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martes, 29 de marzo de 2016

¿Ya te vas?

- Debes de leer "Curiosamente, adiós" para entender esta historia.
Conocí a Ángela en un taller de narrativa hace muchos años atrás, era uno de los primeros talleres a los que asistí. Hicimos contacto con la mirada cuando ingresé, llegaba tarde el primer día de clase y le sonreía a la docente para que me dejara pasar. Por torpeza se me cayeron un par de libros al intentar buscar asiento, precisamente en ese momento, como las típicas telenovelas, vi que ella visualizó uno de los libros, el título lo recuerdo como si fuera ayer, “París era una fiesta” de uno de los más grandes y admirables escritores. Al recogerlo, nos miramos fijamente y naturalmente, le mostré una sonrisa amable, algo que siempre hago, no es indicio de querer empezar un romance, solo es amabilidad. Ella también lo vio de la misma manera y obviamente, correspondió con una sonrisa.
Me senté atrás, a unas carpetas de distancia y confieso que me atrajo su cabello ondulado, completamente negro, quizá, más que la noche. Además, vestía de un modo muy chic, como si saliera del trabajo y fuera directo al taller.
La profesora siguió explicando acerca de los distintos estilos de narradores, los omnipresentes, omniscientes y demás. Ella atendía y escribía, lo notaba porque yo suelo atender y nunca escribir. Digamos que tengo memoria selectiva, lo que me interesa lo archivo y lo que no, lo obvio.
Al rato, antes de incursionar en otro tema, la docente, que era de nacionalidad colombiana, bien guapa ella, quiso saber el objetivo de cada uno de los participantes, entonces, resolvió preguntar individualmente, ¿Qué esperas del taller? Cada uno fue dando su punto de vista hasta llegar a ella, quien respondió con una voz sobria: Me gusta la literatura y aprender más sobre ello es lo que requiero. Al rato, me tocó a mí: Estoy trabajando en un libro de cuentos y estoy aquí para enriquecer la obra.
Todos voltearon a mirarme, incluyéndola. De todos los participantes ninguno había mencionado que escribía un libro.
Por ello, quiso saber más, ¿De qué trata tú libro? Di información básica con tan solo un par de palabras: Son cuentos y reflexiones basadas en situaciones reales y anécdotas propias.
Interesante, dijo la profesora y todos empezaron a murmurar.
Me sorprendió que fuera el único que andaba escribiendo un libro, por un momento creí que todos dirían lo mismo; pero entendí que algunas personas solo gustan de saber un poco más.
Al terminar la clase salimos del salón, la docente nos había dado la consigna de traer para la siguiente clase un cuento de dos páginas. Me pareció estupendo que dejaran ese tipo de tareas.
Recuerdo que me detuve en una de esas máquinas que expulsan galletas y golosinas esperando que el sujeto adelante recogiera su producto. En ese instante, escuché a Ángela decir, ¿Desde cuándo te gusta escribir? Giré el cuerpo y la vi. Era mucho más bonita que hace unas horas y el detalle de los ojos caramelo no lo había notado.
A decir verdad, escribo desde niño; pero últimamente lo estoy haciendo seguido.
¿Por qué? ¿Hubo un tiempo en que dejaste de escribir? Quiso saber al tiempo que presionaba los botones de la máquina.
Sí. Pues, andaba estudiando en la pre de Lima y como no ingresé me estoy dedicando plenamente a la escritura.
Me asombró que comenzara a reírse de un modo burlón. La miré extrañado, entre molesto y sorprendido.
Perdona, lo que pasa es que me sorprende que no hayas ingresado a la de Lima. Si es tan fácil.
Sabía que te reías de eso. Pero, no es tan sencillo como dicen, pues, dictan algebra, aritmética y hasta geometría, yo ando en las nubes con esos temas.
Ya te entiendo, eres de los sujetos que son buenos únicamente para las letras y no para los números.
Supongo que sí. Mi ex profesor de matemática decía lo mismo.
Nos echamos a reír luego de oír ese comentario.
Yo soy Ángela, dijo después de la risa. Yo me llamo Bryan, respondí y no supe si estrecharle la mano o darle un beso en la mejilla.
