Barbieri

—Loco, ¿Y esas flaquitas?, preguntó Maculy al ver el display de la conversación.
—Con quien converso es la del centro, respondí mientras chateaba.
—¿Conoces a sus amigas?, preguntó al tiempo que se apoyaba en mis hombros para curiosear mejor.
—Oye, no seas sapo, le dije estirando los brazos para alejarlo.
—Dile para salir los cuatro. Tú con esa chica y yo con su amiga, la de blusa celeste.
No es mala idea, pensé.
—Espera, le voy a decir, le dije para que se calmara.
Se fue a un lado a encender un cigarrillo.
—Fuma en la ventana, le dije.
—No jodas, huevón, respondió y encendió el pucho.
—Al menos arroja las cenizas al cenicero, no seas sucio.
Le alcancé el cenicero que se encontraba dentro de un compartimiento del escritorio y añadí: Dame un puchito.
—Chapa.
—Chévere. Pasa el encendedor.
—Chapa.
Encendí el cigarrillo y me recosté sobre la silla colocando mis manos en la nuca para relajarme.
—Ya le dije para salir.
—¿Firme? A ver, a ver.
—¡Bien, carajo! Dijo emocionado dándome palmadas en la espalda.
—¿Cuándo salimos? Preguntó de igual manera.
—He quedado para mañana a las seis de la tarde. Me ha dado su dirección, checa en la conversación.
—A ver.
—Sí, huevón. ¡Qué paja! Pero, dice para salir los tres. ¿A qué se refiere?
—Simple pues, huevón, tenemos que decirle a un alguien más. Ellas son tres y nosotros seremos tres.
—¡Buena loco! Pero, ¿A quién le decimos?
En ese momento, tocaron la puerta de mi habitación.
—¿Quién es?
—¡Yo pues, carajo!
Era Diego quien entraba con su cabello largo, lata de cerveza en mano y siguiendo el ritmo de la canción que se escuchaba danzaba mientras ingresaba a la habitación.
Maculy y yo reímos al verlo bailar.
—Súbele dos soles de volumen, dijo y como no le hicimos caso, lo hizo él.
Siguió bailando porque la canción le gustaba, a pesar que le dijimos que mañana saldríamos con tres flacas, él continuó moviendo los pies y las caderas, el cuello y de pasada, el trasero.
—Píntame esa jugada, dijo al terminar la canción.
Bajé volumen y le expliqué la situación.
—Ya pues, bacán. Mañana la hacemos con fuerza con esas tres flaquitas.
—Yo quiero a la de celeste, dijo Maculy señalando la foto en el display.
—Bueno pues. Yo chapo a la otra, dijo Diego.
—Y tú a Mariana, con quien estás hablando ahora, dijo Maculy quien era el más entusiasmado.
—Entonces, acordemos todo, les dije a ambos frotándome las manos y dándole la espalda al monitor.
—¿Cómo hacemos? Nos encontramos acá a las cinco, tomamos unas chelas como previos y nos mandamos a su casa a las cinco y media en un taxi. Llegamos a las seis y armamos la juerga hasta las últimas, relató Maculy con una convicción impresionante.
Diego y yo nos miramos sorprendidos y nos echamos a reír.
—Claro pues, locos, díganme si no estoy en lo cierto, dijo abriendo los brazos.
Ambos volvimos a mirarnos y casi a la par le dijimos: Si pues, tienes razón.
—Bueno, vamos a tomarnos unas chelas y luego calabaza cada uno a su casa, dije y todos estuvieron de acuerdo.
Aunque, obviamente, seguiríamos conversando por MSN.
Y así fue. Maculy me tuvo, literalmente, loco durante gran parte del tiempo que estuvo conectado en el MSN.
Me repitió a cada momento el mismo plan que dijo en la tarde, incluso, añadió a Diego a la conversación para acordar de nuevo.
—¡Sí, carajo! Iremos de todas maneras, escribió Diego, añadió algunos emoticonos chistosos y se fue.
Escribí muchos (jajaja) y añadí varios emoticonos.
Luego, me desvié de la conversación para continuar chateando con otras personas; pero el buen Maculy seguía molestando y cuando no le respondía con rapidez enviaba zumbidos.
Estaba seguro que lo hacía por molestar, el hombre se hallaba desesperado por tener un encuentro casual y sexual con una mujer que deseaba que todo saliera de acuerdo al plan, de alguna manera lo entendía, tal vez, porque era mi amigo.
Al día siguiente por la tarde, después de bañarme y vestirme, tocaron el timbre.
Eran alrededor de las cuatro y media cuando Maculy apareció afuera de mi casa, bien vestido, seguramente perfumado y peinado como de costumbre. Ansioso y probablemente lujurioso.
Lo hice pasar y esperar en la sala mientras terminaba de alistarme.
