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sábado, 5 de marzo de 2016

Vero (La chica del chat)

- Me había tirado la pera del colegio para ingresar a una cabina de internet y distraerme chateando hasta la hora de salida.
Tenía mi primer celular, uno enorme, tan grande como una cuarta formada por mis dedos; pero me sentía orgulloso de tenerlo.
Hablaba con Vero en el canal Perú 1 que siempre andaba repleto y restringido; pero por las mañanas lograba ingresar y salir cuantas veces desee.
Le dije que estaba por la Avenida Caminos del inca y ella respondió que se encontraba por la Avenida Arequipa, alrededor de treinta a cuarenta minutos de diferencia.
Le dije para vernos, estaba aburrido y solo chateaba con ella.
Aceptó diciendo que nos podríamos encontrar en la Avenida Javier Prado, a un lado del Museo Nacional, exactamente en una hora.
Yo estaba con el buzo del colegio como mayormente iba a clases; pero llevaba conmigo una bermuda playera debajo del pantalón y un polo azul Quiksilver debajo de la casaca. Podría quitarme el buzo escolar y parecer un tipo cualquiera.
Me dijo que tenía veinte años y que regresaba del instituto, adonde había ido a matricularse.
Salí de la cabina de internet sin terminar la hora, el tipo que atendía se encontraba durmiendo. Eran las 9.30am, era el único en sus cabinas.
Abordé un micro que me llevase por toda la avenida Aviación hasta llegar a la avenida Javier Prado en donde caminaría un par de cuadras hasta llegar al lugar indicado.
Actualmente hubiera tomado otro bus y llegado en cuestión de minutos; pero en ese entonces desconocía el mundo de los micros y buses.
Llegué en una hora y diez minutos, según el reloj de mi enorme celular que no cabía en mi bolsillo y por eso se encontraba en mi mochila.
(Ahora que lo recuerdo, ¿Cómo no sentía vergüenza al andar con tremendo ladrillo?).
Verónica llegó quince minutos más tarde. Yo estaba sentado sobre un muro que hacía de banca a un lado del Museo de la nación mientras que alguien se acercaba sigilosamente. No me di cuenta de su presencia hasta que la escuché decir: ¿Bryan?
A primera impresión me pareció muy simpática. Llevaba el cabello castaño no tan largo, era pequeña y tenía labios realmente tentadores, no lo pensé en ese momento; pero más tarde, mientras charlábamos me di cuenta de una particularidad: Sus labios eran realmente grandes y carnosos.
Resulta que no sabíamos adonde ir, no se puede hacer mucho en los alrededores de dicho lugar, por ello resolvimos ingresar al museo a curiosear.
Realmente no creí que fuese tan divertido. No, no estoy diciendo que el paseo por el museo lo haya sido, lo fue lo sucedido adentro.
Empezamos a besarnos en el pasadizo. Fue raro, no teníamos ni treinta minutos platicando y repentinamente, tras una fuerte atracción, convergieron nuestros labios.
Debo afirmar que esos labios carnosos y grandes me deleitaron. No podía haberme besado mejor, me encantaba. Llegué a pensar, porque tengo la mala costumbre de pensar mucho, que tal vez Vero solo quería besarme. Afirmo aquello porque no dejábamos de besarnos. Me gustaba, obvio y a la vez me parecía singular por ser tan pronto; pero dejaba de pensar en ello y disfrutaba del beso. Cerraba los ojos para no pensar y enfocarme en sus labios.
Lo siguiente que sucedió fue que salimos del museo y caminamos por la avenida, sorpresivamente, cogidos de la mano, tal cual enamorados. Me agradaba ese hecho de tener las manos unidas y besarnos prácticamente en cada esquina. Me resultaba bonito.
Poco antes de despedirnos, exactamente sentados en la banca del paradero esperando el próximo bus le propuse de una manera muy romántica el hecho de formalizar. Nos habíamos besado, expresado atracción mutua; pero no sabía que podría suceder después. Tal vez abordaría el siguiente bus y no la volvería a ver.
¿Quieres ser mi enamorada? Le pregunté en el paradero sujetando sus manos y viéndola fijamente. De repente no fue el lugar; pero sí el hecho. Yo quería seguir saliendo con ella, compartir algún que otro momento agradable, etcétera.
Claro, me encantaría, respondió haciéndome muy feliz. Casi al instante volvimos a besarnos y también enseguida pasó el bus que la llevaría a su casa de Salamanca.
Volvimos a vernos una semana después en el mismo lugar.
Me pareció que Verónica había tenido un mal día, su actitud lo reflejaba. Se encontraba desganada y sin ánimos de platicar, solo respondía con monosílabos y de vez en cuando hacia ademanes.
Yo andaba sonriente e intentando entablar una conversación duradera; pero ella resultaba cada vez más apática.
No tenía el argumento para convencerla de contarme que le andaba sucediendo; pero me molestaba su actitud y no podía seguir aparentando que no.
Le dije, ¿Qué sucede? Me miró sorprendida por el tono serio de mi voz, no vio mi sonrisa y respondió: Nada.
Después de esa respuesta nos sentamos sobre una banca en silencio y cada uno mirando hacia un lado.
Nos encontrábamos a kilómetros de distancia de aquel estupendo momento que pasamos la semana anterior. Me sentí decepcionado; pero quería intentar solucionar el hecho. Siempre he sido optimista y siempre he creído que una charla puede arreglarlo todo.
No obstante, cuando iba a preguntarle nuevamente sobre su estado, cuando estaba a punto de decirle que podía confiar en mí y de repente acercarme a darle un abrazo o alguna caricia, vi en su muñeca una esclava -que había visto antes- pero nunca del otro lado. En el accesorio se encontraba escrito el nombre de un sujeto.
Me sorprendí bastante. Detuve mis intenciones y reflexioné un poco.
¿Quién podrá ser? La idea de un posible amorío, lejos del que supuestamente lleva conmigo, me hacía sentir estúpido; pero curiosamente, resultaba interesante, es decir; tenia dieciséis años, salía con una chica bonita que conocí en Internet y dicha mujer me engañaba con alguien más. Cuando la palabra engañar apareció en la mente se me fue la idea de interesante.
Le dije, ¿De quién es el nombre en tu esclava? Di en el blanco, todo se resolvería en la siguiente conversación.
Vi que meditó un instante; pero imaginé que me diría una posible mentira. Creí que adivinó que lo sabía y por eso resolvió decirme la verdad.
Es mi ex – novio, dijo, de repente para que oficialmente no me haya sentido engañado (Aunque, seguramente haya estado con él cuando me besó). Enseguida, acotó: Esa es la razón por la que estoy así. Hemos terminado hace poco y me siento confundida.
Solté una maldición para mis adentros y no supe qué decir; de repente ahora si hubiera sabido que decir y como actuar, en ese entonces solo atiné a sentirme desilusionado.
Me levanté de la banca y le dije: Creo que deberías arreglar esa situación antes de involucrarte en una nueva relación.
Me sentí bien conmigo mismo luego de repetir esa frase. Fue un momento de inspiración absoluta.
No dijo nada y dejó que me fuera.
Cuadras más adelante nos encontramos. Me dijo para ser amigos y yo muy sonriente le dije: Esta bien. Aunque, obviamente, nunca más volvimos a vernos.
Fuera de haberme sentido desilusionado por lo que imaginaba para con ella, me sentí grandioso por mi efímera actitud madura.
De las situaciones se aprende y esa fue una de ellas.

Fin

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