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domingo, 3 de enero de 2016

Asesino de ratas

- Me considero una persona tranquila, no le hago ningún daño a nadie, trato de llevarme bien con las personas de mi entorno y manifiesto constante cariño a mis amigos y familiares; sin embargo, a unas cuadras de casa habita un tumulto de sujetos haraganes y malhechores, a quienes suelo saludar, únicamente, para que no choquen, con esto quiero decir, para que no me roben y recuerden mi rostro a pesar que se encuentren con toxinas en el cuerpo.
Admito que los detesto y por eso el saludo nunca contiene una sonrisa y siempre se trata de un mero ademán de mano elevada o a veces de cejas. En bastantes ocasiones he bromeado junto a mi chica que me gustaría rentar una de esas ametralladoras y acabar con la existencia de esa jauría. Siempre acoto que le haría un bien a la sociedad y ella, entre risas, aclara que no me falta razón. Ella lo dice, naturalmente, como algo que siente; pero no se da cuenta que cada vez que pasamos por el mismo lugar y los vemos drogándose o haciendo chacota, me inspira a realizar dicha empresa. No soy capaz de llamarla locura, diría que sería un acto social extraordinario, mucho mejor que ir a un pueblo joven para donar alimento y juguetes.
No le he confesado a nadie que estuve analizando dicha empresa, lo pensé en las madrugadas de resaca, en donde los muñecos no me dejan dormir y me profundizo en un abismo repleto de reflexiones y análisis de todo índole; aunque, como casi todas las mañanas, despierto con una sonrisa en el rostro y sin ánimos de acabar con la lacra de la sociedad. Sin embargo, ocurrió la gota que derramó el
vaso.
Pasaba con mi chica por el mismo lugar debido a que tengo que dejarla en su casa como todo buen novio y no existe otro camino que fuera aquel. La mala fortuna siempre apremia y debo contemplar sus desdichados rostros, los cuerpos, a veces, inertes por tanta cocaína y la sonrisa desfigurada por tanta pasta. Debería acabar con todos, preciosa, le comento de un modo sobrio, no tan humorístico como antes, ella calla y yo sigo, no solo porque los odie, sino porque les haría un bien. Ella se detiene en la tienda, no ha hecho caso a mis palabras, son a las que le tengo acostumbrada cada vez que pasamos por su desagradable presencia; pero, de repente, un faltoso, desesperado por consumir lo que su compinche realiza cerca, corre a velocidad -ante mi asombro porque pensé que no le serviría el físico- e impacta con mi pareja, quien cae al suelo y se golpea. Ni siquiera se percata de ese hecho, no ofrece disculpas ni la mano, yo levanto a mi chica enojado; pero más preocupado y miro al tipo de reojo. No es una mirada que espera un perdón, tampoco voy a ir y propinar un golpe, podría hacerlo y podrían venir todos a golpearme, perdería al ser cantidad. Lo que pienso es la canalización completa de mi odio y en ese instante, de tener dicha arma, los acabaría sin dudarlo. No obstante, me detengo a pensar, un par de segundos y recuerdo a mi chica y familia, quienes pagarían las consecuencias de mi brutal y salvaje; aunque categórico y de seguro socialmente bueno, acto de asesinato; pero diría mejor, acto de catarsis para la sociedad.
De cualquier manera para todas las madres de dichas ratas, ellos son unos angelitos. El plan no debe ser impulsivo, lo pienso mientras abrazo a mi chica y observo al grupo armar su porro.
No será fácil conseguir una AK 47; pero sí un arma con silenciador. Ya lo estoy pensando con claridad, mi chica se aferra a mis brazos, dolida y con lágrimas, me da rabia; pero a la vez, sabiendo que podría pasar por alto el hecho, prefiero y continúo aferrándome a la idea de acabar con todos, con dicha sarta de malandrines y drogadictos cuyo único propósito en la vida es la vacía existencia y alguien podría levantar la mano y decir, pero es su vida, a nadie le importa y no es que el argumento no fuese válido, es solo que necesito asesinarlos para acabar con la lacra de la zona donde vivo y tener una catarsis.
