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miércoles, 29 de abril de 2020

La mujer de mi primo


- ¿Qué debe hacer un hombre cuando ve a un soldado caído?, ¿Qué palabras son justas para un corazón desecho? Difícil aún, si se trata de un familiar, de un primo tan cercano como un hermano, su nombre, Roberto y apellido el mismo, la edad no la diremos aun pero el oficio que tiene es de los más antiguos, construyó el altar donde se casó su hermana con un roble precioso y sofisticado, no tiene la cara de actor de telenovelas pero maneja una facha impresionante de jueves a domingo dejando de lado las herramientas, que en muchos casos, generalmente para sesiones de fotos, lo hicieron ver como el Dios Hefesto de una era moderna; sin embargo, la desdicha le jugó una mala pasada y una tarde de miércoles, vino a mi casa con la cara larga y los ojos húmedos porque su amada Gloria lo había dejado por un abogado que conoció en el laburo, de esos que manejan Mercedes y visten trajes de dos mil cocos, pero que mantienen dos mujeres y cinco cachorros a escondidas de sus ingenuas amantes, tal fue el caso de la ex del primo, quien cayó rendida ante la labia del letrado y su Rolex de dos años de salario de Roberto, cuyo buen corazón y carisma no lograron vencer la resistencia del dinero al cual suelo confundir con la mierda.
La historia data del 2001, tiempos en los que el narrador no era más que un estudiante de Publicidad en una universidad limeña acuñando dinero con trabajos extra que todavía estaban lejos de sentarlo en el ordenador para escribir sus pininos literarios.
Aquella tarde tocaron el timbre un par de veces y salí por la ventaba del tercer piso para verificar la presencia pensando que se trataba de Maritza, mi novia entonces, quien llegaba de San Miguel para saciar todas mis necesidades libidinosas que antes tendrían que ser románticas y amorosas para luego desatarlas en la cama con un fondo musical de Coldplay, su banda predilecta.
Sin embargo, me sorprendió negativamente la visita de mi primo Roberto porque no tengo afición por los hombres. Le hice un gesto de manos y abrí la puerta después de maldecir nueve veces porque, bien dije párrafos arriba, me encontraba en una situación de extrema lujuria debido a que por los parciales de la universidad, Mari y yo, no nos habíamos visto en una semana.
Roberto entró y lo primero que dijo en un abrazo extraño porque no era mi cumpleaños, fue: ‘Terminé con Gloria porque la encontré besuqueándose con el inepto de Javier’.
Yo no tenía idea de quien era ese tal Javier, por eso inevitablemente pregunté: ¿Qué pasó, primazo? Cuéntame todo.
Entramos a la sala, saqué un par de latas de cerveza Brahma y nos sentamos en el mueble donde Maritza y yo, al momento de vernos, seguramente desataríamos todo deseo libidinoso olvidando preámbulos y sin aguantar hasta la habitación.
—Me engaña con el hijo de puta de su jefe. Javier, un abogado barrigón pero con dinero. Mantiene dos esposas con tres hijos cada una y la huevona no se da cuenta. Dijo que a mi lado no tiene futuro, solo porque el gordo la acaba de ascender—.
¿No te ha pasado que te sientes muy caliente y de repente escuchas o lees una noticia trágica que desinhibe toda la lujuria?
A mí me pasó. Sentí como poco a poco ‘Obelisco, el atormentador’ se escondía tras escuchar su relato.
—Bueno, ¿al menos le metiste una piña a ese hijo de la gran flauta? — fue lo primero que se me ocurrió.
Roberto sonrió.
El tipo es musculoso, carga madera todos los días y maneja herramientas peligrosas, tiene un brazo gigantesco pero muy buen carácter, difícilmente se le puede llegar a ver enfadado. Como esa vez, que obviamente, le dio un izquierdazo al cachondo barrigón y una mirada de desprecio a su ex.
Se sintió bien cuando lo contó; aunque después añadió: ¿Y si me denuncia?
—Bueno, le contamos a todo el edificio que el gordo tiene como diez amantes y catorce hijos y que todo lo que tiene es pura pantalla porque estará más endeudado que Don Ramón— le dije con una sonrisa haciéndolo sentir todavía mejor.
Roberto quiso seguir bebiendo para ahogar sus penas. En ese tiempo la frase: ‘El alcohol lo cura todo’ era muy usada, por eso mis compañeros cada vez que peleaban o rompían con sus parejas se metían tremendas borracheras acabando tirados en el suelo o vomitando en baños de discotecas. No era mi caso, nunca me han dejado el corazón roto, he tenido rupturas pero jamás me he embriagado por esas razones. Lo hice porque disfruto nadar en ron.
— ¿Y si sacas el whisky de tu viejo? — propuso luego de seis latas.
