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lunes, 8 de febrero de 2016

Eterna princesa 3

- No te avergüences de tus alas. Puedes dejarlas en el colgador si gustas. No me pidas que haga lo mismo, si las dejara no te podría contemplar. Todos tenemos alas, princesa, las mías son mis manos y las necesito para tenerte aquí.
Eso que llevas encima de tu cabellera ondulada tómalo como un detalle divino. Puedo hacerlo invisible si te parece incómodo.
Ven, abrázame y olvidémonos de trivialidades. ¿Cuándo aprendiste a hablar tan bonito? Me viene a preguntar, le sonrío y al tiempo que la abrazo respondo, sigo siendo el mismo de siempre; pero con algunos libros encima. Entonces sonríe.
El aroma lo mantienes, afirma aferrándose a mi pecho. Y yo, que no recordaba su perfume, en ese instante siento que los años nunca pasaron y su aroma parece intacto, lo pienso y le beso la cabellera.
No te vayas, dice levemente. Eso tendría que decirte a ti, le respondo con humor.
Te he extrañado, asevera. No respondo; pero cae una lágrima.
Solo cuando dejo de escribir siento tu ausencia, me digo a mí mismo.
Yo también te he extrañado, se lo hago saber y afianzo el abrazo.
No te vayas, por favor, repite. Y vuelvo a lagrimear cuando afianza el abrazo por segundos como quien aferra su fe a un ser.
No te vayas, soy yo quien se lo dice y su voz se apaga, el cuerpo se vuelve polvo estelar y su aura es lo último que abrazo. Desaparece como el rastro luminoso que deja el sol que muere y abro los ojos apareciendo al frente del ordenador. Soy yo quien fue, quien volvió a la realidad, quien ha dejado de escribir.

Fin

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