Mi nuevo libro

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martes, 21 de abril de 2020

El consultorio


—Buenas tardes, perdone la demora, el tráfico limeño es terrible—.
—Hola, joven escritor, no se preocupe por la tardanza, todavía estamos a tiempo— respondió con una sonrisa mientras estiraba la mano por sobre el escritorio.
— ¿No me va a descontar la hora, verdad? — Dije y me senté.
—Por esta vez, no; pero procure salir antes de casa u organice bien sus horarios— dijo con voz amical.
Asentí por el sutil escarmiento.
—Y, dígame, ¿Cómo le ha ido este último fin de semana? — hizo la primera pregunta colocando ambas manos sobre el escritorio y entrelazando los dedos.
—Para ser honesto, no puedo resistir más. Lo intenté pero no puedo asociar con alergias mis fetiches. Siento que quiero tener a alguien enfrente para poder amordazarla y después… Ya sabe, penetrarla.
Se fue para atrás llevándose una mano al mentón y de golpe se acercó.
— ¿Qué le parece si intentamos los ejercicios de relajación? Así podría olvidar las tentaciones y calmar su lujuria.
—Espero, porque de lo contrario, voy a tener que compadecer en el segundo círculo del infierno.
Se levantó de la silla giratoria tapizada en cuero y dio un giro hasta llegar a mí, a quien con suma confianza recogió con la mano para poner a su altura por los tacones que llevaba.
—A ver, estire las manos igual que yo— dijo sonriendo e intenté copiarla.
—Espere, también voy a ponerme cómoda— dijo y se quitó el saco para también hacerse una cola en el cabello, lo cual, de manera timorata me hizo desearla en algo.
—Ahora sí, venga conmigo— dijo y yo fielmente hice caso.
—Eleve los brazos como yo— propuso y nuevamente quise imitarla.
—No, así no. A ver, te ayudo— dijo colocándose en frente y elevando mis brazos.
—Que brazos tan musculosos tiene— dijo como una amiga curiosa.
—Usted hace ejercicio, me sorprende que desconozca estos movimientos— dijo como si por un instante no leyera mi mente.
Era obvio, me estaba haciendo el ingenuo, la quería cerca y de esa manera podía olerla. El aroma de su blusa blanca abierta casi a la medida de los senos estaba tan próxima que podía, en cualquier momento, desprender un botón con la mirada y gozar de esos senos tan sabrosos según mi mente.
—Muy bien, eso está mejor— dijo después.
—Ahora, inhale y exhale. Hagámoselo juntos—.
Lo fuimos haciendo esta que no pude resistir la tentación, pasé de tenerla en sueños a encontrarme a centímetros de distancia saboreando el aroma a Carolina Herrera proveniente de su blusa y su cuerpo que no pude contenerme, entonces, inevitablemente y en un acto irresponsable pero auténtico le planté un beso en los labios.

—Señor escritor, eso no viene en el ejercicio— dijo de forma intencional.
—Ahora seré yo quien te diga cuales son los siguientes ejercicios— le dije con voz distinta y empoderada tomando por completo el control de la situación.
La sujeté de la cintura y fui besando nuevamente sus labios con su incompleto consentimiento, pues, por instantes quería zafar diciendo que era poco profesional, pero los besos siguieron y cayeron en su cuello que sabía a vainilla. Fue allí cuando resolvió dejarse llevar porque oí un gemido en señal de deseo, pensé en la doctora como una especie de profesional dedicada al estudio de la mente olvidando por completo el amorío con personas y el hecho que un desadaptado paciente se atreviera a darle un beso impulsó un anhelo íntimo por ser cautiva de una pasión repentina y desbordante, la cual estaba ambientaba en el consultorio.
Los besos cayeron abajo del cuello y su cuerpo impactó contra el escritorio, tenía la mitad curvada para que los besos pudieran ser mejores y abrí su blusa con una excelente facilidad para liberar a sus senos con igual rapidez, los cuales fui besando y sintiendo, acariciando y mordisqueando en deseos que me dominaban y ya no podía dejar, que nos conquistaron y no teníamos como escapar.
Enseguida le di la vuelta y bajé la falda con una implacable sencillez, abrí sus piernas usando las mías y le di unas nalgadas antes de romper su ropa interior oscura porque la lujuria estaba en su límite y ella fue gimiendo mientras iba besando su espalda, poniéndola de frente para besar los hombros y nuca y después estirarla contra el escritorio en una posición noventa grados estando yo detrás para únicamente abrir la maldita bragueta y ante su ‘cierra la puerta, por favor’ la penetré con dureza y fiereza, con intervalos de pasividad para las nalgadas y las preguntas, ¿te gusta? ¿Lo disfrutas? ¿Eso deseabas, no? Y la escuchaba afirmar al tiempo que gemía, a veces siendo los gemidos más fuertes que las palabras.
La penetración fue reiterada, a veces poniendo una pierna sobre la silla para comodidad y elevando su cadera para mayor ángulo y proyección.
Al rato, me quité la correa y la até de manos llevándola detrás como si estuviera esposada y mientras detenía la penetración volviéndola suave y lenta, le decía: Te voy a leer tus derechos, doctora. En primer lugar, tiene derecho a ser penetrada de forma muy dura. Lo hacía rápido en ese instante. En segundo lugar, a un séquito de nalgadas. Le fui dando algunas repartiéndolas en sus nalgas. Y por último, se le acredita un oral, el cual será al final.
Seguí penetrándola tan fuerte como pude, sosteniendo sus manos sujetas y a veces metiendo mi dedo a su boca, también jalaba sus cabellos en cola y luego los soltaba para tirarlos por su espalda.
Tiempo después, le di la vuelta, se veía extasiada. Delicadamente la puse encima del escritorio moviendo algunas fotografías y papeles para abrir sus piernas y darle un oral exquisito en su tesorito. Lo gocé por un tiempo importante y volví a pararla para penetrarla de esa manera dirigiendo sus piernas en tacones a los hombros desarrollando movimientos bruscos y rápidos, suaves y lentos, luego veloces con intervalos de lentitud, todo gozando y oyéndola gritar en placer.
Sentí que me venía, que debía de acabar de una vez, entonces con voz de agitado, le dije: Y ahora viene su último derecho.
Caí sobre la silla y la vi como atada se esforzaba por arrodillarse y colocarse a la altura de mi miembro para chuparlo hasta que sienta como termino.
Puse mis manos sobre la nuca para sentirme realizado y ella se quedó un rato de rodillas saboreando.
—Estuvo delicioso, mi amor— le dije.
— ¿Lo hicimos bien, verdad? — añadió.
—Por supuesto, preciosa. Vamos a la ducha— le dije y la levanté con la mano para desatarla.

Alicia Silver Stone no es doctora, sino fotógrafa, es mi novia y convivimos en un apartamento amplio con cuartos para nuestras sesiones sexuales que van desde un sitio para fetiches y sado hasta un consultorio que amoldamos para que sea doctora, abogada o a veces simplemente una chica que viene a buscar trabajo encontrándose con un jefe exigente y malvado.

Así nos divertimos.


Fin

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