Algunos minutos más tarde, llegó Diego, quien tenía la costumbre de no bañarse; pero si de perfumarse con exageración.
Ambos esperaban en la sala. Al terminar de alistarme les dije que subieran, por suerte, Maculy se había adelantado trayendo cervezas. Me pareció estupenda su iniciativa. Diego solo trajo su presencia y yo tenía puchos en mi cajón.
Empezamos a tomar las chelas escuchando música y acordando detalles para más tarde.
Al terminar las cervezas, apagué la computadora y salimos de mi habitación, cerré la puerta y le dije a mi vieja que vendría en un par de horas.
Encendí un pucho mientras caminábamos al paradero, nos sentíamos bacán y frotábamos nuestras manos en señal de ansiedad por lo que se venía.
Detuve un taxi, les dije el precio a los muchachos y Maculy accedió con rapidez sin ni siquiera intentar regatear.
Su razón era simple, estamos yendo tarde y estoy cachondo.
Durante el trayecto fumamos cigarrillos, yo estaba adelante y los de atrás no dejaban de joder. Se sentían nerviosos y ansiosos, querían llegar lo más rápido posible, por eso tampoco dejaban de preguntar por la dirección, incluyendo a esto, el hecho de cantar a todo pulmón la canción que la radio sintonizaba. Además, se piñizcaban entre si y también a mí.
—La dirección es Maestro Barbieri 665, repetía a cada rato.
—¿Es calle o avenida? Preguntaban a la vez.
—Calle. Calle Maestro Barbieri, repetía a cada instante.
—Muchachos, aquí es, dijo el chofer tiempo después para alivio de mi piel.
Pagamos y bajamos del taxi. Enseguida, encendimos otros cigarrillos para apaciguar los nervios, yo también comencé a sentirme nervioso, quizá, contagiado por su actitud.
—¿En qué número estamos? Quiso saber Maculy.
Diego se acercó a una casa y leyó en voz alta: Quinientos cincuenta y seis.
—Falta poco, sigamos avanzando, dijo Maculy e inmediatamente empezó a andar. Diego y yo lo seguimos.
—No te apures, loco, dijo Diego. Maculy se detuvo al escucharlo y logramos alcanzarlo.
—Qué extraño, dijo de repente.
—¿Qué sucede, huevón? Pregunté confundido.
—Mira, dijo mostrándome el papelito donde tenía anotada la dirección.
—Aquí dice 663, le dije.
—¿Estás seguro, huevón? Preguntó Maculy dudando de mí.
—Claro pues, gil, le dije con el ceño fruncido.
—A ver, déjame ver, añadió Diego acercándose para visualizar la dirección.
—Sí, dice 663.
—Entonces, ¿Por qué aquí termina la calle y no hay ese número? Preguntó Maculy fastidiado.
—Qué raro. Le voy a preguntar a ese tío, le dije y me acerqué a un señor.
—Buenas señor, ¿Sabe dónde queda esta dirección?
—Claro, joven, aquí a la vuelta sigue la calle, indicó el senil.
Me alegré, agradecí y fui a darles la noticia a los dos muchachos preocupados.
—Huevones, a la vuelta sigue la calle, les dije e hice ademán de tirarles un golpe.
—Vamos, vamos, dijo Maculy desesperado y nuevamente se adelantó.
Para entonces eran más de las seis. Doblamos a la izquierda en la esquina que supuestamente daba fin a la calle y nos ubicamos donde el señor me había indicado.
Efectivamente, leímos Calle Maestro Barbieri en una casa y nos sentimos satisfechos.
—Bueno, aquí fijo es, señaló Maculy una casa. Caminamos hacia allá y leímos el número 666.
—¿Seis, seis, seis? Preguntó Diego confundido y enseguida añadió: ¿No es seis, seis, cinco?
—De repente este huevón se ha confundido al escribir, dijo Maculy y resolvió tocar el timbre.
—¿Cómo se llama la flaca? Preguntó y volvío a tocar.
Definitivamente estaba decidido. Su convicción era impresionante.
—Mariana, le dije.
—¿Mariana, qué?
—No sé cuál será su apellido, huevón, le dije nervioso.
—¡Putamadre! Dijo Maculy y se acomodó el cabello.
Diego y yo nos colocamos a un lado de la puerta.
—Hola, buenas tardes, ¿Se encuentra Mariana? Escuchamos a Maculy.
—¡Aquí es huevones! Dijo enseguida y nos emocionamos.
—Es una de sus amigas, esta rica, carajo, dijo al rato, cuando la supuesta chica salió a recibirlo y se metió para pasarle la voz a Mariana.
—Ya no se queden ahí como giles, vengan para entrar todos juntos, dijo un motivado Maculy.
—Ya, ya, ya, le dije y junto con Diego nos acercamos.
Salió la chica, que no reconocí en las fotos y nos invitó a pasar.
