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jueves, 11 de febrero de 2016

La dieta

- Siempre es complicado empezar una dieta. Dicen que debes de tener una importante fuerza de voluntad por el asunto que debes de evitar los deliciosos alimentos; peor aún cuando tu país resulta ser uno de los mejores en el tema gastronómico.
Esto le sucedió a mi amigo Eduardo, quien pesaba 90 kilos y media 1.69 y actualmente, ¿Adivinan cuánto pesa? Pues lo sabrán al final.
Por salud acudió al nutricionista del gimnasio donde se había matriculado. Era su primera semana y el entrenador le indicó que realizara una fuerte rutina de entrenamiento, la cual comenzaba con 40 minutos de bicicleta, 100 abdominales, 100 planchas y 100 sentadillas para al final entrar al sauna el mayor tiempo posible. Además, resolvió citarlo con el doctor especialista, por ello se encontraba esperando su turno.
Un tipo mucho más obeso salió con su receta llevando una sonrisa optimista, la misma que trasladó al momento de decirle, cualquiera puede bajar de peso, solo debes respetar tu receta y tener fuerza de voluntad. Eduardo sonrió y entró al consultorio.
El doctor era un sujeto de barba, bata blanca y lentes, quien, irónicamente, acababa de almorzar un exquisito emparedado de pollo. Lejos de provocarle ganas de comer, se sentó y saludó con cordialidad. El doctor respondió estrechándole la mano y empezó a realizar las respectivas preguntas.
Eduardo solía comer de noche, superando la media noche terminaba de cenar. Además, era un fiel adicto a los postres, generalmente, si llevaban abundante chocolate.
El médico le dijo que tendría que dejar todo lo que come de lado para darle la cordial bienvenida a una muy estricta dieta a base de frutas y verduras. Añadió que era un pecado comer de noche y que en definitiva, debía de dejar el chocolate.
Al terminar la conversación salió con receta en mano, sonrisa de optimismo en el rostro y ganas de ir a casa para colocar la receta en la puerta del refrigerador.
Se dijo así mismo que comenzaría mañana por la mañana, tenía la dicha que su madre ayudaría a preparar lo indicado y la suerte de tener una novia preocupada por su salud.
A la mañana siguiente despertó muy temprano para asistir al gimnasio, previo a ello comería su desayuno.
En lugar de los típicos panes con chicharrón y café con bastante azúcar, vio un vaso con yogurt light y un par de tostadas integral. Entusiasmado comenzó a comer; aunque, las tostadas no le gustaron. Sin embargo, las remojó en yogurt para darle un mejor sabor.
Cogió sus cosas; además, una enorme botella de agua y salió rumbo al gimnasio.
Después de la rutina de siempre volvió a casa, se encontraba hambriento y sediento, por eso, lo primero que hizo fue beber un litro de agua y cuando creyó comer algo sólido, encontró una ensalada de verduras junto a un pedazo de pollo sancochado. No le quedó otra que almorzar aquello y lógicamente, al tener al frente a sus hermanos que no dejaban residuo del Ají de gallina le dieron ganas de devorar lo mismo; pero, en ese instante, recordó las palabras motivacionales de su novia y su fuerza de voluntad aumentó para alejarse y beber agua hasta llenarse.
Durante la tarde comió algunas galletas integrales que le trajo su chica; pero no los halló el sabor. Sin embargo, tuvo que decirle que estaban deliciosas. De hecho, ella añadió que suele comerlas siempre. En ese momento, Eduardo la vio extrañado, como quien se pregunta, ¿Cómo puedes comer eso? Pero; siguió devorando las galletas porque el hambre apremiaba a dicha hora de la tarde.
Más tarde, viendo una película romántica, escuchó los gritos de su madre que llamaba a sus hermanos para cenar. Su padre había comprado pollo a la brasa y todos se alistaban para devorar hasta el pellejo.
Eduardo prefirió no bajar. No se puede comer ensalada cuando al frente comen pollo a la brasa, dijo con inconformidad; pero su novia le dio ánimos. Además, dijo que le traería su cena: Una exquisita e invisible para el estómago sopa de verduras con pollo sancochado y abundante agua.
No tuvo otra opción que comer lo que el médico había recetado, según se repetía y le decían, es por tu bien, es por salud.
Cuando todos acabaron de cenar y su novia se marchó, descendió sigilosamente hasta llegar a la cocina.
Buscó en todos los rincones donde habían guardado lo restante del pollo a la brasa; pero no lo encontró porque se lo habían dado a los perros callejeros.
Se mordió la lengua y bebió bastante agua para engañar al estómago, enseguida, resolvió dormir para olvidar el hambre.
A la mañana siguiente fue al gimnasio a realizar la rutina de siempre luego de desayunar lo mismo de ayer. De regreso a casa, literalmente se moría de hambre; pero sabía que tendría que almorzar una bendita ensalada.
Al entrar a su casa olió el aroma de los dioses; pero tuvo que evitarlo taponándose la nariz. Sin embargo, ganó la curiosidad y se adentró en la cocina para inspeccionar.
Se hizo imposible no oler ese exquisito aroma que provenía de las ollas, abrió una de ellas y vio un suculento Lomo salteado, casualmente, su comida predilecta. Pues, ¿De quién, no?
Lo siguiente que ocurrió fue que ni siquiera se dio el tiempo de bañarse y vestirse, tampoco de dejar las cosas a un lado o secarse al menos el rostro, porque cogió un cucharon y arrasó con todo.
Lágrimas caían al tiempo que tragaba con desenfreno. ¡Esta riquísimo! Se repetía cada cierto momento.
Es verdad que al rato llegó a su madre y tuvo que cogerlo fuerte de la cintura para alejarlo de la olla y que después su novia lo regañó con fiereza; pero siendo conscientes y justos, ¿Quién puede contra un Lomo salteado hecho en casa?
Curiosamente, en un acto de locura, arrancó la receta pegada en el refrigerador y la destrozó a mordiscos.
En la actualidad, Eduardo pesa 85 kilos (no le voy a quitar méritos, bajó 5 kilos en el gimnasio; pero no pudo con la dieta). Sin embargo, así lo quieren y eso es lo bonito.

Fin




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