Siempre he sido muy respetuoso con las mujeres, mucho más cuando recién las conozco.
Le estreché la mano con delicadeza; pero ella me dio un beso en la mejilla. Olía delicioso, lo confieso y a mí que me encantan los buenos olores.
Y dime, ¿A qué te dedicas, Ángela? Parece que trabajas en oficina, le dije visualizando su sofisticada vestimenta.
Empezó a contarme que trabajaba para una empresa de servicios turísticos, venta de pasajes y demás, era una especie de recepcionista. Para ser honesto, no recuerdo el nombre de la empresa.
Comenzó a contar también, al tiempo que yo disfrutaba de mi galleta Charada, que le gusta la literatura, en especial la clásica, habló de García Márquez y Borges con naturalidad. Incluso, para gustarme, añadió: Ese libro que lees, “París es una fiesta” es buenísimo.
Al mencionarlo fui yo quien comenzó a hablar sobre el libro, las situaciones que vivió el señor Ernest Hemingway junto a sus grandes colegas y amigos.
Nos quedamos varios minutos estacionados cerca a la máquina de golosinas y galletas charlando de autores y libros.
Salimos caminando de las instalaciones del centro cultural y no quisimos despedirnos, por ello, de un modo espontaneo, seguimos caminando hasta llegar a un óvalo. Intercambiamos MSN y celulares antes de la despedida y acordamos en vernos la siguiente clase.
Obviamente no fue así, nos agregamos al MSN esa misma noche y comenzamos a charlar hasta el amanecer.
Los temas se basaban en libros, autores, literatura, cuentos y demás, todo lo que tenga que ver con letras, incluso, también le hablé con mayor profundidad acerca de mi proyecto literario.
De repente, al amanecer, mencionó que debía ir a trabajar, lo dijo de modo chistoso, recuerdo claramente que añadió: Hablamos tan chévere que ni siquiera me percaté del reloj. Uno se olvida de todo cuando la pasa genial.
Volvimos a vernos en la siguiente clase, el taller se dictaba tres veces a la semana y aquella segunda vez, saliendo del mismo, nos fuimos a una cafetería cercana. Era la primera o segunda vez que visitaba Starbucks, nunca me había llamado la atención; pero a ella le fascinaba algo que vendían allí, lo llamaba Frappuccino.
Saliendo del lugar caminamos sin destino, no sabíamos adónde íbamos, solo andábamos mientras conversábamos.
Hablaba de su trabajo, de lo bien que le iba y que iban a promoverla, estaba contenta por ello. Yo fumaba un cigarrillo y la escuchaba, le contaba que había terminado un nuevo cuento y que el libro iba tomando forma.
Nos sentamos en una banca de un parque, no me acuerdo el lugar, solo sé que de repente nos quedamos callados y fue de las pocas veces que sentí una fuerte atracción física. Su cabello ondulado, suelto y volando a causa del viento, me encantaba, aparte, vestía de un modo sofisticado que llamaba bastante mi atención y curiosamente, se había pintado los labios -quería creer que lo había hecho por mí porque la vez anterior no los vi así-. Dejándome llevar por el gusto que sentía, le dije con seriedad: Ángela, me gustas mucho. Disculpa si te lo digo así de golpe; pero me pareces muy atractiva físicamente y a la vez muy inteligente e interesante.
Sonrió viéndome a los ojos con esa mirada café y ante mi sorpresa, respondió: Si tú no me lo decías, yo te lo iba a decir. ¡Fue fantástico! El hecho de gustarnos y atraernos resultaba ideal, por ello, inmediatamente nos dimos un beso e iniciamos una relación amorosa.
Durante las siguientes clases algunas personas nos quedaban mirando como quienes se preguntan, ¿Y estos dos, en qué momento se relacionaron sentimentalmente? Pues, fue la profesora, quien en confianza, lo dijo en la última clase: Hacen una linda pareja, chicos. Su comentario pareció salido de una clase de colegio, provocó la risa de la mayoría y la vergüenza de nosotros, quienes, lejos de sentirnos tontos, solo estuvimos avergonzados.
Salimos con nuestros respectivos diplomas y nos aventuramos nuevamente al hecho de caminar sin rumbo, cogidos de la mano, hablando de todo un poco y con la sonrisa bien puesta.
