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jueves, 7 de enero de 2016

Recuerdos y soledad

—Amor, ¿Dónde estás? Me levanto de la cama y la busco por toda la habitación; pero no la encuentro. Ella no está; aunque su aroma aún permanece aquí.
A veces siento que se encuentra escondida debajo del edredón;
pero es una silueta que se forma de manera asombrosa
cuando la cama esta desordenada. Desconociendo dicho hecho, me echo a su costado imaginando que es ella; pero al abrazarla me doy cuenta que desaparece como un espejismo.
Veo que detrás de la cortina se forma una silueta muy parecida a la de su espalda, sonrió imaginando que se encuentra escondida detrás de la cortina observando los preciosos jardines y muy lentamente me acerco para sorprenderla.
— ¡Te atrapé! Digo emocionado y la abrazo por detrás. Siento que se sorprende y la escucho reír; pero cuando intento abrazarla por encima de la cortina, desaparece. Se evapora su presencia, ella ya no se encuentra ahí y me quedo estático.
Abro los brazos y la cortina vuelve a moverse a causa del viento, la atravieso y contemplo un paisaje urbano compuesto por edificios y casas.
Al volver a atravesar la cortina escucho su risa y la sigo para encontrar su sonrisa.
Recorro un pasadizo que lleva a la cocina, la cual se encuentra reluciente. Ella reí mientras que intenta preparar el almuerzo con su poca o casi nada experiencia en la cocina.
Sonríe y ríe mientras que sigue las instrucciones de un libro de recetas. Se ve tan hermosa con el delantal que sin dudarlo me acerco para sujetarla de la cintura; pero tropiezo con una sucia cocina. Platos rotos, vasos con telaraña y un empolvado libro de recetas es lo que veo. De un soplo elimino la suciedad y delicadamente, para no romper las hojas, empiezo a leer aquel olvidado libro.
Nuestros platos favoritos son las únicas recetas que leo antes de escuchar el fútbol en la televisión.
Dejo aquel libro a un lado y rápidamente voy a la sala, lugar donde en un enorme televisor juegan nuestros equipos favoritos.
—Precioso, ven, siéntate a mi lado que el partido ha comenzado hace cinco minutos, la escucho decir y tímidamente me siento a su lado en el mueble guinda que elegimos juntos.
— ¿Palomitas de maíz? Pregunta con dulzura y me entrega un tazón repleto de palomitas de maíz. — ¿Te gustan? Pregunta enseguida.
—Las preparé yo misma, añade, sonríe y vuelve a mirar el fútbol.
De repente, en un abrir y cerrar de ojos, me encuentro sentado en el mueble guinda que a causa del abandono se encuentra desecho. El televisor apagado y aquel tazón tirado en el piso, lleno de hongos y suciedad.
—El fútbol siempre fue nuestro deporte favorito. Me levanto de aquel mueble y me acerco al espejo que se encuentra en la sala.
Con la palma de la mano limpio una parte y veo mi reflejo. Sorprendentemente, al verme, no tengo barba ni orejas.
— ¡Amor, te ves guapo! La escucho decir y la veo detrás de mí.
Cubre mis ojos con sus manos y pregunta, ¿Quién soy? Escucho su risa, también suelto una risa y respondo a continuación, eres el amor de mi vida. De inmediato, me entrega nuevamente la vista, doy la vuelta y la veo con un blanco y hermoso vestido.
— ¡Estas divina! Le digo observándola por completo. Sonríe y me entrega un beso que no siento.
No siento sus labios, su miel no se queda impregnada en mi boca. Desde mi ubicación contemplo la sala llamada desierto, el techo con hongos en las esquinas, las paredes despintadas susurrando risas y carcajadas de momentos felices y escucho el silencio de la soledad.
Agacho la mirada y veo sus huellas dibujadas en el suelo. Las sigo hasta llegar a la puerta principal e inesperadamente escucho:
— ¡Me voy, me voy para siempre! Es ella, quien está enojada e irritada. Cierra la puerta fuertemente al verme estático y de inmediato corro para evitar que huya.
— ¡No te vayas, aún podemos solucionar los problemas! Grito; aunque creo que no me escucha.
Siempre recuerdo todo esto cada vez que entro a este departamento.
Al terminar el recorrido, salgo a la calle y me encuentro con una pareja de esposos. Ambos se detuvieron a leer el cartel que coloqué.
—Disculpe joven, ¿Es usted el dueño del departamento en venta? Pregunta el señor. —Sí, ¿En qué puedo ayudarlo? —Me encantaría echar un vistazo, dice el señor. —Claro, vengan, les mostraré, digo con una sonrisa y entro junto a la pareja a aquel departamento en donde habitan recuerdos y soledad.

Fin



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