Yo miraba mi celular Nokia tamaño A4. Ningún mensaje de Mari, ni siquiera uno de esos misios.
—Vamos, nos metemos unos tragos en tu habitación escuchando música y hablando de fútbol— propuso.
El tipo quería acabar totalmente ebrio. Era entendible, pero no compartía su idea, yo quería coger. Deseaba la venida de mi chica luciendo su guardapolvo de doctora y anteojos de lectura que me resultan sexy y por eso se los pone para salir conmigo. El cabello suelto o en una coleta de lado, zapatos chatos y sonrisa inigualable. Teníamos seis meses de relación pero nos llevábamos tan bien como si estuviéramos conviviendo porque prácticamente paraba en mi sala o habitación moviendo la cama como dos locos saltarines.
Eran las cinco y Maritza no daba señales. Abrimos la botella de escocés y bebimos en la sala porque tanto mis hermanos como mis padres estaban ausentes debido al trabajo y los estudios.
Dejé de ver mi celular para concentrarme en la charla futbolera, las anécdotas de antaño y demás; aunque al primer sonido lo sacaba del bolsillo con abominable rapidez.
Siempre maldije los mensajes de la compañía con falsas promociones.
Cuando se hizo de noche apareció Maritza, no lucia como antes mencioné, sino que se hallaba cabizbaja al punto que me dio un abrazo y empezó a llorar como niña. Esto acabó con mis ilusiones por coger hasta el amanecer.
— ¿Qué sucede, mi gatita? —. Así le decía porque una vez se vistió de Gatubela y nos divertimos en un hotel miraflorino después de una loca fiesta por noche de brujas.
—Reprobé una materia— respondió con tristeza. Maritza era becada, cuando era niña su padre se fue a comprar pan y nunca volvió. Su madre ayudaba a pagar la universidad y le impedía trabajar para que pudiera rendir. Desaprobar un curso desacredita el pacto para obtener el descuento de la beca.
Yo trabajaba los jueves por la noche en un club nocturno, era una especie de cantinero y bailarín de tubo para señoras de cincuenta para arriba. Las propinas eran mucho mejor que la paga.
Estaba juntando para mi primer auto, un viaje, publicar un libro o simplemente guardar todo en el colchón.
Ahora tenía a dos heridos en mi casa. Roberto con el corazón roto y Mari con la beca a punto de irse al diablo. La botella de whisky tuvo que ser reemplazada por un ron al cabo de una hora.
En ese tramo de ir bebiendo y charlando se ocurrió la brillante idea de sacar provecho del asunto.
Podíamos denunciar al gordo pinga loca para que nos suelte un dinero con el cual pagaríamos el examen de regazado de Maritza y le daríamos una sorpresa a Roberto.
La idea pasó por mi mente pero no me animé a contárselas. Resultaba ser un trabajo arduo y bien maquinado para que pudiera salir bien. Quedó como una maldad sin direccionar. ¿También se van al infierno las personas que piensan como joder a las otras?
Lo siguiente que ocurrió fue que tuve que ayudar a Maritza con el pago de su examen y ella correspondió con una serenata sexual que duró toda la semana santa y algo más.
Y para que mi amigo Roberto se sintiera mucho mejor, un día antes de mi inminente renuncia al trabajo porque andaba harto de ser el blanco de señoritas cincuentonas de buen calibre económico aunque sin cuello ni cintura, le dije a una amiga artísticamente llamada Kasandra que tuviera una salida con mi primo, a quien le habían roto el corazón y debía de ser consolado con un nuevo amor, porque dice la sabiduría popular que un clavo saca otro clavo. Yo no creo en ese rollo, pero por ayudar a Roberto, supuse que era buena mi intención.
La semana santa me fui con Mari a Canta para acampar y hacerlo en el bosque cerca de un riachuelo sin que Jason nos sorprenda y logré juntar a Kasandra y Roberto en una cita a ciegas.
Cuando volví a mi casa Roberto jugaba Super Nintendo con uno de mis hermanos, me vio y nos saludamos en un abrazo.
Se veía contento y entusiasta, la razón me la contó de esta manera: Gracias por presentarme a Kasandra, eres el mejor primo del mundo. Hemos pasado el fin de semana juntos; pero nos estamos conociendo, ya sabes, conversamos acerca de nuestros gustos y aficiones, planes a futuro y demás. Todavía no nos hemos acostado porque no me gusta ir rápido. Aunque pienso llevarla al taller para mostrarle mí trabajo y enseñarle el arte de la carpintería.
Me quedé anonadado.
—Primito, Kasandra se llama Eugenia Vildoso, es una belleza colombiana de 33 añitos, trabaja como prostituta en un pub, le pagué la mitad de lo que pidió porque es mi amiga, te puede hacer desde la 69 hasta el helicóptero…

¡Y tú, reverendo imbécil quieres ir lento!


Fin


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