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domingo, 29 de octubre de 2017

Amanda (Segunda parte)

Enseguida, me dije: En todo momento mantén la calma. La compostura. La seriedad. Y deja de verle las piernas.
Son las pantis y los tacones, ¿Qué puedo hacer? No me culpes.
¡Ya, basta! Es tu oportunidad, no lo arruines.
Salió del auto e hice lo propio en un santiamén.
—Me gusta venir a Lima en esta estación, el clima es cálido y la ciudad maravillosa, ni que decir de la gente—.
— ¿Sueles visitar seguido? —.
—Sí, de hecho, tengo familia aquí, por eso se me hace rutinario. Es como mi segundo hogar; aunque mis vacaciones las haya tenido en Venecia—.
—Debe ser genial haber paseado en una góndola— comenté.
— ¿Has estado allí? —
—No he tenido la oportunidad—.
—Sí, lo hice; pero sola no es lo mismo que con novio. Te confieso algo, desde que leo tus publicaciones he tenido ganas de enamorarme. Estuve leyéndote en mis vacaciones y como sabrás, ‘pasear por Florencia con textos de amor’ es deprimente; aunque, también motivador, de repente me dieron ganas de amar, de estar con alguien, de pasar el tiempo junto a una persona que únicamente me ame como soy—.
Para ser honesto, no creo que te falten pretendientes. Si eres guapísima, con buen trabajo y talentosa, pensé; pero no iba a decírselo. Tampoco mencionar su confusión de destino para vacacionar.
—Me imagino, Amanda. El amor siempre llega, solo debes esperar, no ser impaciente, tampoco forzarlo, solo dejar que te sorprenda—.
Sonrió y caminamos hasta llegar a la entrada. Un moreno alto de traje con sombrero nos abrió la puerta.
—Primero las damas, le dije e hizo un ademán de sorprendida para enseguida decir: Gracias, caballero.
El lugar era esplendido, como la sala de la casa de Dorian Grey, lleno de mesas y sillas sofisticadas, un violinista de fondo y un buffet esperando por nosotros resguardado por un ejército de mozos dispuestos a satisfacer nuestras necesidades.
— ¿Me acompañas? Dijo en referencia al hecho de coger la comida.
—Por supuesto.
No estaba concentrado en los platillos, sino en su forma tan elegante de recoger los alimentos, en su delicadeza para elegir, en sus gustos, por ejemplo, vi que no cogió el sushi. En su cabello rizado, bien ajustado a la cola, sedoso y añorando poder olerlo. En su atuendo elegante y sus tacones altos y glamurosos. Todo ese pensar se fue cuando me vio y abriendo los brazos preguntó, ¿no vas a comer?
Era como si hubiera rentado el lugar para nosotros, estaba vacío, tal vez por la hora, quizá por ser lunes, de cualquier modo, dejé mi bolso sobre la silla de la mesa que escogió y fui a degustar de la comida.
Ayer por la noche había cenado lentejas con pollo frito en un improvisado platillo antes de escribir, ahora comía el maná de los dioses.
Me senté, ella ya estaba acomodada, esperando por mí. Cuando me acomodé le sonreí y entonces me dijo: ¿Ya estás listo? ¿Qué prefieres? ¿Comemos y hablamos? O ¿Hablamos mientras comemos?
Era como juntar elegancia y glamour con confianza y hasta gracia. Amanda me gustaba de por sí como difícilmente me atrae alguien tan pronto, tan rápido; pero era eficaz, sus ojos azules y su traje negro, su humor y su pasión por la lectura, todo ello la hacía irresistible.
Debía de mantener la calma como me dije en el auto, el tema por venir era mucho más importante que una chica bonita por quien tenía la ligera impresión de haber visto antes; tal vez en una conferencia; quizá, en una cafetería. O, de repente en un sueño.
—Suelo hacer pausas mientras como, podemos hablar en ese tiempo— le dije con una sonrisa.
—Te cuento, hay un nuevo proyecto para una publicación de género romántico y estamos pensando en tu libro. Lo sacó de su bolso y abrió, sonrió, seguramente al ver la firma y la dedicatoria y añadió: Queremos publicarlo. Sacar unas doscientos mil copias y repartirlas por todo el mundo. ¿Qué te parece? —.