Con el pasar de los meses fue sabiendo más de ella, conocí sus otras aficiones, las luchas, por ejemplo, los videos juegos y demás. Ella a su vez fue conociéndome a fondo, se enteró que me gusta escribir en un estado completo de resaca, que suelo beber ron los fines de semana con mis amigos y que disfruto muchísimo de jugar pelota, generalmente, los sábados por la tarde.
Por ese lado estábamos bien, a ella también le agradaba el fútbol; pero, detestaba profundamente la bebida en exceso. Sin embargo, respetaba mis gustos y aficiones porque sabía que no soy de esos tipos que se emborrachan y se acuestan con otras, que arman peleas o realizan estupideces vergonzosas. Aunque, en ese entonces, junto a mis amigos, a pesar de no hacer algo que la lastime, realizábamos otro tipo de cosas, por ejemplo, no solo bebíamos ron, también consumíamos alguna que otra droga y nos gustaba la diversión extrema, es decir; podríamos ir a una fiesta en la playa o en una casa, en un lugar lejano de la ciudad o en otro extremo, siempre íbamos donde sabíamos que la pasaríamos bien. Eran tiempos de locura, bien decía mi amigo.
Yo le contaba todo a Ángela los domingos por la tarde cuando iba a su casa a ver películas mientras comíamos algo. No obviaba detalles, le contaba las drogas y las locuras que hicimos, los viajes a fiestas lejanas, las madrugas y los estupideces de los borrachos. No tenía porque mentirle, tampoco tener que inventar historias o poner excusas, llegamos a un punto en que le contaba todo porque le tenía suma confianza. Siempre he creído que la confianza es la base de toda relación.
Ángela era tranquila, gustaba de estar en casa los fines de semana, leía o veía televisión, compraba algo de comer y se quedaba enganchada con un libro o una serie. Eso me gustaba de ella, que fuera una chica hogareña, con principios establecidos por sus generosos padres y dedicada plenamente al trabajo y su vida amorosa.
Nos veíamos varios días a la semana, iba a recogerla al trabajo e íbamos a caminar por algún lado. Otras veces a cenar su plato favorito, la pizza y tantas veces al cine a mirar películas de terror.
Lo que también nos gustaba era ver documentales, nos quedábamos pegados observando en el entonces novedoso Youtube diferentes documentales sobre animales prehistóricos y monstruos marinos. En esa época andaba muy pegado con esos temas, no dejaba de buscar información sobre monstruos, animales extraños, dinosaurios, etc. Algunas veces me distraía viendo dichos videos en lugar de escribir.
Llegamos a cumplir un año juntos, parecíamos estar destinados a permanecer el resto del tiempo unidos, vivíamos enamorados y lo expresábamos a nuestro modo.
El tiempo que nos veíamos la pasábamos chévere, cuando no se podía por asuntos laborales, ella con arduo trabajo y yo escribiendo nuevos textos, nos encontrábamos en el MSN y chateábamos bastantes horas.
Ángela no siempre era apegada a su familia, en algunos casos, cuando estábamos viendo televisión en su cuarto, solía escuchar disturbios en su casa. Ella salía a ver qué pasaba e incrementaba la riña, creía que sus padres generosos (porque siempre los vi de ese modo) no pudieran tener esa clase de conflictos; pero lo que ocurría era que tenía un hermano que podría ser catalogado como la oveja negra, alguien que hurtaba objetos de la casa para consumir licor y estupefacientes. Ese momento entendí la razón por la cual no le gustaba beber.
Ella volvía estresada, triste y nerviosa, yo intentaba calmarla con los abrazos. No sabía que decirle, tampoco iba a sugerirle que lo internen, después de todo, es su hermano y podría tomarlo mal.
No voy a incursionar a fondo en ese espacio, es la vida privada de su familia y como espectador vi algunas escenas que realmente me entristecieron. Jamás creí que alguien podría volverse tan adicto al licor y la cocaína. Nunca conocí ni le estreché la mano a su hermano, solo lo vi con el rostro desecho y demacrado las veces que pasaba por mi lado. Era completamente distinto a la dulce, noble y generosa Ángela. Además de trabajadora.
