Mi nuevo libro

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sábado, 5 de septiembre de 2015

Acosadora

- Hoy tengo una cita con mi acosadora, me mandaba correos y no dejaba de llamarme, al principio me gustaba, -existe alguien que se empeña en saber de mí todo el tiempo- pero luego fue volviéndose tormentoso.
Le mandé un correo y le dije para vernos que tengo solo una pregunta para ella: ¿Qué te he hecho? Pienso ofrecerle una disculpa o tal vez hacerle entender que el tiempo ha pasado junto con lo que tuvimos. Afirmo aquello por si se tratase de una ex novia.
Nos veremos en un conocido café. Pienso llegar minutos antes de lo acordado y sentarme a esperarla, es una chica descabellada pero no por eso seré impuntual.
Estoy seguro que irá vestida como me fascina que se vista una mujer, va a llevar un exquisito perfume y glamour al caminar con zapatos de tacón, intentará seducirme sin decir nada, más no llevará escote pronunciado ni dejar visualizar sus senos porque será inútil, nunca me fijo en eso, pero sabe que mi debilidad es el cabello ondulado y es posible que lo tenga suelto.
Es probable que llegue mucho antes y espere al frente viéndome llegar aparentando tranquilidad, -y no me voy a dar cuenta ni tampoco pensar en ese momento en cuántas veces ha estado así afuera de casa u oficina-.
Me sentaré y pediré un cappuccino pero estaré muy nervioso y eso se notará al colocar el azúcar, el temblor en mis manos; pero ella no debe saberlo.
Voy a beber el café sin saber que de repente ha surtido un par de Diazepam para dormirme y el vendedor es su socio. Pienso mucho, me diré a mí mismo e igual lo beberé porque disfruto del cappuccino.
¿Solo dos cucharadas de azúcar? escuché preguntar a una hermosa voz que imposible podría ser tan malvada. Sabe que solo son dos cucharadas. La observo y efectivamente lleva el atuendo ideal, el cabello ondulado y una fragancia exquisita, es el diablo por lo hermoso y despiadado.
Sabe que sé que es hermosa y sabe también que jamás pienso decirlo.
Me conoce más que mi propia madre y entonces, ante mi mirada atónica, enciende el único fetiche que tengo al realizar ese acto maravilloso y estimulante, de haber sido mi novia le hubiese hecho el amor sobre la mesa sin importarme nada; pero sabe lo que vengo y me controlo. Rio de nervioso, sí.
Conozco claramente tus intenciones, deja de jugar y dime: ¿Qué deseas de mí?
Sonríe y me irrita; pero enseguida la veo borrosa al tiempo que caigo inconsciente sobre la mesa.
Abro los ojos y me encuentro sobre su cama, completamente desnudo. Me extraña que no esté amarrado, pienso; pero no logro escapar, ha paralizado mi cuerpo con algún medicamento que introdujo en mí.
Escucho el exquisito sonido de los zapatos de tacón, -me deleito aunque no debería estar sintiendo eso- y se refleja su sombra asomarse.
Me va a castrar, pienso preocupado y lanzo muchas maldiciones; pero no logro gritar, he perdido la voz. Y de inmediato, por alguna extraña razón, logro pensar: Creo que no. ¿Qué podría ganar si me corta el miembro? Ella me desea, no va a ser eso. Aunque por lo mismo que me desea, me quiere solo para ella, viene otro pensamiento.
Se acerca, el sonido de los tacones se oye más fuerte. ¿Cómo me puede estar gustando oír eso en esta situación?, me pregunto- y la siento venir, ese aroma exquisito, Carolina Herrera 666.
Aparece al frente mío y lo primero que le miro son los zapatos, negros de punta y altos. Voy subiendo la mirada y contempló un entallado corset negro, guantes del mismo color y una boina con el símbolo de la esvástica.
No me extraña su atuendo; pero por alguna razón me excita. No tanto como el que tuvo al ir al café; aunque, definitivamente hace volar mi imaginación -que es lo único libre que tengo- y a pesar que quiera moverme y no pueda, siento que así quisiera no podría irme y es extraño sentir aquello, -aunque más extraño es que lo sepa-.
Empieza a hablar en alemán, -sabe perfectamente que literalmente me vuelvo loco cuando me gritan en alemán- y es curioso, porque el miembro se levanta y pienso estúpidamente -es lo único que puedo mover-. Un chiste patético para una ocasión peligrosa.
¡Carajo, en verdad me va a amputar! pienso enseguida; pero lentamente se acerca hacia la cama, tal cual felino se sube a la cama y va viniendo hacia mí. Le miró los ojos azules que se maneja, y se quita el antifaz para contemplarle mejor el rostro.
