Mi nuevo libro

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miércoles, 23 de septiembre de 2015

Jueves 17

—Loco, ¿Vamos a comer un ceviche?, pregunta una amiga vía WhatsApp.
—Justo en eso estaba pensando, le respondo rápidamente.
Se me hace agua la boca de solo imaginar el plato con ceviche y su respectiva chicha heladita.
—El clima esta preciso para un ceviche, agrega esa persona.
—Por supuesto, flaca. Entonces, ¿Cómo hacemos?
Acordamos en encontrarnos en veinte minutos en un restaurante cercano.
La hora pactada llega y salgo de casa imaginando que hace lo mismo; pero al llegar no la encuentro y me detengo en la entrada creyendo que aparecerá doblando la esquina.
—Se demora una vida, pienso y me llevo la mano al cabello.
Observo el reloj y me doy cuenta que han pasado cinco eternos minutos. Pasan diez y llegan a pasar quince, para entonces le estoy reventando el WhatsApp con textos tales como: Loca, te estoy esperando. Oye no te demores pues. Pero no responde a ninguno y el celular indica que todavía no le han llegado.
En ese momento, antes que pueda llegar a estresarme por la espera, se aparece doblando la esquina observando el celular.
—Oye, me acaban de llegar tus mensajes, dice.
—Siento la demora, tuve un percance, aclara.
Estoy más hambriento que amargado, entonces le digo: Descuida, vamos a comer de una vez.
—Sí, muero de hambre, dice y entramos juntos.
Nos acomodamos en una mesa para dos, parecemos pareja, lo siento por cómo nos miran algunos conocidos que veo alrededor.
Para hacer más graciosa la escena y llenarlos de curiosidad, la sujeto de la mano repentinamente y mirándola a los ojos con una sonrisa, le digo: Flaca, esos huevones piensan que somos enamorados.
Ella sonríe y me dice: Vamos a seguir con el juego. Entonces, acaricia mi rostro y ambos sentimos que nos observan.
Nos aburrimos rápido y entablamos temas de conversación. Por una parte, la situación que me abruma últimamente debe ser obviada, a pesar que ella piensa que debo contarla reiteradas veces. Lo mejor es no hablar del tema, añado y hablamos de situaciones pasadas en donde nos vimos involucrados y nos divertimos realizándolas.
Por eso me agradan estos encuentros, lo pienso mientras aparece el mozo con el ceviche. Dejo de pensarlo al ver el ceviche sobre la mesa y mientras lo disfruto termino el pensamiento, porque me hacen sentir contento.
Saliendo del restaurante, llevando nuestras respectivas manos a la panza, resolvemos encender unos cigarrillos para bajarla.
Por suerte tengo algunos, encendemos el respectivo y caminamos lento mientras fumamos.
No estoy completamente seguro si realmente los cigarros surgen ese efecto, el de apresurar la digestión. De igual modo todos lo dicen y hacen.
—Te acompaño a tu casa, le comento.
—Vamos pues, responde y señala el camino haciendo chistoso el instante.
No hablamos de mucho, todos los temas se fueron durante el almuerzo, que, apropósito, estuvo delicioso.
Llegamos a su casa y nos detenemos un rato en el pórtico. —¿No quieres pasar a ver una película?, propone; pero realmente me siento agobiado, al punto de necesitar mi cama y un descanso.
—Lo dejamos para otro día, le digo. —Bueno, está bien, dice y me da un abrazo de despedida.
Me doy la vuelta y regreso a mi casa. En el camino voy sintiendo la necesidad de evacuar. Imagino el trono y el placer de liberarme de todo mal; pero todavía estoy lejos y trato de concentrarme para no cometer el mismo error de Jeremy jugando Super Nintendo hace varios años atrás.
Resuelvo detener una mototaxi para acelerar el paso, a pesar que no me guste abordarlas, se me hace necesario.
Llego a casa y lo primero que hago es sentarme en el baño. Una vez relajado, observo en mi celular las notificaciones de Facebook como quien se distrae un rato.
Salgo del baño con las manos y el rostro húmedos. Me siento satisfecho y relajado. Voy a mi habitación y me echo sobre la cama, previo a ello, enciendo la computadora. Tengo ambos controles en la cama, pues, prendo la televisión y busco algo que ver.
Uno de mis programas favoritos acaba de empezar, “Preso en el extranjero” y a pesar que es un capitulo repetido lo observo. Siempre que lo veo afirmo la idea que nunca voy a cometer la estupidez de llevarle un paquete a un desconocido. Debo de ser muy imbécil, pienso y digo en voz alta. Luego me empiezo a reír porque en verdad sería muy imbécil.
Culminado el capitulo me siento mucho mejor, descansado y no tan afligido por el tema de la digestión. Recibo una llamada, es mi misma amiga que quiere que la acompañe a hacer una compra al Jockey Plaza.