Se me hizo extraño que al ingresar ella se fuera sin despedirse. Vi que abrió la puerta y se marchó.
—Seguramente piensa que esta demás, dijo Maculy con una sonrisa malévola.
Empezamos a reír; pero no tan estruendosamente como solemos hacerlo. Caminamos lento hasta llegar a la sala y escuchamos una voz decir: Siéntense, muchachos.
Hicimos caso a la invitación y nos acomodamos juntos en un largo mueble color negro.
—¿Podemos fumar? Preguntó Maculy con una curiosa confianza.
—Por supuesto, lindo, respondió la chica y vi a mi amigo mostrar su mejor sonrisa.
Enseguida, encendimos nuestros respectivos cigarrillos.
Ya no estábamos tan nerviosos, el escuchar ese comentario halagador nos hizo estar cómodos, era como si entráramos en confianza y estuviéramos dispuestos a pasar una jarana espectacular a base de licor y relaciones sexuales.
—¿Quién es el amigo de Mariana? Preguntó esa voz que no sabíamos de donde provenía.
—¡Yo! Dije con autoridad.
—Estas lindo, eh, respondió con dulzura y me sonrojé.
—¿Y el otro muchacho? Seguramente es para Celeste, añadió la misma voz y enseguida empezaron a escucharse los zapatos de tacón descender por las escaleras.
—Ya bajamos, chicos, dijo otra voz muy sensual que nos estremeció la piel.
Hasta el momento sabíamos que eran dos mujeres quienes estaban en un segundo nivel, una de ellas había descendido un par de escalones y luego subido, de repente quiso curiosear.
—Si gustan pueden servirse unos tragos, añadió una tercera voz.
—En la cocina los pueden encontrar, dijo esa voz.
No quise pasarme de conchudo; pero mis amigos lo hicieron, entonces, me empaté con ellos y nos preparamos un Cuba libre. Nunca antes habíamos probado un ron tan delicioso.
Sin embargo, lo que deseábamos era conocer a las tres féminas que se encontraban arriba, de repente, alistándose.
—Bueno, muchachos, ahí vamos, dijeron las tres al mismo tiempo y nosotros, muy educados, resolvimos dejar los tragos sobre la mesa y pararnos para contemplar a las muchachas.
Se oyeron los zapatos de tacón impactar contra las escaleras, poco a poco se iban escuchando con mayor claridad y repentinamente comenzamos a visualizar la aguja en los zapatos, las pantis negras y unos grandes y provocativos muslos; una falda corta de un color llamativo, otra con vestido y la siguiente de igual modo. Enseguida, el resto del cuerpo hizo su aparición y notamos que las tres llevaban el rostro de un hombre de cuarenta y tantos años que había sido maquillado.
—Nosotras somos las hermanas Celeste, Mariana y Camila, dijeron en coro y fácilmente pudimos notar el tremendo grosor de la pija que una de ellas -bueno, ellos- tenía en la entre pierna haciendo que nos diera cierto repudio.
—Lo siento, señores; pero nos retiramos, les dije y sin embargo, ellos cambiaron de voz y parecieron enojados dejando salir a flote su verdadero tono de voz, el cual fue espeluznante.
No creíamos que eran travestis, tampoco de dicha procedencia, era posible que los hubiéramos visto frecuentando por el puente Atocongo a las dos de la madrugada.
—Señores, no podemos quedarnos. Nosotros nos retiramos, dijimos los tres; pero ellos seguían enojados.
—No nos han hecho cambiarnos por las huevas, nosotros vamos a acostarnos con cada uno de ustedes, aseveraron molestos.
—¡Nicagando, huevones! Dijo Diego enfurecido.
Entonces, corrimos hacia la puerta tan rápido como pudimos. Por suerte, no estaba con seguro, la abrimos y logramos salir.
En ese momento, Diego y yo nos dimos cuenta que Maculy no había salido con nosotros.
—¡No jodas! ¡Se quedó ese huevonazo! Gritó Diego preocupado y cogiéndose los cabellos.
—¡La putamadre, huevón! Le dije asustado y volvimos a tocar la puerta; pero nadie nos abrió.
—¿Por qué no supiste que eran travestis?
—Que voy a saber yo, huevón. Si tenía la foto de una flaca en el display, le dije exaltado.
Nos sentamos al frente de la casa, exactamente en un muro que divide la calzada con el césped y encendimos los últimos cigarrillos.
Pasada la hora, la puerta se abrió y salió Maculy con un rostro alegre, lo cual nos resultó extraño para la ocasión.
—¿Qué pasó, huevón? Putamadre, debiste correr más rápido, dijo Diego cogiéndolo de los hombros.
—Cuenta carajo. ¿Qué pasó? Le dije preocupado.
—Nada, locos. ¿Nunca han estado en un cuarteto? Respondió y se fue sonriendo.

Fin



No hay comentarios:

Publicar un comentario