Mi nuevo libro

Mi nuevo libro
Puedes pedirlo al WhatsApp +51 987774365

jueves, 25 de febrero de 2016

Mi primera cita a ciegas

- Conocí a Carmen en la página Elchat, dijo que trabajaba de encuestadora y yo le mentí con respecto a mi edad, le dije que tenía dieciocho cuando en realidad tenía dos años menos.
Carmen superaba los veinticinco, no le gustaba bailar; pero sí la música, disfrutaba de un buen cigarrillo y de preferencia las hamburguesas con harta mayonesa, es todo lo que supe de ella.
Por aquel último comentario supe que se trataba de una mujer de proporciones enormes, no me equivoqué cuando la conocí un par de semanas después.
Intercambiamos MSN y nos reencontramos enseguida en dicho sistema de conversaciones instantáneas. Le fui contando que gozaba del fútbol diario, que iba a entrenar a un equipo local junto a un primo y un amigo y concluí aseverando que me gustaría conocerla, agregando a ello el hecho que me parecía buena persona. Comentó exactamente lo mismo; pero, recalcó que primero deberíamos platicar un poco más para luego conocernos en persona. Me pareció genial.
Dos semanas después, nos encontramos en Larcomar. Ella me esperaría en la entrada del nuevo Hotel Marriot y yo tendría que llevar un suéter oscuro, entonces me reconocería con facilidad.
A sus veinticinco años imaginaba que tendría mucha experiencia en citas. Era mi primera vez en una cita a ciegas, no sabía cómo comportarme; pero iba a tratar de ser natural como lo he sido siempre.
Anteriormente, había salido con algunas chicas; pero ninguna que me llevase tanto en edad y que hubiera conocido en Internet, resultaba interesante.
Estaba muy entusiasmado, también nervioso y algo ansioso; pero no por eso llegué puntual.
Me resultó complicado lograr llegar a la hora exacta -no quiero poner excusas culpando al tráfico- la verdad es que tardé mucho en decidirme como vestir y cuál de los tantos suéteres oscuros debía llevar.
Sin embargo, allí estaba. Parado a un lado de una cabina Telefónica Telmex esperándola. A mi derecha se encontraba la entrada del hotel y un sujeto muy elegante y recto cuidaba el ingreso.
Estaba nervioso y poco a poco iba sintiéndome más ansioso. Carmen tardaba en llegar y yo pensaba en la posibilidad de haber llegado, esperado he ido; pero, de repente, apareció una voluptuosa mujer de cabello negro lacio hasta poco más de los hombros, jeans anchos como sus muslos, blusa y casaca negra. Era un tanto más alta que yo, pude notarlo con facilidad.
Al verme se acercó y preguntó, ¿Bryan? Asentí tímidamente y nos saludamos con un beso en la mejilla. Enseguida, me dijo para caminar y acepté instintivamente.
Empezó a preguntar lo de siempre, ¿Cómo estás?, ¿Qué te cuentas?, ¿Qué tal tu día? Etc.
—Bien, gracias. Pensé que no vendrías —, —Lamento la demora, lo que pasa es que vivo lejos —.
No recordaba donde vivía, eso me ayudó a ampliar la plática.
— ¿Dónde vives? —, —En Los Olivos, ¿lejos, verdad? —, —Si que es muy lejos. Pero; bueno, ya estás aquí —, —Sí. Y dime, ¿Adónde te gustaría ir? —.
Esa era una pregunta que no agradaba, no tenía mucho dinero en los bolsillos, salvo el conjunto de mis últimas propinas.
— ¿Adónde te gustaría ir? — le devolví la pregunta por más que no fuese educado —. Aún no me habían enseñado aquello.
—Por mí podemos quedarnos aquí a conversar, sentados sobre esa banca — señaló una banca ubicada a unos metros.
Me pareció una excelente idea. Se lo hice saber sin tanta euforia.
—Claro, vayamos a sentarnos y conversar, entonces podemos conocernos mejor —.
Era una mujer enorme, su cuerpo ocupaba poco más de la mitad de la banca. En ese entonces era más delgado que ahora y me arrinconaba a un lado tímidamente; aunque, claro está, manteniendo la sonrisa.
— ¿Qué haces tan lejos? Acércate que no como —.
Creo que nunca voy a olvidar esa frase, me resultó graciosa y a la vez, sin saberlo, intimidante.
No pude entenderlo en ese momento, lo entendería después.
Charlamos un rato. Carmen hablaba de su trabajo, de lo estresante que era caminar y encuestar personas. Empezaba a imaginarla caminando y preguntándole a cada transeúnte sobre algún tema en particular. Entendí que por ello quería simplemente estar sentada.
Yo no hablaba mucho, solo cuando preguntaba y solía contestar argumentos cortos; pero lo que siempre hacia era sonreír, al punto de decirme que llevaba una linda sonrisa. Fue agradable que dijera ello, me ruboricé sin darme cuenta y lo notó enseguida.
— ¡Estas rojo! — lo dijo entusiasmada como si le hubiese parecido tierno —. Sonreí de nuevo, siempre lo hago, de nervioso o de contento.
Para entonces estaba cerca a su voluptuoso ser; pero trataba de no tener mucho contacto físico, no es que haya sido muy tímido, la verdad es que no me atraía de ningún modo. Estaba ahí para pasarla bien, conocer personas y disfrutar del momento.
Seguramente pensaba lo mismo; sin embargo, no imaginaba que tendría otras intenciones.
Lo siguiente que pasó fue que me pidió un abrazo. —Me gustan los abrazos — aseveró- y yo no iba a negarle uno, de hecho, también me gustan mucho. Nos abrazamos entonces o al menos lo intentamos.
— ¿Qué sucedió después? — Pues, me sujetó de las mejillas con sus enormes manos y me besó. Debo admitir que fue uno de los mejores besos que había recibido.
Si un tercero hubiera contemplado la escena, tal vez no dejaría de reír por lo singular que debió ser.
Una enorme mujer atrapando a un hombre con sus manos para besarlo apasionadamente.
Me sentí un poco intimidado, no incómodo; pero si algo desubicado, como si no supiera qué hacer ni cómo manejar la situación después del beso.
Rato después le dije que me debía ir. Era tarde, mi entonces grande y limitado celular no dejaba de moverse (estaba en vibrador) y no quería que supiera que es mi Mamá quien llamaba.
Entendió enseguida y caminamos hasta el paradero. Me volvió a besar antes de abordar el bus entregándome un poderoso abrazo de osa. Fue singular y a la vez, tierno.
No volvimos a encontrarnos; pero todavía recuerdo ese muy intenso beso.

Fin

No hay comentarios:

Publicar un comentario