Mi nuevo libro

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jueves, 26 de noviembre de 2015

Encuentro en el bus

- Me gusta sentarme en el asiento individual al lado de la ventana, observar el paisaje urbano mientras el bus avanza, olvidarme de los alrededores al colocarme los audífonos y generalmente relajarme con baladas; aunque ahora último lo hago con electrónica.
Escucho a un tal David Vegeta al tiempo que la velocidad del transporte se incrementa y el aire me despeina, me gusta la breve adrenalina que siento. De repente, se detiene y naturalmente se acomoda mi cabello.
En ese momento, suben personas al bus, no me percato de ellas, ni siquiera me interesan, sigo en lo mío y hasta me animo a mover la cabeza al tiempo que oigo la música, me empieza a vacilar la electrónica y pensar que comencé con una negación, luego me abrí y decidí seguir escuchando.
El bus se llena de personas y por un instante pienso en mi mala fortuna, la de encontrarme cerca a la puerta, por ello, estoy seguro que en cualquier momento alguien va a pedir mi asiento.
Ocurre tiempo después, una anciana sube y de inmediato le ofrezco asiento.
De igual modo sigo con la música, a pesar de no estar cómodo como antes; aunque estoy seguro que al final de la avenida Caminos del inca baja la mayoría. Me tranquiliza ese hecho y obvio el andar abrumado de gente.
Efectivamente, en el semáforo baja una gran cantidad de personas, más que todo los sujetos que llevan enormes mochilas, por ello, logro hasta elegir en que asiento -para dos- me voy a sentar.
Resuelvo acomodarme y abrir la ventana. En la siguiente cuadra suben más personas y una de ellas, ante mi asombro, es una ex novia, a quien voy a reservar el nombre.
Que no se siente a mi lado, que no se siente a mi lado, repito nervioso y todavía sorprendido; pero intento observarla bien, de repente me estoy confundiendo. Aunque estoy seguro que debería de andar mirando por la ventana y hacerme el desentendido.
Sin embargo, para colmo o gracia, se sienta a mi lado reconociéndome en un instante.
¡A los tiempos! Dice con una sonrisa muy cálida. La veo, analizo en cuestión de segundos y respondo, hola, a los tiempos.
Instintivamente nos damos un beso en la mejilla. Recuerdo haberme echado desodorante y fragancia tranquilizándome un poco más.
Y, ¿Qué te cuentas? Lanza la primera pregunta, también con una sonrisa.
Sonrío por nervioso o porque siempre lo hago y respondo, pues todo bien, relajado. Las cosas van bien, no me puedo quejar.
Me alegra. Supe que publicaste un libro y estuviste en la feria del libro. ¡Felicitaciones! Lo dice con alegría.
Gracias, gracias, eso fue el año pasado. Definitivamente, una experiencia inolvidable.
Me ve con su sonrisa intacta, con los rulos de siempre, no tan largos como antes; pero todavía se mantienen bonitos. Enseguida, agrega: ¿Y de que trata el libro? Me vas a disculpar; pero no lo he leído.
Descuida, digo con una sonrisa. Y añado: Te cuento, son relatos cortos, vivencias basadas en experiencias mías, frases y algunos cuentos ambientados en situaciones reales.
Interesante, se ve atrayente. ¿Dónde lo están vendiendo?
Le doy la información mientras voy recordando si tengo un libro a la mano. Bueno, en el morral que llevo.
Aquí tengo uno, le digo y se lo muestro.
A ver, a ver, dice emocionada. Lo coge y añade, claro, lo vi en tu Facebook, lo tienes de portada, creo.
No recuerdo si la tengo en el Facebook, no lo pienso bien en ese momento. Pero si suelto una breve risa al saber que ha estado curioseando mi perfil.
La veo leer un par de líneas, no se cuales, observar detenidamente la portada y después la contraportada. Parece que le agrada y eso me parece estupendo.
Te lo obsequio para que puedas leerlo en tu casa, le comento con una sonrisa. Se lo lleva al pecho y aclara: ¿En serio? ¡Muchas gracias! Solo espero aparecer en alguna historia.