A la mañana siguiente me adentro en los pasajes de un terrible lugar de la capital, no he venido jamás; pero tengo dinero, puedo hacer mucho con dinero. Me abro camino junto a un tigre (no voy a mencionar su nombre) y llegamos a un cuarto que apesta a mierda. Allí se encuentran dos sujetos, un negro y un tipo sobrio; aunque, quien me ha traído dice que está duro.
Pregunta por lo que quiero, el tigre le da el dato, resuelve meterse a una especie de habitación que divide una vieja cortina y el negro me entrega un paco de cocaína. Métete unos tiros, dice con seriedad.
Resuelvo hacer caso a su petición y enseguida aparecen los dos tipos con una bolsa negra.
Arma y silenciador, dice y le entrego el dinero.
Ni tú ni yo nos conocemos, dice son solemne seriedad y nos retiramos.
El tigre desaparece poco antes de darle los rayos del sol y yo aclaro que debo apresurarme, por ello, detengo un taxi y arribo a un lugar céntrico.
Por la noche recibo la visita de mi novia, quien olvidando los sucesos de ayer, se siente resplandeciente, entonces, hacemos el amor luego de ver una película. Preparamos algo de cenar tiempo después y nos echamos sobre la cama para descansar.
Es fin de semana, le propongo que se quede a dormir, acepta gustosa y al quedar dormida, alrededor de las tres de la madrugada, bebo un sorbo de la botella de whisky que abrimos; pero no consumimos en su totalidad y me alisto.
La calle está desierta, pienso al abrir la puerta. Camino con tranquilidad por otro sendero y en medio del mismo enrosco el silenciador en el arma.
Aparezco por la esquina sabiendo que el restaurante de comida rápida y la tienda se encuentran cerradas y observo a los tipos, que por suerte, se hallan en su totalidad, desparramados en la esquina donde está el teléfono público, tirado y sentados, drogados e intoxicados, tal cual muertos vivientes y me voy acercando sigilosamente viendo todo a mi alrededor.
Intento verlos a los ojos antes de presionar el gatillo; pero los mismos se hallan desorbitados, los aniquilo, uno por uno, presionando dos a tres veces; aunque me hubiera gustado darles únicamente en la cabeza, siento que disfruto disparando en distintas partes del cuerpo y por más que tardo y doy vueltas entres los cadáveres, curiosamente, parezco uno de ellos, por el atuendo de capucha y pantalones oscuros, quizá, si alguien me ve, se confunda.
Ellos siguen como estaban; pero ahora no solo están regados en la acera, sino están llenos de agujeros.
Sonrío al saber que he terminado; pero oculto esa sonrisa con la palma de la mano y me marcho con calma.
Arrojo el arma a un basural sabiendo que al amanecer el camión llegará y destruirá la evidencia en la moledora. Enseguida, regreso a casa, me quito la ropa y la coloco en un par de bolsas negras.
Después de una larga ducha de agua helada resuelvo volver a la cama acomodándome al lado de mi chica, quien, ante mi asombro, pregunta somnolienta, ¿Ya acabaste con ellos?
A la mañana siguiente, el camión de basura pasa por mi casa y arrojo la bolsa de ropa junto a otros desperdicios, caen directo en el fondo y se trituran ante mi mirada brillosa.
Mi novia prepara el desayuno cuando entro a casa, sonríe como si todo lo que hubiera sucedido fuese tan solo una noche mágica.
Empieza el espectáculo rato después, el chisme corre más rápido que el viento. Hubo un asesinato, una feroz matanza, empiezan a contar los vecinos y aunque las madres de los muertos dictan que son angelitos, yo empiezo a reír mientras me lavo los dientes.
No hubo testigos, nadie vio nada, la zona está mejor y la gente camina con calma. No quiero que nadie me agradezca; aunque, mi novia, quien lo sabe todo, nunca he vuelto a mencionar el tema, eso me gusta de ella, su discreción para con mis secretos.

Fin




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