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jueves, 1 de septiembre de 2016

Atentado en el baño

- Hoy ocurrió un atentado en el baño. Es cotidiano que me culpen por todo lo que sucede en el servicio, peor aún que acabo de engreírme con un suculento jugo de mango helado. Para ser franco, voy a decir un secreto que es contradictorio a la trama de la historia, pues, estoy intentando aprender a cocinar.
Dicha catástrofe en el inodoro fue culpa del exquisito néctar amarillo que ingerí. De hecho, adoro el mango, todo lo que tenga mango me gusta; pero mi favorito es el jugo Gloria de mango. Es curiosa la similitud del mango con lo hecho en el baño.
Recuerdo que hace muchos años, allá por el 2004 si bien recuerdo, a pocos meses del concierto de Alejandro Sanz, al que fui en primera fila luego de alguna que otra peripecia por obtener el dinero, fui a ver a una chica al lugar más apartado al que en dicho entonces había ido por alguien, el distrito de La punta.
Admito que siempre me ha gustado verme involucrado en situaciones particulares con la finalidad de tener historias. Esta chica me gustaba; pero me interesaba más que viviera lejos. Yo nunca había ido a La punta, no sabía que bus tomar ni donde detenerme, eso me excitaba todavía más.
Salí con provisiones para la odisea, un par de galletas Chaplin, una botella de Frugos de mango y media cajetilla de cigarrillos. No tenía mucho dinero, llevaba lo mínimo para salir a pasear por los alrededores e invitarle un par de latas de cerveza.
Tras llegar, la vi esperándome en las afueras de su casa cerca a la playa. Me dijo que pasara y yo tímidamente lo hice sentándome en el mueble individual visualizando el alrededor. ¿Deseas algo? ¿Un vaso con agua? Propuso amablemente. Sí, por favor, le dije y cuando me dio la espalda oí un ruido premonitorio en el estómago. De inmediato fui al baño; pero dentro no pude realizar la acción. Al salir la vi con el vaso. Luego de beber sugirió ir a pasear, le resultaba romántica la idea de caminar por la orilla de la playa. A mí también, por supuesto. Sin embargo, el ruido apareció de nuevo y esta vez con mayor rudeza. Eran alrededor de las cuatro y media de la tarde, el plan era ver el atardecer y besarnos un rato tirados en la arena; pero nada de ello sucedió, nuevamente el ruido se hizo presente junto a un agudo dolor.
¿Qué te sucede? Me dijo confundida. Debo ir al baño, le dije sin titubeos. Cualquier otro caballero hubiera evitado decir algo así, lo sé.
Yo estaba interesado en la muchacha, cuando caminamos de regreso, a diferencia de la ida que íbamos a la par, yo lo hacía con disimulada velocidad y la apuraba con excusas. Cuando llegamos, abrió la puerta de mala gana y yo entré con rapidez dirigiéndome a los servicios.
¡Fue atroz! La casa era de playa, no tenía una conexión de agua potable adecuada, había un imponente barril de agua en la cochera y uno mediano en el baño. Ni con toda el agua pude hacer algo para que desembocara el asunto que yacía allí.
Me olvidé del plan por completo. Eso de besarnos echados sobre la orilla ya me parecía una fantasía. El nuevo plan resultaba el escape de la casa sin tener que lidiar con la ira de la mujer.
Salí con un importante dolor de barriga; pero lo disimulé. Cuando ella me vio, hice un ademán de ver el reloj de mi muñeca para enseguida decir con voz de lamento, lo siento, guapa; pero debo partir. Sabes que vivo lejos. Ella hizo una mueca de tristeza y yo seguía con el dolor, sabía que dentro de poco tendría que volver al trono y dibujar a su ex enamorado. Sabía que sería fatal y que el papel higiénico estaba escaso. Debía de largarme del lugar y establecerme en Plaza San Miguel.
Fue la primera y única vez que nos vimos. Se acercó para despedirse, admito que me dio pena; pero no quedaba otra opción. Podía morir en el intento si desafiaba a las fuerzas intestinales.
Lo que ocurrió en el entrañable Plaza San Miguel lo dejó para el olvido; aunque a veces aparece y me hace soltar una risotada, es como cuando caminas y te ríes, uno se acuerda de lo divertido.
Ahora que me vino a la memoria dicha experiencia poco agradable, para ser un honesto relator, no recuerdo el nombre de la muchacha, por eso no lo he escrito. Sin embargo, imagino su rostro cuando le habrán dado ganas de entrar al baño. ¡Dios mío! Ver el magma intestinal le ha haber resultado caótico. Así es la vida.

Fin

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