Honestamente, no apareces, quiero decirle; pero decido sonreír.
Lo guarda en su mochila y seguimos hablando.
¿Cómo está tu mami? Ella siempre tan linda, dijo con ternura.
Pues, anda bien, a veces se acuerda de ti.
Que amable, le mandas saludos, ¿ya? Claro, yo le digo, respondo.
El cobrador chasquea las monedas pasando de asiento en asiento, en ese rato pienso, ¿Va a querer que le paga el pasaje? Y suelto una risa al imaginarlo. Me da mucha gracia alucinar esa situación.
Oye, ¿Y ya te casaste? Su pregunta da más risa que mi pensamiento.
¡Jamás! Respondo tajantemente. Yo pensé que si, como tienes bastante tiempo con tu chica.
Alucina que ya no estamos, respondo con seriedad y se lleva las manos a la boca. Enseguida, pregunta lo que todos quieren saber, ¿Por qué?, ¿Cómo así? Pues, llegamos a la conclusión que lo mejor era separarnos. Una cuestión sana.
Hace un gesto como quien piensa y asevera, es lo mejor, si algo no va, mejor dejarlo.
A mí me pasó lo mismo, comenta. ¿Qué si? Pero si se llevaban bien, imagino, le digo.
Sí; pero bueno, son cosas que pasan. Esa respuesta implica que no quiere contar más, yo tampoco quiero incursionar en su intimidad.
Se calla un momento y lo dice, se que quería decirlo, ahora lo aclara con normalidad: Sabes, esa chica nunca me agradó.
Pero, ¿Acaso han hablado alguna vez? Quiero preguntarle; pero ella sigue hablando: Se veía muy celosa y posesiva.
Esos adjetivos me recuerda a alguien, le digo con humor.
Ah, bueno, yo si era celosa; pero no tanto. Se notaba a leguas.
Bueno, es verdad; pero ya es tema pasado. Hablemos de otra cosa, le digo. Y al rato pregunto contradiciendo mi comentario, ¿Cómo lo sabes? Ah, eso me contaron unas fuentes cercanas. Empiezo a reír con su argumento misterioso.
En fin, la cuestión es que se acabó en buenos términos.
Y dime, ¿Qué tal tus hermanos? Ellos andan muy bien. Les mandas mis saludos. Claro, yo les digo.
Callamos por un rato, hace muchas preguntas, ahora seré quien las realiza. Y, dime, ¿Qué tal vas ahora?, ¿Trabajas o estudias?
Me gradué hace un año, ahora estoy trabajando en una empresa y me va muy bien, gracias.
Me alegra, me alegra, respondo y observo la ventana. Ella ve su celular y dice, ¿Cuándo me vuelves a invitar una causa?
¿Una causa? Pregunto sorprendido. Claro, como esa vez que nos vimos hace años y fuimos a comer a un mercadillo por Benavides.
Empiezo a recordar.
Ya me acuerdo, eso fue hace años y la pasamos bacán. Creo que estabas embarazada y yo no te creí.
¿No me creíste? Es que tú pues, a veces te inventas cosas, le digo con humor; pero me mira con el ceño fruncido.
Te estoy bromeando, aclaro; pero se mantiene igual.
Apropósito, ¿Cómo está tu hija? Catalina, muy bien, es una chica hermosa como su madre.
Espero que no haya salido a su padre, digo y empiezo a reír.
Sorprendentemente también ríe y dice, si, mucho mejor que salió a mí.
Prefiero no opinar y pregunto, ¿Cuántos años tiene? Ya cumple cinco este año.
Vaya, como pasa el tiempo. ¿Y el padre? Hemos terminado pues, como te dije. Ah, cierto, que pena. Ustedes tenían tiempo.
Si pues; pero son cosas que pasan, dice.
Es verdad, eso es cierto, le digo.
En el transcurso de la avenida Larco hasta la Av. Comandante Espinar donde bajo cambiamos el tema y nos dedicamos a charlar sobre sucesos pasados, recordando soltamos risas. Es gracioso como después de tanto tiempo algunas cosas que creímos, en su momento, algo tediosas, resultan ahora chistosas.
Además, grandes momentos que vivimos; aunque parezcan lejanos, resultan muy confortables y en definitiva, como quedamos antes de despedirnos, voy a escribirlos.
¿Me das tu WhatsApp? Pregunto antes de bajar, exactamente al frente de una librería. Claro, anota.
Una vez anotado nos damos un abrazo acordando mantenernos al tanto, a pesar de la relación de hace bastante tiempo todavía se puede mantener una linda amistad.

Fin

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