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martes, 10 de noviembre de 2015

Vestuario de hombres

- Es extraña la forma como empieza este cuento; pero resulta graciosa.
Cada vez que entro al vestuario de hombres del gimnasio, observo de reojo al tiempo que acomodo mis cosas o de repente, me alisto para salir, que los varones con total soltura se desnudan. Yo no podría por el hecho que me da vergüenza. Aparte, ¿Quién sabe qué otras visiones podrían tener? Porque honestamente esa cuestión que se inyectan suele volverlos del otro equipo.
Además, no acostumbro a ducharme en lugares que no estén en mi hogar por más limpio que se encuentre, entre otro par de detalles que no voy a mencionar.
Pues, es imposible no notar las cosas que uno no quiere ver; pero de repente, debido a la soltura y confianza con que se mueven y te conversan (el tipo me habla desnudo de lo más fresco y yo sintiéndome incomodo, a menos, obviamente, que fuera mujer, otra sería la situación) visualizo lo minúsculo que se hace el miembro y pienso con humor, ¿Tanta musculatura para tener ese manicito? Lógicamente la risa se nota, es que realmente resulta muy chistoso (claro está que no voy a aclarar como tengo el mío; así que no se hagan ilusiones). Por ello suelo salir riendo del vestuario mientras que los sujetos caminan desnudos, se cambian juntos y quien sabe que harán cuando no estoy.
Bueno, he hecho un preámbulo importante para la siguiente historia.
Hace muchos años, tantos que no recuerdo, cuando jugaba para el Centro Iqueño y entrenábamos en un enorme colegio, caminamos rumbo al baño de hombres sudorosos, contentos y eufóricos por el triunfo en el entrenamiento. Jeremy, Diego, Bruno y yo nos quedamos conversando mientras que el buen Rodrigo Pérez ingresó para, según él, inspeccionar el área.
Lo siguiente que ocurrió fue tan rápido que no comprendo cómo logro recordarlo con claridad. Salió a toda velocidad, con una sonrisa de oreja a oreja, sin voz y tratando de sacar fuerzas para expresarse, nosotros abrimos los brazos esperando que hablase y al instante gritó: Vi a “La Gucha” (el entrenador) totalmente desnudo y además, es velludo. ¡Es el hombre lobo!
Creo que es una de las situaciones más graciosas que he tenido la dicha de disfrutar.
No dejamos de reír, al punto que lo contamos y volvimos a contar durante meses, años y décadas, es una anécdota que siempre va a permanecer entre nosotros.
Nunca me voy a olvidar de su grito, definitivamente, jamás.
¡Ah, olvidaba! Abrió sus brazos tanto como pudo para describir algo que solo él sabe.

Fin

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