Mi nuevo libro

Mi nuevo libro
Puedes pedirlo al WhatsApp +51 987774365

jueves, 26 de noviembre de 2015

Una tarde genial con la Vaka

- Salía de clases y abordaba el bus que me llevaba a la avenida La Marina. Luego de una hora y media de trayecto, descendía exactamente en el Paradero Astete.
En dicho entonces no tenia saldo en el celular. Además, tenía uno de esos que no sirven de mucho, su única función era la de recibir llamadas.
Enviaba un par de mensajes misio y recibía su llamada; aunque en algunas otras ocasiones resolvía llamar desde un teléfono público para decirle que en cinco o diez minutos estaría en su casa.
Al hacerlo emprendía camino hacia sus aposentos, el cual se encontraba a unas cinco o seis cuadras del lugar, recorriendo la avenida Los insurgentes, atravesando por un mercadillo y doblando a la derecha exactamente al pasar una veterinaria.
Caminaba otro par de cuadras y doblaba a la derecha visualizando un enorme parque, tan grande que mi vista no podía capturarlo todo; sin embargo, veía una losa deportiva (que solamente se llenaba los domingos) y andaba por la acera del parque observando la puerta de su casa, que siempre, casualmente, se abría al estar a pocos metros.
Entonces aparecía ella, vestida de jeans, zapatillas Converse, suéter y bufanda. Se veía hermosa y ahora que escribo este relato no logro entender porque nunca se lo dije más veces.
Bueno, al vernos nos saludábamos con un beso y un abrazo, enseguida, pedía que la esperara a que sacara su monedero o de repente, cerrara la puerta o quizá, era yo quien pedía el baño urgente. De cualquier modo, luego de ese lapso, nos entrelazábamos y caminábamos de regreso al paradero Astete para aventurarnos a Plaza San Miguel.
Previo a ello, durante el camino charlábamos acerca de nuestros respectivos estados de ánimo. Ella siempre andaba contenta, con una sonrisa brillante y una risa muy particular, adjunta a una voz dulce que decía al tiempo que piñizcaba levemente mi entonces prominente barriga: Gooooordo, ¿vamos a tomar lonche? Y yo, estúpidamente apático, resolvía responder: Si, fácil. Aunque, sin quitarme meritos, mayormente solía hablarle con dulzura: Claro que sí, mi Vaca (Realmente era Vaca con K, o sea, Vaka; pero no es la forma correcta de escribirlo; sin embargo, déjenme ser un rebelde por este relato).
La Vaka (Sí, Vaca con K) vivía entusiasmada, porque su carisma era natural, siempre andaba sonriente y alegre, deslumbraba su actitud franca y a la vez dulce como si tuviera la vida ideal, mientras que yo, a veces tan distinto, lidiaba con situaciones que no me conducían a nada (y hablo en el sentido personal) y por ello, en lugar de abrirme y contarle, me ponía apático. Claro está que no siempre ocurría ello, por eso, más tiempo andaba contento, de repente porque estaba completamente enamorado de ella y me daba alegría tenerla cerca y compartir el tiempo juntos (olvidándome de las jodidas situaciones que me abrumaban, sin pensar que solo se trataban de meras exageraciones que podía haber resuelto con facilidad).
Llegábamos al paradero Astete y ella con ternura decía, gordo, que nos cobre cincuenta nomas. Sonreía asintiendo con la cabeza, subíamos al primer bus que veíamos y en cinco o diez minutos, ya estábamos en Plaza San Miguel.
A veces también solíamos caminar y mientras lo hacíamos charlábamos de las distintas situaciones que ocurren, algunas increíbles y amenas y otras complicadas y aburridas.
Lo hacíamos cogidos de la mano, la veía de reojo mirando su rostro blanco y pecoso, su melena suelta en un intento por ser ondulada; pero no podía porque el asunto de usar diariamente la plancha la había hecho prácticamente lacia. No me gustaba; aunque debo aceptar que cuando se planchaba el cabello le quedaba precioso. No llego a entender con claridad porque nunca se lo dije, quizá por estúpido. Esa es la palabra correcta, definitivamente.
En Plaza San Miguel íbamos a todos los establecimientos, no hubo tienda que no visitáramos, lo conocíamos todo de pies a cabeza, por decirlo de un modo; aunque, definitivamente y repito, definitivamente, nuestro lugar predilecto era el asombroso mundo de “Casa & Ideas” por lo que hallábamos peculiares objetos, singulares productos, tales como peluches amorfos que causaban gracia y ternura, variedad de cubiertos, de colores nunca antes vistos y lógicamente cantidad de artículos que podrían
decorar nuestro hogar y hacerlo sentir alegre. El decir nuestro hogar me acaba de poner un poco sentimental.
¿Era la idea, no? Estar con ella todo el tiempo; pero bueno, a veces no se da de ese modo y es uno quien se equivoca.
Pero vayamos al lugar.
En “Casa & Ideas” se halla de todo, nosotros recorríamos el centro en busca de esas singularidades y las encontrábamos para asombrarnos, jugar y divertirnos, hasta llegar a sacarnos fotos.
Yo solía llevar mi cámara digital y grabar los momentos, hubiera querido poder tenerlos ahora, lástima que en un arranque de ira sin argumentos los borré.
