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sábado, 5 de marzo de 2016

La mujer de voz bonita

—Hola, ¿Cómo estás? —, —Hola, ¿Quién habla? —, —Soy María, del chat —, —Ah, ya recuerdo, ¿Qué tal? —, —Bien, me dijiste que te llamara por la tarde —, —Sí, ya recuerdo. Lo siento —,
—Descuida, ¿Cuándo nos vemos? Eso fue lo que íbamos a coordinar —.
Tenía una bonita voz. Era dulce y a la vez sobria como si su trabajo fuese de locutora.
Me gustaba su voz y podía imaginarla mientras la escuchaba.
La había conocido en la misma página de siempre y le di mi número telefónico para acordar un futuro encuentro.
—Pues, no lo sé, ¿Cuándo estas libre? —, —Todos los días, estoy de vacaciones —, —Estamos en la misma situación—, — ¡Genial! Entonces, ¿puede ser cualquier día, verdad? —, —Claro que sí, yo encantado —, — ¿Qué te parece el viernes? —, —Bueno, cualquier día excepto los viernes porque juego pelota —, —Entonces, ¿El sábado? —, — ¡Sí, el sábado! Pero, ¿Dónde nos encontramos? —.
—Tú di el lugar y yo me ubico —. Ante esa afirmación le dije: ¿Te parece en la entrada del cine Benavides?
— ¿Cine Benavides? ¿En qué cuadra esta? —, —A unas cuadras antes de llegar a la Av. Caminos del inca —, —Sí, ya me ubico. En ese lugar entonces. ¿A qué hora? —, —A las… no lo sé. ¿A qué hora puede ser? —.
—Puede ser a las seis o siete —, —A las siete me parece bien —.
Definitivamente su voz me fascinaba. Quise preguntarle si trabajaba de locutora de radio o de algo similar; pero guardé la pregunta para la cita.
—Ya quedamos, eh. No me vayas a dejar plantado —, —No te preocupes, yo nunca haría eso —.
Un par de días después nos encontramos en el cine Benavides.
Recuerdo que fui vestido con una bermuda y un suéter rojo con negro. Llegué, encendí un cigarrillo y la esperé.
Tenía una leve descripción física rondando por la cabeza; pero, de seguro que el bolso lila y la blusa blanca ayudarían a reconocerla. Fue lo que me dijo en un mensaje de texto horas antes del encuentro.
Al rato vi acercarse a una muchacha con dicha descripción. Además, llevaba zapatos de tacón y el cabello suelto.
—Hola, ¿Eres María? —, —Tú debes ser Bryan — dijimos a la vez y nos dimos un abrazo en señal de saludo.
— ¿Cómo estás? — Pregunté, al tiempo que caminábamos sin dirección aparente. —Todo bien, gracias. ¿Y tú, que te cuentas? —.
—Muy bien, gracias. ¿Adónde vamos? —, —No lo sé, creí que sabías adónde íbamos — nos reímos luego de ese comentario.
—Caminemos entonces — propuse, asintió con la cabeza y seguimos andando.
Llegamos a un parque repleto de bancas y nos sentamos en una de ellas instintivamente.
—Estoy agotada. Hemos caminado demasiado —. Yo no estaba cansado porque me encanta caminar.
—Yo estoy bien, si por mí fuera seguiría caminando — dije y sonreí.
—Entonces tendrías que hacerlo solo — sugirió y solté una carcajada.
— ¿A qué te dedicas, Bryan? —Preguntó seriamente, — ¿Qué te puedo decir? — Dije con cierto humor. —Digamos que tengo vacaciones sin fecha de culminación — añadí con igual sentido del humor.
— ¡Estas de vago! — dijo y sonrió. —No lo veo tanto de ese modo. Digamos que me estoy dedicando a vivir —. Sonreí después de aclarar.
—Bueno, yo estudio computación — comentó y enseguida añadió: Luego pienso postular a alguna universidad a estudiar Ingeniería industrial. El nombre me pareció terrible; pero dije: Me parece muy bien. Por un momento creí que trabajabas en un Call Center o un programa de radio.
Ella empezó a reír.
—Es que tienes una voz muy simpática— volvió a sonreír y agradeció el cumplido.
— ¿Y tú qué piensas estudiar? —, —No lo sé. No me he decidido aún —.
—Bueno, si te decides por alguna carrera, seguro que te irá muy bien — respondió con la misma condescendencia, lo cual me dio cierta gracia.
— ¿De qué te ríes? —, —En realidad, de todo. Me gusta reír, siempre es bueno reírse — le dije y de nuevo sonreí. Me miró extrañada y sonrió.
—Ahora eres tú quien sonríe—, —Es que me da risa que te rías de la nada —, —Reír es parte de mí —, —Ya entiendo, chico risueño —.
—Cuéntame algo y de ser gracioso mucho mejor — propuse. —No lo sé, no tengo cara de payasa — aseveró con gracia.