Enfocándome en lo que fue mi relación con ella, debo decir que nunca discutimos, jamás hubieron esas riñas llena de griterío y ofensas.
Nosotros éramos algo distintos; pero lo sobrellevábamos porque gozábamos de pasar el rato juntos, de divertirnos en los viajes que hicimos, compartiendo aficiones y demás. Una o dos veces la llevé a reuniones con mis amigos, no se acopló del todo porque no le gusta tomar, por ello, mayormente fui yo quien salió con sus amistades. Fuimos al cine, a restaurantes y hasta un viaje. Eran buenas personas, tranquilos y algo ingenuos; pero buenas personas.
Claro que siempre preferí estar con mis amigos y ella lo comprendía, por eso, los fines de semana yo andaba de fiesta en fiesta y ella viendo televisión o leyendo en su casa. Era algo que le gustaba, eso resultaba estupendo. Además, nunca me celó ni molestó lo que hacía, yo le contaba todo, confiaba en mí y sabía mis ideales.
Pasó el tiempo y llegamos a cumplir dos años de relación amorosa, estábamos en el auge de nuestra relación, yo no sabía que regalarle para el aniversario, muchos de mis amigos sugirieron el anillo; pero nunca me atreví a comprarle uno. No quise. Creí que comprar un anillo me daría una responsabilidad, quizá, ella lo quería; pero yo no y no lo hice. Le regalé un oso enorme que quedó para siempre en el espaldar de su cama.
Un mes después de haber cumplido dos años, ocurrió una riña impensada, dije que nunca peleábamos; pero esto fue distinto. Era un malestar, un contratiempo, un simple e irrisorio malentendido.
Estuvimos dos o tres días separados, no lo recuerdo, yo pensaba llamarla; pero preferí que ella lo hiciera. La llamé después, al notar que no lo haría.
Sabía que hablaríamos y llegaríamos a un notable acuerdo y todo quedaría como nuevo, como si nada hubiera sucedido, como si todo hubiera sido tan normal como siempre.
Pero, como dije en la historia “Curiosamente, adiós”, ella dio una noticia sorpresiva. Un repentino viaje a Canadá. Yo no pude creerlo, estuve meses pensando en ¿Por qué me hizo esto? Y con el tiempo, cuando regresó de esa estúpida aventura laboral y digo estúpida porque lo arriesgó y perdió todo lo que construimos por el mismo puesto que tuvo aquí; pero con un salario mayor, entendí la razón.
Ángela creyó que era una de esas oportunidades que solo existen una vez, se cegó y se marchó sin darme explicaciones. Únicamente se lo dijo a sus padres, ni siquiera a sus amigas.
Recuerdo claramente lo que le dije a pesar que no quiera repetirlo; pero voy a hacerlo: ¿Ya te vas? ¡Pues, lárgate, cobarde!
Y así fue como me marché del aeropuerto. No hubo lágrimas, hubo ira, hubo coraje, hubo decepción; pero no lágrimas. Nunca las mereció.
Ella volvió dos años después, no era la misma, obviamente, el cambio de hábitos, cultura, clima y demás la afectaron notablemente. Me contó que se deprimió y que se sintió mal por todo lo hecho, que quiso llamarme para explicar; pero nunca se atrevió.
Me buscó al volver, yo no quise saber de ella, no solo porque no haya amor, porque el amor cuando te decepcionan, muere, sino porque a veces es mejor mantenerse lejos de algunas personas, generalmente, de las que no se muestran verdaderamente como son.
Ángela fue una mujer increíble; pero nunca fue realmente honesta. De repente, yo nunca quise escuchar sus motivos, ¿Qué motivos podría tener para fugar sin avisar? Solo razones absurdas que fue mejor nunca oír.
Confieso que me vi herido cuando volvió, que mis palabras: No deseo verte nunca más, fueron duras; pero sinceras. La decepción hizo que actuara así. No obstante, lo superas, te queda una historia que contar y una experiencia de la cual aprender.
Vivimos gratos momentos, dos años de relación bastante bonitos que terminaron de un modo abrupto.
A veces es bueno recordar lo vivido y olvidar la forma como acabó.

Fin




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