Saca la lengua como si se tratase de una cascabel, lleva las uñas largas y me aterra imaginar lo que pueda hacer con esas filosas navajas que crecen de sus dedos.
Vale resaltar que no ha pronunciado palabra alguna. Yo sigo sin moverme, sobre la enorme cama con edredón color noche, postrado como un muerto viviente y erecto como un lujurioso actor porno.
Sonríe de repente y mira hacia una esquina, -intenta decirme que haga lo mismo- y lo hago. ¡Una bendita cámara! me digo a mi mismo y vuelve a sonreír sabiendo que la vi.
Va a filmar mi sufrimiento, pienso y me siento condenado.
Logro resaltar entre tanto pensamiento desgarrador una luz de esperanza y me digo: Si quisiera matarme ya lo hubiese hecho. Lo único que hace es seducirme y lo logra.
El atuendo en el café, el sexy corset, el antifaz negro, el léxico alemán, los zapatos de tacón, todo es como me encanta tener sexo, empiezo a relacionar.
Sujeta mis labios con sus garras y los cruje con las mismas, saca la lengua y la rosa levemente. Se lame los labios y me abofetea tiernamente. Juega conmigo.
Enseguida, comienza besándome el pecho y me mira, esos ojos azules no solo son hermosos, son aterradores. Recuerdo sus mensajes mientras va recorriendo mi pecho con su lengua, recuerdo cuando me decía: Solo vas a ser mío. No permitiré que estés con nadie más. Me acuerdo cuando afirmaba: Estoy embarazada de ti. Y enseguida lo negaba por completo. Recordé cuando dijo: Quizá no regresemos, pero vas a ser mío. Y nunca le tomé importancia a todo eso, siempre lo vi del lado gracioso, del lado divertido. Sin saber que la cita fue un anzuelo, que estúpido he sido.
Llega a mi pelvis y se detiene. Alza la mirada y me observa fijamente a los ojos. ¡Jamás pensé que esa mirada podía aterrarme tanto! Recuerdo velozmente cuando me relacioné con ella, era tierna y amorosa, bonita. Tenía una personalidad cándida. Nunca creí que podría transformarse en quien es ahora.
Y una frase se me vino a la mente: “Una mujer dolida es capaz de todo”.
Recupero la consciencia en ese instante, he estar descabellado para creer que es excitante, que mi novia sea puritana y conservadora no me lleva a creer que cogerla sería un delicioso ideal. Pienso en lo mucho que ha cambiado, en la mentira que le dije a mi pareja, quien debe pensar que fui a ver a un amigo, no quise meterla en estos asuntos, pero debí confiar y contarle, por más raro que esto sea, ella tendría que saberlo. O al menos conocer mi paradero y venir a rescatarme. De nuevo se me viene a la mente la imagen de aquella muchacha hogareña que conocí, lejos de ser tan malvada como ahora lo es.
¡Pero toda imagen mental se me borra! Recoge mi erecto miembro viril que parece tener vida propia porque mi consciencia esta agitada, enfocado en temas tormentosos y aquel viene a andar libidinoso. Lo reflexiono por un instante porque viene a sujetarlo cruelmente y me duele; aunque… me gusta. Lo agita con brutalidad y sonríe mientras lo hace, me masturba desesperadamente, ansiosa muestra la lengua tal cual serpiente venenosa y rosa levemente la cabeza del miembro haciéndome, extrañamente, gozar. Se aleja sonriendo, siento que me deja con ganas y siento calma a la vez.
A continuación y ante mi sorpresa, muestra uno de sus zapatos de tacón, puntiagudos y negros, los coloca cerca a mi sexo y lo rosa con la punta. Duele; pero gusta. Es extraño, pero lo disfruto. Sonríe cruelmente, el rojo de sus labios se enciende y lo noto de cerca cuando se acerca e intenta besarme. No deseo que me bese, tal vez no en mi boca. Es un efímero pensamiento en una extraña realidad. Enseguida vuelve lo tormentoso, el miedo y el desespero. Pero se apaga cuando resuelve volver a mi sexo erecto y esta vez y sin dudarlo empieza a lamerlo con violencia, como si se tratase de algo sin vida, como si no sintiera dolor, como si no sintiera nada. A ella le encanta, estoy seguro que disfruta lamerme el miembro de tal manera que logra introducir todo en su garganta una y otra vez y cada vez más rápido y cada vez más fuerte.
Grito de repente. Me mordió, pienso y me alegra gritar porque puedo hablar. Recoge mis testículos con su mano y se agacha para lamerlos, siento como lo hace, lo disfruto por más miedo que este sintiendo. Es irónicamente exquisito.
