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martes, 19 de diciembre de 2017

La fiesta infantil

Cuando eres escritor te invitan a varias reuniones donde los tragos sobran y la gente habla de pintura y cuadros, autores y libros, música y anécdotas fantasiosas; pero cuando también eres padre de una pequeña rubia de ojos esmeralda de ocho años que se alucina Elsa, te invitan a una fiesta infantil.
En mis eventos la mesa está copada de ron, uno se acerca y se sirve a cabalidad -yo prefiero el vaso lleno, dirás: para no volver. Pues, vuelvo a los diez minutos- y en este lugar la mesa contiene dulces de toda índole, no me gustan los dulces; pero Elsa, digo, Lu, los adora y se introduce una impresionante cantidad en sus bolsillos, me recuerda a alguien que hace lo mismo con los cigarrillos.
Yo sonrío desde mi posición escuchando las experiencias en el laburo de la profesora María Cristina -en mis tiempos las maestras tenían ochenta años, esta profe no supera los treinta-. Cuenta con algarabía las travesuras de sus tigrillos, las cuales no me importan del todo; pero cuando menciona a Lu y su fascinación para pintar, -lo sé, lo de artista lo tiene de mí- me emociono a rabiar. Es cuando le sonrío a la maestra, que bebe jugo de arándano y presumo del talento de mi hija diciendo: Eso de ser creativa, lo tiene de mí. Ella lo subraya diciendo: Tener un padre escritor es súper estimulante. Los niños heredan el talento de los padres y lo muestran en las artes. Se explaya con mayor fluidez pero ya estoy concentrado en la pequeña, que ahora está riendo con las bromas del payaso cretino, que hace no menos de unos quince minutos, me invitó para que salga como asistente de su truco. Recuerdo haberle dicho que no; pero era posible que fuera a insistir. Me molesta que insistan, por eso hago como si conversara con María Cristina, así me pierdo de su atención. Apropósito, esa falda formal que se maneja, junto a esos tacones, me hacen sentir un cosquilleo interior. Aparte, es una chica inteligente, dice que también es psicóloga y no deja de hablarme de un paciente en particular, yo veo al payaso de reojo y a Lu feliz, con una sonrisa brillante y el cabello bien sujeto para evitar inconvenientes a la hora de jugar.
Y ahora, voy a invitar a uno de los padres para un viejo truco, dice el tipo de los pantalones anchos.
¿Cómo lo evito? ¿Me chapo a la maestra mismo Cantinflas? Maquino, pero ya es demasiado tarde. Mi propia hija me delata, me coge de la mano y sonriente añade: Pa’ vamos a jugar.
Me acabo de dar cuenta que soy el único padre en el lugar, ¿Qué se supone que hacen los tipos un domingo por la tarde? Y me percato que las madres están simpáticas, sobre todo aquella de la esquina, la de blusa blanca manga larga y falda con tacones, se viene del trabajo, de algún banco, pienso con rapidez. Mi mente vuela mientras el payaso con el rostro más feliz del planeta me lanza un apodo. Mi ex novia dice que soy IT, en el partido de fútbol me dicen Bale, algunas me llaman ‘el tipo del round six’ y entre otros apelativos chistosos; pero nunca me han dicho: He-Man.
Fui el único que se rió.
Oye, es una fiesta de niños nacidos en el 2007 u 2008, no lances chistes para gente que perdió su virginidad en la segunda guerra mundial, le dije. Tras una risa, resolvió lanzar otro apodo, uno que no entendí pero el resto empezó a reír.
La maestra me miraba de una manera muy particular, se llevaba el vaso con juro de arándano -no sé porque diablos bebía eso- y lo saboreaba de un modo sensual. Llevaba anteojos, camisa elegante, falda y tacones que combinan con sus pantis. El cabello levemente recogido que si, se propone soltar, en ese mismo momento voy y la beso a quemarropa.