No supe cómo reaccionar. Amanda se llevaba la carne en trozo a la boca, un mozo venía en cámara lenta a dejar el vino que pidió, la música del violinista sonaba despacio y por mi mente pasaban todos los sucesos hechos y realizados con esfuerzo y dedicación para llegar a este punto glorioso que se hizo imposible no esbozar, de repente, la sonrisa más grande y brillosa que he dibujado en mi rostro.
No soy de demostrar tanta efusividad, he dicho muchas veces que prefiero guardar la cautela; pero estaba tan emocionado y extasiado que se hizo inevitable no sonreír y reír, decir en mi cabeza cuan feliz estoy y de pronto, simplemente, decir: Gracias, que hermosa noticia. Es una de las mejores noticias de mi vida, esto último solo para mis adentros.
No es egoísmo ni acto ególatra querer reservarme mis emociones para la habitación en soledad. Soy así.
—Me agrada que te emocione la noticia ¿Celebramos con una copa de vino?
El buen mozo vertió el vino sobre nuestras copas y ella le pidió que dejara la botella. Me fascinó ese detalle.
—Salud por el nuevo proyecto literario. ‘¿Y si pudiera volver a empezar?’ pronto va a estar en todos los escaparates de las librerías de todas las ciudades del planeta. Me agrada la trama, según leí la sinopsis, el tiempo comienza a retroceder.
—Salud por eso, Amanda y gracias por tan gloriosa noticia.
Después de beber hizo una pregunta, ¿tienes otra publicación, verdad?
—De hecho, tengo otras tres.
—Se sobre ‘La última tarde’ pero no de las otras. ¿Cuáles son?
—‘Una noche, una musa y un teclado’ y un libro de comedia, ya muy antiguo. Del primero en mención pensé sacar otra edición; pero todavía lo tengo en espera. Es como volver con una ex novia, no suele ser igual.
Sonrió tras mi chiste tonto y bebió.
—‘La última tarde’ la leí en PDF hace años, recuerdo que solías repartirla en grupos, así te conocí, luego estuve leyendo tu Blog y demás publicaciones. Es un libro grandioso. ¿Qué pasó? ¿Por qué no volviste a sacar más ediciones?
—La promesa que le hice a Daniela era que solo hiciera una edición.
—Comprendo; pero, Bryan, hazte un favor, vuelve a publicarlo. Ese libro me hizo llegar a ti, llegó a mi corazón porque viví una situación similar y así fue como nos conectamos.
—Voy a pensarlo.
—Tienes hasta que termine esta cita. Apropósito, ¿a qué hora entras a tus clases? ¿Es una maestría la que llevas?
—Puedo recuperar las clases otro día, le dije con una sonrisa.
—Entiendo, celebremos por eso. Por la noticia de publicar tus dos ejemplares.
Volvimos a chocar nuestras copas, el vino se hizo delicioso junto al buen sabor de la información ansiada por años.
—Entonces, dijo y giró medio cuerpo para recoger su cartera L/V, seguramente una de tantas e hizo aparecer una serie de documentos con hojas membretadas por la editorial gringa. Al segundo, comentó: Lee y firma estos documentos para vincular tus obras con nosotros, como sabrás, vamos a repartirlas por todo el mundo, irás a muchas conferencias, ferias de libros y demás; tendrás contacto directo conmigo sobre todos esos eventos y las regalías caerán como hojas en otoño; pero según te conozco, lo digo por tu sencillez, lo que crea tu sonrisa es el hecho de estar en todas las mesas de noche de tanto lector.
—Eso es lo que realmente me hace feliz; aunque confieso que tengo algunos gastos. Una renta, la gasolina y el ser padre soltero. Además, la maestría y un doctorado que pienso tener; pero, aparte de todo ello, estoy ¿puedo decirlo así nomas? ¡Jodidamente feliz!
—Salud por eso, Bryan Barreto, dijo con emoción y volvimos a estrechar las copas.
—Ahora, voy a darle una ojeada.
—Por favor y no olvides terminar de comer. Mientras, voy por la segunda vuelta, por lo que voy a pagar iré por otro par de rounds. Además, la comida peruana es un manjar.
—La mejor del mundo, aseguré.
Esbozó una sonrisa muy tierna.
Le devolví la sonrisa y me enfoqué en los documentos.

Continuará…

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