Se levanta entonces, se coloca el zapato y se acerca. Yo estoy echado y ella a mi lado, me acaricia la frente sudorosa y me susurra al oído: Ahora eres mío.
Es una frase excitante; aunque peligrosa. Recupero las fuerzas gradualmente, me empiezo a sentir enérgico y en un descuido me levanto. Gira y la observo por completo.
El derrier de su figura es escalofriantemente hermoso. Sé que soy un estúpido al quedarme estático, lo pienso sagazmente.
Ella sonríe y se coloca a un lado como quien quiere dar pase. Señala la puerta con una mano aun manteniendo la sonrisa. Por más que mi mente quiera largarse del lugar, salir corriendo y pedir ayuda a alguien o de repente asistir a una clínica, mi cuerpo está paralizado, no por causa de ningún medicamento, sino por alguna razón que desconozco. Ella la conoce. Ella la ha estudiado por tiempo. Ella sabe exactamente lo que hace.
Se arrodilla ante mí como quien ora, como quien clama piedad y del mismo modo se acerca, las rodillas recorren el breve camino hacia mí. Llega arrodillada, sonriendo, no me pregunto, ¿Por qué hizo eso? Solo sé que empiezo a gozar de una exquisita felación.
La imagen de mi novia aparece en escena, tan efímera como lo hizo la siguiente imagen, mi pareja y yo sobre la cama mirando la nada, en silencio y monótonos. Todo se elimina cuando comienza a masturbarme de nuevo. ¡Dios, como lo disfruto! Me siento una mierda disfrutando de ello, me siento un cobarde por no haberme ido y quedarme a gozar de esto. Todo se borra cuando se reincorpora colocando su trasero a la altura de mi sexo, el cual coge y acerca a su vagina, que de hecho ha de estar húmeda. Lo sé porque acabo de sentirla.
La penetración se inicia, ella gime como una prostituta de bar, y yo gozo de cada maldición que repite, de cada grito de placer y cuando voy sintiendo que eyaculo zafo mi miembro de su interior y la noto arrodillarse de inmediato cayendo todo sobre los labios como únicamente lo he visto en películas porno, las mismas que observo cuando mi novia se acuesta agotada por el trabajo y no desea tener sexo.
La sensación es más allá de placentera. Me siento agotado y decido marcharme, esta vez camino lentamente hacia la puerta de salida; pero, extrañamente, giro para contemplarla y observo ese cuerpo perfecto con una sonrisa inquietante seduciéndome tan solo con eso y resuelvo volver para seguir cogiéndomela.
Nunca se sacia, yo me agoto, ella quiere más, yo ya no doy; pero seguimos teniendo sexo. Es adicta a ello, me gusta; aunque mi cuerpo no da más.
Nos detenemos después de eyacular por quinta vez, no siento mis pelotas ni mi pene, parece que no los tengo; aunque los estoy viendo moribundos y ella exige que sigamos.
Suspiro por un descanso y lo tenemos. Va y regresa de enfermera maldita, ¿Cómo rayos no me voy a excitar?
Ahora que recuerdo, es imposible describir lo que sentí ese día.
Fue extraño como empezó todo, desde la cita en el café hasta el momento en el que introdujo su boca en mi miembro. Sé que soy un hijo de puta al dejar a mi novia en la cama, pensando en donde carajos estaré; pero a la vez me siento afortunado, ella realiza actos increíblemente excitantes, mis fantasías he cumplido -jamás creí que las tenia, tal vez nadie sepa que las tiene hasta que las cumple-.
No he podido escapar a pesar de tener las puertas abiertas, el tiempo no trascurre en este lugar, siempre es de noche con una única lámpara encendida.
Ella colecciona disfraces eróticos, no he visitado su closet, solo me imagino que ha tener cientos de elementos para tener sexo. Me ha mostrado algunos hasta hoy y mas allá de sentirme un esclavo, me siento un rey -no tiene lógica, lo sé- pero es como si hiciera todo lo que pide y me diera todo lo que deseo.
Esta noche pienso dejar de sucumbir ante su encanto que me resulta jodidamente excitante. Me la pienso coger por última vez y desaparecer de su vida, fugarme de este antro y volver a mi rutinaria vida al lado de una esposa que seguramente me espera angustiada. Llevo un par de semanas desaparecido y hoy planeo mi huida.
Ella aparece en escena, nuevamente con los puntiagudos zapatos de tacón y la vestimenta de colegia católica que tanto me enciende.
Me ve echado sobre la cama, se acerca lentamente seduciéndome con solo dejar verla, excitándome incansablemente con el sonido que producen los tacones contra el piso y ese acento alemán a la perfección que he llegado a entender con claridad.