Sin embargo, en la mente existen esos grandiosos instantes en ese lugar tan alegre al que no dejamos de asistir, es más, lo hicimos tantas veces que se hizo una rutina estupenda. Incluso, cuando nos separamos, confieso que iba y me deprimía no tenerla a mi lado recorriendo los diversos pasillos de ese majestuoso templo de singularidades increíblemente divertidas.
Luego de recorrer todos los lugares de Plaza San Miguel, sacarnos algunas fotografías para subir al entonces HI5 íbamos caminando hasta Tottus; pero, antes hacíamos una parada en Metro.
Lo que hacíamos en Metro era visitar una tienda de juguetes que tenía un dinosaurio enorme en la vitrina. Casualmente nunca lo vendieron porque hace poco volví y vi ese dinosaurio exactamente en el mismo lugar. Me dio risa y a la vez nostalgia.
También visitábamos un pequeño acuario, yo tenía mucha fascinación por los animales acuáticos, actualmente ha disminuido notablemente, más que todo por el tema que ando ocupado escribiendo y escribiendo, corrigiendo y corrigiendo las nuevas obras, asistiendo a talleres y cursos, que no tengo el tiempo para detenerme a observar videos de documentales o buscar en Google sobre nuevas especies marinas, es algo que debo hacer cuando tenga un tiempo libre.
Junto a la Vaka veía los peces e imaginaba que alguna vez tendría una enorme pecera en donde podría tener varias de esas especies viviendo en casa.
Era en ese momento cuando le provocaba un pan con chorizo, el mismo que vendía el frente, a mí nunca me gustó; pero a ella le encantaba y como andaba en forma podía comer lo que quisiera.
Ahora que recuerdo, es curioso que me haya acordado del sonido de su risa, una vez me dijo que se parecía a la de Bob Sponja.
Sigamos.
Más adelante, llegamos a Tottus, lugar donde nos quedábamos a tomar lonche. Bueno, si se puede llamar lonche a lo que comíamos o en todo caso, comía.
Me asombra la manera como comía en ese entonces, estaba gordo y prácticamente tragaba todo lo que compraba o invitaban.
El punto es que llegábamos a Tottus, entrábamos, subíamos las escaleras eléctricas (que no eran tan peligrosas como ahora) y nos deteníamos en la pequeña cafetería.
Vaya, ahora es enorme, lo sé porque he vuelto a ir. Debo confesar que siempre que tengo tiempo suelo volver a Plaza San Miguel, Metro y Tottus de La Marina para acordarme de esas ocurrencias y luego recordar detalles para poder escribir sobre los mismos, porque la Vaka (con K a pesar que este mal escrito) siempre va a ser alguien especial en mi vida porque aprendí tanto de ella luego de separarnos. Resulta tristemente irónico.
Ella pedía café o jugo, yo solía tomar gaseosa (me da vergüenza mencionarlo, ya no tomo gaseosa). La gaseosa no la pagaba, te preguntaras, ¿Cómo es eso? Pues de la siguiente manera: Iba a sacarla del refrigerador, la abría, la bebía y me iba. Ella no decía nada, le parecía divertido.
Además, comprábamos el asombroso, delicioso y gracioso “Pan serpiente” que era barato y rico. No lo terminábamos y jugábamos con el mismo haciendo como si cobrara vida y fuera una serpiente maligna.
¡Qué buenos tiempos! Ahora que lo recuerdo tenía un video donde ella realiza ese acto, es tan tierno y chistoso que causa nostalgia no poder volver a verlo; pero, pues, al menos queda ese rato en la mente y ahora en este cuento.
Nuestro conversatorio se trataba de fútbol, algunos hechos graciosos y entre otras situaciones.
Siempre me arrepentí el no contarle mis deseos, sueños y demás, creí que le tenía confianza para todo, excepto para abrirme, aparte, hubiera sabido de mí, del verdadero tipo que era, no de quien se equivocó.
En lugar de algunos asuntos triviales hubiera contado mis anhelos y escuchado los suyos, compartido metas y hasta fusionado para que ambos pudiéramos haberlas logrado en el tiempo que estuvimos. De repente no tuve esa facilidad para hablarle con honestidad escudándome o escondiéndome.
Pues, luego del lonche que era divertido porque vacilaba el hecho de robar gaseosas y luego andar pensando que me han visto sustraer sin pagar, andábamos por las zonas de juguetes viendo algunas cosas y después viendo otras cosas. Al final, salíamos con la barriga llena y caminábamos rumbo a su casa.
Lo hacíamos por un sendero que no he vuelto a recorrer. Para ser sincero no lo recuerdo bien; pero nos conducía hasta una alameda por donde llegábamos a su casa. Obviamente era otra ruta, una más corta que únicamente usábamos para regresar.
Una vez en su hogar nos deteníamos en el umbral de su puerta para enseguida anclar a un lado, en una especie de muro donde ella se sentaba y pedía que la abrazara con fuerza. Lo hacía inmediatamente y no quería -ahora con mayor intensidad- zafar de ese abrazo. Sin embargo, nos despedíamos sabiendo que posiblemente nos veríamos en un par de días y andaríamos en contacto vía MSN o mensajes de texto.
Eran buenas tardes, tan simples como increíbles, por eso he aprendido que la rutina puede ser extraordinaria, solo tienes que saber disfrutarla.

Fin

No hay comentarios:

Publicar un comentario