Pero Lu me devuelve a la realidad. No puedo ser un irresponsable, trato de cuidarme en todo momento. No galantería ni seducción mientras ella ande conmigo, es una de mis leyes. Sin embargo, en los centros comerciales las madres nos sonríen y a veces suelen decir: Son dos gotas de agua.
El payaso con los zapatos chistosos hizo su malvado truco, el maldito cogió dos cintas que puso dentro de mi pantalón jeans para que dos madres las jalasen, el hacerlo, salió un bóxer amarillo con figuras estúpidas. Fue gracioso. Todos los niños pensaron que me habían robado los calzoncillos.
En ese momento, una enojada Lu, arremetió: Esa no es la ropa interior de mi pa’. Él usa bóxers.
Sacó los celos de su madre. Las tías rieron por su comportamiento y dijeron: La pequeña rubia no quiere compartir a su apuesto Papá.
Por su parte, la profesora mantenía la compostura, yo la vi como quien no hace ningún ademán, tengo un poder oculto: Te observo mientras no te das cuenta.
Comprendí que su falda llegaba a la altura de su rodilla, se me hizo realmente sensual imaginar mi mano recorrer esa parte de su piel.
Lu empezó a bailar con su amiguito, un tipo vestido con un traje de duende, se me hizo gracioso porque mi abuela solía vestir a mis primos de ese modo. Sí, ellos todavía no tienen novia y tienen mi edad.
Dejé que bailara luego de darle un beso, tiene mejor swing que su padre.
Iba a acercarme a la maestra; pero sería muy evidente. Resolví coger un dulce, quería probar, tal vez una pastilla con sabor a menta, también deseaba fumar un cigarrillo, pero no iba a salir a la calle. Entonces, me quedé al lado de la mesa, el payaso bebía una cerveza a mi lado, me causó gracia que un payaso fuera ebrio. ¿Tienes una? Quise decirle; pero dejé que tomara en paz. La maestra me miraba, ya andaba con los brazos cruzados charlando con otra madre pero viéndome de reojo y sonriendo en ese momento, una vez nuestras miradas se juntaron y sonreímos como dos idiotas que tienen todas las intenciones malditas que pueden llegar a existir; pero mantienen la completa compostura.
De niño no he fantaseado con tener un romance con mi profesora, en mi época tenían como doscientos años, eran vejestorios, ahora son jóvenes (treinta por ahí) guapas y elegantes, como me gustan las mujeres.
De repente me sorprendió una chica diciendo: ¿Y Mariana?
Tuvo que ir al psiquiatra, respondí con humor.
¿Algo de mí? Me encanta el buen humor, todo el tiempo ando maquinando chistes y lanzando respuestas divertidas.
¿Qué hablas? Dijo la chica.
Es una broma. ¿Cómo te llamas?
Soy Felicia, ¿ya no te acuerdas? Fuiste con Mariana a mi matrimonio. Todos recordamos tu baile sensual encima de la mesa.
¿Solo eso recuerdan de mí?
Todas sí; no sé si los hombres también.
Tras una sonrisa le dije: ¿Y cómo te va con…?
Eduardo.
Exacto, Eduardo.
Pues, ¿te digo algo? Nunca te cases. Te arruina la vida.
Yo quiero casarme, es mi sueño, le dije llevándome la mano al corazón.
Es que tú eres un escritor romántico que piensa que el amor lo puede todo.
Ya sabes algo más de mí.
Es lindo; pero cuando te engañan todo muere.
¿Eduardo hizo eso?
Ese pendejo.
Y yo que pensaba que los Eduardo eran monces.
Empezó a reír.
¿Y tú como vas?
Pues, bien, traje a la peque para que se divierta. Ya sabes, la escuela y los cursos son agobiantes.
Sí, al fin puedo relajarme. Levantarme tarde, ir al gimnasio y olvidarme un tanto de las responsabilidades.
Me pasa lo mismo; pero, ¿Qué puedo decir? Ser padre es la mejor labor del mundo.