Me siento al filo de la cama y se coloca sobre mis piernas, me excita el atuendo que lleva, introduzco mi mano debajo de la falda y siento su sexo hirviendo, me encanta.
Enseguida me empuja sobre la cama y caigo lentamente, posa sobre mí y empieza a besarme el torso desnudo de una manera muy salvaje y apasionada como siempre suele realizarlo, todas las noches a estas horas.
A continuación ocurre el sexo duro. Tengo el pene erecto, ella solo se coloca sobre mí y comienza a moverse de arriba hacia abajo, a los costados, de alguna u otra manera que resulta candente.
No refleja su edad por el traje que lleva. Siento que abuso de una zorra colegiala que quiso venir a mi casa a ser cogida. Es un pensamiento por más retorcido pero excitante a la vez. Dicen que lo descabellado logra ser mucho más libidinoso.
Se detiene repentinamente y comienza la ansiada sesión de sexo oral -su materia favorita- por lo aplicada que es al realizarlo.
Yo gimiendo al tiempo que me la chupa, mientras que va atragantando mi sexo voy sintiéndome caminante de las nubes.
Terminado el acto, me indica que va a ir sobre la cama y yo debo estar sobre ella. El misionero, pienso, la más antigua y conservadora sesión de sexo, no es de mis favoritas, pero se logra penetrar todo en un solo acto, tal vez por eso me gusta.
Posiciono sus piernas sobre mis hombros para tener más profundidad al momento de penetrar y siempre he tenido el morbo de ver como se introduce mi pene dentro de su vagina, lo pienso siempre que utilizo dicha pose. Me excito mas viéndome penetrarla, es curioso e irónico que no me haya agradado la idea del video la primera vez que empezamos esto.
¿Qué esperas? dice en alemán y yo comienzo a penetrarla de un modo delicado, luego aumento la intensidad e inicio el placer de darle nalgadas al tiempo que tenemos sexo. Ella gime y gime por la penetración y grita de euforia por las repentinas nalgadas.
Ha habido algo que siempre he querido realizar pero nunca me he atrevido. Mas allá de mi fetiche por los disfraces, cuyos deseos he descubierto con ella, siempre me ha gustado la lujuria por ahorcamiento.
Lo recuerdo cuando observo su largo y blanco cuello ante mí.
La he tenido varias veces de este modo y nunca he decidido realizarlo, siempre he tenido miedo. Pero esa noche me sentía distinto, no era yo, o sí, pero libre de hacer lo que me plazca.
Sujeté su blanco y frágil cuello muy delicadamente y la escuché gemir, abrió los ojos para contemplarme sonriente y lujurioso, supuse que le gustaba que le apretara el cuello o tal vez que me sintiese liberado para realizar lo que desee.
Si te gusta, sigue haciéndolo, dijo y volvió a cerrar los ojos para seguir disfrutando del sexo.
La penetraba lo más duro y rápido que podía. Para entonces no lograba contener sus piernas sobre mis hombros, ya las tenía sobre la cama, tampoco sujetaba sus muñecas; pero si me aferraba a su cuello y cada vez lo hacía más fuerte y más fuerte sin pensar que poco a poco iba faltándole la respiración. No se quejaba, gemía tenuemente, sentía que le gustaba, a mi me encantaba, la penetraba mientras mantenía mis manos cubriéndole el cuello.
Me excitaba muchísimo tenerla de ese modo, me calentaba infinitamente al sentir que era dueño de su pescuezo.
Abrió los ojos un instante, todavía tenía su cuello aferrado a mis manos, sonrió con la sonrisa más vil que podía ver y en un español claro y coherente, me dijo: ¡Sigue ahorcándome!
Cuando eyaculé no sentí su pulso ni su respiración, vi su última humedad sobre la sábana y una sonrisa malévola en el rostro.
Recogí mis cosas y como un demente asustado y nervioso, exhausto por el sexo cotidiano y el delirio de lo vivido durante la noche, me marché sigilosamente, por más redundante que fuera y abrí las puertas sin seguro ni cadenas, para ver el amanecer y caminar rumbo a mi casa.
No existe noche en donde no contemple esa sonrisa cruel en mis pesadillas.
Extraño los disfraces, el acento alemán y los zapatos puntiagudos de tacón.
Hago el amor con mi esposa y deseo ahorcarla como lo hice con mi acosadora.
Me estoy volviendo loco, o ya lo estoy, ya no lo sé… De cualquiera manera, la extraño.
Es curioso que nunca le haya hecho la pregunta; aunque la respuesta es obvia, me quiso a mí.
Extraño el día que en que fui al café y la vi.
Ahora solo lo repito cuando me escondo en el baño y me masturbo como un maldito adolescente.
Fin

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