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lunes, 27 de abril de 2020

Anécdotas de cuarentena (parte 5)


- Lo primero que hago al despertar es realizar una seguidilla de ejercicios para que el conato de postres que preparo junto a la princesa no desfigure mi aspecto físico únicamente importante para estar bien de salud; aunque imagino que con esto de la cuarentena tendré un kilito más.
Al momento de coger mi zapatilla no me di cuenta, -de repente son pocos quienes observan el interior, tal vez los que viven en bosques- que un inquilino arácnido pasó la noche en su cavidad.
No soy de quienes saltan horrorizados al ver a una araña o insecto, de hecho, les tengo un enorme respeto por hacer su parte del ecosistema y asesinar a esos rufianes voladores que no me dejan dormir con tranquilidad hasta que son capturados en las poderosas y artísticas telas para luego ser devorados de a poco.
Me gustan las arañas, de niño solía tener juguetes de araña con los cuales me divertía y los hacia vencer dinosaurios de igual tamaño lúdico. Una de mis favoritas, aunque nunca la encontré en casa ni en campos, es la araña violinista, dicen que es terrible; pero no letal.
A la princesa no le gustan, le aterran; aunque a veces nos informamos al respecto para saber más de la biología arácnida, tema por más interesante.
Lo único que voy a acotar es que existen desde el periodo Devónico hace 350 millones de años.
Volviendo a la araña dentro del zapato. Tenía enormes patas, abdomen esférico y era de color marrón. Se veía inofensiva, quizá había hallado el calzado y disfrutado de una grata siesta o de repente, según dijo la princesa, quien no se quería acercar, estuvo cenando a la mosca fastidiosa de la vez anterior y supuso que el premio era rentar mi zapatilla favorita por una noche. De cualquier manera u otra, sea fantasiosa o inherente a su proceder, no iba a matarla porque soy incapaz de quitarle la vida a cualquier ser. Entonces resolví coger una hoja de la impresora y recogerla para dirigirla al parque en frente porque dicen que las arañas se amoldan a cualquier ambiente a excepción de la Antártida o un volcán.
La princesa no estuvo de acuerdo, quería asesinarla de un golpazo con la zapatilla para que no volviera a verla nunca en su vida aunque esto fuera una utopía porque bien dije que existen mucho antes que nosotros y lo seguirán haciendo; además, le enseñé en un acto rápido y casual que uno debe respetar la vida de los otros seres así sean físicamente desagradables o les tengamos miedo. Por eso, juntos fuimos al parque y dejamos libre a Larry (así terminó por llamarle en un acto cariñoso tras entender el mensaje).
Nos quedamos viéndola un rato. Quería que observara sus movimientos post libertad o mudanza obligatoria hasta que se perdió entre las plantas. Eso me recordó a la película sobre un tipo que es científico, quien construye una máquina para encoger objetos y termina por achicar a sus hijos haciéndolos vivir una aventura simpática, intensa y graciosa dentro de su jardín. Apunté la película en la mente para verla más tarde.
Cuando perdimos de vista a Larry quiso saber más acerca de los arácnidos, entonces le dije: Si te pican, te conviertes en una chica araña. Ella me miró como suele mirarme su madre cada vez que hago un chiste bobo. Sonreí y le conté una anécdota que nació de un sueño que tuve.
Cuando era pequeño vivía en una granja, allí mi padre cuidaba sus vacas y comíamos lo que salía de ellas, ya sabes, el queso y la leche, que tu abuela prepara de forma muy exquisita.
Una mañana mi padre se percató que una de sus vacas desapareció. Él sabía que no pudo escapar y tampoco pudieron robarla debido a que el cerco de alambres estaba intacto. Entonces supuso que había contado mal.
Sin embargo, al día siguiente se dio cuenta que dos de sus vacas habían desaparecido de la misma extraña manera. Esto alarmó a tu abuelo que decidió pasar la noche en vela cuidando a sus queridas vacas.
Yo tenía insomnio y estaba en la ventana viéndolo descansar sobre una silla cuando de pronto una sombra se manifestó en la luna. Era una araña gigante que comenzaba su descenso utilizando su larga telaraña para llegar al campo. Grité asustado y desperté a tu abuelo, quien se quedó tan anonadado como yo. Cuando volvió a casa planeamos en familia la estrategia adecuada para evitar que se siga comiendo a las vacas.
¿Sabes qué hicimos? Le pregunté al final del relato.
‘La aplastaron con un zapato gigante’ respondió.
Y nos echamos a reír como locos.

Nota: No maten arañas. Son geniales.

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