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domingo, 27 de marzo de 2016

Las gorras

- Ser palomilla es distinto a ser un ladrón. De joven uno hace un montón de palomilladas con tal de divertirse. Por esa razón y con esta reseña, empiezo a relatar esta anécdota.
Era una tarde de compras navideñas, Diego y yo habíamos ido al Jockey Plaza para adquirir zapatillas, sabíamos que en una de las tantas tiendas por departamento habría buenas ofertas. Ingresamos a una en particular, a lo que solemos visitar y comenzamos a visualizar los distintos modelos, por si nos llamase la atención algunos.
Veíamos, tocábamos y nos probábamos distintos pares de zapatillas; pero ninguna nos gustaba porque solían ser de colores muy exagerados, generalmente nos gusta lo simple.
Antes de ir en busca de otras tiendas resolvimos seguir curioseando por los alrededores, llegamos al módulo de ropa deportiva, en donde nos quedamos enganchados con las bonitas camisetas de los equipos europeos que costaban una fortuna. Luego, nos acercamos a un pequeño espacio donde yacían gorras de la marca Nike. Eran unas gorras muy bonitas, con un diseño simple, color agradable y el logo pequeño. Nos gustaron de inmediato.
El precio oscilaba alrededor de los setenta soles (en ese entonces los precios estaban en dólares) y se nos hacía de poca importancia comprar gorras cuando habíamos ido por zapatillas. Además, de adquirirlas, no podríamos comprar los tenis que deseábamos, debido a que el presupuesto se acortaría.
De repente, a Diego se le ocurrió una peculiar idea. Oye, ¿Y si las pelamos? Sonreí cuando lo dijo, creí ingenuamente que hablaba con humor. Es fácil, podemos sacarle esto (el protector) y listo, nos la llevamos puesta, añadió enseguida y entonces entendí que estaba hablando en serio.
Las gorras me gustaban y su idea parecía simple, por ello, le dije: ¿Y donde piensas sacar el protector? Están vigilando.
Fácil, cojo un polo, voy al probador y allí lo saco. Luego salgo de la tienda con la gorra puesta.
Hagámoslo, le dije motivado, debido a que su plan parecería ser perfecto.
Diego cogió una de las gorras, se la colocó y observó en el espejo como quien se prueba, luego, cogió un suéter. Me pidió que vigilara por si alguien curioseaba e introdujo la gorra dentro del suéter. Al rato, hice exactamente lo mismo.
Vamos a diferentes probadores, me dijo con bastante seriedad. Ya, está bien, respondí de la misma manera y nos separamos.
Estaba nervioso, lo admito; pero trataba de disimular de la mejor manera. El tipo de seguridad, un sujeto alto y serio, cogió la prenda para revisarla, yo miraba a otro lado mientras lo hacía pensando en que si la encuentra, estoy jodido o debo de hallar una excusa ideal. Sin embargo, no pudo encontrar nada y logré entrar con el suéter que escondía la gorra.
Con fuerza bruta pude sacar el protector sin arruinar la gorra y salí con suma confianza del probador. Al tipo de seguridad, de un modo muy natural, le pregunté por una caja. Este señaló una y me fui sin voltear.
Más adelante me desvié y fui a buscar a Diego, quien recién salía de un probador. Al verlo, le hice una seña y se acercó.
¿Qué fue? Le pregunté. Me demoré; pero lo hice, dijo con una sonrisa. Nos echamos a reír como un par de locos.
¿Y ahora como salimos? Pues, cara de palo nomas, hay que ponernos la gorra, dijo con confianza. Hice caso a su idea y salimos con el tumbao que tienen los guapos al caminar.
Nadie se dio cuenta, nadie vio nada y nos quedamos con un par de gorras bien bonitas.
Lo gracioso de esta historia es que le contamos a nuestros amigos acerca de la hazaña que realizamos, entonces, un par de ellos fueron para hacer lo mismo, el resultado, quedaron detenidos.
No dejamos de reír cuando nos contaron lo ocurrido. Definitivamente, no es un acto que se deba repetir; pero si una palomillada que uno realiza cuando es joven y algo estúpido.
Irónicamente, esas gorras bonitas que hurtamos, nos las robaron tiempo después. ¡Qué bonita es la vida!

Fin

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