Mi nuevo libro

Mi nuevo libro
Puedes pedirlo al WhatsApp +51 987774365

jueves, 28 de enero de 2016

Día de playa

- Sandra me escribió por el MSN preguntando si iríamos a la playa al día siguiente (sábado) y le respondí que sí; pero que acompañados de mis hermanos y amigos. Aceptó de inmediato y propuso una hora. A las once y media te espero, respondí antes de despedirme, era de madrugada y debíamos de levantarnos temprano. ¡Sí, temprano! (Generalmente la hora de despertarse superaba el medio día).
Intercambiamos emoticonos de besos en señal de despedida y acordamos por última vez que estaría en la puerta de mi casa a la hora pactada. Además, añadió que debería de estar listo o se enojaría.
Solía molestarse con facilidad, por eso era mejor mantener el ambiente estable.
Resolví sintonizar el despertador en el celular (era una de sus principales funciones) y luego prepararme para dormir plácidamente.
Temprano, alrededor de las diez, me alisté. Bermuda playera, polo, lentes y sombrero. El bloqueador y bronceador lo llevaría ella.
Al no tener otra función incursioné en el MSN para chatear un rato mientras la esperaba. Por otro lado, mis hermanos se iban comunicando con el resto de amigos que irían.
Alrededor de las once y media Sandra apareció detrás mí, no sé que quien le había abierto la puerta; pero, pues, ella tenía confianza con todos en casa, seguramente cualquiera pudo haber sido. Me hizo la jugada que le enseñé, esa que trata acerca de hincar el hombro izquierdo y aparecer por el otro lado. Caí redondito.
Se veía espectacular, su figura, en dicho entonces, era muy sensual. Además, esa falda larga y el top le hacían ver hermosa; pero no se lo dije, no porque no haya querido, sino porque no estábamos y dicha salida sería como amigos. De repente por eso aceptó el ir también con amigos.
Di la vuelta y la saludé con entusiasmo; aunque anteriormente había practicado un saludo frío y cordial. Yo llevaba el cabello largo, ella se veía idéntica.
Antes de cualquier intercambio de palabras, aparte del saludo, apareció mi vieja, quien siempre la quiso como nuera y se abrazaron con mucha euforia.
Charlaron un par de cosas al tiempo que cerraba el MSN y pretendía apagar la computadora; pero Sandra dijo que no lo hiciera añadiendo al instante que sintonizara algo de música. Enseguida, siguió charlando con mi madre.
Al rato se aparecieron los demás, querían saludarla, tiempo que no la veían, digamos, algunos meses.
Sintonicé un latin de Dany Ubeda, muy conocido en ese entonces y el resto empezaron a tararear alistándose para el día playero.
En ese momento bajó Bruno, quien dijo que también iría mi viejo, la idea nos pareció fabulosa por el asunto que tendríamos quien nos lleve y lógicamente, regrese, porque es tedioso tener que ir en bus.
Mi vieja dijo que antes de partir debíamos de desayunar, por ello, rápidamente descendimos a la sala.
Diego junto a un amigo tocaron la puerta mientras devorábamos los panes con tamal, entraron y se acoplaron al agasajo. Para ese entonces mi viejo se andaba vistiendo, se encontraba entusiasmado con ir a la playa, de hecho, hace mucho que no la hacía por falta de tiempo.
Lo esperamos en los muebles de la sala conversando acerca de anécdotas pasadas.
Aquí me detengo para aclarar una curiosidad: Conversábamos sobre anécdotas pasadas. Escribo este texto como una vivencia antigua y pienso, ¿Qué habrán sido esas anécdotas pasadas? Vaya, como pasa el tiempo.
Cuando mi viejo bajó con la llave del auto y vestido de un modo muy simpático nos animamos todavía más.
Diego llevaba un cooler repleto de cervezas, a Sandra le emocionaba esa idea; aunque, según decía, no tomaba desde hace semanas.
Abrimos algunas latas dentro del auto mientras arribamos hacia una de esas playas del sur, en lo personal, no tengo preferencia por alguna; pero el resto se debatía por cual elegir.
Recuerdo que Sandra se encontraba a mi lado, por alguna razón o por causa y motivo de los otros, ella se hallaba en la ventana y yo a su derecha. Naturalmente conversábamos sobre alguna que otra cosa, situación pasada o vivencia presente del ambiente, no más.
Tomamos dos cervezas por cabeza hasta llegar a la playa El Silencio, la mayoría ganó la elección.
Lo primero que hicieron al llegar fue correr descalzos buscando la orilla. Se hizo gracioso verlos caer, quemarse y levantarse o el hecho de huir a velocidad hasta el agua por el simple hecho de no haber llevado sandalias.
Sandra resolvió echarse sobre la toalla, pidió que le colocara bronceador, lo hice gustoso y luego le dije que hiciera lo mismo conmigo; pero con el bloqueador. En ese momento se apareció mi viejo, quien llegaba tranquilo y sereno luego de comprar una botella de agua.
Nos obvió al vernos de esa manera y se acomodó a un lado para gozar del buen clima.