Qué lindo, dijo con una sonrisa seductora.
Abrí las manos y sonreí.
Aquí no se puede tomar; pero, ¿tomamos un whisky en algún día?
Te dejo mi tarjeta, dijo.
Felicia Leticia Maldonado – Abogada.
Cuando quiera demandar a los que pirateen mi libro, te llamaré.
Prefiero que lo hagas este fin de semana.
En ese instante, Lu volvió a mi lado, Felicia la saludó con una sonrisa y le dijo: Tienes un padre muy guapo. Lu respondió: Y es solo mío.
Cogió mi mano y dijo: Vamos a bailar, pa’. Todos lo están haciendo.
Bueno, Felicia, acordamos entonces, le dije con una sonrisa.
Allí está la dirección de mi estudio, por si deseas una consulta sobre infringir derechos de autor.
¿Ya saben lo que dicen de las abogadas? No, no voy a decirlo.
Ya en la pista de baile, que apropósito, era enorme y muy bien decorada, Lu y yo bailamos la canción de Frozen.
Sentí que tanto tiempo escuchando la canción y viendo la película se me hacia tan natural los movimientos como la letra, fue gracioso y como dijo la maestra, después del baile, fue tierno.
Yo puedo ser muy tierno y amoroso; pero soy un salvaje en la cama, pensé cuando lo dijo.
La pequeña Elsa fue por dulces y recordé las palabras de Mariana: Bry, por favor, no dejes que coma muchos dulces. Aquí viene una disyuntiva, ¿Es posible decirle a un niño que no coma dulces? Y cuando intenté hacerlo, es decir; decirle a Luana que no consumiera tanto dulce, me dijo: Pero, son deliciosos. Y su mirada, válgame Dios, hizo que me arrepintiera de pedírselo. No puedo con ella, es mi debilidad.
Y cuando quiso darme uno para probar no tuve la misma noción del niño de la película La fábrica de chocolate, lo boté el instante. Definitivamente, no me gustan los dulces.
Lu fue de nuevo a jugar con sus amiguitos, María Cristina se acercó para decirme: ¿Una cerveza? Giré emocionado y la vi con dos botellitas con una pinta de estar bien heladas. Me robaste la idea de la cabeza, le dije.
Comenzamos a charlar de otros temas, vi que se había desabrochado un botón y me percaté de la tira de su brasier cuando se acomodó los lentes.
Y dime, ¿Cuál es tu pequeño o pequeña?
En realidad, no tengo hijos. Yo vine porque Ana (la madre del dueño del santo) es mi mejor amiga.
Ana, ven te presento al padre de Luana, es escritor.
No sé de donde salió, pero Ana vino. Ya era mayor, le puse unos cuarenta pero con buena figura. Me pareció gracioso que llevara un delantal, entonces hice una broma: Yo también suelo estar así en casa.
Entonces, ¿cocinas? Mira tú, Cris, que hombre, eh. Escritor, apuesto y cocina.
No cocino ni un huevo frito, pero, ¿Por qué tendría que decirlo?
Ana codeó a Cris y luego dijo que iría a repartir la comida.
Al fondo, un viejo sin cabellos nos miraba. Es su marido, comentó la profesora.
Lo supuse, dije entre risas.
Pensé en cuantos botones le restan para que sus senos puedan ser visualizados y a la vez pensé en algo totalmente diferente y extraño para la mente púber de muchos.
Cris hizo una pregunta, de repente la tenia pensativa durante gran parte de la fiesta y yo ya estaba preparado para responderla: ¿Sigues con la madre de Lu?
Esa pregunta fue un pase de Ronaldinho para Ronaldo, que corre para ganarle en velocidad al defensor.
Le dije: No. Hace mucho que nos separamos.
Hice un gesto de pena y otra de frescura para que se diera cuenta que me afectó en su momento y ahora me importa un bledo.
La profesora y psicóloga añadió: Pero, ¿Qué piensa Luana?
