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domingo, 8 de octubre de 2017

A los 30 (Primera entrega)

- Recuerdo con humor mis gloriosos años de borracho, pienso que todo buen escritor, aparte de ser teólogo, debe ser un buen ebrio. Yo tenía diecinueve años, los mismos que tuvo la chica con quien salía hasta hace menos de un par de años; en dicho entonces, estaba en uno de esos antros malditos en donde te venden la cerveza de 1 litro a precio razonable, los baños son como en el lejano oeste, solo que en estos las balaceras son amigables y uno entra en carne y hueso y sale como Pinocho (a veces como Robocop). Ni que decir del sudor corporal que en dicho verano y en un sótano solía ser terrible; pero un buen desodorante lo soluciona todo. ¿Lo mejor del calor? Las chicas en faldas microscópicas y los sujetos como yo, medio ebrio y un poquito loco, se suben a las mesas de billar para hacer la estupidez más divertida del momento, el preciado y recordado baile de stripper ante una grotesca cantidad de desconocidos y siendo respaldado por mis borrachos amigos.
Lo hice varias veces, ya era conocido, llegaba un punto en el que el DJ hacía sonar ‘mi canción’ y yo, donde me encontraba empezaba a moverme rumbo al escenario, que era esa bendita mesa de billar, entonces, con muchos menos kilos que ahora, aunque el mismo cabello largo (pero sin el estructurado moño) subía y comenzaba con un movimiento de cadera que las chicas (y tipos) silbaban sin parar entre risas, sonrisas y fotografías de cámaras digital (de esas que tardan un montón en descargar). Ahora que lo pienso, tuve mucha suerte que no existieran esas lindas transmisiones en vivo o lo instantáneo de subir imágenes a las redes. Volviendo al show, me alzaba la camiseta mostrando un abdomen importante (ahora debo de cuidarme de algunas comidas) y era curioso, pues nunca fui yo quien se sacó la camiseta, generalmente, subía una chica y se adueñaba de mi prenda superior.
Sacarme la correa siempre fue sencillo cuando llegaba a casa y solo quería dormir; pero en el acto, lo hacía lento, como quien demora para crear ansias, me gustaba desarrollar ese proceso, luego me la daba de vaquero con el cinturón y los ojos se me cerraban por los malditos flash, era divertido.
En ese tiempo no salía con alguien, la novia que tuve me pidió ‘un tiempo’ para probar suerte con otro tipo -como si yo no me diera cuenta- siempre he estado un paso adelante, dicen que los escorpiones son intuitivos, yo suelo serlo más. Cuando volvió le dije que no deseaba regresar porque le cambié el cerrojo a las puertas de mi corazón.
Insistió -detesto que esto suceda- y tuve que decirle lo obvio. Lo negó y tuve que mostrarle mis pruebas. Se quedó muda y le dije, si gustas podemos ser amigos. Era obvio que no lo seríamos; pero años más tarde, cuando esos tiempos pasaron, volvimos a vernos y quedamos como simples sujetos que se saludan por la calle y ya.
Yo nunca tengo resentimientos. Soy tan práctico que no necesito de eso para mi vida.
Volviendo a ese bar de mal beber cuyo nombre no recuerdo, todo era una locura y sobre todo en verano, donde las chicas solían ir en ropa de baño. He aquí una simpática curiosidad de este escritor: No me llaman la atención las mujeres en bikini.
Lejos de eso, mis amigos estaban babeando por los bronceados y los cabellos brillosos por la sal del mar, yo hacia lo mío, divertirme tomando el ron que llevamos ‘encaletado’ y conversando de un sinfín de estupideces con mis nuevos colegas que conocí en el baño. Uno no sabe cuantos amigos puedes hacer mientras orinas. Sobre todo, personas tan amigables que te invitan lo que llevan oculto en cajetillas de cigarrillos. Entre otras cuestiones, a veces salíamos del lugar para irnos a un parque cercano, lleno de arboleda y oscuridad, a lo lejos, otro amigo que quería unirse podía divisarnos viendo la luz del cigarrillo chistoso que fumábamos.
Una vez se apuntó una chica, estaba borracha y en bikini, este nuevo amigo me miró con un ‘Habla, ¿le vamos?’ y yo que andaba concentrado en el troncho no le hice caso a lo que trataba de decirme, luego de que ella fumara y botara un humo contagiante comenzó a besarse con el tipo, -al parecer tenían algo desde hace varias horas porque creí haberlos visto bailar pegaditos el Playero 37-. Fue mi oportunidad para terminarme todo y tras hacerlo volví al antro como una fiera desquiciada, me sentía como Sansón cuando pierde la vista y destruye todo, solo que yo boté algunas botellas de cerveza vacía y comencé a ver a mis demonios con rostros de personajes divertidos, estaba, de hecho, en otro mundo. En ese momento, fui con el DJ que de tanto asistir al mismo lugar, todos los malditos viernes a partir de las siete de la noche hasta el manto, nos habíamos hecho compañeros de juerga y debido a ello le dije que si podía tocar y fui DJ por un par de minutos. Una experiencia de la putamadre. Sentí que todo dependía de mis manos, desde los besos en la pista de baile, hasta el loco que sube a la mesa de billar y esos puntos muertos donde nadie baila y todos chupan hasta morir. En pocas palabras, era el Dios de la fiesta.