Ella se echó de nuevo sobre la toalla para dorar su piel mientras que fui a darme un chapuzón.
Al volver la vi echada con los lentes puestos y el sol haciendo que su piel brille, mi padre, al verme volver, resolvió meterse al mar.
No estaba seguro si andaba durmiendo o mirándome; pero no quise averiguarlo, por ello, simplemente me senté a un lado y cogí otra lata de cerveza.
Nadie salía del mar, lo disfrutaban, los veía saltar, reír, nadar y hacer cierta chacota. Quise acompañarlos de nuevo; pero me detuvo su mano atrapándome la muñeca.
Me puse nervioso, lo admito. Meses que no sentía el tacto de su mano, debo decir que me gustó; pero cuando preguntó, ¿Me pasas una cerveza? Se fue el pensamiento optimista que tuve.
Rápidamente se la di, nuevamente preguntó, ¿La abres? Y pues, tuve que hacerlo.
Todavía no me acostumbraba a no ser atento con ella, tal vez porque todavía la quería.
El tiempo fue pasando y fui entendiendo que ella nunca se metería al agua porque únicamente se mantendría en estado de relajación sobre la arena y bajo el sol. Yo no iba a mantenerme de ese modo, por ello, volví al mar y justo cuando lo hice todos retomaron. Poco importaba, siempre tuve personalidad, por eso, estuve solo contra las olas. A pesar de no andar acompañado me divertí, necesitaba mojarme, tanto sol me estaba horneando.
Lo hice por largo tiempo. Las olas y la brisa me encantaron, además, algunas muchachas me estuvieron mirando; pero, de seguro, si volviera con Sandra, ellas ya no serían mis amigas.
Ella siempre fue muy celosa; aunque, de repente faltó hablarlo mejor y actuar en un sentido maduro. ¿Qué podríamos hacer que no fuera inmaduro? Sandrita tenía dieciocho años y yo me acercaba a los veinte. A esa edad no piensas tanto en cómo actuar, solo vives y aprendes.
Rato después volví adonde se encontraban todos acoplándome a la charla. Sandra se hallaba dormida, de lo contrario, hubiera acotado algunas sugerencias. Pues, al cabo de unos minutos, vi que movió la cabeza como quien se limpia la arena y de repente, muy fiel a su carácter, dijo con autoridad: ¿Por qué me tiras arena? Sonreí y respondí con humor, yo no te he tirado nada, loca. Todos empezaron a reír, a excepción de mi padre que leía el periódico.
Sandra se levantó para encararme, pues, no le gusta que se burlen de ella y yo, cobijado en el humor, retrocedí y añadí, ya, tranquila, no te achores que nadie te ha tirado nada. Volvió a su lugar y se sentó.
Siempre fue resentida, la conocía de pies a cabeza, sabía que tenía el rostro de niña resentida que espera que se acerquen y acaricien, actuar de un modo despectivo a pesar de querer y anhelar los besos y abrazos; pero, no lo hice y atiné a seguir hablando con los otros.
Imaginé que en su mente existía la idea que ya no nos encontrábamos juntos como pareja y que por ello yo actuaba de un modo distante; pero a la vez, estaba seguro que deseaba que fuéramos a abrazarnos y besarnos. Estaba seguro que todavía me quería.
El hecho de ir a la playa salió de repente, habíamos hablado y acordado semanas antes en ir; pero no logramos concretar y luego, acordamos esa vez y el repetirlo hizo que sentenciáramos la salida. Claro, ambos sabíamos que saldríamos como amigos o como bien lo dijimos, como patas.
Más tarde, cuando se terminaron las cervezas y disfrutamos del mar, almorzamos y volvimos a meternos al agua, resolvimos regresar, eran alrededor de las seis de la tarde y todos nos hallábamos exhaustos.
Subimos al auto de la misma forma; pero ya nadie conversaba, a lo mucho, se oían bostezos.
Sandra estaba muy cansada, cerraba los ojos y los abría; de pronto, no pudo contener ese ejercicio y al cerrar los ojos se apoyó en mi hombro. No quise moverme para que se quedara ahí. Me gustaba tenerla cerca.
También cerré los ojos porque el sueño ganaba; pero cuando los abría la miraba de reojo, dormida y oliendo a agua de mar. Llevaba la piel tostada y la pulsera que le di en su muñeca izquierda. Detalle que me sorprendió para bien, incluso, ocasionando mi sonrisa.
Instantes después y quizá, por instinto, coloqué mi mano sobre la suya temiendo que despertara y se asustara o zafara; pero no lo hizo, siguió dormida.
Hubo un momento de silencio en el que todos se hallaron dormidos, incluso, mi viejo resolvió bajar el volumen de la música. Sandra y yo nos mantuvimos del mismo modo, cualquiera creería que aún seguimos juntos; pero no era así desde hace un par de meses.
Abrió los ojos de pronto, en ese instante, hice lo mismo; pero no nos miramos fijamente porque nos enfocamos en nuestras manos juntas. De hecho, soltamos una breve risa y enseguida, como arte de magia, nos besamos.
Retomamos la relación en ese momento, claro que no lo sabíamos hasta conversarlo horas después y pues, como vuelcos de la vida, otra vez fuimos el uno para el otro.


Fin



No hay comentarios:

Publicar un comentario