Estoy aburrido y sin ideas que escribir, pienso. Además, tengo un dinero extra y ganas de engreírme, agrego, sonrío y le digo: Vamos pues; pero ven a recogerme para no esperar.
Ella no suele ir de compras como suelen hacerlo algunas mujeres que lo hacen prácticamente cada fin de semana. Prefiere hacerlo eventualmente.
A mí me encanta ir al Jockey Plaza, por lo que encuentras todas las tiendas habidas y por haber. Voy con la idea de adquirir solo una prenda, algo que realmente no necesito; pero me gustaría tener, es como dije, me quiero engreír.
Ella compra de todo, hasta cosas que estoy seguro no va a usar, yo a la justa compro un par de prendas. Iba a comprar tres; pero desistí por una.
Aunque parezca divertido al inicio, ir de compras suele ser muy agotador, por ello nos sentamos en una heladería y por haberla acompañado, ella resuelve invitar los helados.
¡Grandioso! Helados gratis, qué más puedo pedir.
Rápidamente se hace de noche y salir del Jockey a esa hora es tedioso. Primero, los taxis te quieren cobrar un huevo. Segundo, algunos no van a querer ir adonde vives y tercero, te pueden robar los malditos amigos de lo ajeno. Sin embargo, ella tiene un as bajo la manga.
Su viejo la viene a recoger y no se imaginan el alivio que me dio recibir esa noticia. Conozco al tío, es un buen tipo, sobre todo tiene un lindo auto, entonces hace confortable el trayecto.
Pues, ¿A quién no le agrada los escritores? Entonces, el señor, amante de la lectura, charla de libros y demás. Se ha leído cientos, yo solo decenas; pero en algunos tenemos algo que hablar y de otros, tengo tanto que aprender. Eso hace que el viaje se haga estupendo. Me agrada la familia Linares, son todos tan amables.
Me quiere dejar en mi casa; pero no acepto. No podría ser tan cara de palo, por ello nos bajamos en su casa y charlamos un rato antes de despedirnos.
Somos amigos hace tiempo, ambos salimos de relaciones prolongadas y decidimos juntarnos a platicar y pasear, ¿Qué divertido, no?
Llegando a casa me encuentro con un amigo, de esos que te vienen a contar una historia. Esta vez es un cuento de desamor, esta con el corazón partido, como diría el gran Alejandro Sanz y yo estoy de igual modo; aunque no “partido”, más bien, intranquilo. Sin embargo, propone unos tragos para ahogar las penas. Ambos sabemos que eso ocurre solo a los 18, no a los 28 cuando utilizas la cabeza para solucionarlo todo. Pero, es jueves y no tengo nada que hacer, aparte, muchos sonsos le dicen “juergues” y pienso, ¿Por qué no? Entonces, dejo las cosas en mi casa y salgo para dirigirnos a la tienda por esas botellitas de cerveza y esos puchitos que tanto deseamos mientras caminamos.
—Demonio, ¿Qué tal vas con esa nota de la ruptura? Dame la receta para sentirme bien, carajo.
—¿Quién dice que estoy bien? Realizo una pregunta retórica.
—No sé qué decirte, loco. Solo debes enfocarte en algo, pensar solo en eso que tanto te puede llegar a apasionar, por ejemplo, tu trabajo o los estudios y darle duro. Los frutos de ese esfuerzo van a reemplazar a cualquier persona, le comento antes de entrar a la tienda y hacer el pedido.
—Interesante, dice.
—Claro pues, bro. No te sulfures ni la pienses tanto. Mente en otra nota y adelante, le digo y recibo las cervezas.
Ambos estamos completamente seguros que no van a ser las únicas; sin embargo, hacemos como si las fueran.
Bebemos y bebemos charlando de nuestras distintas experiencias amorosas, llegando a la conclusión que llega un momento en que simplemente decides quedarte solo.
—Eso es lo que necesito, dice luego de tomar la sexta lata de cerveza.
—Estar solo es bacán, le digo bebiendo mi séptima lata.
—Loco, no te apresures, déjame empatar, dice y coge su séptima.
Nos reímos un instante y llegamos a igualar el número de latas bebidas.
Lo que comenzó con una charla ligera entre amigos acompañados de un par de cervezas siguió hasta la madrugada con un centenar de latas.
No recuerdo como nos despedimos, solo sé que nos fuimos al momento de pensar: ¿Sacamos un ronsito?
De hecho, el despertarme ligeramente tranquilo, me hizo creer que no compramos dicho ron. De lo contrario, combinar cerveza con ron hubiera sido terrible.
Mi buen amigo es un tipo estupendo, algo sonso en algunos aspectos; pero para eso estoy yo, para escucharlo y asesorarlo.
Ayer fue un día agradable, pienso mientras recuerdo lo hecho, todavía echado sobre la cama.

Fin

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