El bar, que momentos los que viví en ese lugar, era una entrada como cualquier otra, de esas que pasan desapercibidas, no te das cuenta que existe algo subterráneo, tocas la puerta tres veces, sale un tipo por la ranura y te dice: Santo y seña. ‘Navidad, Batman abrirá’. Entras y todo es un desmadre, mis colegas ya estaban adentro, yo solía ir después, debía de hacer una parada en un callejón de Lince donde se encontraba un tigrillo con un tajo de la ceja hasta el tobillo, le daba un billete y me daba mi premio. No nos conocemos, decía. Andaba paranoico, siempre hablaba de los tombos, creía que todos lo miraban, nunca me veía a los ojos, era un tipo extraño, lo llamaba ‘The contact’ con mi ingles hasta el culo. Se me hacia divertido hablar de manera coloquial, por eso mi primer libro fue escrito en idioma vulgar, con palabras groseras y situaciones bizarres.
Tras salir del point, volvía a casa para bañarme y vestirme, cogía mis pertenencias necesarias, incluyendo los condoritos por si no llego a dormir y hacia la llamada a un amigo de suma confianza diciendo: Voy yendo, espérame con la mesa servida.
Por la bulla no podía oírlo bien; pero escuchaba algo como: ¿Traes la que mató al papa? Yo le decía: Tengo la que resucitó a Jesús.
Este se emocionaba como perro con dos colas y yo me empilaba con la música de fondo; pero nunca gastaba el poco dinero que tenía en una movilidad rápida, pues, prefería el bus. Siempre he sido ahorrativo, solo gasto en mis diversiones, es decir y emulando a mi abuela, me doy mis gustitos.
En ese periodo eran poco extraños, aparte del licor y esos asuntitos, me gustaba visitar cafeterías, sentarme a leer un libro y esperar que alguien se sentara a mi lado para iniciar una charla, era como en Larcomar (años antes de esos sucesos) que solía quedarme viendo el interior y una chica se acercaba para ‘hacerme el habla’ o era yo el conquistador que hacia prácticamente lo mismo. Siempre me ligaba un MSN y después una salida, enseguida un beso y luego una relación bonita. Era todo un galán; pero ‘caleta’ sin vender humo, solo y relajado, sin contarles a mis amigos, así era mejor porque ellos por más que sean unos genios, tenían la manía de arruinarlo todo. ¿Cómo lo hacían? Pues, diciendo: Tienes unas amigas para nosotros.
Eso me generaba un disgusto, pues, yo quería salir solo con ella, me desenvuelvo mejor. Con mis amigos voy a fiestas y demás, con mi chica hago vida hogareña.
Para llegar al ambiente se debía descender por una escalera húmeda por el licor y llena de huellas de zapatillas, cualquier movimiento en falso y te podías romper el cuello.
Habría que tener mucho cuidado, sobre todo al salir del lugar; por suerte siempre había uno o dos que andaban completamente borrachos; pero en estado Terminator. Servían para apoyarte; pero no para entablar una charla. No porque no hallan temas, sino porque no podían pronunciar palabras.
Sobre conversaciones extrañas. Cuando uno está ebrio suele charlar de cualquier estupidez o rareza, me encanta decir tonterías, es como si me sacara una espina. He sido y soy un tipo correcto, formal dirían algunos; pero cuando tomo demás y me dan confianza y estoy en un ambiente alegre empiezo a decir payasadas graciosas, es decir; saco temas de todo sitio y le meto humor. Ahora no desarrollo tanto esa actitud, en ese entonces era voraz.
Recuerdo que con mi amigo nos quedamos hablando horas sobre objetos submarinos no identificados, quemamos cerebro con el tema de El lago Ness, pues, yo le dije que había una especie de agujero de gusano que traslada a la bestia de cuello largo de la prehistoria a la actualidad al ingresar por ese hueco sin darse cuenta.
Él afirmaba que era un animal que había logrado escapar de la extinción y que lo mejor sería no joderlo, porque el hombre tiene la formula de joderlo todo. Hacia un énfasis terrible en ese sentido, se emocionaba como yo cuando se trata de fútbol y se amargaba al punto de querer lidiar a golpes con cualquiera que creyera en la humanidad.
Temas de esos relucían a altas horas de la noche, cuando las chicas se iban y los tragos faltaban por terminar, éramos como dos tipos que filosofaban sobre la vida y demás. Luego, por ejemplo, un lunes temprano, charlamos de rutina, trabajo, estudios, etc. Cosas aburridas.