—Quiero caminar— Me sorprendió que lo dijera.
—Vamos pues—. Nos reincorporamos y empezamos a caminar lentamente, nuevamente, sin rumbo alguno.
— ¿Sabes que me pareces un chico interesante? — Dijo de pronto.
Sonreí y pregunté: ¿Por qué lo dices? —No lo sé. Noto frescura en tus palabras, en tu actitud por querer, simplemente, vivir.
Eso me resulta interesante porque soy distinta a ti. Yo tengo planes y tú por lo que noto solo quieres vivir—.
Su argumento fue interesante y curioso. Nunca me habían descrito de ese modo, me gustaba. Y ella también me atraía; tal vez, al ser un tanto diferente a mí.
—Doblemos a la derecha— dije despacio y empezamos a andar por un callejón que une la calle con un parque. Nos detuvimos a mitad del camino. No supo que decirme cuando me acerqué y la apoyé lentamente contra la pared. No pronunció palabra alguna cuando la besé.
Nunca antes lo había hecho. Me sentí con ganas de besarla y como nos encontrábamos solos y en un lugar desolado quise actuar de la manera como lo hice. Admito que me sorprendió mi actitud.
Decidí besarla nuevamente, ella siguió el beso y nos volvimos apasionados enseguida. Me sentía diferente a como era, es decir; nunca antes me había encontrado en un lugar similar teniendo contra la pared a una mujer y besándonos apasionadamente.
Pensaba que en cualquier momento alguien podía sorprendernos o tal vez, un vecino curioso andar vigilándonos y confieso que eso me agradaba; aunque por ratos incomodaba. Era extraño, todo lo era.
Ella no pensaba lo mismo, lo supe cuando de repente, después del beso, me dijo: Tócame los senos.
¡Sí, dijo eso! Hubiera sido el deseo más grande de cualquier adolescente libidinoso; pero no el mío. De hecho, no supe que hacer en ese momento; pero cogió mis manos y las colocó exactamente sobre sus pechos. Me excité, obviamente; pero ella se excitaba todavía más. Parecía como si estuviese en un estado de posesión demoniaca. Sus ojos fuera de órbita y sus gemidos me resultaban no tan candentes como actualmente me podría resultar (quizá porque empecé a pensarlo, no a disfrutarlo) pero si muy particulares y grotescos. No creí que alguien se pudiera calentar tanto con un masaje en los senos.
Pero ahí estaba yo, a mi edad y junto a una mujer sumamente lujuriosa que posiblemente quien sabe que iba a querer luego.
Terminado el acto, acotó con una voz distinta a la conocida y con una enorme y atrayente sonrisa: ¿Sabes donde podrías seguir haciéndome tuya? Sí, eso pensaba, que yo la llevé y arrinconé para cogerla. Sin embargo, solo quise besarla (aunque mis actos dijeron otra cosa).
La verdad es que no lo sabía; pero quería aparentar que sí. Por eso solté una sonrisa pícara y ella imaginó lo que sucedería.
Treinta minutos después, ingresaba por primera vez a la habitación de un lejano y barato hostal.
María se echó sobre la cama e inmediatamente se quitó la ropa quedándose tan solo con ropa interior color negro y sostén del mismo color. Sonreía y me exigía que hiciera lo mismo lo más pronto posible porque, según exclamaba, me deseaba encima.
Timorato e inseguro me encontraba sentado al borde de la cama escuchando sus constantes palabras seductoras, pensaba en la posibilidad de desnudarme y cogerla; pero a la vez, mi romántico pensamiento de hacer el amor me inquietaba.
Nunca antes había tenido relaciones sexuales y deseaba que esa primera vez fuese con alguien a quien amase, siempre lo había pensado de ese modo y no podría permitir que mis ideas se fuesen al diablo por una efímera calentura.
Sabía que no podía explicarle todo el contexto que sucedía en mi cabeza, por eso me acerqué, le di un par de besos que la excitaron todavía más y le dije: Voy a comprar preservativos.
No volví. Y no me arrepiento.
Mientras me encontraba mirando por la ventana del bus que me estaba llevando a casa comencé a reflexionar sobre lo ocurrido y definitivamente no discrepé con mi decisión; aunque, el acto de haberla besado de ese modo fue el detonante para que creyera que deseo algo más.
En el tiempo actual todo lo ocurrido esa noche me resulta gracioso.

Fin

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