Los niños de ahora lo asimilan todo con calma. Ella lo sabe y lo comprende. Sus padres son buenos amigos y la adoran por igual.
Hablar de Lu y Mariana hizo que mis revoluciones bajaran.
Estaba algo caliente; pero sentí como si me cayera un balde de agua helada. A Ronaldo le quitaron el balón (por cierto, algo raro).
Y, ¿no te gustaría participar en un recital? Digo, como juez del concurso. Podrías aconsejar a los niños con tu sabiduría.
Claro, encantado. Dime cuándo y dónde.
Pues, es una idea que tengo en mente pero debo planearla bien. Esta semana voy a hacerlo.
Podríamos planearla juntos. Dicen que el vino hace florecer a las ideas.
Hizo un movimiento decisivo, se soltó el cabello.
El mover su melena ondulada de un lado hacia otro haciendo que me drogue con el aroma y reconozca de inmediato el champú hizo que sintiera lujuria.
Dame tu número y lo acordamos, me dijo enseguida.
Le dije que solo lo recordaba si yo lo anotaba. Entonces me acerqué y apunté mi número en su celular.
De repente, Lu empezó a gritar de manera muy eufórica, la vi con la rapidez de Flash y comenzó a correr dejando el juego de lado dirigiéndose hacia la puerta de salida, pensé que la verdadera Elsa habría llegado; pero era Mariana, con su rostro de siempre (de pocos amigos) con un vestido espectacular y tacones altos (las ex novias se ponen siempre muy guapas) y al lado de ella un tipo, un fulano desconocido, alguien salido de revista cómica, delgado, de camisa a cuadros y peinado a lo niño bueno. Abrí los brazos y fruncí en ceño, ¿Quién carajos es ese tipo? Pensé y para colmo de males, Lu parecía conocerlo, volé en ese momento. Ella lo saludó con un beso en la mejilla, es educada y dadivosa, pensé justificando el momento y todo se volvió tenso cuando el sujeto cogió el abrigo de Mariana actuando como galansito de telenovela mexicana y ella, Mariana, le sonrió.
¿Y ese flaco con bigote de chifero? ¿Quién es? Dije en voz alta. La profesora respondió: Es un tipo cualquiera, seguro sale con tu ex. ¿Estás celoso?
¿Disculpa? ¿Qué dijiste?
Creo que todavía te mueve el piso, dijo y se fue.
Yo seguí al tipo intentando reconocerlo, tal vez lo tengo en Facebook; pero parecía salido de Condorito.
Mariana se acercó y yo quise decirle algo tras saludarla, pero enseguida añadió: ¿Todo bien?
Si, ¿Por qué?
Te veo con cara de poto.
Estoy bien, solo que he probado un dulce acido.
Oye, ¿y ese mengano?
¿Quién?
Ese pues, con quien viniste.
Es mi primo Wilfredo, acaba de llegar a Lima y se queda en mi casa por unos días. Ya sabes como es mi mamá con la familia.
Wilfredo, pensé y comencé a recordar.
¡Claro! Ya sé quién es.
Recordé haberlo emborrachado hace miles de años. El tipo me recordaba, me dio un abrazo muy caluroso cuando lo vi.
Bry, vi que hablabas con la maestra de Lu de una manera muy coqueta. ¿Qué le dijiste que la espantaste?
Bry, por favor, los fetiches no se cuentan en la primera cita y mucho menos en una fiesta infantil.
No, o sea, solo fue por un dulce.
Yo la veo enojada.
¿Qué hiciste?
Nada, de repente ya vuelve.
Miércoles, ¿Qué me pasó? Pensé y comencé a reír.
No espanto a las mujeres con facilidad, dije y volví a reírme.
Otra vez sintonizaron la canción de Frozen y Lu quiso salir a bailar con Mariana, yo cogí su bolso y las vi tan felices bailando y cantando que una sonrisa creció en mi rostro.

Fin

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