El bar cerraba el resto del tiempo y cuando pasaba por allí, por ejemplo, un martes saliendo de la universidad, llevando mis estudios de Marketing y meditando la pregunta, ¿Qué demonios hago estudiando esto? Transcurría por el lugar y reía recordando las peripecias ocurridas adentro.
Mis demonios eran trabajadores y estudiosos de lunes a viernes por la noche, los fines de semana se transformaban en grotescas criaturas que van de caza y dispuestos a todo. Era lo que me agradaba de ellos, que resultaba cobarde el quedarse en el antro hasta las 2am, cuando los valientes se marchaban al amanecer y solo pocos se quedaban tomando caldo de piedra en la tía de la esquina. Estábamos locos.
Una de las anécdotas que me acuerdo en este momento ocurrió la noche en que conocimos a un grupo de chicas, -típico de las juergas- pero esa vez fue distinto a todas.
Al amanecer fuimos al departamento de una de ellas, éramos cuatro contra cuatro, nos frotamos las manos y el mentón. Ante nuestra sorpresa, para bien o para mal, todas subieron al segundo nivel -que era una especie de cuarto secreto, no recuerdo bien, estaba picado- y bajaron diferentes. No en el sentido de vestimenta, tampoco en referencia al maquillaje, lo que voy a decir puede que sea traumatizante para muchos lectores; pero, aparecieron cuatro robustos sujetos. Es de las pocas veces que se me quita la borrachera en un segundo, nos fuimos corriendo del lugar.
Claro que nos matamos de la risa e hicimos un sinfín de bromas con las posibilidades, de que, si por casualidad deseábamos o nos hubiéramos sentido cómodos con ellas, digo, ellos. Me gustaban y gustan demasiado las mujeres como para envolverme en un tema de dicha índole.
El siguiente fin de semana no los vimos, creo que fue la primera vez que estuvieron en el lugar. Fue extraño y sumamente gracioso.
Otra situación, ya contraria a esta, es la de siempre, emborracharnos hasta morir, hablar miles pero miles de estupideces, conocer chicas y bailar de manera divertida, hacer los pasos tontos y reír hasta quedarnos sin garganta con una sonrisa de oreja a oreja.
Fue una época maravillosa, fui feliz y no me daba cuenta; aunque tengo muchas aventuras registradas en mi memoria.
Un día, vi a unos tipos con chaleco de la municipalidad frente al local, era raro que la puerta ande abierta a dichas horas de la mañana, sacaban la barra y la mesa de billar con marcas de mis zapatillas y sudor corporal en su pieza. A Horacio, el dueño, le dieron el ultimátum: Regulariza tu negocio o te vas al carajo. Fue la primera vez que lo vi, se oyó mucho de él, que era narco, mafioso y proxeneta, todo junto; pero tan solo era un sujeto de traje y anteojos, más sano que un vaso de leche en apariencia pero con sus cositas como todos.
Su BMW estaba al frente, una pinta impresionante, me dieron ganas de armar mi propio antro de mala muerte y contratar a Herald ‘El DJ’ pero era tarde, lo llamaron para un parroquiano local en Barranco.
Mis demonios y yo nos sentimos deprimidos y sobre todo, reprimidos.
Pero, teníamos diecinueve años, todavía había tanto por vivir y tanto por hacer. En una triste particularidad, yo quería celebrar mi cumpleaños en ese sitio, la leyenda era que te cantaban ‘Feliz cumpleaños’ un grupo de chicas con camisetas mojadas y regalaban una botella de tequila que ellas te hacían beber.
Cumplí 20 y los hice en una aburrida discoteca, donde cierran local a las 3am y todos son unos parroquianos recién salidos de misa; aunque, mis demonios llevaron el arsenal para divertirnos mejor.
¿Qué coincidencia tiene que ver esto con mi actualidad? Pues, a los 30 me he vuelto un tipo hogareño. Paro los fines de semana en mi feudo, como canchita y veo películas románticas para deprimirme un rato y tener que escribir, luego pienso en la chica que nunca tendré y observo imágenes de tiempos gloriosos en mi PC, vuelvo a deprimirme y sigo escribiendo. Tengo más dinero que antes, menos tiempo, menos amigos, una pequeña que adoro y me alegra la vida; pero he desarrollado mi carrera y lo disfruto, valoro mejor el tiempo con amigos y lo gozo y por supuesto, me siento físicamente mejor que antes (que andaba haciendo locuras) y un tanto mejor encajado en mi vida, eso me hace ciertamente feliz (a quien engaño, la tranquilidad no es sinónimo de felicidad) por eso, de vez en cuando, me meto en líos, como para no perder la costumbre. Irónicamente, aunque a veces me cuesta aceptarlo, la estabilidad es realmente genial.
Buen tiempo anterior, mejor tiempo de ahora.

Fin de la primera entrega.

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